– Soy… -alzo la voz Diagoras, muy digno.
– Es un amigo -lo interrumpio Heracles-. Puedes creerme si te aseguro que tiene mucho que ver con mi presencia aqui, pero no perdamos mas tiempo…
– Cierto -asintio Menecmo-, porque debo trabajar. Tengo un encargo para una familia aristocratica del Escambonidai, y he de terminarlo antes de un mes. Y otras muchas cosas… -volvio a toser: una tos, como sus palabras, sucia y estropeada.
Abandono repentinamente su quehacer en la mesa -los movimientos, siempre bruscos, desajustados- y subio por una de las escalerillas del podio. Heracles dijo, con suma amabilidad:
– Seran solo unas preguntas, amigo Menecmo, y si tu me ayudas acabaremos antes. Queremos saber si te suena de algo el nombre de Tramaco, hijo de Meragro, y el de Antiso, hijo de Praxinoe, y el de Eunio, hijo de Trisipo.
Menecmo, que en lo alto del podio se ocupaba de recoger las sabanas que cubrian la escultura, se detuvo.
– ?Cual es la razon de tu pregunta?
– Oh, Menecmo: si respondes a mis preguntas con preguntas, ?como vamos a terminar pronto? Procedamos con orden: contesta tu ahora a mis cuestiones y yo contestare a las tuyas despues.
– Los conozco.
– ?Por motivos profesionales?
– Conozco a muchos efebos en la Ciudad… -se interrumpio para tirar de una de las sabanas, que se resistia. No tenia paciencia; sus gestos poseian cualidades agonistas; los objetos parecian desafiarlo. Concedio al lienzo la oportunidad de dos intentos breves, casi de advertencia. Entonces apreto los dientes, afirmo los pies en el podio de madera y, lanzando un sucio grunido, tiro con ambas manos. La sabana se desprendio con un ruido como de volcar desperdicios, desordenando las colecciones intangibles de polvo.
La escultura, descubierta al fin, era compleja: mostraba a un hombre sentado a una mesa repleta de rollos de papiros. La base, inacabada, se retorcia con la informe castidad del marmol virgen de cincel. De la cabeza de la figura, que daba la espalda a Heracles y Diagoras, solo era visible la coronilla, tan concentrado parecia estar en lo que hacia.
– ?Alguno de ellos te sirvio de modelo? -pregunto Heracles.
– En ocasiones -fue la laconica respuesta.
– Sin embargo, no creo que todos tus modelos sean tambien actores de tus obras…
Menecmo habia regresado a la mesa de utensilios y preparaba una hilera de cinceles de diferente tamano.
– Les dejo libertad para elegir -dijo sin mirar a Heracles-. A veces hacen ambas cosas.
– ?Como Eunio?
El escultor volvio la cabeza con brusquedad: Diagoras penso que gustaba de maltratar a sus propios musculos como un padre ebrio maltrataria a sus hijos.
– Acabo de saber lo de Eunio, si es a eso a lo que te refieres -dijo Menecmo; sus ojos eran dos sombras fijas en Heracles-. No he tenido nada que ver con su arrebato de locura.
– Nadie ha dicho lo contrario -Heracles levanto ambas manos abiertas, como si Menecmo lo estuviera amenazando.
Cuando el escultor volvio a ocuparse de las herramientas, Heracles dijo:
– Por cierto, ?sabias que Tramaco, Antiso y Eunio participaban en tus obras de incognito? Los mentores de la Academia les prohibian hacer teatro…
Los huesudos hombros de Menecmo se alzaron a la vez.
– Creo haber oido algo parecido. ?Es lo mas necio que he escuchado jamas! -y diciendo esto, volvio a subir por la escalera del podio en dos saltos-. ?Nadie puede prohibir el arte! -exclamo, y propino un cincelazo impulsivo, casi azaroso, en una de las esquinas de la mesa de marmol; el sonido dejo en el aire un ligero vestigio musical.
Diagoras abrio la boca para replicar, pero parecio pensarselo mejor y desistio. Heracles dijo:
– ?Y se mostraban temerosos de ser descubiertos?
Menecmo rodeo la estatua con expresion afanosa, como buscando alguna otra esquina desobediente que castigar. Dijo:
– Supongo. Pero sus vidas no me interesaban. Les ofreci la posibilidad de actuar como coreutas, eso es todo. Ellos aceptaron sin rechistar, y los dioses saben que lo agradeci: mis tragedias, a diferencia de mis estatuas, no me dan fama ni dinero, solo placer, y no es facil encontrar gente que participe en ellas…
– ?Cuando los conociste?
Tras una pausa, Menecmo repuso:
– Durante los viajes que haciamos a Eleusis. Soy devoto.
– Pero tu relacion con ellos no se limitaba a compartir creencias religiosas, ?no es cierto? -Heracles habia iniciado un lento recorrido por el taller, deteniendose a examinar varias obras con el limitado interes que podria manifestar un aristocratico mecenas.
– ?Que quieres decir?
– Quiero decir, oh Menecmo, que los amabas.
El Descifrador se hallaba frente a la figura de un inacabado Hermes con caduceo, sombrero petaso y sandalias aladas. Dijo:
– Sobre todo a Antiso, por lo que veo.
Senalaba el rostro del dios, cuya sonrisa expresaba cierta bella malicia.
– ?Y aquella cabeza de Baco, coronada de pampanos? -prosiguio Heracles-. ?Y ese busto de Atenea? -iba de una figura a otra, gesticulando como un vendedor que quisiera encarecerlas-. ?Yo diria que advierto varios bellos rostros de Antiso repartidos entre las diosas y dioses del sagrado Olimpo!…
– Antiso es amado por muchos -Menecmo reanudo su trabajo con furia.
– Y ensalzado por ti. Me pregunto como te las arreglabas con los celos. Imagino que a Tramaco y a Eunio no les agradaria demasiado esta ostensible inclinacion tuya por su companero…
Por un instante, entre las notas del cincel, parecio que Menecmo jadeaba con fuerza: pero al volver el rostro, Heracles y Diagoras descubrieron que sonreia.
– Por Zeus, ?crees que yo les importaba mucho?
– Si, puesto que accedian a ser tus modelos y actuar en tus obras, desobedeciendo asi los sagrados preceptos que recibian en la Academia. Creo que te admiraban, Menecmo: que, por ti, posaban desnudos o vestidos de mujer, y que, cuando el trabajo finalizaba, empleaban sus desnudeces o sus vestimentas androginas para tu deleite… y se arriesgaban, de este modo, a ser descubiertos y deshonrar a sus familias…
Menecmo, sin dejar de sonreir, exclamo:
– ?Por Atenea! ?Crees de veras que valgo tanto como artista y como hombre, Heracles Pontor?
Heracles replico:
– Para los espiritus jovenes, que, al igual que tus esculturas, se hallan aun inacabados, cualquier tierra es buena para echar raices, Menecmo de Carisio. Y mejor que ninguna, la que abunda en estiercol…
Menecmo no parecio escucharle: se dedicaba en aquel momento, con gran concentracion, a esculpir ciertos pliegues de la ropa del hombre. ?Cling! ?Cling! De repente empezo a hablar, pero era como si se dirigiera al marmol. Su aspera y desigual voz ensuciaba de ecos las paredes del taller.
– Yo soy un guia para muchos efebos, si… ?Piensas que nuestra juventud no necesita de guias, Heracles? ?Acaso… -y parecia emplear su creciente irritacion en aumentar la fuerza del golpe: ?Cling!-… acaso el mundo que van a heredar es agradable? ?Mira a tu alrededor!… Nuestro arte ateniense… ?Que arte?… ?Antes, las figuras estaban llenas de poder: imitabamos a los egipcios, que siempre han sido mucho mas sabios!… -?Cling!-. Y ahora, ?que hacemos? ?Disenar formas geometricas, siluetas que siguen estrictamente el Canon!… ?Hemos perdido espontaneidad, fuerza, belleza!… -?Cling! ?Cling!-. Dices que dejo inacabadas mis obras, y es cierto… Pero ?adivinas por que?… ?Porque soy incapaz de crear nada de acuerdo con el Canon!…
Heracles quiso interrumpirle, pero el limpio comienzo de su intervencion quedo sumido en el lodazal de golpes y exclamaciones de Menecmo.
– ?Y el teatro!… ?En otra epoca, el teatro era una orgia donde aun los dioses participaban!… Pero con Euripides, ?en que se convirtio?… ?En dialectica barata a gusto de las nobles mentes de Atenas!… -?Cling!-. ?Un