mequetrefe a los ojos de Lee, invento, casi por casualidad, un microchip de mierda que lo habia hecho multimillonario. Como es obvio, la batalla por la custodia de su hija perdio fuerza. Por si fuera poco, aparecieron reportajes sobre Eddie en el Wall Street Journal, Time, Newsweek y otras publicaciones. Era famoso. Su casa habia aparecido en el Architectural Digest.
Lee habia comprado ese numero del Digest. La nueva casa de Trish era enorme, de un color rojo carmesi o berenjena tan oscuro que a Lee le recordaba el interior de un ataud. Las ventanas eran gigantescas, el mobiliario lo bastante grande como para perderse en el y habia suficientes molduras, paneles y escaleras de madera como para calentar durante un ano un tipico pueblo del Medio Oeste. Tambien habia fuentes de piedra esculpidas con personas desnudas. ?Lee se quedo helado! Una foto de la feliz pareja ocupaba una pagina entera. Lee pensaba que en el pie de foto podian haber escrito: «El Ganso y la Tia Buena hacen fortuna con escaso gusto.»
Sin embargo, a Lee le habia llamado la atencion una foto. Renee aparecia a lomos del semental mas esplendido que jamas habia visto, sobre un campo de cesped tan verde y bien cortado que parecia un estanque. Lee habia recortado la foto con cuidado y la habia guardado en un lugar seguro, en el album familiar.
El articulo, por supuesto, no lo mencionaba; no habia motivos para ello. Sin embargo, lo que le habia molestado era que afirmasen que Renee era hija de Ed.
«La hijastra -habia dicho Lee en voz alta cuando lo leyo-. La hijastra. Jamas podras cambiar eso, Trish.»
Lee no solia envidiar la fortuna de la que ahora gozaba su ex mujer ya que garantizaba que su hija nunca pasaria apuros. Pero, en ocasiones, le dolia.
Cuando se tiene algo durante tantos anos, algo que se ha convertido en parte de uno mismo y se ha amado mas que nada y luego se pierde… Lee trataba de no pensar demasiado en esa perdida. Aunque era un tipo duro y fornido, cuando daba vueltas al enorme vacio que tenia en el centro del pecho, acababa lloriqueando como un nino.
A veces la vida te depara sorpresas, como cuando los medicos te dan el visto bueno y al dia siguiente te mueres.
Lee se miro los pantalones cubiertos de barro y sintio un calambre doloroso en la pierna cansada justo cuando intentaba espantarse un mosquito del ojo. Una casa del tamano de un hotel. Criados. Fuentes. Caballos grandes. Un resplandeciente avion privado… Probablemente todo resultaba un autentico conazo.
Lee apreto la camara contra el pecho. Llevaba un rollo de alta sensibilidad que habia «turboalimentado» al fijar la velocidad de obturacion en 1.600. La pelicula sensible necesita menos luz y si el obturador se abre durante breves periodos de tiempo es poco probable que la camara se mueva o que la vibracion distorsione las fotografias. Lee coloco un teleobjetivo de 600 milimetros y extendio el tripode incorporado al objetivo.
Escudrino entre las ramas rojas de un cornejo y enfoco la parte posterior de la casita. Varias nubes taparon la luna, acentuando la oscuridad. Tomo varias fotografias y luego guardo la camara.
Mientras observaba la casa se percato de que, desde donde estaba, no podria distinguir si habia alguien o no. Lee no veia luces encendidas, pero era posible que hubiera alguna habitacion interior. Ademas, no tenia la parte delantera de la casa a la vista y tal vez hubiera un coche aparcado. Lee habia observado huellas de pisadas y neumaticos en otras ocasiones. No habia mucho mas que ver. Apenas pasaban coches por esa carretera y nunca se veian caminantes o personas haciendo footing. Todos los vehiculos daban media vuelta ya que se habian equivocado de salida. Todos menos uno, claro.
Miro el cielo. El viento habia amainado. Lee calculo que las nubes oscurecerian la luz de la luna durante varios minutos mas. Se colgo la mochila a la espalda, se puso tenso por unos instantes, como si acumulase toda su energia, y salio del bosque con sumo sigilo.
Lee se deslizo en silencio hasta un lugar donde, acuclillado detras de un grupo de arbustos descuidados, abarcaba la parte posterior y frontal de la casa. Mientras escudrinaba la oscuridad, las sombras se atenuaron cuando la luna reaparecio. Parecia vigilarlo perezosamente, como si quisiera saber que estaba haciendo alli.
Aunque un tanto aislada, la casita estaba a solo cuarenta minutos en coche del centro de Washington. Por esa razon, su ubicacion resultaba bastante practica. Lee habia realizado varias pesquisas sobre el propietario y habia averiguado que todo estaba en regla. Sin embargo, le habia costado bastante mas informarse acerca del arrendatario.
Lee saco un artefacto que semejaba una grabadora pero que en realidad era un dispositivo con ganzuas que funcionaba con pilas; tambien extrajo una funda con cremallera y la abrio. Palpo las distintas ganzuas y escogio la que queria. Con una llave hexagonal fijo la ganzua a la maquina. Movia los dedos con destreza y rapidez, incluso cuando las nubes cubrieron de nuevo la luna sumiendolo todo en sombras. Lee lo habia hecho tantas veces que podria haber cerrado los ojos y manipulado los instrumentos del delito con una precision envidiable.
Lee ya habia echado una ojeada a las cerraduras de la casita durante el dia. Eso tambien lo habia inquietado: habia cerrojos de seguridad en todas las puertas exteriores y en los marcos de las ventanas de la primera y de la segunda planta. Todo el material de ferreteria parecia nuevo. ?En una destartalada casa de alquiler perdida en el bosque!
A pesar del frio, una gota de sudor recorrio la frente de Lee mientras pensaba en esos detalles. Toco la 9 milimetros que llevaba en una funda sujeta al cinturon; el tacto del metal lo reconfortaba. Apenas tardo unos segundos en amartillar y asegurar la pistola; una bala en la recamara, el percutor montado y el seguro puesto.
La casita disponia de sistema de seguridad. Eso tambien lo habia asombrado. Si hubiese tenido dos dedos de frente, Lee habria guardado las herramientas del crimen, se habria marchado a casa y le habria dicho a quien le habia encargado el trabajo que la mision habia fracasado. Sin embargo, se enorgullecia de su labor. Seguiria desempenandola al menos hasta que sucediese algo que le hiciera cambiar de idea. Y Lee corria muy deprisa cuando las circunstancias lo requerian.
Entrar en la casa no seria dificil, sobre todo porque Lee contaba con el codigo de acceso. Lo habia obtenido la tercera vez que estuvo alli, cuando las dos personas habian ido a la casita. Lee ya habia confirmado que la zona estaba cableada, por lo que habia acudido preparado. Se habia adelantado a la pareja y habia esperado a que terminaran de hacer lo que estuvieran haciendo dentro. Cuando salieron, la mujer introdujo el codigo de acceso para activar el sistema de seguridad. Lee, oculto tras los mismos arbustos que ahora, disponia de una maravilla de la tecnica electronica que captaba el codigo al vuelo como un jugador de beisbol que recibe limpiamente una pelota en el guante. Todas las corrientes electricas producen un campo magnetico, como un pequeno transmisor. Cuando la mujer alta habia marcado los digitos del codigo, el sistema de seguridad habia enviado una discreta senal al guante de beisbol electronico de Lee.
Se aseguro de que las nubes tapasen la luna, se coloco un par de guantes de latex con almohadillas reforzadas en las yemas de los dedos y en las palmas, preparo la linterna y volvio a respirar a fondo. Al cabo de un minuto salio de los arbustos y se dirigio con sigilo hacia la puerta trasera. Se quito las botas cubiertas de barro y las deposito junto a la puerta. No queria dejar indicios de su visita. Los buenos investigadores privados son invisibles. Lee sostuvo la linterna bajo el brazo mientras introducia la ganzua en la cerradura de la puerta y activaba el dispositivo.
Empleaba el aparato, por un lado, para ganar tiempo y, por otro, porque no habia forzado suficientes cerraduras como para ser un experto al respecto; una ganzua tradicional requeria una practica constante que dotase a los dedos del grado de sensibilidad necesario para detectar la proximidad de la linea del cilindro, el sutil descenso del instrumento a medida que las clavijas de la cerradura comenzaban a saltar. Empleando una ganzua tradicional, un cerrajero experto forzaria la cerradura mucho mas deprisa que Lee con el dispositivo. Era todo un arte y Lee conocia sus limitaciones. Al poco, noto que el pestillo se des-corria.
Cuando abrio la puerta, el pitido del sistema de seguridad rompio el silencio. Lee encontro rapidamente el teclado de control, marco los seis numeros y el pitido se detuvo de inmediato. Mientras cerraba la puerta tras de si penso que ya se le podria acusar de haber cometido un delito grave.