cronologico, comenzando por Ezequiel Hodson en 1854. Un jarron con flores descansaba sobre el piso de marmol como tributo. Hazte matar en la linea del deber, y eres un heroe. Que sencillo, que definitivo. Ella no sabia nada acerca de esos hombres cuyos nombres ahora aparecian inmortalizados. Hasta donde sabia, algunos de ellos podian haber sido policias corruptos, pero la muerte habia convertido sus nombres y reputaciones en algo intachable. Permanentes en esa pared, ante ella, casi les tenia envidia.
Camino hasta su auto. Revolviendo en la guantera encontro un mapa de Nueva Inglaterra. Lo desplego sobre el asiento y sopeso dos posibilidades: Nashua, en New Hampshire, o Lithia, en la parte oeste de Massachusetts. Warren Hoyt habia utilizado cajeros en ambos lugares. Se trataba de una mera adivinanza. Una moneda lanzada al aire.
Encendio el motor. Eran las diez y media; no llegaria a la ciudad de Lithia hasta el mediodia.
Agua. Era lo unico en lo que Catherine podia pensar, en ese sabor fresco y limpio recorriendo su boca. Penso en todas las fuentes de las que habia bebido, en los oasis de acero inoxidable de los corredores de hospitales, de los que brotaba agua helada que le salpicaba los labios y el menton. Penso en hielo granizado y la forma en que los pacientes postquirurgicos estiraban sus cuellos y abrian sus labios resecos como pichones de ave para recibir unas pocas y preciosas gotas del precioso elemento.
Y penso en Nina Peyton, atada en su dormitorio, sabiendo que estaba condenada a morir, aunque todavia capaz de pensar unicamente en la terrible sed que la acometia.
«Asi es como nos tortura. Asi es como nos quebranta. Quiere que le roguemos por agua, que le roguemos por nuestras vidas. Quiere el control total. Quiere que reconozcamos su poder».
La habia dejado toda la noche observando la bombilla desnuda y solitaria sobre su cabeza. En varias ocasiones se habia quedado dormida, solo para despertar con un sobresalto, el estomago retorcido de panico. Pero el panico no podia prolongarse por mucho tiempo, y mientras pasaban las horas, y ninguna clase de esfuerzo lograba aflojar las ataduras, su cuerpo parecia retrotraerse a un estado de animacion suspendida. Ella merodeaba alli, en la penumbra pesadillesca entre la negacion y la realidad, con la mente enfocada con exquisita concentracion en su necesidad de agua.
Unos pasos crujieron contra el piso. La puerta se abrio con un chirrido.
Ella recobro en el acto la lucidez. Pronto su corazon golpeaba como un animal que queria escapar de su pecho. Absorbio el aire humedo y viciado, el aire frio del sotano, que olia a tierra y a piedra enmohecida. Su respiracion se producia en lapsos cada vez mas rapidos a medida que los pasos bajaban por las escaleras y luego el estaba alli, parado junto a ella. La luz de la bombilla producia sombras en su cara, convirtiendola en una calavera sonriente con las orbitas vacias.
– ?Quieres un trago, verdad? -dijo. Una voz tan tranquila. Una voz tan sana.
No podia hablar a causa de la tela adhesiva en la boca, pero el pudo adivinar la respuesta en sus ojos febriles.
– Mira lo que tengo, Catherine. -Levanto un vaso y ella escucho el delicioso entrechocar de los cubos de hielo y vio las brillantes gotas de agua que transpiraba la fria superficie del vidrio-. ?No querrias un sorbito?
Ella asintio, sin mirarlo a los ojos, sino mirando el vaso. La sed la estaba volviendo loca, pero lograba adelantarse con el pensamiento, proyectandose mas alla de ese primer sorbo glorioso de agua. Planificando sus movimientos, sopesando sus posibilidades.
El hizo girar el agua, y el hielo sono como una campana contra el vidrio.
– Solo si te portas bien.
«Lo hare», le prometieron sus ojos.
La tela adhesiva le produjo dolor cuando el se la arranco. Su cuerpo estaba totalmente pasivo, y dejo que el colocara una pajita en su boca. Ella tomo un sorbo desesperado, pero era apenas un chorrito contra el fuego devorador de su sed. Volvio a sorber, e inmediatamente comenzo a toser, mientras el agua preciosa se derramaba por las comisuras de su boca.
– No puedo… no puedo tomar acostada -dijo entrecortadamente-. Por favor, dejame sentarme.
El deposito el vaso y la estudio, cada ojo un abismo negro sin fin. Vio a una mujer a punto de desmayarse. Una mujer que debia ser revivida si queria obtener el verdadero placer con su terror.
Comenzo a cortar la tela que le ataba la muneca derecha al barral de la cama.
El corazon de Catherine latia con fuerza, y ella penso que el seguramente lo notaria latir contra el esternon. La atadura derecha quedo liberada, y su mano yacia muerta. No se movio, no tenso un solo musculo.
Hubo un silencio infinito. «Vamos. Corta la atadura de la muneca izquierda. ?Cortala!»
Demasiado tarde advirtio que habia estado conteniendo la respiracion, y que el lo habia notado. Desesperada oyo el chillido de una nueva tela adhesiva que se desprendia del rollo.
«Es ahora o nunca».
Manoteo ciegamente la bandeja de instrumentos, y el vaso de agua salio volando. Los cubos de hielo chocaron contra el piso. Sus dedos se cerraron sobre el acero. ?El escalpelo!
En el momento en que el se acercaba, ella sacudio el escalpelo y sintio que el filo cortaba la carne.
El se aparto de un salto, aullando, agarrandose la mano.
Ella se movio para uno y otro lado, y corto la tela que ataba su muneca izquierda. ?Otra mano libre!
Se incorporo rapido en la cama, y su vision se desdibujo abruptamente. Un dia sin agua la habia dejado debil, y ahora luchaba por enfocar la vista para dirigir la hoja hacia la tela adhesiva que sujetaba su tobillo derecho. Efectuo un tajo a ciegas y el dolor le pellizco la piel. Una patada fuerte y su tobillo quedaria liberado.
Se concentro en la ultima atadura.
El pesado retractor le golpeo la sien, un golpe tan brutal que vio claros resplandores de luz.
El segundo golpe alcanzo su mejilla, y sintio el crujido del hueso.
Nunca recordaria el momento en que dejo caer el escalpelo.
Cuando volvio a la superficie de la conciencia, su cara latia y no podia ver con el ojo derecho. Trato de mover sus miembros, y descubrio que sus munecas y tobillos estaban una vez mas atados a los barrales de la cama. Pero esta vez no le habia tapado la boca; no la habia silenciado.
El estaba de pie encima de ella. Catherine vio las manchas en su remera. «Su propia sangre», advirtio con un salvaje sentido de satisfaccion. Su presa lo habia tajeado y le habia hecho manar sangre. «No soy tan facil de conquistar. El se alimenta con el miedo; no le demostrare un apice de mi miedo».
El tomo un escalpelo de la bandeja y se acerco a ella. Aunque su corazon golpeaba contra el pecho, ella permanecio perfectamente quieta, con la mirada puesta en el. Tanteandolo, desafiandolo. Ahora sabia que su muerte era inevitable, y que con esa aceptacion llegaria la libertad. La valentia de los condenados. Por dos anos ella se habia escabullido como un animal herido en un escondrijo. Por dos anos, habia dejado que el fantasma de Andrew Capra dirigiera su vida. Pero eso se habia terminado.
«Adelante, cortame. Pero no ganaras. No me veras morir vencida».
El toco el abdomen con el filo. Involuntariamente sus musculos se contrajeron. El esperaba ver el miedo en su cara.
Ella solo le mostro una expresion de desafio.
– No puedes hacerlo sin Andrew, ?verdad? -dijo ella-. Ni siquiera se te para. Andrew era el que acababa. Todo lo que tu podias hacer era observarlo.
El apreto la hoja, pinchandole la piel. Aun a traves de su dolor, aun cuando las primeras gotas de sangre se deslizaron, ella mantuvo su mirada fija en la de el, sin mostrarle temor, negandole toda satisfaccion.
– Ni siquiera eres capaz de tener relaciones con una mujer, ?o si? No, tu heroe Andrew tenia que hacerlo. Y el tambien era un perdedor.
El escalpelo vacilo. Se alejo de su piel. Ella lo vio resplandecer bajo la luz mortecina.
«Andrew. La clave es Andrew, el hombre que adora. Su dios».
– Perdedor. Andrew era un perdedor -dijo ella-. ?Sabes por que vino a verme esa noche, verdad? Vino a rogarme.
– No. -La palabra fue apenas susurrada.
– Me pidio que no lo echara. Me lo pidio de rodillas. -Ella se rio, un sonido aspero y sorprendente en ese sombrio lugar de muerte-. Fue patetico. Ese era tu heroe, tu Andrew. Rogandome para que lo ayudara.
La mano que sostenia el escalpelo se cerro. La hoja volvio a apretar su vientre, y sangre fresca volvio a manar y resbalar por el costado. Reprimio con violencia el instintivo respingo, reprimio el grito. En cambio siguio