por causa del temor. Se expresaba en un tono elevado, con cadencias vibrantes. Sus palabras se precipitaban en mis oidos, jadeantes y con apremio, como un susurro proferido con un soplo de respiracion. Los musculos del estomago se me contrajeron de nuevo.
– ?Hace tres semanas que no tengo noticias tuyas, Gabby! ?Por que no has…?
– ?No podia! He estado… complicada… en algo. ?Necesito ayuda, Tempe!
A traves de la linea llego un tenue chirrido y una serie de sonidos mientras se ajustaba el auricular. Como trasfondo distingui los ecos resonantes de un lugar publico, subrayados por el ruido entrecortado de voces sofocadas y sones metalicos. Mentalmente crei verla en una cabina telefonica, escudrinando cuanto la rodeaba, con incansable mirada y difundiendo su terror como una emisora radiofonica.
– ?Donde estas?
Cogi un boligrafo de los que habian caido en mi escritorio y me dispuse a anotar.
– Estoy en el restaurante La Belle Province, en la esquina de Sainte Catherine y Saint Laurent. ?Ven a buscarme, Temp! ?No puedo salir de aqui!
El tintineo iba en aumento. Gabby estaba cada vez mas agitada.
– He tenido un dia muy pesado, Gabby. Estas a pocas manzanas de tu apartamento. ?No podrias…?
– ?Me matara! ?Ya no puedo controlarlo! Crei que me seria posible, pero no es asi. No puedo protegerlo mas: tengo que protegerme yo. No esta bien, es peligroso. Esta…
Habia ido aumentando el tono de su voz hasta alcanzar la cota de la histeria. De pronto, tras el brusco cambio al idioma frances, se interrumpio. Deje de girar el boligrafo y consulte mi reloj: eran las nueve y cuarto. ?Mierda!.
– De acuerdo. Estare ahi dentro de un cuarto de hora. Estate atenta. Cruzare por Sainte Catherine.
El corazon me latia apresuradamente y me temblaban las manos. Cerre el despacho y fui corriendo hasta el coche con piernas temblorosas. Sentia como si me hubiera tomado un exceso de cafeina.
Capitulo 7
Durante el trayecto mis emociones hacian acrobacias. Habia oscurecido, pero la ciudad estaba muy iluminada. Las ventanas de los apartamentos despedian una suave luz en la parte este del vecindario que rodeaba el edificio de la SQ y de vez en cuando titilaba la luz azulada de un televisor entre la oscuridad nocturna. La gente estaba sentada en terrazas y escaleras, descansaba en sillas al aire libre para celebrar reuniones en la calle. Hablaban y tomaban refrescos, cuando el denso calor de la tarde se habia transformado en el renovador fresco del anochecer.
Envidie su tranquilidad domestica. Ansiaba llegar a casa, compartir un bocadillo de atun con
Tome Rene Levesque hacia St. Laurent y segui por la diestra para volver atras en Chinatown. El barrio se cerraba a causa de la hora, y los ultimos tenderos recogian sus cajas y expositores y los guardaban en el interior de los establecimientos.
El Main se extendia delante de mi en direccion norte desde Chinatown a lo largo del bulevar St. Laurent. El Main es un distrito repleto de tiendecitas,
El Main era en otros tiempos la principal estacion de transbordo para los inmigrantes, los recien llegados atraidos por alojamientos economicos y la consoladora proximidad de sus compatriotas. Se instalaban alli para conocer las costumbres de Canada; los grupos de inmigrantes se congregaban para soportar mejor su desorientacion y para estimular su confianza frente a una cultura extrana. Algunos aprendian frances e ingles, prosperaban y se trasladaban; otros se quedaban, bien porque prefiriesen la seguridad de lo familiar o porque carecian de habilidad para salir adelante. En la actualidad, a aquel nucleo de conservadores y perdedores se ha incorporado un conjunto de marginados y depredadores, junto a una legion de seres impotentes, rechazados por la sociedad y de quienes se aprovechan de ellos. Los forasteros acuden al Main en busca de muchas cosas: oportunidades al por mayor, cenas economicas, drogas, alcohol y sexo. Acuden a comprar, a escandalizarse y a divertirse, pero no se quedan.
Ste. Catherine constituye el limite meridional del Main. Alli gire a la derecha y me detuve en la curva donde Gabby y yo habiamos estado hacia casi tres semanas. Era mas temprano y las prostitutas comenzaban a dividirse el terreno. Los chulos aun no habian llegado.
Gabby debia de estar vigilando. Cuando mire por el retrovisor cruzaba corriendo la calle, con la cartera aferrada en el pecho. Aunque el terror no la impulsaba a plena velocidad, era evidente que lo sentia. Corria como los adultos que desde hace tiempo no practican el desencadenado galope de la infancia, con las largas piernas algo inclinadas, la cabeza agachada. El bolso que pendia del hombro seguia el ritmo de sus pasos forzados. Rodeo el vehiculo, entro y se sento con los ojos cerrados y jadeante. Era evidente que se esforzaba por conservar la compostura pues apretaba los punos con fuerza en un intento de contener su temblor. Nunca la habia visto de aquel modo y me asuste. Gabby siempre se habia sentido inclinada al dramatismo mientras se abria camino entre perpetuas crisis, tanto reales como imaginarias, pero hasta entonces nada la habia alterado hasta tal punto.
Durante unos momentos me mantuve en silencio. Pese a que la noche era calida senti un escalofrio y mi respiracion se volvio tenue y superficial. En la calle sonaban las bocinas, y una prostituta trataba de engatusar a alguien que pasaba en coche. Su voz resonaba por la noche veraniega como un avion de juguete, subiendo y bajando en bucles y espirales.
– ?Vamonos! -Hablo tan quedamente que apenas la oi. Deja vu.
– ?Querras explicarme que sucede? -le pregunte.
Ella levanto la mano como si se protegiera de una reganina. Apoyo contra su pecho la temblorosa mano. Desde el otro lado del vehiculo percibi su temor; su cuerpo estaba calido y difundia olor a sandalo y a transpiracion.
– Lo hare, lo hare. Aguarda un momento.
– ?No me manipules, Gabby! -respondi con excesiva dureza.
– Lo siento. Salgamos de este infierno -dijo al tiempo que hundia la cabeza entre las manos.
De acuerdo, seguiriamos su guion. Ella deberia tranquilizarse y contarmelo a su modo. Pero tendria que darme alguna explicacion.
– ?Te llevo a casa? -le pregunte.
Gabby asintio sin descubrirse la cara. Puse el coche en marcha y nos dirigimos a Carre St. Louis. Llegamos a su edificio sin que dijera palabra. Aunque su respiracion se habia normalizado, aun le temblaban las manos. Volvia a restregarselas entre si, se cogia la una con la otra, las separaba y las unia de nuevo en una extrana danza de panico: la coreografia del terror.
Aparque el coche y pare el motor temerosa del enfrentamiento que iba a producirse. Habia aconsejado a Gabby en problemas sanitarios, conflictos paternos, academicos, religiosos, de autoestima y amorosos, y siempre me habia resultado una tarea agotadora. Invariablemente, en la siguiente ocasion que nos veiamos, ella se mostraba alegre e imperturbable, ya olvidada la catastrofe. No se trataba de que me mostrara indiferente, pero habiamos seguido aquella rutina en muchas ocasiones. Recorde el embarazo inexistente y el monedero robado que habia aparecido bajo los cojines del sofa. No obstante, su intensa reaccion me trastornaba. Por mucho que ansiara disfrutar de aislamiento no me parecia que ella pudiera quedarse sola.
– ?Quieres quedarte en mi casa esta noche?
No respondio. Al otro lado de la plaza un anciano se colocaba un lio bajo la cabeza y se instalaba en un banco