– No te creo. Puede que estes solo, no lo se. Pero no ha sido esa la razon de que te lanzaras sobre mi.
– Quisiera que pudieras olvidarlo. Perdoname. No deberia beber.
Agnes dejo el cuchillo y se coloco ante mi. Su rostro irradiaba ira y decepcion. No habia nada que yo pudiese decir para disculparme. De modo que empece a llorar. Ante mi asombro, senti que no lloraba para escabullirme. Mi verguenza era autentica.
Agnes se sento en el sofa con el rostro vuelto, mirando a traves de la oscura ventana. Me enjugue las lagrimas y me sone la nariz.
– Se que es imperdonable. Lo lamento, quisiera borrarlo.
– No se que haces ni que te has creido. Si pudiera, me iria ahora mismo. Pero es de noche y no es posible. Asi que me quedare hasta manana.
Se levanto y salio de la cocina. Oi que colocaba una silla contra el picaporte de la puerta. Sali e intente mirar por la ventana. Pero ella habia apagado la luz. Tal vez sospechaba que yo estaria fuera intentando verla. La perra aparecio de entre las sombras, pero la aparte con el pie. En estos momentos no soportaba su presencia.
Aquella noche me quede despierto en la cama. A las seis, baje a la cocina y aplique el oido a la puerta, pero no pude saber si estaba despierta o si seguia dormida. Me sente a esperar. A las siete menos cuarto, abrio la puerta y aparecio en la cocina, ya con la mochila en la mano.
– ?Como puedo salir de aqui?
– Hay calma chicha. Si esperas a que se haga de dia, puedo llevarte yo mismo.
Agnes empezo a ponerse las botas.
– Quisiera decirte algo de lo que paso anoche.
Ella levanto la mano con un gesto energico.
– No hay nada que decir. No eres la persona que yo creia. Quiero marcharme de aqui lo antes posible. Esperare a que claree sentada en el embarcadero.
– Por lo menos, podrias escuchar lo que queria decirte.
Ella no se molesto en contestar. Simplemente, se colgo la mochila al hombro, tomo la maleta y la espada de Sima en la mano y se perdio en la oscuridad.
No tardaria en amanecer. Comprendi que ella no me prestaria atencion si bajaba a hablar con ella en el embarcadero. Asi que me sente a la mesa de la cocina y escribi una carta:
«Las chicas podrian trasladarse aqui. Deja que las hermanas y la gente del pueblo se queden la casa como ellos quieren. Tengo licencia para construir una casa sobre los cimientos de piedra del viejo establo. En el cobertizo hay una habitacion que podria aislarse bien y acondicionarse. Y dos de las habitaciones de la casa nunca se usan. Ademas, si ya tengo una caravana, podria traer otra mas. Aqui no falta el espacio».
Baje al embarcadero. Ella se puso de pie y subio al barco. Le di la carta sin decirle nada. Ella vacilaba, sin saber si aceptarla o no. Finalmente, se la guardo en la mochila.
El mar relucia como un espejo. El ruido del motor rasgaba la calma y espantaba a los patos que, a nuestro paso, iban huyendo hacia mar abierto. Agnes iba sentada en la cubierta de proa, dandome la espalda.
Fondee en la parte mas baja del muelle y apague el motor.
– Aqui para un autobus -le dije-. En aquella pared tienes los horarios.
Ella trepo hasta el muelle sin decir una palabra.
Yo volvi a casa y me acoste a dormir. A mediodia, saque mi viejo rompecabezas de Rembrandt y esparci las piezas sobre la mesa. Volvi a empezarlo desde el principio, aun sabiendo que jamas lo terminaria.
Al dia siguiente de la partida de Agnes se desato un vendaval de componente nordeste. Me desperto el golpeteo de una de las ventanas. El viento era casi huracanado. Me vesti y baje para comprobar las amarras del barco. Habia marea alta. El oleaje se estrellaba contra la cumbre de los acantilados, salpicando la pared del cobertizo. Asegure el ancla con un anclaje extra. El viento aullaba contra las paredes. Cuando yo era nino y el viento soplaba con tal intensidad, me asustaba. Del cobertizo, cuando habia tormenta, emanaban sonidos semejantes a gritos de personas que estuviesen atacandose. Ahora, en cambio, aquel viento me contagiaba una sensacion de seguridad. En aquel momento, en medio del vendaval, me sentia inaccesible.
La tormenta se prolongo dos dias mas. Uno de esos dias, Jansson vino con el correo. En contra de lo habitual, llegaba con retraso. Cuando se aproximo al embarcadero, me conto que se le habia parado el motor entre Roholmen y Hoga Skarsnaset.
– Nunca habia tenido problemas antes -se lamento-. Claro que es normal que el motor falle con este tiempo.
Tuve que soltar un ancla de arrastre y, aun asi, estuve a punto de encallar en las escolleras de Roholmen. Si no hubiera conseguido arrancarlo otra vez, habria naufragado por ahi.
Jamas lo habia visto tan conmocionado. Sin que el me lo pidiera, le sugeri que se sentara en el banco, para tomarle la tension. La tenia un poco alta, pero no mas de lo esperable tras una situacion como la que acababa de vivir.
Volvio a subir al barco, que se mecia chocando contra el embarcadero.
– Hoy no tengo correo -me dijo-. Pero Hans Lundman me encargo que te trajera un periodico.
– ?Por que?
– No lo se. Es de ayer.
Jansson me entrego un ejemplar de uno de los grandes diarios.
– ?No te comento nada?
– Solo que te lo diera. Hans no habla a menos que sea absolutamente necesario, ya lo sabes.
Cuando Jansson empezo a retroceder en contra del fuerte viento, le empuje por la proa para que pudiera salir del embarcadero. Poco falto para que encallase al virar. En el ultimo momento logro que la fuerza del motor lo sacase de la bahia.
Al alejarme del embarcadero descubri un objeto blanco flotando en la orilla, en el lugar donde estaba la caravana. Me acerque y comprobe que se trataba de un cisne muerto. Su largo cuello se enroscaba como una serpiente por entre las algas. Volvi al cobertizo, deje el periodico sobre la estanteria de las herramientas y me enfunde un par de guantes de trabajo. Despues, saque el cuerpo del cisne. Un cordel de nailon se le habia enrollado en las plumas y le habia causado un profundo corte en el cuerpo. Se habia muerto de hambre, al no poder buscar alimento. Coloque el cuerpo sobre una de las rocas. Los cuervos y las gaviotas no tardarian en devorarlo.
– No es para ti -le dije-. Es para otros.
De repente, el rompecabezas empezo a aburrirme. Baje al cobertizo, rebusque hasta encontrar una de las viejas redes de platija y me sente con ella en la cocina, dispuesto a remendarla. Mi abuelo se habia armado de paciencia y me habia ensenado a empalmar cabos y a remendar redes. Mis dedos aun conservaban la tecnica. De modo que estuve alli sentado, remendando carreras, hasta que cayo la tarde. En mi mente mantuve una conversacion con Agnes a proposito de lo que habia sucedido. En el mundo imaginario, podiamos hacer las paces.
Por la noche, cene los restos del pollo. Despues de comer, me tumbe en el sofa de la cocina a escuchar el aullido del viento. Estaba a punto de poner la radio para oir las noticias cuando recorde el periodico que Jansson me habia traido. Cogi la linterna y baje de nuevo al cobertizo.
Hans Lundman no solia hacer nada sin una intencion concreta. Me sente, pues, a la mesa y empece a revisar a conciencia las paginas del diario. En alguna de ellas habia una noticia que el queria que yo viese.
Lo encontre en la pagina numero cuatro, en la seccion internacional. Era una fotografia de una cumbre de dirigentes europeos, presidentes y primeros ministros. Se habian puesto de pie para la foto. En el fondo, se veia a una mujer desnuda que sostenia una pancarta. El texto al pie de la imagen aludia con pocas palabras a la vergonzosa interrupcion. Una mujer vestida con una gabardina negra habia accedido a la sala de la conferencia de prensa con una identificacion falsa. Una vez alli, se quito la gabardina y alzo la pancarta. Varios guardias de seguridad acudieron diligentes a sacarla de la sala. Observe bien la fotografia y senti una punzada en el estomago. En uno de los cajones de la cocina tenia una lupa. Con ella, volvi a inspeccionar la instantanea. Mi desasosiego crecia a medida que se confirmaban mis sospechas. Aquella mujer era Louise. Reconoci su rostro,