Se oyo el clic al colgar el auricular. Me tumbe en la cama y pense que, aunque no me lo habia dicho claramente, ya podia dar por seguro que vendria.

Me quede despierto largo rato. Hacia un ano, tal dia como hoy, pensaba que ya no me sucederia nada mas. Ahora, en cambio, tenia una hija y, ademas, angina de pecho. La vida habia girado el timon y habia tomado otro rumbo.

Cuando desperte, ya habian dado las siete y Louise estaba levantada.

– Tengo que ir a pasar un tiempo en los bosques -me dijo-. Pero ?puedes quedarte solo? ?Me prometes que no te vas a morir?

– ?Cuando piensas volver? -pregunte-. Si no te quedas mucho tiempo, podre mantenerme con vida.

– Hasta la primavera. Pero no permanecere en el bosque todo el tiempo. Hare algun que otro viaje.

– ?Adonde?

– Cuando la policia me solto, conoci a un hombre que queria que hablasemos de las cuevas y las pinturas destruidas por el moho. Y al final terminamos hablando de otras cosas.

Yo deseaba preguntarle quien era. Pero ella se puso el indice en la boca, ordenandome silencio.

– Ahora no.

Al dia siguiente, llego Jansson a recogerla.

– Bebo muchisima agua -me grito cuando el barco empezaba ya a retroceder para salir del embarcadero-. Aun asi, siempre estoy sediento.

– Hablaremos de ello despues -le conteste.

Fui a la casa a buscar los prismaticos y segui su partida hasta que la embarcacion desaparecio en la niebla, por detras de Hoga Siskaret.

Ahora ya solo quedabamos el perro y yo. Mi buena amiga Carra.

– Esto se quedara tan silencioso como siempre -le dije al perro-. Al menos, por un tiempo. Despues, se construiran casas. Y las muchachas pondran la musica demasiado alta, gritaran y blasfemaran y, a veces, sentiran que odian la isla. Pero vendran a vivir aqui, y tendran que aceptarlo. Una manada de caballos salvajes esta en camino.

Carra seguia luciendo el lazo rojo. Se lo quite y lo deje aletear al viento.

Ya bien entrada la noche me sente ante el televisor, aunque le quite el sonido. Y me puse a escuchar mi corazon.

Tenia el diario en la mano y anote en el que el solsticio de invierno habia pasado.

Despues, me levante, deje el diario y tome uno nuevo.

Al dia siguiente empezaria a escribir algo muy distinto. Tal vez una carta dirigida a Harriet, aunque fuese demasiado tarde ya para enviarsela.

5

El hielo no llego a asentarse aquel invierno.

Cuajo en tierra y en los golfos de las islas, pero las bahias quedaron abiertas al mar. Hacia finales de febrero hubo un periodo de intenso frio y vientos del norte, pertinaces y heladores. Pero a Jansson no se le presento la ocasion de usar el hidrocoptero, con lo que yo tampoco tenia que taparme los oidos los dias que venia con el correo.

Un dia, justo despues de que la gran helada hubiese dado paso a un tiempo mas clemente, ocurrio algo que jamas olvidare. Acababa de abrir a hachazos la delgada capa de hielo que cubria mi agujero y de darme mi bano, cuando descubri al perro que, tumbado en el embarcadero, mordisqueaba lo que se me antojo el esqueleto de un pajaro. Puesto que los perros pueden danarse la garganta con los huesos, me acerque y se los quite de la boca. Despues los arroje a las heladas algas que flotaban en la orilla y llame al perro para que me siguiese hasta la casa.

Y mas tarde, cuando ya me habia vestido y habia entrado en calor, volvi a recordar el esqueleto. Aun sigo sin saber que me movio a hacer aquello pero, me calce las botas y baje al embarcadero para buscarlo. Aquel trozo de hueso no procedia, de ningun modo, de un pajaro. Asi que me sente en el embarcadero dandole vueltas en la mano pensando si no seria de un vison o de una liebre.

Al cabo de un rato comprendi que era lo que sostenia en la mano. No podia ser otra cosa. En efecto, se trataba de un hueso de mi gato desaparecido. Lo deje en el embarcadero, a mis pies, preguntandome donde lo habria encontrado el perro. Senti en mi interior un gelido dolor ante la idea de que el gato, por fin, hubiese vuelto.

Me fui a dar una batida por la isla con el perro, pero el animal no olfateo mas restos, no habia ni rastro por ninguna parte. Tan solo aquel pequeno hueso, como si el gato hubiese enviado un saludo para decirme que no debia seguir buscando ni indagando. Estaba muerto, y muerto llevaba ya mucho tiempo.

En mi diario, escribi acerca del hueso. Tan solo unas palabras.

«El perro, el hueso, el duelo.»

Enterre el hueso del gato junto a las tumbas del perro y de Harriet. Era dia de correo, asi que baje al embarcadero. Jansson llego a la hora de siempre, anunciado por el zumbido de su motor. Fondeo en el embarcadero y me conto que se sentia cansado y que tenia una sed constante. Por las noches, habia empezado a notar tirones en las corvas.

– Podria ser diabetes -apunte-. Suele presentar esos sintomas. Yo no puedo examinarte aqui, pero creo que debes acudir al centro de salud.

– ?Es una enfermedad mortal? -me pregunto atemorizado.

– No necesariamente. Tiene tratamiento.

No pude evitar sentir cierta satisfaccion al comprobar que el bueno de Jansson, siempre tan sano, hubiese recibido el primer aranazo en la armadura, como todos los demas mortales.

El parecio sopesar mi respuesta y, acto seguido, se inclino y saco del barco un gran paquete, que me entrego sin decir nada.

– No espero ningun paquete, no he pedido nada.

– A mi no me lo cuentes. El paquete es para ti. Y viene con el porte pagado.

Cogi el paquete que, ciertamente, llevaba escrito mi nombre con bellas mayusculas. Pero no indicaban el nombre del remitente.

Jansson se alejo del embarcadero. Aunque padeciese diabetes, viviria muchos anos. Al menos nos sobreviviria a mi y a mi corazon, que ya me habia enviado las primeras senales de aviso.

Me sente en la cocina y abri el paquete. Contenia un par de zapatos negros con tonos violaceos. Giaconelli habia escrito una nota en la que me aseguraba que «es un honor y una satisfaccion para mi presentarles mis respetos a tus pies».

Me cambie de calcetines y me puse los zapatos, que probe dando unos pasos por la cocina. Se adaptaban a mi pie con tanta perfeccion como el me habia prometido. El perro me observaba desde el umbral de la puerta del vestibulo. Entre en la habitacion del hormiguero y les mostre a las hormigas mis zapatos nuevos.

No recordaba la ultima vez que senti una alegria semejante.

A partir de aquel dia y durante todo el invierno, daba un par de vueltas diarias por la cocina con los zapatos de Giaconelli. Jamas los use fuera y siempre los volvia a colocar en su caja.

A principios de abril llego la primavera. La capa de hielo aun cubria mi golfo. Pero tampoco ahi tardaria mucho en derretirse.

Una manana, bien temprano, empece a retirar el hormiguero.

Ya habia llegado el momento. No podia dejarlo mas.

Utilice una pala para despegarlo poco a poco y lo coloque en la carretilla.

De pronto, la pala tintineo al chocar contra un objeto. Cuando lo libere de pinochas y hormigas, comprobe que se trataba de una de las botellas vacias de Harriet. Pero habia algo dentro de la botella, asi que la abri. Era una fotografia enrollada, una instantanea de nosotros dos cuando eramos jovenes, un recuerdo de los ultimos dias en que estuvimos juntos.

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