El sol penetro dentro, realizando un corte a lo largo del lugubre granero, y unas motas de polvo giraron ante la abrupta intromision del aire. Ella se quedo petrificada, observando el auto estacionado dentro.

Era un Mercedes amarillo.

Un sudor helado le bajo por la cara. Todo tranquilo, salvo por una mosca que zumbaba en las sombras. Estaba demasiado tranquilo.

No registro el momento en que abrio su funda y saco el arma. Pero de repente estaba en su mano, mientras se movia hacia el auto. Miro por la ventanilla del conductor, una mirada rapida para confirmar que estaba desocupado. Luego una segunda mirada, mas prolongada, registrando el interior. Su mirada recayo sobre un bulto oscuro que yacia en el asiento de adelante. Una peluca.

«?De donde proviene la mayoria de las pelucas? De Oriente».

La mujer de pelo negro.

Recordo el video de seguridad del hospital el dia en que Nina Peyton fue asesinada. En ninguna de las cintas aparecia Warren Hoyt llegando al ala Cinco Oeste.

«Porque entro en la guardia de cirugia como una mujer, y salio como un hombre.»

Un grito.

Ella giro para enfrentar la casa, con el corazon latiendo a toda velocidad.

«?Cordell?»

Con la velocidad de una bala estaba fuera del granero, corriendo al limite de sus fuerzas entre la maleza, enfilando hacia la puerta trasera de la casa.

Cerrada.

Con los pulmones exhalando pesados bramidos, retrocedio, considerando la puerta, el marco. Abrir puertas a las patadas tiene mas que ver con la adrenalina que con la fuerza muscular. Como policia novata, y en calidad de unica mujer de su equipo, Rizzoli habia sido la unica en recibir la orden de tirar a patadas la puerta de un sospechoso. Era una prueba, y los otros policias creian, y tal vez esperaban, que fallara. Mientras aguardaban el momento de la humillacion, Rizzoli habia reunido todo su resentimiento, toda su furia, en esa puerta. Con solo dos patadas, la abrio haciendo saltar las astillas, y avanzo como un demonio de Tasmania.

La misma adrenalina rugia dentro de ella mientras apuntaba con el arma y lanzaba tres disparos. Sacudio su taco contra la puerta. La madera crujio. Volvio a patear. Esta vez se abrio de par en par y ella se introdujo, avanzando en cuclillas, la mirada y el arma recorriendo simultaneamente el cuarto. Una cocina. Las sombras lo cubrian ya casi todo, pero habia luz suficiente como para ver que no habia nadie mas alli. Vajilla sucia en la pileta. La heladera zumbaba y gorgoteaba.

«?Esta el aqui? ?Estara en el proximo cuarto, esperandome?»

Cristo, deberia haber llevado el chaleco. Pero no se habia imaginado esto.

El sudor resbalaba entre sus pechos, empapando su corpino deportivo. Ubico un telefono en la pared. Se dirigio a el y levanto el auricular. No tenia tono. Ya no habia esperanzas de llamar por refuerzos.

Lo dejo colgando y se coloco a un costado de la puerta. Miro hacia el cuarto de al lado y vio una sala, un sillon mugriento, unas pocas sillas.

?Donde estaba Hoyt? ?Donde?

Avanzo hacia la sala. A mitad de camino, lanzo un gritito de espanto cuando sono su localizador. Mierda. Lo apago, y siguio atravesando la sala.

En la recepcion se detuvo, mirando atonita.

La puerta principal estaba abierta de par en par.

«Salio de la casa».

Salio a la galeria. Mientras los mosquitos revoloteaban sobre su cabeza, reviso el jardin de adelante, mirando la carretera sucia, donde habia dejado su auto, luego la maleza alta y la franja del bosque cercano con su borde desparejo de retonos que avanzaban. Demasiados lugares ahi afuera donde esconderse. Mientras habia estado armando todo ese escandalo como un toro estupido en la puerta de atras, el se habia deslizado por la puerta de adelante y habia huido al bosque.

«Cordell esta en la casa. Encuentrala».

Volvio a la casa y subio apresuradamente las escaleras. Hacia calor en los cuartos de arriba, y faltaba el aire, y ella transpiraba a mares mientras revisaba atolondradamente los tres dormitorios, el bano, los armarios. Nada de Cordell.

Dios, estaba sofocandose ahi arriba.

Volvio a bajar las escaleras, y el silencio de la casa hizo que los pelos de la nuca se le erizaran. Como una revelacion fulminante, supo que Cordell estaba muerta. Que lo que habia escuchado desde el granero debia de haber sido un grito mortal, el ultimo sonido proferido por una garganta moribunda.

Volvio a la cocina. A traves de la ventana por encima de la pileta, tenia una vision sin obstaculos del granero.

«Me vio andando por el pasto, cruzando hacia el granero. Me vio abrir esas puertas. Supo que encontre el Mercedes. Supo que su hora habia llegado. De modo que termino con todo. Y salio corriendo».

La heladera lanzo unos estertores y quedo en silencio. Podia sentir sus propios latidos, golpeando como un tambor de ejecucion.

Fue al volverse que capto la puerta del sotano. El unico lugar que no habia revisado.

Abrio la puerta y vio que la oscuridad acechaba alli abajo. Oh, maldicion, odiaba esto, caminar desde la luz, descender esos pasos hasta lo que sabia que seria una escena de horror. No queria hacerlo, pero sabia que Cordell tenia que estar alli abajo.

Rizzoli revolvio su bolsillo en busca de su linternita. Guiada por su exiguo foco, descendio un peldano, luego otro. El aire se sentia mas frio, mas humedo.

Reconocio el olor de la sangre.

Algo le rozo la cara y ella salto hacia atras, espantada. Luego solto un suspiro de alivio al notar que se trataba de la cadena para encender la luz, colgando encima de las escaleras. Levanto el brazo y tiro de la cadena. No sucedio nada.

Tendria que conformarse con la linternita.

Apunto la luz hacia los escalones de nuevo, alumbrando su camino mientras descendia, sosteniendo el arma cerca de su cuerpo. Tras el calor bochornoso de arriba, el aire de alli abajo parecia casi congelado, y enfriaba la transpiracion de su piel.

Llego al final de las escaleras, y sus zapatos se movieron sobre tierra compacta. Estaba aun mas frio alli abajo, y el olor de la sangre era mas fuerte. El aire estaba viciado y mohoso. Y el silencio. Todo estaba tan silencioso; silencioso como la muerte. El sonido mas alto era el de su propia respiracion, entrando y saliendo de sus pulmones a toda prisa.

Movio la linterna describiendo un arco, y casi grito cuando el haz de luz le devolvio un resplandor. Se quedo apuntando con el arma, el corazon desbocado, y vio que era lo que habia reflejado la luz.

Jarros de vidrio. Altos jarros de farmacia, alineados sobre un estante. No necesito ver los objetos que flotaban dentro para saber lo que contenian esos jarros.

«Sus recuerdos».

Habia seis jarros, cada uno etiquetado con un nombre. Mas victimas de las que hubieran imaginado.

El ultimo estaba vacio, pero el nombre ya estaba escrito en la etiqueta; el recipiente estaba listo y a la espera de su premio. El mejor premio de todos.

Catherine Cordell.

Rizzoli giro sobre sus piernas, zigzagueando con la linterna alrededor del sotano, recorriendo columnas de concreto y piedras de los cimientos, y se detuvo abruptamente en un rincon lejano del lugar. Habia algo negro que salpicaba la pared.

Sangre.

Movio la linterna, y vio directamente sobre el cuerpo de Cordell; tenia las munecas y los tobillos atados con tela adhesiva a la cama. La sangre brillaba, fresca y humeda, sobre su flanco. En uno de los blancos muslos habia una unica huella carmesi, donde el Cirujano habia apretado su mano enguantada sobre la carne, como si quisiera dejar su marca. La bandeja de instrumentos quirurgicos yacia junto a la cama; las herramientas surtidas de un torturador.

«Oh, Dios. Estuve tan cerca de salvarte…»

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