responsabilidad.

Louise no volvio a subir a la casa en todo el dia. Por la noche, baje a la caravana y la encontre tumbada en la cama. Tenia los ojos abiertos, pero dude antes de dar unos golpecitos en la puerta.

– ?Vete de aqui!

Me grito con voz chillona y tensa.

– No puede ser que no podamos hablar de ello.

– Me voy.

– Nadie podra quitarte la isla nunca. No tienes por que preocuparte.

– ?Fuera!

– ?Abre la puerta!

Tantee el picaporte y comprobe que no habia echado la llave. Pero no me dio tiempo a abrirla, pues ella se adelanto y me la estampo en la boca. Me revento los labios y, al caer hacia atras, me golpee la cabeza contra una piedra. Antes de que hubiese logrado levantarme, ella se me vino encima y me golpeo en el rostro con los restos de una vieja cinta de corcho que habia en el suelo.

– Para ya, estoy sangrando.

– Si, pero no lo suficiente.

Logre agarrar la cinta y arrancarsela de las manos. Entonces empezo a golpearme en la frente con el puno. Finalmente, consegui zafarme de su ataque.

Y nos quedamos los dos de pie, jadeando.

– Ven conmigo a casa, debemos hablar.

– Tienes un aspecto horrible. No era mi intencion golpearte con tanta fuerza.

Volvi a la cocina y, cuando me vi la cara, lance un grito. La tenia llena de sangre. Comprendi que no habian sido solo los labios, sino que tambien me habia reventado la ceja derecha. «Me ha dejado KO», pense. «Para algo aprendio a boxear, aunque fue la puerta la que me asesto el peor golpe.»

Me limpie el rostro, envolvi unos cubitos de hielo en un pano y me los aplique contra la boca y el ojo. Paso un buen rato hasta que oi sus pasos al otro lado de la puerta. Al verme, se asusto.

– ?Es muy grave?

– Sobrevivire. Pero las habladurias volveran a correr por el archipielago. Mi hija no solo se desnuda ante los hombres que gobiernan el mundo. Ademas vuelve a casa y se comporta como una loca violenta contra su anciano padre. Tu, que te has dedicado al boxeo, deberias saber como se queda la cara.

– No era mi intencion.

– Por supuesto que si lo era. De hecho, creo que en realidad me matarias antes de permitirme que redactase un testamento en virtud del cual tu quedases desheredada.

– Me indigne.

– No tienes que darme ninguna explicacion. Pero te equivocas. Lo unico que pretendia era ayudar a Agnes y sus muchachas. Ni ella ni yo sabemos por cuanto tiempo. Eso es todo, solo eso. Ni promesas ni regalos.

– Crei que pensabas abandonarme otra vez.

– Yo nunca te abandone. Abandone a Harriet. No sabia ni que existieras. Tal vez, de haberlo sabido, las cosas habrian sido diferentes.

Puse nuevos cubitos en el pano, pero ya tenia el ojo casi cerrado por la inflamacion.

Empezabamos a calmarnos. Nos sentamos a la mesa de la cocina. Me dolia toda la cara. Extendi la mano y la pose sobre la de Louise.

– No voy a arrebatarte nada. Esta isla es tuya. Si no quieres que Agnes venga con sus chicas y que viva aqui mientras encuentran otro hogar, puedes dar por supuesto que les dire que no es posible.

– Siento haberte hecho tanto dano. Pero hace un rato, yo tenia el mismo aspecto, solo que por dentro.

– Bueno, vamos a dormir -propuse-. Manana mis moretones seran perfectos.

Me levante y me fui a mi habitacion. Oi a Louise cerrar la puerta tras de si.

Habiamos estado muy cerca del ojo del huracan. Paso a nuestro lado, pero no llego a envolvernos del todo.

«Aqui esta sucediendo algo», me dije casi animado. «Nada definitivo, pero aun asi… Vamos camino de algo nuevo y desconocido.»

Los dias de diciembre se presentaron nublados y plumbeos. El 12, anote en mi diario que estuvo nevando un rato por la tarde, una nevada leve y escasa que no tardo en cesar. Las nubes pendian inquietas en el cielo.

Las heridas y los moretones de la cara me dolian y sanaban muy despacio. Jansson me observo estupefacto la manana siguiente a la pelea, cuando lo recibi en el embarcadero. Louise bajo a saludarlo. Y le sonrio. Yo intente sonreir tambien, pero sin exito. Jansson no pudo contenerse y pregunto por lo ocurrido.

– Un meteoro -le dije-. Una piedra que cayo del cielo.

Louise seguia sonriendo. Pero Jansson no volvio a preguntar.

Le escribi a Agnes una carta en la que la invitaba a venir a conocer a mi hija. Me contesto pocos dias despues diciendome que todavia era demasiado pronto. Tampoco habia decidido aun si aceptar o no mi oferta. Sabia que no podia dejar que pasara mucho tiempo, pero seguia sin estar segura. Comprendi que continuaba ofendida y decepcionada.

Pero creo que tambien senti cierto alivio al saber que no vendria, pues seguia sin confiar en que Louise no estallase en un nuevo ataque.

Recorriamos juntos la isla todos los dias en compania del perro. Yo escuchaba mi corazon. Me habia acostumbrado a tomarme la tension a diario, un dia en estado de reposo, otro no.

Pero mi corazon latia tranquilo dentro de las costillas. Como un caminante apacible, mi mas fiel companero de viaje al que no habia prestado mucha atencion a lo largo de mi vida. Paseaba por la isla, hacia equilibrio por las resbaladizas rocas, me detenia de vez en cuando y observaba el horizonte. Si me mudaba de aquella isla, lo que mas echaria en falta serian el horizonte y las rocas. Este mar interior que, poco a poco, se transformaba en una cienaga, no siempre despedia un olor agradable. Era un mar poco aseado que olia agrio como la resaca. En cambio el horizonte era limpio, como las rocas.

Cuando daba mis paseos diarios con las botas recortadas, era como si llevase el corazon en la mano. Aunque todas mis constantes estuviesen bien, a veces me sobrevenia el panico. «Voy a morir ahora mismo, dentro de unos segundos se me parara el corazon. Todo habra pasado; la muerte me asesto su golpe de gracia sin que yo estuviese preparado.»

Pense que deberia hablar con Louise de mi temor. Pero no le dije nada.

Se acercaba el solsticio de invierno. Un dia, Louise se sento en mi silla, en medio de la cocina, y me pidio que le sostuviese un espejo. Corto su larga melena con las tijeras de la cocina, se tino el resto de rojo y, al cabo de unas horas, al contemplar el resultado, rio satisfecha.

Ahora se apreciaba mejor su rostro. Era como un seto que hubiesen limpiado de malas hierbas.

Al dia siguiente, me toco a mi el turno. Yo habia intentado oponerme, pero su tozudez me vencio. Asi que me sente en la silla de la cocina mientras ella me cortaba el pelo. Notaba sus dedos ligeros en torno las gruesas tijeras. Me dijo que estaba perdiendo pelo por la coronilla y que, ademas, me quedaria bien el bigote.

– Me encanta tenerte aqui -le dije-. En cierto modo, todo es mas evidente ahora. Antes, cuando observaba mi rostro en un espejo, nunca estaba seguro de lo que veia. Ahora se que me veo a mi, no una cara transitoria que atisbo de pasada.

Louise no respondio. Pero note que le caia una lagrima en la mejilla. Mi hija estaba llorando. Y yo tambien empece a llorar. Ella no dejaba de cortarme el pelo. Ambos lloramos en silencio, ella detras de la silla con las tijeras en la mano, yo con mi toalla sobre los hombros. Nunca nos dijimos nada al respecto despues, tal vez porque nos sentiamos avergonzados, o porque no era necesario.

Esa es una herencia que compartimos mi hija y yo. Ninguno de los dos hablamos sin motivo. Ambos somos bastante callados.

La gente de las islas no suele ser escandalosa ni usar muchas palabras. El horizonte siempre es demasiado grande para expresarlo en palabras.

Un dia, Louise le puso a Carra un lazo rojo en el cuello. El animal no parecio apreciar el detalle, pero tampoco intento quitarselo.

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