– Esta era su tercera equis.

– ?Que hay ahi?

– ?Que le parece? -pregunte.

– ?Que diablos se! Quiza su perro muerto. -Consulto su reloj-. Bien, entonces tenemos…

– ?No cree que valdria la pena investigarlo?

Me miro unos instantes en silencio. Tenia los ojos azul neon: me sorprendio ligeramente no haber reparado antes en ello. Nego con la cabeza.

– No me parece necesario. No basta. Hasta ahora su idea de un asesino en serie tiene mas tuneles que el Trans Canada. Rellenelos. Consigame algo mas o que Claudel curse una solicitud para que investigue la SQ. Hasta el momento no es asunto nuestro.

Bertrand lo senalo a el, luego a su reloj y por fin apunto a la puerta con el pulgar. Ryan miro a su companero, asintio y luego fijo de nuevo sus ojos en mi.

No dije nada. Examine su rostro en busca de una senal de estimulo. Si existia, no pude encontrarla.

– Tengo que marcharme. Deje el expediente en mi escritorio cuando haya acabado.

– De acuerdo.

– Y… hum… Arriba la moral.

– ?Como?

– Se lo que encontro alli. Ese sinverguenza acaso sea peor que un saco de basura. -Saco una tarjeta del bolsillo y escribio algo en ella-. Puede localizarme en este numero en cualquier momento. Llameme si necesita ayuda.

Al cabo de diez minutos estaba sentada en mi despacho, frustrada y nerviosa. Trataba de concentrarme en otras cosas con escaso exito. Cada vez que sonaba un telefono en algun despacho a lo largo del pasillo miraba el mio de modo instintivo deseando que fuese Claudel o Charbonneau. A las diez y cuarto llame de nuevo.

– Un momento, por favor -dijo una voz. A continuacion anadio-: Aqui Claudel.

– Soy la doctora Brennan -respondi.

El silencio que siguio me sumio en un abismo.

– Oui.

– ?Ha recibido mis mensajes?

– Oui.

Comprendi que seria tan amable como un contrabandista en una inspeccion de Hacienda.

– Me preguntaba que han encontrado sobre Saint Jacques.

Profirio un resoplido.

– Sobre Saint Jacques. Si.

Aunque sentia deseos de arrancarle la lengua a traves de la linea, decidi que la situacion requeria tacto, regla numero uno en el trato y manejo de detectives orgullosos.

– ?Cree que es su verdadero nombre?

– De ser asi, yo soy Margaret Thatcher.

– Bien, ?en que situacion nos encontramos?

Se produjo otra pausa y me parecio verlo levantar el rostro hacia el techo mientras pensaba en el mejor modo de liberarse de mi.

– Le dire donde estamos: en ningun lugar. No hemos conseguido nada en absoluto: ni armas goteando sangre, ni peliculas domesticas, ni notas incoherentes inculpatorias, ni miembros humanos conservados como recuerdo. Nada.

– ?Huellas?

– Ninguna valida.

– ?Efectos personales?

– El tipo tiene aficiones entre graves y austeras. No existian toques decorativos, efectos personales, ropas… ?Ah, si! Una sudadera, un viejo guante de caucho y una manta sucia. Eso es todo.

– ?Por que un guante?

– Tal vez le preocupaban sus unas.

– ?Con que cuentan pues?

– Ya lo vio. Su coleccion de fotos pornograficas, el mapa, los periodicos, los recortes y la lista. ?Ah, y algunos espaguetis franco-americanos!

– ?Nada mas?

– Nada.

– ?Articulos de tocador o de botiquin?

– Nada.

Medite sobre ello unos momentos.

– Parece como si en realidad no viviera alli.

– Si vive alli, es el tipo mas guarro que he conocido. No se cepilla los dientes ni se afeita. No habia jabon, champu ni hilo dental.

Reflexione sobre ello.

– ?Como lo interpreta usted?

– Podria ser que ese chiflado utilizara el lugar como escondrijo para sus verdaderos crimenes y aficiones pornograficas. Tal vez a su madre no le agrade su aficion artistica. Quiza no lo deje follar en casa. ?Como voy a saberlo?

– ?Y que hay de la lista?

– Estamos comprobando los nombres y direcciones.

– ?Alguna en Saint Lambert?

Otra pausa.

– No.

– ?Alguna informacion adicional sobre como pudo hacerse con la tarjeta de Margaret Adkins?

En esta ocasion la pausa fue mas prolongada, la hostilidad mas palpable.

– ?Por que no se atiene a sus obligaciones y deja que nosotros persigamos a los asesinos, doctora Brennan?

– ?Lo es el? -no pude resistirme a preguntarle.

– ?Que?

– Un asesino.

De pronto me encontre con el zumbido de la linea telefonica.

Pase el resto de la manana calculando la edad, sexo y altura de un individuo a partir de un solo cubito. El hueso habia sido encontrado por unos ninos que excavaban en un fuerte cerca de Pointeaux Trembles, y probablemente procedia de un antiguo cementerio.

A las doce y cuarto subi a buscar una coca cola light. Me la lleve al despacho, cerre la puerta y saque mi bocadillo y un melocoton. Sentada frente al rio deje divagar mis pensamientos. Pero fue inutil: como un misil Patriot todos apuntaban hacia Claudel.

El hombre aun rechazaba la idea del asesino en serie. ?Tendria razon? ?Serian las similitudes meras coincidencias? ?Estaria yo elaborando asociaciones inexistentes? ?Sentiria tan solo Saint Jacques un interes morboso por la violencia? Desde luego. Los productores cinematograficos y las editoriales se hacen millonarias con ese mismo tema. Tal vez no fuese el mismo el asesino, quiza solo localizara los crimenes en el mapa o se entregara a una especie de juego de seguimiento. Acaso habia encontrado la tarjeta de credito de Margaret Adkins o se la habia robado antes de que ella muriese y ella no habia llegado a echarla de menos. Quiza… Quiza… Quiza…

No. Aquello no concordaba. Si no habia sido Saint Jacques, habria algun responsable de varias de aquellas muertes. Por lo menos algunas de ellas estaban relacionadas. No deseaba esperar a que apareciese otro cadaver descuartizado para demostrar que tenia razon.

?Cuanto me costaria convencer a Claudel de que yo no era una nena de imaginacion hiperactiva? El se resentia de mi intromision en su territorio, pensaba que me excedia en mis atribuciones. Por ello me habia dicho

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