Hubo una pausa.
– Le dare su direccion.
Cuando colgo el telefono, el viejo no pudo volver a dormir. Llevaba cinco anos buscando… Solo para volver a fallar cuando ya estaba tan cerca. Ahora todo dependia de lo que supiera aquella mujer de Washington.
Tenia que ser paciente y esperar a que se traicionara. Enviaria a Kronen, un hombre que no le habia fallado nunca. Kronen tenia metodos propios para extraer informacion… metodos dificiles de resistir. Despues de todo, ese era su mayor talento: la persuasion.
Uno
Washington
Era mas de medianoche cuando sono el telefono.
Sarah lo oyo a traves de una pesada cortina de sueno. El sonido parecia muy lejano, como una alarma que sonara en una habitacion fuera de su alcance. Luchaba por despertarse, pero se veia atrapada en un mundo entre el sueno y la vigilia. Tenia que contestar al telefono. Sabia que la llamaba su esposo Geoffrey.
Habia esperado toda la noche oir su voz. Era miercoles y Geoffrey, en sus viajes mensuales a Londres, siempre llamaba a casa los miercoles. Ese dia, sin embargo, ella se habia acostado temprano, tosiendo y llorosa, victima del ultimo virus de la gripe que atacaba Washington, una cepa especialmente virulenta procedente de Hong Kong que compartia ya con la mitad de sus companeros de trabajo del laboratorio de microbiologia. Habia pasado una hora leyendo en la cama, luchando valientemente por mantenerse despierta. Pero la combinacion de una medicina antigripal y el Diario de Microbiologia habia resultado mas eficaz que ningun somnifero y se habia quedado dormida.
Se desperto con un sobresalto y descubrio que la lampara de la mesilla seguia encendida y todavia tenia la revista sobre el pecho. Veia la habitacion fuera de foco. Se coloco bien las gafas y miro el reloj de la mesilla. Las doce y media. El telefono estaba en silencio. ?Habia sido un sueno?
Se llevo un susto cuando volvio a sonar. Levanto el auricular con rapidez.
– ?Senora Sarah Fontaine? -pregunto una voz de hombre.
No era Geoffrey. Se alarmo y se sento en la cama de golpe, completamente despierta.
– Si, al habla.
– Senora Fontaine, soy Nicholas O'Hara, del Departamento de Estado. Lamento llamarla a esta hora, pero… - hizo una pausa-, me temo que tengo malas noticias.
Sarah sintio que se le contraia la garganta.
Queria gritar, pero solo consiguio emitir un susurro.
– Si. Le escucho.
– Se trata de su esposo. Ha habido un accidente.
La mujer cerro los ojos. Todo aquello le parecia irreal.
– Ha ocurrido hace unas seis horas -prosiguio la voz-. Ha habido un fuego en la habitacion del hotel de su marido -otra pausa-. ?Senora Fontaine? ?Esta usted ahi?
– Si. Por favor, continue.
El hombre se aclaro la garganta.
– Siento decirle esto, senora Fontaine. Su esposo… ha muerto.
Le permitio un momento de silencio, momento en el que ella lucho por controlar su pena. Un acto de orgullo estupido e irracional la llevo a apretar una mano sobre la boca para reprimir un sollozo. Aquel dolor era demasiado intimo para compartirlo con un desconocido.
– ?Senora Fontaine? -pregunto la voz, con gentileza-. ?Se encuentra bien?
Al fin, ella consiguio tomar aliento.
– Si -susurro.
– No tiene que preocuparse por nada. Yo coordinare todos los detalles con nuestro consulado en Berlin. Habra retrasos, por supuesto, pero en cuanto las autoridades alemanas entreguen el cuerpo, no creo que…
– ?Berlin? -lo interrumpio ella.
– Tienen que investigar, claro. Habra un informe completo cuando la policia de Berlin…
– ?Pero eso no es posible!
Nicholas O'Hara se esforzaba por ser paciente.
– Lo siento, senora Fontaine. Su identidad ha sido confirmada. No hay ninguna duda de que…
– Geoffrey estaba en Londres -grito ella.
Siguio un largo silencio.
– Senora Fontaine -dijo el, con una voz irritantemente serena-. El accidente ha ocurrido en Berlin.
– Han cometido un error. Geoffrey estaba en Londres. No podia estar en Berlin.
Hubo otra pausa, mas larga esa vez. Sarah apretaba el auricular contra su oido. Tenia que haber un error. Geoffrey no podia haber muerto. Lo imagino riendo ante la noticia absurda de su muerte. Si, se reirian juntos cuando volviera. Si volvia.
– Senora Fontaine -dijo al hombre al fin-. ?En que hotel se hospedaba en Londres?
– En el Savoy. Tengo el numero de telefono en alguna parte. Tengo que buscarlo…
– No hace falta. Ya lo encontrare. Permitame que haga unas llamadas. Quiza deberia verla por la manana - hablaba con cautela, con el tono monotono de un burocrata que habia aprendido a no revelar nada-. ?Puede pasar por mi despacho?
– ?Como… como lo encontrare?
– ?Vendra en coche?
– No, no tengo coche.
– Le enviare uno.
– Es un error, ?verdad? Quiero decir… ustedes cometen errores, ?verdad? -solo pedia una pizca de esperanza. Un hilo pequeno al que aferrarse. Era lo menos que podia darle.
Pero el se limito a decir:
– Hablaremos por la manana, senora Fontaine. Sobre las once.
– ?Espere, por favor! Perdone, no puedo pensar. ?Como ha dicho que se llamaba?
– Nicholas O'Hara.
– ?Donde esta su despacho?
– No se preocupe. El chofer la traera aqui. Buenas noches.
– ?Senor O'Hara?
Oyo el tono de marcar y comprendio que ya habia colgado. Al instante marco el numero del hotel Savoy en Londres. Una llamada y todo se aclararia.
– Hotel Savoy -contesto una mujer a medio mundo de distancia.
A Sarah le temblaba la mano con tal violencia que apenas podia sostener el auricular.
– Hola. Con la habitacion del senor Geoffrey Fontaine, por favor.
– Lo siento, senora -dijo la voz-. El senor Fontaine se marcho hace dos dias.
– ?Se marcho? -grito Sarah-. ?Pero adonde fue?
– No nos dejo su destino. Pero si desea enviarle un mensaje, podemos remitirselo a su direccion permanente…
Sarah miro el telefono como si fuera algo extrano, que no habia visto nunca. Desvio lentamente la mirada hacia la almohada de Geoffrey. La enorme cama parecia extenderse hasta el infinito. Ella siempre se acurrucaba en una porcion pequena. Y no se movia de su sitio ni siquiera cuando Geoffrey estaba fuera y dormia sola.
Y ahora, quiza el no volviera nunca.
Y ella se quedaria sola en una cama demasiado grande y un apartamento demasiado silencioso. Se estremecio y una oleada de dolor le formo un nudo en la garganta. Deseaba llorar, pero las lagrimas se negaban