sabe que ella lo ha traicionado o que lo descubrira tarde o temprano. Por lo tanto, para el observador externo, Danny Buchanan seria la persona que tendria mas motivos para matar a Faith Lockhart.

– Entonces, ?cual es tu plan? -insistio el otro hombre.

– Mi plan -respondio Thornhill con brusquedad- es bien sencillo. En lugar de permitir que Buchanan desaparezca, avisamos al FBI que el y sus clientes han descubierto la duplicidad de Lockhart y que han asesinado tanto a ella como al agente.

– Pero cuando atrapen a Buchanan, este se lo contara todo -se apresuro a replicar el hombre.

Thornhill lo miro como un profesor decepcionado miraria a un alumno. Durante el ultimo ano, Buchanan les habia facilitado todo cuanto habian necesitado; oficialmente, habia dejado de ser imprescindible.

El grupo, poco a poco, cayo en la cuenta.

– Entonces avisamos al FBI «postumamente». Tres muertes. No, tres asesinatos -dijo otro hombre.

Thornhill recorrio la sala con la vista, ponderando en silencio la reaccion de los presentes ante su plan. A pesar de que se habian mostrado reacios a acabar con la vida de un agente del FBI, sabia que para estos hombres tres muertes no significaban nada. Eran de la vieja escuela, que comprendia a la perfeccion que, en ocasiones, los sacrificios eran necesarios. Lo que hacian para ganarse la vida solia implicar desde luego la muerte de otras personas; sin embargo, sus operaciones tambien habian evitado guerras declaradas. Matar a tres para salvar a tres millones, ?a quien se le ocurriria oponerse, aunque las victimas fueran relativamente inocentes? Los soldados que morian en el campo de batalla tambien eran inocentes. Thornhill creia que la accion encubierta, que en los circulos del espionaje recibia el curioso nombre de «tercera opcion», la que se encontraba entre la diplomacia y la guerra declarada, era la que permitia demostrar la valia de la CIA, aunque tambien habia supuesto algunos de sus mayores desastres. Al fin y al cabo, sin riesgo no existia la posibilidad de alcanzar la gloria. Ese seria un buen epitafio para su lapida.

Thornhill no organizo una votacion formal; era innecesaria. -Gracias, caballeros -dijo-. Me ocupare de todo. -Dio por concluida la reunion.

2

La casita de tejas de madera se encontraba al final de una carretera de grava compacta, cuyos arcenes bordeaba una marana de dientes de leon, acederas y pamplinas. La destartalada estructura se alzaba sobre media hectarea de terreno llano despejado, pero estaba rodeada en sus tres cuartas partes por un bosque cuyos arboles intentaban alcanzar la luz del sol a costa de sus congeneres. A causa de las cienagas y otros problemas de urbanizacion, nunca habia habido vecinos en las inmediaciones de la casa, construida hacia ochenta anos. La comunidad mas cercana se hallaba a unos cinco kilometros en coche, pero a menos de la mitad de esa distancia si se tenia el valor de atravesar a pie el frondoso bosque.

Durante gran parte de los ultimos veinte anos la casita rustica habia servido para celebrar fiestas adolescentes improvisadas y, en ocasiones, de refugio para vagabundos sin hogar que buscaban la comodidad y la relativa seguridad que suponian cuatro paredes y un techo, aunque estuvieran en mal estado. El actual propietario de la casita, que la habia heredado recientemente, habia decidido alquilarla. Habia encontrado a un inquilino dispuesto a pagar por adelantado y en metalico el alquiler de todo un ano.

Aquella noche el cesped sin cortar del patio delantero se balanceaba a merced del viento inclemente. Detras de la casa, una hilera de robles gruesos parecia imitar el movimiento del cesped al inclinarse adelante y atras. Aunque pareciera imposible, aparte del viento no habia otro sonido.

Excepto uno.

En el bosque, varios cientos de metros por detras de la casa, un par de pies chapoteaban por el lecho de un arroyo poco profundo. Los pantalones sucios del hombre y las botas empapadas hablaban por si solas de lo dificil que le resultaba orientarse y avanzar por el terreno denso y oscuro, incluso con la ayuda de la luna creciente. Se detuvo para sacudir las botas contra el tronco de un arbol caido.

Lee Adams estaba sudado y helado tras la agotadora caminata. A sus cuarenta y un anos, su cuerpo, de un metro ochenta y siete de altura, era sumamente fuerte. Se entrenaba con regularidad, y los biceps y deltoides asi lo reflejaban. Su trabajo le exigia mantenerse en forma. Pasaba dias interminables sentado en el coche o en una biblioteca o juzgado examinando archivos y microfichas y, de vez en cuando, tambien tenia que trepar arboles, reducir a hombres mas corpulentos que el o, como en esos momentos, abrirse paso a duras penas por bosques plagados de barrancos en la noche mas oscura. No le vendria mal desarrollar los musculos un poco mas. Sin embargo, ya no tenia veinte anos y su cuerpo se resentia.

Lee tenia el pelo grueso, ondulado y de color castano, que siempre parecia caersele sobre la cara, una sonrisa facil y contagiosa, los pomulos marcados y unos atractivos ojos azules que, desde su adolescencia, habian provocado que los corazones de las jovenes palpitaran desbocados. Sin embargo, en el transcurso de su carrera se le habian roto bastantes huesos y habia sufrido varias heridas importantes, por lo que sentia el cuerpo mucho mas viejo de lo que parecia. Y eso era con lo que se encontraba cada manana al levantarse. Los crujidos, los pequenos dolores. ?Tumor cancerigeno o simplemente artritis?, solia preguntarse. ?Que mas daba! Cuando Dios te ficha, lo hace con autoridad. Una buena dieta, entretenerse con pesas o sudar sobre la cinta de andar no cambiaria su decision de dejarte tieso.

Lee levanto la vista. Todavia no distinguia la casita; el bosque era muy frondoso. Toqueteo los botones de la camara que habia sacado de la mochila al tiempo que respiraba para reponer fuerzas. Lee habia efectuado la misma caminata en varias ocasiones, pero nunca habia entrado en la casita. Sin embargo, habia visto cosas mas bien curiosas. Por eso habia regresado, para descubrir los secretos del lugar.

Tras recobrar el aliento, Lee continuo avanzando por el solitario bosque sin mas compania que la de los animales que correteaban por ahi. Habia muchos ciervos, conejos, ardillas e incluso castores en aquella zona todavia rural de la Virginia septentrional. Mientras caminaba, Lee oyo criaturas voladoras e imagino que eran murcielagos rabiosos que echaban espuma por la boca y revoloteaban a ciegas por encima de el. Cada pocos metros, se topaba con una nube de mosquitos. Aunque habia recibido una cuantiosa suma por adelantado, estaba pensando seriamente en pedir que le aumentaran la asignacion diaria.

Cuando se hallaba cerca de la linde del bosque, Lee se detuvo. Estaba acostumbrado a espiar tanto los lugares frecuentados por las personas como sus actividades. Al igual que un piloto al repasar su lista de comprobaciones, lo mejor era actuar con lentitud y de forma metodica. Tambien habia que confiar en que no sucediera algo que obligara a improvisar.

La nariz torcida de Lee constituia una senal permanente de exito de su epoca como boxeador aficionado en la Marina, donde habia exteriorizado toda su agresividad juvenil contra un oponente de su mismo peso y habilidad en un cuadrilatero limitado por lonas atadas. Un par de guantes resistentes, unas manos rapidas y unos pies agiles, una mente cautelosa y un corazon fuerte habian integrado su arsenal. La mayor parte de las veces le habian bastado para conseguir la victoria.

Tras el periodo militar, las cosas le habian ido bastante bien. No era muy rico, ni muy pobre, a pesar de que casi siempre habia trabajado por cuenta propia; tampoco habia estado solo del todo, aunque llevaba divorciado unos quince anos. El unico fruto positivo de su matrimonio acababa de cumplir veinte anos. Su hija era alta, rubia e inteligente y se enorgullecia de haber obtenido una beca para completar sus estudios en la Universidad de Virginia y de haber sido la estrella del equipo femenino de lacrosse. Durante los ultimos diez anos, Renee Adams no habia querido saber nada de su padre. Lee tenia razones de sobra para suponer que era una decision tomada, si no a instancias de su madre, si con su beneplacito. Y pensar que su ex le habia parecido tan agradable durante las primeras citas, tan encaprichada con su uniforme de la Marina, tan entusiasmada por destrozar su cama.

Su ex mujer, una antigua bailarina de striptease llamada Trish Bardoe, se habia casado por despecho con un tipo llamado Eddie Stipowicz, un ingeniero desempleado que tenia problemas con la bebida. Lee creia que el matrimonio acabaria en desastre y habia intentado obtener la custodia de Renee alegando que su madre y su padrastro no podrian mantenerla. Justo en aquella epoca, Eddie, un taimado

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