ya no bombea y desaparece la presion sanguinea. Francine Morisette-Champoux habia sangrado profusamente.

– En el caso de Margaret Adkins se trato de una figurita metalica. Tambien estaba viva.

Me volvi en silencio a recoger el expediente de Gagnon. Busque las fotos del escenario del crimen y las extendi frente a el. Aparecia el torso dentro de su bolsa de plastico, moteado por el sol de las cuatro de la tarde. Unicamente se habia retirado la cobertura de las hojas. El desatascador seguia en su sitio, su roja copa de caucho encajada entre los huesos pelvicos, el mango proyectandose hacia el cuello cercenado del cadaver.

– Pienso que el asesino de Gagnon clavo ese desatascador con tanta fuerza que empujo el mango por su vientre y lo remonto hasta el diafragma.

Examino largamente las fotos.

– La misma pauta con las tres victimas -repeti-. Penetracion contundente de un objeto extrano cuando la victima aun vive, mutilacion del cadaver, ?le parecen coincidencias, senor Charbonneau? ?Cuantos sadicos pensamos que circulan por ahi?

Se paso los dedos por los cortisimos cabellos y luego tamborileo con ellos en el brazo de su asiento.

– ?Por que no nos informo antes?

– Hasta hoy no habia descubierto la relacion existente con Morisette-Champoux. Contando unicamente con Adkins y Gagnon, no me parecia suficiente.

– ?Que dice Ryan?

– No le he hablado de esto.

Me acaricie instintivamente la costra de la mejilla. Aun parecia que me hubiera enfrentado en un KO tecnico a George Foreman.

– ?Mierda! -murmuro con voz tenue.

– ?Como?

– Creo que comienzo a estar de acuerdo con usted. Voy a tener que vermelas con Claudel. -Nuevo tamborileo con los dedos-. ?Hay algo mas?

– Las senales de las sierras y las pautas de descuartizamiento son casi identicas en los casos de Gagnon y Trottier.

– Si, Ryan nos informo de ello.

– Y esta la desconocida de Saint Lambert.

– ?Una quinta victima? Va usted muy deprisa.

– Gracias. ?Sabemos ya quien es?

El hombre repetia su tamborileo.

Negue con la cabeza.

– Ryan trabaja en ello.

Se paso la carnosa mano por el rostro. Tenia los nudillos cubiertos de unos mechones de vello gris, versiones miniaturizadas del corte de su cabello.

– ?Que opina, pues, sobre la seleccion de victimas?

– Que todas son mujeres -repuse alzando las palmas.

– Magnifico. ?Edades?

– De dieciseis a cuarenta y siete anos.

– ?Caracteristicas fisicas?

– Una mezcla.

– ?Localizaciones?

– Por todo el mapa.

– ?En que se fija, entonces, ese bastardo psicopata? ?En su aspecto? ?En las botas que calzan? ?En los comercios donde compran?

Me abstuve de responderle.

– ?Encuentra algo comun en todas ellas?

– Que un hijo de perra las martiriza y luego las mata.

– Desde luego.

Se inclino hacia adelante, puso las manos en las rodillas y, con los hombros encorvados, profirio un prolongado suspiro.

– Claudel tendra que tragar quina -dijo.

Cuando se hubo marchado llame a Ryan. No estaban el ni Bertrand, por lo que deje un mensaje. Revise los restantes legajos pero apenas encontre nada de interes. Dos camellos liquidados y descuartizados por antiguos companeros de crimenes; un hombre asesinado por su sobrino, despedazado con una sierra electrica y almacenado en el congelador de un sotano: un corte de corriente desperto la atencion del resto de la familia. El torso de una mujer arrojado a las aguas en una bolsa de hockey, cuyos brazos y cabeza se encontraron rio abajo. El marido se declaro convicto.

Cerre el ultimo archivo y descubri que me moria de hambre. Nada sorprendente puesto que eran las dos menos diez. Me compre un bocadillo de queso y jamon y una coca cola en la cafeteria del octavo piso, regrese a mi despacho y me impuse la obligacion de tomarme un respiro. Pero no me era posible y de nuevo trate de localizar a Ryan: aun no habia regresado. Tendria que tomarme el respiro forzosamente. Comence a comerme el panecillo y deje errar mis pensamientos. Gabby: debia olvidarla; era zona prohibida. Claudel: estaba vetado. Saint Jacques: tambien zona prohibida.

Katy. ?Como hacerme comprender por ella? En aquellos momentos, de ningun modo. Por inercia, volvi a pensar en Pete, lo que me produjo una familiar palpitacion en el estomago. Recordaba el hormigueo en la piel, las rapidas pulsaciones, la calida humedad entre mis piernas. Si, habia habido pasion. Me estaba excitando. Le di otro mordisco al bocadillo.

El otro Pete. Las noches de furiosas discusiones, las cenas a solas, la fria capa de resentimiento que aplacaba el deseo. Tome un trago. ?Por que pensaba en Pete con tanta frecuencia? Si tuvieramos la oportunidad de comenzar de nuevo… Gracias, senorita Streisand.

La terapia de relajacion no funcionaba. Volvi a leer el impreso facilitado por Lucie, procurando no ensuciarlo de mostaza. Revise la lista de la pagina tres tratando de desentranar los apartados que Lucie habia tachado, pero sus marcas habian ocultado las letras. A impulsos de la curiosidad borre sus lineas y lei los textos. Dos casos se referian a cadaveres metidos en barriles y luego impregnados de acido. Un nuevo giro en la popularisima incineracion con drogas.

El tercer caso me sorprendio. El numero asignado por el LML correspondia al ano 1990 y el patologo habia sido Pelletier. No figuraba ningun juez de instruccion. En el apartado referente al nombre se leia: singe, mono. Los apartados de los datos correspondientes al nacimiento, fecha de autopsia y causa de muerte estaban vacios. La indicacion «demembrement/post-mortem» habia inducido al ordenador a incluir el caso en la lista de Lucie.

Conclui mi bocadillo y acudi a los archivos centrales a consultar el expediente. Tan solo contenia tres elementos: un informe policial del incidente, una pagina con los comentarios del patologo y un sobre con fotografias. Ojee las fotos, lei los informes y a continuacion fui en busca de Pelletier.

– ?Tiene un momento? -le dije.

El hombre estaba inclinado en el microscopio. Se volvio con las gafas en una mano y el boligrafo en la otra.

– ?Pase, pase! -me invito mientras se colocaba las gafas.

Mi despacho tenia ventana; el suyo disfrutaba de espacio. Se adelanto hacia mi y me senalo una de las dos sillas situadas frente a una mesita baja que estaba ante su escritorio. Saco un paquete de DuMauriers de un bolsillo de su bata y me lo ofrecio. Negue con la cabeza. Habiamos repetido aquel ritual miles de veces. Aunque sabia que yo no fumaba, el siempre me ofrecia. Al igual que Claudel, Pelletier tenia costumbres muy arraigadas.

– ?En que puedo servirla? -dijo al tiempo que encendia su cigarrillo.

– Siento curiosidad por un caso que llevo usted. Se remonta a 1990.

– ?Ah, mon Dieu!, ?como recordar algo tan antiguo? A veces incluso me olvido de mi direccion. -Se inclino hacia mi y, cubriendose la boca, me dijo con tono de complicidad-: La anoto en las cajas de cerillas, por si acaso.

Nos echamos a reir.

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