– No tan rapido, princesa -exclamo Isobel a su espalda.

Sheere se volvio y se encaro a la muchacha.

– Ahora que sabes algo, tendras que saberlo todo y guardar el secreto -dijo Isobel o-freciendo media sonrisa avergonzada-. Siento lo de antes.

– Buena idea -sentencio Ben-. Adelante.

Sheere alzo las cejas, atonita.

– Tendra que pagar el precio de admision -recordo Siraj.

– No tengo dinero…

– No somos una iglesia, querida, no queremos tu dinero -replico Seth-. El precio es otro.

Sheere recorrio los rostros enigmaticos de los muchachos en busca de una respuesta. El semblante afable de Ian le sonrio.

– Tranquila, no es nada malo -explico Ian-. La Chowbar Society se reune en su local secreto pasada la madrugada. Todos pagamos nuestro precio cuando ingresamos.

– ?Cual es vuestro local secreto?

– Un palacio -respondio Isobel-. El Palacio de la Medianoche.

– Nunca oi hablar de el.

– Porque nadie ha oido hablar de el excepto nosotros -anadio Siraj.

– ?Y cual es ese precio?

– Una historia -respondio Ben-. Una historia personal y secreta que nunca hayas explicado a nadie. La compartiras con nosotros y tu secreto jamas saldra de la Chowbar Society.

– ?Tienes una historia asi? -desafio Isobel mordiendose el labio inferior.

Sheere observo de nuevo a los seis chicos y a la muchacha que la escrutaban cuidado-samente y asintio.

– Tengo una historia como nunca habeis podido oir -dijo finalmente.

– Entonces -dijo Ben frotandose las manos- pongamos manos a la obra.

Mientras Aryami Bose relataba la causa que las habia llevado, a ella y a su nieta, de vuelta a Calcuta tras largos anos de exilio, los siete miembros de la Chowbar Society escoltaban a Sheere a traves de los arbustos que rodeaban las inmediaciones del Palacio de la Medianoche. A los ojos de la recien llegada, el palacio no era mas que un antiguo caseron abandonado a traves de cuya techumbre quebrada podia contemplarse el cielo sembrado de estrellas y entre cuyas sombras sinuosas afloraban los restos de gargolas, columnas y relieves, vestigio de lo que algun dia debio de haberse alzado como un senorial palacete de piedra, fugado de entre las paginas de un cuento de hadas.

Cruzaron el jardin a traves de un estrecho tunel practicado entre la maleza que con-ducia directamente a la entrada principal de la casa. Una ligera brisa agitaba las hojas de los arbustos y silbaba entre las arcadas de piedra del palacio. Ben se volvio y la contemplo exhibiendo una sonrisa de oreja a oreja.

– ?Que te parece? -pregunto, visiblemente orgulloso.

– Diferente -ofrecio Sheere, temerosa de enfriar el entusiasmo del muchacho.

– Sublime -corrigio Ben, siguiendo su camino sin molestarse en contrastar nuevas valoraciones respecto al encanto del cuartel general de la Chowbar Society.

Sheere sonrio para sus adentros y se dejo guiar, pensando en lo mucho que le hubie-ra gustado conocer aquel lugar y a aquellos muchachos en una noche parecida, durante los anos en que les habia servido de refugio y santuario. Entre ruinas y recuerdos, aquel lugar desprendia ese aura de magia e ilusion que solo pervive en la memoria borrosa de los primeros anos de la vida. No importaba que fuera tan solo por una ultima noche; estaba deseando pagar el precio de admision en la casi extinta Chowbar Society.

«Mi historia secreta es en realidad la historia de mi padre. Una y otra son insepara-bles. Nunca le conoci en persona ni guardo mas recuerdos de el que lo que aprendi de labios de mi abuela y a traves de sus libros y sus cuadernos, pero, por extrano que os pue-da parecer, nunca me he sentido tan proxima a nadie en este mundo y, aunque el muriese antes de que yo llegase a nacer, estoy segura de que sabra esperarme hasta el dia en que me reuna con el y compruebe que siempre fue tal y como le imagine: el mejor hombre que nunca hubo en el mundo.

No soy tan diferente de vosotros. No me crie en un orfanato, pero nunca supe lo que era tener una casa o alguien con quien hablar durante mas de un mes, que no fuese mi abuela. Viviamos en los trenes, en casas de desconocidos, en la calle, sin rumbo, sin un lugar que pudiesemos llamar nuestro hogar y al que regresar. Durante todos esos anos, el unico amigo que tuve fue mi padre. Como os digo, aunque el nunca estaba alli, aprendi cuanto se de sus libros y de los recuerdos que mi abuela conservaba de el.

Mi madre murio al darme a luz y he aprendido a vivir con el remordimiento de no poder recordarla ni conservar mas imagen de su personalidad que la vision que mi padre reflejaba de ella en sus libros. De todos ellos, de los tratados de ingenieria y de los gruesos volumenes que nunca llegue a entender, mi favorito siempre fue un pequeno libro de cuentos que el titulo Las lagrimas de Shiva. Mi padre lo escribio cuando todavia no habia cumplido los treinta y cinco anos, y proyectaba la creacion de la primera linea de ferrocarril en Calcuta y la construccion de una revolucionaria estacion de acero que sona-ba realizar en la ciudad. Un pequeno editor de Bombay imprimio no mas de seiscientos ejemplares del libro, de los que mi padre nunca vio ni una rupia. Yo conservo uno. Es un pequeno tomo negro con letras grabadas en oro sobre el lomo que rezan: Las lagrimas de Shiva, por L. Chandra Chatterghee.

El libro tiene tres partes. La primera habla de su proyecto de una nueva nacion cons-truida sobre un espiritu de progreso basado en la tecnologia, el ferrocarril y la electrici-dad. El la llamaba Mi pais. La segunda parte describe una casa, un hogar maravilloso que proyectaba construir para el y su familia en el futuro, cuando consiguiera la fortuna que ansiaba poseer. Describe cada rincon de esa casa, cada estancia, cada color y cada objeto, todo con un detalle que ni los planos de un arquitecto podrian igualar. El llamo a esa parte Mi casa. La tercera parte, titulada Mi mente, es sencillamente una recopilacion de peque-nos relatos y fabulas que mi padre habia escrito desde su adolescencia. Mi favorito es el que da nombre al libro. Es muy breve y os lo contare…»

En una ocasion, hace mucho tiempo, las gentes que vivian en Calcuta, fueron azotadas por una terrible plaga que acababa con las vidas de los ninos y hacia que, poco a poco, los habitantes envejeciesen progresivamente y las esperanzas en el futuro se desva-necian. Para remediarlo, Shiva emprendio un largo viaje en busca de un remedio que curase la enfermedad. Durante su exodo tuvo que enfrentarse a numerosos peligros. Eran tantas las dificultades con que se tropezaba en su camino, que el viaje le mantuvo alejado muchos anos y, cuando volvio a Calcuta, descubrio que todo habia cambiado. En su ausencia, un brujo llegado del otro lado del mundo habia traido un extrano remedio que habia vendido a los habitantes de la ciudad a cambio de un precio muy alto: el alma de los ninos que nacieran sanos a partir de aquel dia.

Esto es lo que vieron sus ojos. Donde antes existia una jungla y chozas de adobe, ahora se levantaba una gran ciudad, tan grande que nadie la podia abarcar con una sola mirada y se perdia en el horizonte fuera cual fuera la direccion en que uno mirase. Una ciudad de palacios. Shiva, fascinado por el espectaculo, decidio encarnarse en hombre y recorrer sus calles ataviado como un mendigo para conocer a los nuevos habitantes de aquel lugar, los hijos que el remedio del brujo habia permitido nacer y cuyas almas le per-tenecian. Pero le esperaba gran decepcion.

Durante siete dias y siete noches, el mendigo camino por las calles de Calcuta y lla-mo a la puerta de los palacios, pero todas se le cerraron. Nadie quiso escucharle y fue objeto de las burlas y el desprecio de todos. Desesperado, vagando por las calles de aque-lla inmensa ciudad, descubrio la pobreza, la miseria y la negrura que se escondian en el fondo del corazon de los hombres. Fue tanta su tristeza, que la ultima noche decidio aban-donar para siempre su ciudad.

Mientras lo hacia empezo a llorar y sin darse cuenta, fue dejando tras de si un rastro de lagrimas que se perdian en la jungla. Al amanecer las lagrimas de Shiva se habian convertido en hielo. Cuando los hombres se dieron cuenta de lo que habian hecho, quisie-ron reparar su error atesorando las lagrimas de hielo en un santuario. Pero, una tras otra, las lagrimas se fundieron en sus manos y la ciudad no volvio nunca jamas a conocer el hielo.

Desde aquel dia, la maldicion de un terrible calor cayo sobre la ciudad y los dioses le volvieron la espalda para siempre, dejandola al amparo de los espiritus de la oscuridad. Los pocos hombres sabios y justos que en ella quedaban rezaban para que, algun dia, las lagrimas de hielo de Shiva cayesen de nuevo desde el cielo y

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