– Soy Agnes. Espero no haberte despertado.
– No importa, de todos modos, duermo demasiado.
– Voy a ir a verte.
– ?Estas en el muelle del puerto?
– No, aun no. Pensaba llegar manana, si te va bien.
– Desde luego que si.
– ?Puedes ir a recogerme?
Oi el viento y las olas que se estrellaban contra los acantilados de Norrudden.
– Hace demasiado viento para mi barco. Pero lo arreglare con alguien. ?Cuando llegas?
– A la hora del almuerzo.
– Ya procurare que haya alguien esperandote para traerte.
Se despidio de forma tan brusca como habia comenzado la conversacion. Note que estaba nerviosa. Al parecer, tenia prisa por venir.
Empece a limpiar a las cinco de la manana. Cambie la bolsa de la antigualla que tenia por aspiradora y comprendi que mi casa estaba, una vez mas, llena de polvo.
Me llevo tres horas conseguir que quedase mas o menos limpia. Despues del bano, me seque para entrar en calor y me sente a la mesa de la cocina para llamar a Jansson. Pero en lugar del suyo, marque el numero de la guardia costera. Hans Lundman se encontraba en uno de los barcos, pero me devolvio la llamada quince minutos despues. Le pregunte si podia recoger en el embarcadero a una mujer y traerla a mi casa.
– Ya se que no te esta permitido llevar pasajeros -le dije-. Se que esta prohibido.
– Bueno, podemos hacer una patrulla por tu islote -respondio-. ?Como se llama el pasajero?
– No, es una mujer. No puedes confundirte: solo tiene un brazo.
Hans se parecia a mi. Al contrario que Jansson, ocultabamos nuestra curiosidad y apenas si haciamos preguntas innecesarias. Sin embargo, no creo que Hans anduviese fisgando entre los papeles y pertenencias de sus companeros.
Fui con
Tome la espada y la maleta de Sima, que estaban en el cobertizo, y las lleve a la cocina. Agnes no me habia dicho si pensaba quedarse, pero le prepare la cama en la habitacion del hormiguero.
Habia decidido sacar el hormiguero con la carretilla y asignarle algun lugar del prado, ya cubierto de arbustos y maleza. Pero como tantos otros planes, no habia llegado a ponerlo en practica.
Hacia las once me afeite y elegi una ropa que me puse para desecharla enseguida. Estaba nervioso como un adolescente ante aquella visita. Finalmente, volvi a vestirme con la ropa de siempre, pantalon oscuro, mis botas recortadas y un jersey grueso con algun que otro cabo suelto. Ya por la manana habia sacado un pollo del congelador.
Recorri la casa, quitando el polvo, aunque ya estaba limpio. A las doce me puse el chaqueton y baje al embarcadero a esperarla. No era dia de correo, asi que Jansson no vendria a molestar.
Hans Lundman venia en el gran crucero de la guardia costera. Sus potentes motores se oian desde lejos. Cuando el barco asomo por la bocana de la bahia, me levante del banco. Hans fondeo solo por la proa, pues las aguas eran poco profundas junto al embarcadero. Agnes salio de la cabina de mandos con una mochila colgada al hombro. Hans llevaba el uniforme. Se inclino apoyando las manos sobre la falca.
– ?Gracias! -le grite.
– Tenia que pasar por aqui de todos modos. Vamos a Gotland a buscar un velero sin capitan.
Nos quedamos viendo como retrocedia la gran embarcacion. El cabello de Agnes se agitaba al viento. Senti un deseo casi irrefrenable de besarla.
– Esto es muy hermoso -comento-. He intentado imaginarme tu isla muchas veces. Pero veo que mis figuraciones eran erroneas.
– ?Que veias en tu imaginacion?
– La fronda. Pero no los acantilados de cara al mar abierto.
El perro se nos acerco y Agnes me miro inquisitiva.
– ?No decias que tu perro habia muerto?
– Me dieron otro. Una policia. Es una larga historia. Se llama
Emprendimos la subida hacia la casa. Yo quise llevarle la mochila, pero ella se nego. Cuando entramos en la cocina, lo primero que vio fue la espada y la maleta de Sima. Agnes se sento en una silla.
– ?Fue aqui donde ocurrio? Quiero que me lo cuentes todo. Inmediatamente. Ahora mismo.
Le fui dando cuenta de todos los detalles, tan desagradables que jamas se borrarian de mi memoria. Hasta que se le empanaron los ojos. Mi descripcion resulto mas bien un discurso funebre, no las observaciones clinicas de un suicidio que culmino en la cama de un hospital. Cuando termine, Agnes no me hizo ninguna pregunta. Simplemente, reviso el contenido de la maleta.
– ?Por que lo hizo? -pregunte-. Algo debio de ocurrir para que viniese aqui. Jamas imagine que intentaria quitarse la vida.
– Tal vez porque aqui encontro cierta seguridad. Algo inesperado para ella.
– ?Seguridad? ?Pero si se suicido!
– Quizas esas situaciones sean tan desesperadas, que se precisan unas condiciones de tranquilidad para dar el ultimo paso hacia la muerte. Quien sabe si no encontro esas condiciones aqui, en tu casa. Ella intentaba quitarse la vida de verdad. Sima no queria vivir. El que se hiciera los cortes no suponia un grito de socorro. Se los hizo para no tener que seguir oyendo el eco de sus propios gritos dentro de si.
Le pregunte cuanto pensaba quedarse. Y ella me pregunto si podia quedarse hasta el dia siguiente. Le mostre la cama en la habitacion de las hormigas. Y se echo a reir. Por supuesto, me dijo, podia dormir alli sin problemas. Le dije que habia pollo para cenar. Agnes fue al cuarto de bano y, cuando volvio, se habia cambiado de ropa y se habia recogido el pelo.
Me pidio que le mostrase la isla.
– Hay algo que no te perdonare jamas. Que ya no puedo aplaudir. Es uno de los derechos humanos, poder alegrarse por dentro y despues poder expresarlo entrechocando las palmas de las manos.
Ni que decir tiene que no habia nada que yo pudiese responder. Y ella lo sabia. Vino hacia mi, dandole la espalda al viento.
– Ya lo hacia de nina.
– ?El que?
– Aplaudia cada vez que salia al campo y veia algo hermoso. ?Por que habriamos de aplaudir solo cuando vamos a un concierto o cuando alguien pronuncia un discurso? ?Por que no va uno a aplaudir aqui, en medio de un acantilado? Yo creo que no he visto nunca nada mas hermoso que esto. Te envidio por vivir aqui.
– Yo puedo aplaudir por ti -le propuse.
Agnes asintio y me condujo hasta la roca mas alta y saliente. Mientras ella gritaba ?bravo!, yo aplaudia. Fue una experiencia extraordinaria.
Proseguimos nuestro paseo hasta que llegamos a la caravana, en la parte trasera de la casa.
– No hay ningun coche, ni tampoco ninguna carretera, pero si una caravana -observo-. Y un par de preciosos zapatos de tacon de color rojo.
La puerta estaba abierta y fija con un trozo de madera que yo le habia puesto para que no diese golpes con el