– Bueno, solo quiero que sepa que he cambiado completamente de opinion con respecto a usted. -Se agacho bajo la gruesa capa para salir del cortante viento-. Y no para bien.

La risa de el fue suave, casi demasiado baja como para que ella la captara.

– Hare lo que pueda para que vuelva a ser la de antes.

Cuando levanto la mirada hacia el, no habia rastros de humor en su cara. Parecia triste y aplastado. Se marcaban lineas en los angulos y planos de su cara, y parecia mas viejo de lo que ella habia creido al principio. Isabella no pudo evitar que su mano se arrastrara hacia arriba para tocar la cara de el, para rozar gentilmente las asperas lineas.

– Siento lo del leon. Se que de algun modo estas conectado con ellos, y sentiste la perdida gravemente.

– Es mi deber controlarlos -respondio el sin inflexion.

Las cejas de ella se alzaron de golpe.

– ?Como es posible que seas responsable de controlar a animales salvajes?

– Basta con decir que puedo y lo hago. -dijo el tensamente, descartando el tema.

Los dientes de Isabella se apretaron en protesta. ?Iba a tener que acostumbrarse que ser sumariamente ignorada? En su casa habia hecho casi lo que habia queria, tomando parte en acaloradas discusiones, incluso en las politicas. Ahora su vida habia cambiado no una vez, sino dos, al antojo del mismo hombre. Habria sido mucho mas facil si el no le hubiera resultado tan atractivo. Bajo sus largas pestanas, sus ojos llamearon hacia el, una llamarada de temperamento que lucho por controlar.

– No esta usted empezando muy bien, Signor DeMarco, si su intencion es cambiar mi opinion sobre usted.

El la miro sobresaltado por un momento, como si nadie hubiera expresado su desagrado antes. El Capitan Bartolmei, que montaba cerca de su don, giro la cabeza, pero no antes de que Nicolai captara la subita sonrisa. Sergio, al otro lado, sufrio en un ataque de tos. El don balanceo la cabeza en direccion a los soldados, y el risueno sonido ceso inmediatamente. Nicolai apreto los brazos alrededor de Isabella.

Isabella iba a la deriva, a salvo y segura en la calidez de los brazos del don. Pero era consciente de la tension entre los tres hombres. En realidad, era mas que los tres hombres. Se extendia por las columnas de hombres, como si estuvieran todos esperando que ocurriera algo. Isabella cerro los ojos y permitio a su cabeza encontrar un nicho sobre el pecho de Don DeMarco. No queria ver u oir nada mas. Se echo la capa sobre la cabeza.

La sensacion de temor persistio de todos modos. Crecia a cada paso que daban los caballos. No era una sensacion de maldad, sino mas bien de anticipacion, de espectacion. Parecia que cada uno de los jinetes sabia algo que ella no. Con un suspiro de resignacion se echo la capucha hacia atras y miro al don.

– ?Que es? ?Que va mal? -El parecia mas distante que nunca. Isabella contuvo el temperamento que siempre conseguia meterla en problemas. Don DeMarco era el que tomaba todas las decisiones. Si ya estaba lamentando su pequeno antojo de regresarla al palazzo, ese no era su problema, y podia parecer tan sombrio como quisiera pero ella no iba a sentirse culpable.

Nicolai no le respondio. Isabella estudio su cara y comprendio que el estaba completamente concentrado en algo mas. Noto que el capitan y Sergio montaban cerca de su don, protectoramene. Volvio la atencion a las manos de el, tan firmes sobre las riendas mientras guiaba al caballo a traves de la nieve. Isabella se sento erguida. Don DeMarco no estaba guiando al caballo. Sergio y el capitan lo estaban haciendo con sus propias monturas. La atencion total del don estaba profundamente centrada dentro de si mismo, y no parecia ser completamente consciente de nada de lo que le rodeaba. Ni siquiera de Isabella.

La expresion de el capto su interes. Estaba luchando internamente… lo sentia… aunque su cara era una mascara de indiferencia. Isabella sabia cosas. Siempre las habia sabido, y ahora mismo era muy consciente de que Nicolai DeMarco estaba luchando una terrible batalla.

Ella sabia que los leones estaban todavia paseando junto a las dos columnas de jinetes, mucho mas lejos que antes pero todavia alli. ?Estaba el don controlando su comportamiento de algun modo? ?Realmente tenia semejante habilidad? La idea era aterradora. Nadie en el mundo exterior aceptaria nunca tal hecho. Seria condenado y sentenciado a muerte. Los rumores eran una cosa… a la gente le encantaba chismorrear, adoraba ser deliciosamente asustada… pero seria algo completamente diferente que Don DeMarco pudiera realmente controlar un ejercito de bestias.

Isabella fue consciente del caballo bajo ellos. Donde antes el animal habia sido firme, se estaba ahora poniendo progresivamente nervioso, danzando, tirando de la cabeza. La capa que la envolvia en su calidez parecia casi haber vuelto a la vida, haciendo que ella oliera al leon salvaje, que sintiera el roce de la melena contra su mejilla.

Don DeMarco refreno a su montura, deteniendo a las columnas de jinetes. Ella pudo sentir el cambio en su respiracion, el aire moviendose a traves de sus pulmones en una rafaga, su aliento calido en la nuca. Entonces el capitan senalo a las dos columnas de jinetes que continuaran avanzando hacia el palazzo. La tormenta amortiguo efectivamente los sonidos de caballos y jinetes mientras desaparecian en el mundo blanco y arremolinante.

Nicolai toco el pelo de Isabella, su mano pesada y grande le recorrio la cabeza y espalda. El roce fue increiblemente sensual, e Isabella se estremecio. El se inclino contra ella colocando su boca cerca del oido.

– Lamento no poder escoltarte de vuelta al palazzo, pero Rolando se ocupara de que llegues a salvo. Yo tengo otros deberes apremiantes-. Esa peculiar nota grunona retumbo profundamente en su garganta, sensual y aterradora al mismo tiempo. Facilmente, fluidamente, el se bajo del caballo, con una mano demorandose en el tobillo de ella.

El aliento de Isabella quedo atascado en su garganta. Ella llevaba botas, pero sintio ese toque intimo directamente a traves de su cuerpo.

– Hay leones, Signor DeMarco. Los siento alrededor de nosotros. No puede quedarse aqui a pie. -senalo ansiosamente-. Nada puede ser tan importante.

– El Capitan Bartolmei se ocupara de que vuelvas al castello. Sarina esta esperandote, y se asegurara de que estes bien cuidada en mi ausencia. Volvere tan pronto como sea posible.- El viento soplaba con fuerza. El pelo del don flameaba en su cara, espeso y peludo, dorado en su coronilla, oscurecido casi hasta el negro cuando caia por su espalda-. Isabella, quedate cerca del capitan hasta que estes a salvo dentro de las paredes de mi hogar. Y escucha a Sarina. Ella solo quiere protegerte.

– Don DeMarco -interrumpio el Capitan-, debe apresurarse.

Todos los caballos estaban resoplando y danzando nerviosamente. La montura de Isabella estaba girando los ojos con miedo, echandola la cabeza hacia atras e intentando retroceder.

Isabela se extendio y cogio el hombro de Nicolai.

– No tiene capa, y hace frio ahi fuera. Por favor venga con nosotros. O al menos vuelva a coger su capa.

Don DeMarco miro la pequena mano enguantada sobre su hombro.

– Mirame, mi senora. Mira mi cara.

Oyo como contenian el aliento, con miedo, los dos hombres que los protegian. No desperdicio con ellos una mirada, miro solo a Nicolai. Por alguna razon que no podia determinar, el le estaba rompiendo el corazon. Parecia tan lejano, tan absolutamente solo. Atrevidamente le enmarco la cara con las palmas de sus manos.

– Te estoy mirando, mio don. Dime que debo buscar. -Su mirada vago sobre la cara marcada de el, tomando nota de las hermosas y esculturales lineas, las profundas cicatrices, la llameante intensidad de sus ojos ambar.

– Dime que ves -ordeno el por segunda vez, con expresion cautelosa.

– Te veo a ti, Don Nicolai DeMarco. Un hombre muy misterioso, pero al que algunos llamarian guapo. -Su pulgar rozo una persistente caricia sobre la mandibula ensombrecida. Isabella descubrio que no podia apartar la vista de su ardiente mirada.

– ?Serias tu uno de esos que llamaran guapo a Don Nicolai DeMarco? -pregunto el, su voz mas baja que antes, haciendo que el viento se las llevara casi antes de que ella captara las palabras. La mano de el subio por su mandibula, cubriendo el punto exacto donde el pulgar de ella le habia acariciado, manteniendo su tacto en la calidez de la palma.

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