– Los mensajeros han sido enviados para asegurar la libertad de su hermano. -La tranquilizo Sarina. Estaba sacando ropas del armario.

– Esta la cuestion de nuestro matrimonio. Creia que me lo habia ofrecido. El ordeno nuestro matrimonio. No puede volverse atras en su palabra.

– No hubo anuncio -Sarina todavia no encontraba su mirada-. Debo poner balsamo a sus heridas. Despues debe vestirse rapidamente, Isabella, y hacer lo que Don DeMarco ha ordenado.

– No entiendo. Debo verle. ?Por que me envia lejos? ?Que he hecho para desagradarle? -Isabella tuvo una subita inspiracion-. Los leones estaban tranquilos anoche. ?No significa eso que aceptan mi presencia?

– El no la vera, y no cambiara de opinion.

Sarina intentaba ocultar su inquietud, haciendo que Isabella se preguntara que consecuencias de la decision del don temia. No habia duda de que Sarina estaba bien versada en todas las leyendas sobre el don y su palazzo.

Isabella tomo un profundo y tranquilizador aliento. Bueno, si Don DeMarco no la queria como su novia, entonces quizas ambos habia hecho una escapada afortunada. No tenia intencion de conformarse nunca con los deseos de un marido. Ni ahora. Ni nunca.

– Mi espalda esta bien esta manana, grazie. No necesito medicina.

Se levanto rapidamente y deliberadamente se tomo su tiempo lavandose, esperando que el don estuviera paseandose en sus habitaciones, ansioso por su partida. Dejemosle ansioso y que tenga que esperar para su placer. Ignorando las ropas que Sarina habia sacado para ella, se vistio con su vieja ropa desgastada. No necesitaba nada de Don DeMarco aparte de que mantuviera su palabra y rescatara a su hermano.

– Por favor entienda, el desea que usted tenga la ropa. Ha proporcionando una escorta completa para el paso, provisiones, y varios hombres para llevarla a su casa. -Sarina intentaba mostrarse animada.

Los ojos de Isabella llameaban fuego. Ella no tenia casa. Don Rivellio habia confiscado sus tierras y todas las cosas de valor, aparte de las joyas de su madre. Pero no se atrevia a utilizar su ultimo tesoro excepto como recurso para intentar sobornar a los guardias que custodiaban a Lucca. Aun asi, era demasiado orgullosa para senalar lo obvio a Sarina. Isabella habia llegado a Don DeMarco esperando convertirse en sirvienta en su castello. Si el deseaba echarla, ciertamente no iba a suplicarle que la tomara como su novia, o siquiera pedirle refugio. Habia nacido hija de un don. Podia haber corrido salvaje a veces, pero la sangre de sus padres corria profundamente en sus venas. Tenia mucho orgullo y dignidad, y se envolvio en ambos como en una capa.

– No tengo necesidad de nada de lo que el don ha ofrecido. Me abri paso hasta el palazzo sola, y ciertamente puedo encontrar mi camino de vuelta. En cuanto a la ropa, por favor ocupese de que la reciban los que la necesiten. -Mantuvo la mirada de Sarina firmemente, en cada pedazo tan orgullosa como el don-. Estoy lista.

– Signorina… -El corazon de Sarina claramente se lamentaba por la joven.

La barbilla de Isabella se alzo mas alto.

– No hay mas que decir, signora. Le agradezco su amabilidad para conmigo, pero debo obedecer las ordenes de su don y partir inmediatamente. -Tenia que marcharse inmediatamente o podria humillarse a si misma estallando en lagrimas. Habia conseguir la promesa de Don DeMarco de salvar a su hermano, y esa, despues de todo, era la unica razon por la que habia venido. No pensaria en nada mas.

Ni en sus amplios hombros. Ni en la intensidad de su mirada ambar. Ni en el sonido de su voz. No pensaria en el como hombre. Isabella miro hacia la puerta, sus rasgos serenos y decididos.

Sarina abrio la puerta, e Isabella la atraveso. Al momento el frio la golpeo, penetrante, profundo y antinatural. Alli estaba de nuevo… esa sensacion de algo maligno observandola, esta vez con satisfecho triunfo. Su corazon empezo a palpitar. El odio era tan fuerte, tan espeso el aire, que le robo el aliento. Sintio el puso de esta desagradable presencia.

Pero Isabella no podia preocuparse mas por lo de vivir con algo malvado en el castello. Si el don y su gente no sabian o se preocupaban por lo que moraba dentro de sus paredes, no era asunto suyo. Sin mirar ni a derecha ni a izquierda, ni esperar para ver si el ama de llaves la seguia, Isabella se apresuro atraves del laberinto de salones, confiando en su memoria para encontrar el camino de salida. La aterraba marchar pero igualmente la aterraba quedarse.

El frio aire antinatural la siguio mientras se abria paso a traves de los amplios salones. Apunalaba hacia ella como si la atravesara con una espada helada. Aranaba las heridas de su espalda, buscando la entrada a su alma. No pudo evitar un estremecimiento de miedo, y se imagino que oia el eco de una risa burlona. Mientras bajaba las largas y retorcidas escaleras, un ondeo de movimiento la siguio, y podria haber jurado que los retratos en las paredes la miraban. Las lamparas ardientes en los vestibulos llameaban con el extrano viento y salpicaban cerosas y macabras apariciones en el suelo, como si su adversario estuviera celebrando maliciosamente su partida con jubiloso deleite.

Sintio una sensacion retorcida en la region de su corazon cuando salio del castello al viento mordaz de los Alpes. Tomo un aliento de aire fresco y limpio. Al menos la horrorosa sensacion de algo malvado observandola habia desaparecido una vez puertas afuera. Hombres y caballos estaban esperando a que se uniera a ellos. Sin advertencia, los leones empezaron a rugir, desde todas direcciones… las montanas, el valle, el patio, y los intestinos del palazzo… creando un estrepito espantoso. El sonido fue horrendo y aterrador llenando el aire y reververando a traves del mismo suelo. Fue casi peor que la negra sensacion de dentro del castello.

Los caballos se espantaron, luchando con los jinetes, corcoveando y bufando, agitando las cabezas cautelosamente, sus ojos girando de miedo. Los hombres murmuraban a los animales en un intento de calmarlos. La nieve caia en firmes sabanas, convirtiendo a todo el mundo en momias fantasmales.

– Tiene bastante comida -La tranquilizo Sarina, ocultando rapidamente sus manos temblorosas tras la espalda-. Y puse balsamo en el paquete.

– Gracias de nuevo por su amabilidad -dijo Isabella sin mirarla. No lloraria. No habia razon para llorar. No le importaba nada el don. Aun asi, era humillante ser enviada lejos como si ella no importara en absoluto. Lo cual era cierto, supuso Isabella. Ya no tenia tierras ni titulo. Tenia menos que los sirvientes del castello. Y no tenia adonde llevar a su hermano enfermo.

Isabella ignoro la mano solicita de Betto y se subio ella misma a la silla. Su espalda protesto alarmantemente, pero el dolor alrededor de su corazon era mas intenso. Mantuvo su cara oculta a los otros, incluso agradecio la nieve que ocultaria las lagrimas que brillaban en sus ojos. Su garganta ardia de arrepentimiento y furia. De pena.

Decidida hinco los talones en su caballo y fijo el paso, deseando dejar el palazzo y al don lejos tras ella. No miro a los escoltas, fingiendo que no estaban presentes. Los leones continuaban rugiendo una protesta, pero la nieve, que caia mas rapida, ayudaba a amortiguar el sonido. Ella era consciente de que hombres y caballos estaban extremadamente nerviosos. Los leones cazaban en manada, ?verdad? El aliento abandono los pulmones de Isabella en una rafaga.

A menos que ese fuera el terrible secreto que tan bien guardaba el valle. Muchos hombres leales al nombre Vernaducci habian sido enviados para encontrar este valle en el interior de los Alpes, pero nunca habian regresado. Se murmuraba que Don DeMarco tenia un ejercito de bestias para guardar su guarida. ?Estaban cazando ahora? Los caballos daban toda indicacion de que habia cerca depredadores. El corazon de Isabella empezo a palpitar.

Don DeMarco habia actuado de forma extrana, pero seguramente no estaria tan molesto con ella como para quererla muerta. ?Que habia hecho para garantizar su salida del castello? No habia pedido al don que se casara con ella; habia sido el quien insistiera. Ella habia estado dispuesta a trabajar para el, le habia ofrecido su lealtad. ?Si simplemente habia cambiado de opinion sobre tomarla como esposa, la querria muerta?

Isabella miro al capitan de la guardia, intentando evaluar su nivel de ansiedad. Sus rasgos eran duros, petreos, pero urgia a los jinetes a mayor velocidad, y aparentemente todos los hombres estaban pesadamente armados. Isabella habia visto a hombres como el capitan antes. Lucca era un hombre semejante. Sus ojos se movian inquietamente recorriendo los alrededores, y montaba con facilidad en la silla. Pero montaba como un

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