– Los mensajeros han sido enviados para asegurar la libertad de su hermano. -La tranquilizo Sarina. Estaba sacando ropas del armario.
– Esta la cuestion de nuestro matrimonio. Creia que me lo habia ofrecido. El ordeno nuestro matrimonio. No puede volverse atras en su palabra.
– No hubo anuncio -Sarina todavia no encontraba su mirada-. Debo poner balsamo a sus heridas. Despues debe vestirse rapidamente, Isabella, y hacer lo que Don DeMarco ha ordenado.
– No entiendo. Debo verle. ?Por que me envia lejos? ?Que he hecho para desagradarle? -Isabella tuvo una subita inspiracion-. Los leones estaban tranquilos anoche. ?No significa eso que aceptan mi presencia?
– El no la vera, y no cambiara de opinion.
Sarina intentaba ocultar su inquietud, haciendo que Isabella se preguntara que consecuencias de la decision del
Isabella tomo un profundo y tranquilizador aliento. Bueno, si
– Mi espalda esta bien esta manana,
Se levanto rapidamente y deliberadamente se tomo su tiempo lavandose, esperando que el
– Por favor entienda, el desea que usted tenga la ropa. Ha proporcionando una escorta completa para el paso, provisiones, y varios hombres para llevarla a su casa. -Sarina intentaba mostrarse animada.
Los ojos de Isabella llameaban fuego. Ella no tenia casa.
– No tengo necesidad de nada de lo que el
–
La barbilla de Isabella se alzo mas alto.
– No hay mas que decir,
Ni en sus amplios hombros. Ni en la intensidad de su mirada ambar. Ni en el sonido de su voz. No pensaria en el como hombre. Isabella miro hacia la puerta, sus rasgos serenos y decididos.
Sarina abrio la puerta, e Isabella la atraveso. Al momento el frio la golpeo, penetrante, profundo y antinatural. Alli estaba de nuevo… esa sensacion de algo maligno observandola, esta vez con satisfecho triunfo. Su corazon empezo a palpitar. El odio era tan fuerte, tan espeso el aire, que le robo el aliento. Sintio el puso de esta desagradable presencia.
Pero Isabella no podia preocuparse mas por lo de vivir con algo malvado en el
El frio aire antinatural la siguio mientras se abria paso a traves de los amplios salones. Apunalaba hacia ella como si la atravesara con una espada helada. Aranaba las heridas de su espalda, buscando la entrada a su alma. No pudo evitar un estremecimiento de miedo, y se imagino que oia el eco de una risa burlona. Mientras bajaba las largas y retorcidas escaleras, un ondeo de movimiento la siguio, y podria haber jurado que los retratos en las paredes la miraban. Las lamparas ardientes en los vestibulos llameaban con el extrano viento y salpicaban cerosas y macabras apariciones en el suelo, como si su adversario estuviera celebrando maliciosamente su partida con jubiloso deleite.
Sintio una sensacion retorcida en la region de su corazon cuando salio del
Los caballos se espantaron, luchando con los jinetes, corcoveando y bufando, agitando las cabezas cautelosamente, sus ojos girando de miedo. Los hombres murmuraban a los animales en un intento de calmarlos. La nieve caia en firmes sabanas, convirtiendo a todo el mundo en momias fantasmales.
– Tiene bastante comida -La tranquilizo Sarina, ocultando rapidamente sus manos temblorosas tras la espalda-. Y puse balsamo en el paquete.
– Gracias de nuevo por su amabilidad -dijo Isabella sin mirarla. No lloraria. No habia razon para llorar. No le importaba nada el
Isabella ignoro la mano solicita de Betto y se subio ella misma a la silla. Su espalda protesto alarmantemente, pero el dolor alrededor de su corazon era mas intenso. Mantuvo su cara oculta a los otros, incluso agradecio la nieve que ocultaria las lagrimas que brillaban en sus ojos. Su garganta ardia de arrepentimiento y furia. De pena.
Decidida hinco los talones en su caballo y fijo el paso, deseando dejar el
A menos que ese fuera el terrible secreto que tan bien guardaba el valle. Muchos hombres leales al nombre Vernaducci habian sido enviados para encontrar este valle en el interior de los Alpes, pero nunca habian regresado. Se murmuraba que
Isabella miro al capitan de la guardia, intentando evaluar su nivel de ansiedad. Sus rasgos eran duros, petreos, pero urgia a los jinetes a mayor velocidad, y aparentemente todos los hombres estaban pesadamente armados. Isabella habia visto a hombres como el capitan antes. Lucca era un hombre semejante. Sus ojos se movian inquietamente recorriendo los alrededores, y montaba con facilidad en la silla. Pero montaba como un