congestionado y jadeaba; el sudor le perlaba la frente y aplastaba el flequillo que rodeaba su cabeza casi calva. Al descubrirnos, apoyo las manos en las caderas y se inclino para recobrar el aliento. Distingui los aranazos que le habian producido las ramas en el desnudo craneo.

Al cabo de unos momentos se levanto y senalo con el pulgar en la direccion de donde procedia. Con voz entrecortada, como aire que pasara por un filtro obturado, exclamo:

– Sera mejor que vaya alli, Ryan. El condenado perro esta como endemoniado.

Observe de reojo que Poirier se llevaba la mano a la frente y luego al pecho. Una vez mas presenciaba la senal de la cruz.

– ?Como? -Ryan enarco las cejas asombrado.

– DeSalvo se lo llevo a dar una vuelta por el recinto como usted dijo, y el hijo de perra comenzo a dar circulos en determinado lugar y a ladrar como si creyera que Adolf Hitler y todo su maldito ejercito estuvieran enterrados.

Hizo una pausa y anadio:

– ?Escuchenlo!

– ?Y?

– ?Y que? Ese condenado se reventara las cuerdas vocales. Si no acude usted alli en seguida, no dejara de perseguirse su propio rabo.

Contuve una sonrisa: era una imagen muy comica.

– Retenganlo unos momentos. Denle una golosina o un Valium si es necesario. Primero hemos de concluir algo aqui. -Consulto su reloj-. Estare alli dentro de diez minutos.

El agente se encogio de hombros, solto una rama que sostenia y se dispuso a marcharse.

– ?Eh, Piquot!

El hombre volvio su gran rostro.

– Aqui hay un sendero.

– Paciencia -resoplo mientras tanteaba el camino por la enmaranada vegetacion hacia el lugar que Ryan le indicaba.

Pense que lo perderia a los quince metros.

– Y otra cosa, Piquot -prosiguio Ryan.

El hombre se volvio de nuevo.

– No permita que Rin Tin Tin estropee nada.

A continuacion se volvio hacia mi.

– ?Espera a que llegue su cumpleanos, Brennan?

Oimos a Piquot alejarse hasta que se perdio de vista, mientras yo abria la bolsa de uno a otro extremo.

El olor no surgio bruscamente ni me inundo como en el caso de Isabelle Gagnon. Libre de sus limitaciones, se difundio poco a poco hasta imponerse en el ambiente. Lo identifique como tierra y plantas descompuestas y una capa de algo mas. No era el fetido hedor de la putrefaccion sino un olor mas primitivo, que recordaba la muerte, origenes y extinciones, vida reciclada. Yo ya lo habia percibido con anterioridad. Comprendi que el saco contenia algo muerto y no recientemente.

Desee que no se tratara de un perro o un ciervo y separe la abertura con las manos, de nuevo temblorosas, entre las que se estremecia el plastico. Cambie de opinion; ojala fuese un perro o un ciervo.

Ryan, Bertrand y LaManche se aproximaron cuando yo retiraba el plastico roto. Poirier se quedo inmovil como una lapida, cual si hubiera echado raices en el suelo.

Primero vi un omoplato. No era gran cosa, pero suficiente para confirmar que no se trataba de la captura de un cazador ni de un animal domestico. Mire a Ryan, que entornaba los ojos y apretaba las mandibulas por causa de la tension.

– Es un ser humano.

Poirier se persigno de nuevo.

Ryan saco su bloc y paso la pagina.

– ?Que tenemos? -pregunto.

Su voz era mas cortante que la hoja que yo acababa de utilizar.

Movi ligeramente los huesos.

– Costillas, omoplatos, claviculas, vertebras… -Hice una pausa-. Parece que todos son toracicos.

– Esternon -anadi al dar con el.

Tantee entre los huesos buscando mas partes de cuerpo. Los demas observaban en silencio. Al llegar al fondo de la bolsa una gran arana marron se deslizo por mi mano y me subio por el brazo. Distingui sus ojos sobresalientes como pequenos periscopios que buscaban la causa de aquella intrusion. Sus peludas patas, ligeras y delicadas como un panuelo de encaje, rozaron mi piel. Di una sacudida y despedi la arana al espacio.

– Eso es todo -conclui.

Me ergui y retrocedi con un crujido de rodillas.

– El torso sin brazos.

Sentia una especie de escalofrio y no por causa de la arana.

Deje caer los brazos inertes a los costados. No sentia alegria alguna por justificar mi criterio, solo una sensacion embotadora, como si me hallara bajo los efectos de una fuerte impresion. Mi ser emocional se habia cerrado, colgado un cartel e ido a almorzar. Pense que de nuevo habia sucedido: otro ser humano habia muerto. Por alli rondaba un monstruo.

Ryan tomaba notas en su bloc. Le abultaban los tendones del cuello.

– ?Y ahora que? -La voz de Poirier sono chirriante.

– Ahora encontraremos el resto -dije.

Cambronne se colocaba para tomar fotos cuando oimos regresar a Piquot. De nuevo venia a campo traviesa. Al llegar a nuestro lado miro los huesos y susurro una palabrota.

Ryan se dirigio a Bertrand.

– ?Puede quedarse aqui mientras vigilamos al perro?

Bernard asintio; estaba tan rigido como los pinos que nos rodeaban.

– Guardaremos lo que hemos encontrado, y luego investigacion revisara toda esta zona. Enviare a buscarlos.

Dejamos a Bertrand y Cambronne y seguimos a Piquot hacia donde sonaban los ladridos. El animal parecia muy alterado.

Tres horas despues, sentada en una franja de hierba, examinaba cuatro bolsas que contenian restos humanos. El sol estaba en lo alto y sentia su calor en mis hombros, sin aplacar el frio que tenia en mi interior. A cinco metros el perro yacia cerca de su cuidador, con la cabeza ladeada sobre sus enormes patas marrones. Habia sido una gran manana para el.

Esos animales, condicionados para responder al olor de los tejidos corporeos descompuestos o en descomposicion, logran descubrir cadaveres ocultos como los sistemas de infrarrojos identifican el calor. Incluso despues de ser retirados, detectan los antiguos lugares donde se encontro carne corrompida. Son los sabuesos de los muertos.

Aquel perro habia actuado perfectamente centrandose en otros tres lugares mas de enterramiento. En cada ocasion anunciaba su encuentro ladrando con celo, dando dentelladas al aire y rodeando aquel punto en frenetica demostracion. Me pregunte si todos los perros expertos descubridores de cadaveres serian tan apasionados con su trabajo.

Necesitamos dos horas para excavar, procesar y guardar en bolsas los restos; realizamos un inventario preliminar antes de retirarlos y luego registramos cada fragmento oseo en una lista mas detallada.

Mire al perro: parecia casi tan cansado como yo. Solo se movian sus ojos; las orbitas de color chocolate giraban como antenas de radar. Paseaba su mirada sin mover la cabeza.

El animal tenia derecho a estar agotado y tambien yo. Cuando por fin levanto la cabeza, asomo su larga y delgada lengua, que colgo estremecida. Sumida en silencio volvi a enfrascarme en el inventario.

– ?Cuantos?

No lo habia oido acercarse, pero conoci su voz. Me apuntale en mi sitio.

– Bonjour, monsieur Claudel. Comment ca va?

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