Jonathan Van Dam colgo el telefono y salio de la cabina. La noche habia enfriado y se abrocho la gabardina. La idea de regresar al calor del hotel resultaba tentadora. Pero antes tenia que pasar por una farmacia. Necesitaba una excusa, un frasco de antiacido o cualquier otra cosa que explicara su ausencia del hotel.
Entro en una farmacia de veinticuatro horas, busco un frasco de Maalox en los estantes, pago y salio a la calle.
Diez minutos despues llegaba al hotel. Abrio el Maalox, echo una dosis por el lavabo y se puso el pijama. Despues, se tumbo a esperar que sonara el telefono.
Dentro de poco ocurriria algo en Casa Morro. No le gustaba pensar en ello. En todos sus anos en la CIA, nunca habia tomado parte en un tiroteo o una pelea. Y nunca habia matado a nadie en persona. Cuando la violencia era necesaria, utilizaba intermediarios. Hasta la muerte de Claudia habia sido organizada desde una distancia prudente. Cuando el regreso a casa, ya habian limpiado la sangre y encerado el suelo. Parecia que no habia cambiado nada excepto que era libre y muy rico.
Pero un mes mas tarde recibio una nota. «El Vikingo ha hablado conmigo», decia. El Vikingo era el asesino a sueldo, el hombre que habia apretado el gatillo.
Van Dam quedo paralizado de miedo. Penso en huir a Mexico o Sudamerica. Pero no podia decidirse a dejar su casa y sus comodidades. Cuando el viejo se puso al fin en contacto con el, estaba mas que dispuesto a negociar.
Solo le pidieron informacion. Al principio datos menores, el presupuesto de un consulado concreto, el horario de aviones de transporte. Tuvo pocos remordimientos. Despues de todo, no trabajaba para la KGB. El viejo era un empresario que no podia considerarse enemigo. Por lo tanto, el no era un traidor.
Pero las exigencias crecieron poco a poco. Y llegaban siempre sin avisar. Dos timbrazos de telefono seguidos de silencio y Van Dam encontraria un paquete en el bosque o una nota en el hueco de un arbol. Nunca habia visto al viejo y no conocia su verdadero nombre. Le habian dado un numero de telefono que solo podia usar en emergencias. Van Dam se encontraba atrapado por alguien que no tenia nombre ni rostro. Pero no era un mal acuerdo. Estaba seguro. Tenia sus casas, sus trajes buenos y su brandy. Podia decirse que el viejo era un amo muy benigno.
– Es medianoche -dijo Sarah-. ?Donde esta?
Corrie se aparto un mechon de pelo negro de la cara y levanto la vista de su escritorio.
– Simon quiere pruebas.
– Ha visto mi alianza.
– No, quiere verla a usted. Pero desde una distancia segura. Tendra que hacer su papel. Suba arriba, la segunda habitacion a la derecha. Mire en el armario. Creo que el raso verde le ira bien.
– No comprendo.
La mujer sonrio. La luz le daba de lleno en el rostro y Sarah vio por primera vez las arrugas que tenia alrededor de los ojos y la boca. La vida no habia sido amable con aquella mujer.
– Pongase el vestido -dijo-. No hay otro modo.
Sarah subio las escaleras y entro en la habitacion. Habia una cama grande de bronce y un armario lleno de ropa. Se puso el vestido de raso verde y se miro al espejo. La tela se pegaba a sus pechos y los pezones resaltaban claramente. Pero aquel no era momento para modestias. Lo unico que importaba era seguir con vida.
Corrie la observo con ojo critico cuando volvio a bajar.
– Esta muy delgada -musito-. Y quitese las gafas. Puede ver sin ellas, ?no?
– Lo suficiente.
Corrie senalo el escaparate.
– Entre aqui. Yo le guardare el bolso. Abra un libro, si quiere, pero sientese con el rostro hacia la calle para que pueda verla. No sera mucho tiempo.
Se abrieron las pesadas cortinas de terciopelo y Sarah entro en una nube de aire perfumado. Lo primero que le sorprendio fueron los rostros de extranos que la miraban desde la calle. ?Estaria Geoffrey entre ellos?
– Sientate -dijo una de las prostitutas, senalando una silla.
La joven se sento y le pasaron un libro. Lo abrio y miro atentamente la primera pagina. Estaba escrito en holandes, y aunque no podia leerlo, era un escudo entre los hombres de fuera y ella. Lo sujetaba con tanta fuerza que le dolian los dedos.
Permanecio inmovil como una estatua durante lo que le parecio una eternidad. Oia risas procedentes de la calle. Pasos en la acera. El tiempo parecia haberse detenido. Tenia los nervios de punta. ?Donde estaba Geoffrey? ?Por que tardaba tanto?
Entonces, por entre el ruido que la rodeaba, oyo su nombre. El libro se le cayo de las manos al suelo. Palidecio.
Nick la miraba con incredulidad desde el otro lado del cristal.
– ?Sarah?
Su reaccion fue instintiva: echo a correr. Abrio las cortinas de terciopelo y corrio escaleras arriba hasta la habitacion donde habia encontrado el vestido. Era una huida instintiva, el impulso de una mujer alejandose del dolor. Tenia miedo de el. Queria hacerles dano a ella y a Geoffrey. Si podia llegar a la habitacion y cerrarle la puerta…
Pero Nick la sujeto por el brazo antes de que terminara de entrar por la puerta. Sarah se solto y retrocedio hasta que sus piernas chocaron con la cama. Estaba atrapada.
– ?Fuera de aqui! -le grito sin dejar de temblar.
El hombre avanzo con las manos extendidas.
– Sarah, escuchame…
– ?Bastardo! ?Te odio!
Nick seguia acercandose. La joven le golpeo con fuerza la mejilla. Se disponia a pegarle de nuevo, pero el le sujeto las munecas y tiro de ella hacia si.
– No. Escuchame. ?Quieres hacer el favor de escucharme?
– Me has utilizado.
– Sarah…
– ?Fue divertido? ?O tenias la mision de acostarte con la viuda para la CIA?
– ?Callate!
– ?Maldito seas, Nick! -grito ella, debatiendose-. Yo te queria. Te queria… -consiguio soltarse, pero el impulso la arrojo sobre la cama. Nick cayo sobre ella, sujetandole las munecas y cubriendo su cuerpo con el de el. Sarah quedo debajo, sollozando y debatiendose en vano hasta que las fuerzas la abandonaron y se quedo inmovil.
Cuando el vio que dejaba de debatirse, le solto las manos. La beso con ternura en la boca.
– Todavia te odio -dijo ella debilmente.
– Y yo te quiero.
– No me mientas.
Volvio a besarla, esa vez mas despacio, haciendolo durar.
– No miento, Sarah. Nunca te he mentido.
– Trabajabas para ellos desde el comienzo.
– No, te equivocas. No estoy con ellos. Me arrinconaron. Y luego me lo contaron todo. Sarah, puedes dejar de correr.
– Cuando lo encuentre.
– No puedes encontrarlo.
– ?Que quieres decir?
Nick la miro con tristeza.
– Lo siento; esta muerto.
Sus palabras la golpearon como un punetazo. Lo miro atonita.
– No puede estar muerto. Me llamo…
– No fue el. Fue una grabacion de la CIA.
– ?Y que le ocurrio?