La noche vispera del solsticio de invierno, me sente un rato en la cocina a hojear mi diario. Despues anote:

«El mar esta en calma, no hay viento, un grado bajo cero. Carra lleva un lazo rojo, la relacion entre Louise y yo es ya intima».

Pense en Harriet. Senti que la tenia justo a mi lado, a mi espalda, leyendo lo que acababa de escribir.

4

Louise y yo decidimos celebrar el hecho de que, a partir de entonces, los dias empezarian a ser mas largos. Louise prepararia la comida. Por la tarde, me tome las medicinas y me tumbe a descansar en el sofa de la cocina.

Habia pasado medio ano desde que estuvimos sentados en el jardin, celebrando la fiesta en la penumbra de la noche estival. Esa noche del solsticio de invierno, Harriet no nos acompanaria. Tome conciencia de repente de que la anoraba como no lo habia hecho jamas. Aunque estaba muerta, la notaba mas cerca que nunca. ?Por que iba a dejar de echarla en falta solo porque estuviese muerta?

Me quede tumbado en el sofa y deje pasar un buen rato hasta que me obligue a mi mismo a levantarme para afeitarme y cambiarme de ropa. Me puse un traje que no usaba casi nunca. Con mano inexperta, me hice el nudo de la corbata. El rostro que me devolvia el espejo me lleno de temor. Me habia hecho viejo. Le hice un mohin y baje a la cocina. Ya caia el ocaso que precederia a la noche mas larga del ano. El termometro indicaba dos grados bajo cero. Fui a buscar una manta y me sente en el banco, bajo el manzano. El aire era fresco, gelido, inusitadamente salado. En la distancia, los gritos de las aves, cada vez mas dispersos, mas escasos.

Debi de dormirme en el banco. Cuando desperte, ya habia anochecido. Tenia frio. Eran las seis, es decir, que habia dormido durante casi dos horas. Louise estaba ante los fogones cuando entre. Me sonrio.

– Dormias como una viejecita -me dijo-. No quise despertarte.

– Soy una viejecita -respondi-. Mi abuela solia sentarse en ese banco. Siempre tenia frio, salvo cuando sonaba con el suave rumor de los robles. Tal vez me este convirtiendo en ella.

En la cocina hacia calor. Louise habia encendido tanto los fogones como el horno, y los cristales de la ventana se habian empanado.

Una serie de extranos aromas empezaron a inundar la cocina. Louise sostenia en la mano una cuchara que habia sacado de una olla humeante.

Aquello sabia, en cierto modo, como madera vieja calentada al sol. Agrio y dulce a un tiempo y, ademas, amargo, atractivo, exotico.

– Suelo mezclar mundos en mis guisos -explico-. Cuando comemos, encontramos el camino al hogar de personas que viven en partes del mundo que jamas hemos visitado. Los olores son nuestros recuerdos mas inveterados. La lena con la que nuestros antepasados alimentaban sus hogueras, cuando se escondian en las cavernas y grababan y pintaban en las paredes aquellos animales ensangrentados, debia de oler como lo hace hoy. No sabemos lo que pensaban, pero si como olia la lena.

– En otras palabras, en todo lo cambiante existe algo permanente -observe yo-. Siempre hay alguna anciana pasando frio sentada en un banco bajo un manzano.

Louise tarareaba mientras cocinaba.

– Tu viajas sola por el mundo -le dije-. Pero alla en el norte, en el bosque, estas rodeada de hombres.

– Hay muchos hombres buenos. Pero es mas dificil encontrar un hombre de verdad. -Al ver que yo queria continuar la conversacion, alzo la mano en senal de protesta-. No, ahora no, despues tampoco, nunca. Cuando tenga algo que contarte, te lo contare. Claro que hay hombres en mi vida. Pero son mios, no tuyos. Soy de la opinion de que no hay que compartirlo todo. Si ahondamos demasiado en los demas, nos arriesgamos a que se malogre la amistad.

Mientras hablaba, le di unos agarradores que, segun recordaba, siempre habian estado en aquella cocina, desde que yo era nino. Ella levanto una gran cazuela y retiro la tapadera. Olia intensamente a pimienta y limon.

– Tiene que quemarte la garganta -explico-. Ningun plato esta bien preparado si no te pones a sudar mientras lo comes. Los platos que no contienen ningun secreto llenan el estomago de decepcion.

Yo la observaba mientras removia el contenido de la cazuela para mezclarlo bien.

– Las mujeres remueven -dijo-. Los hombres golpean y cortan y destruyen y talan. Las mujeres remueven, remueven y remueven.

Sali a dar un paseo antes de comer. Cuando llegue al embarcadero, volvi a sentir de pronto ese dolor ardiente en el pecho. Me dolia tanto, que estuve a punto de caer desmayado.

Llame a Louise a gritos y, cuando llego, crei que iba a perder el conocimiento. Ella se sento enseguida acuclillada a mi lado.

– ?Que te pasa?

– El corazon. Angina de pecho.

– ?Te estas muriendo?

Lance un rugido que se abrio paso a traves del dolor.

– ?No pienso morirme! Hay un bote con unas pastillas azules junto a mi cama.

Ella echo a correr y regreso con una pastilla y un vaso de agua. Yo sostuve su mano y, al cabo de un rato, se me paso el dolor. Estaba sudoroso y me temblaba todo el cuerpo.

– ?Se te ha pasado?

– Si, ya paso. No es peligroso, pero duele mucho.

– Tal vez sea mejor que te tumbes a descansar un rato.

– De eso nada.

Caminamos despacio hacia la casa.

– Ve a buscar unos cojines del sofa de la cocina -le dije-. Nos sentaremos un rato aqui fuera en la escalera.

Louise volvio con los cojines y nos sentamos muy juntos, ella con su cabeza sobre mi hombro.

– Me mantendre con vida.

– Piensa en Agnes y en sus muchachas.

– No se si al final saldra.

– Vendran, ya lo veras.

Le aprete la mano. El corazon ya me latia sosegado, pero el dolor seguia acechando en sus entresijos. Aquel era el segundo aviso. Aun podia vivir muchos anos, pero todo tenia un fin, yo tambien.

Nuestra cena festiva se malogro. Cenamos, si, pero no nos quedamos mucho tiempo de sobremesa. Yo subi a mi habitacion y me lleve el telefono. En mi dormitorio habia una toma que nunca utilizaba. Mi abuelo la habia hecho instalar en los ultimos anos, cuando tanto el como mi abuela empezaron a tener achaques. Queria poder llamar si alguno de los dos estaba tan mal que la escalera fuese un obstaculo demasiado largo y pesado de salvar. No fui capaz de decidir si llamar o no. Al final, era ya cerca de la una, pero marque el numero sin el menor reparo. Ella contesto casi de inmediato.

– Disculpa que te despierte a estas horas.

– No, no estaba dormida.

– Solo queria saber si has tomado una decision.

– He estado hablando con las chicas. En cuanto oyen hablar de la isla me gritan que no; ellas no saben lo que implica vivir sin asfalto y sin coches. Les infunde miedo ese cambio.

– Pues tienen que elegir entre el asfalto y tu.

– Creo que yo soy lo mas importante.

– ?Quiere eso decir que os venis?

– No voy a contestarte ahora, a medianoche.

– Pero ?puedo confiar en lo que creo que pasara?

– Si. Pero dejalo ya. Es muy tarde.

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