hacen de guardaespaldas, y son sus distribuidores en la costa. La protegen principalmente contra los Fumetas. No se que haran los Tullidos cuando vean que somos nosotros. No quieren problemas con los federales si pueden evitarlos.
– Conviene que sepan que Evelda es seropositiva -dijo Starling-. Contrajo el virus compartiendo las agujas con Dijon. Se entero en el calabozo de la comisaria y no le hizo ninguna gracia. Fue el dia que mato a Marsha Valentine y se enfrento a los funcionarios de la prision. Si no va armada y les planta cara, pueden esperar que les eche encima cualquier fluido de que disponga. Les escupira y les mordera, les meara o defecara encima si intentan reducirla cuerpo a cuerpo; asi que los guantes y las mascarillas son imprescindibles. Si tienen que meterla en el coche patrulla, antes de ponerle la mano en la cabeza asegurense de que no lleva una aguja escondida entre el pelo, e inmovilicenle los pies.
Burke y Hare ponian cara de circunstancias. El oficial Bolton tampoco parecia muy feliz. Indico con la papada la desgastada Colt 45 de reglamento con cinta adhesiva alrededor de las cachas que Starling llevaba en una cartuchera yaqui tras la cadera derecha.
– ?Va siempre por ahi con esa cosa amartillada? -quiso saber.
– Amartillada y con el cerrojo echado, cada minuto del dia -le contesto Starling.
– Eso es peligroso -opino Bolton.
– Salga a la calle de vez en cuando y se lo explicare, oficial – replico Starling.
Brigham corto la discusion.
– Bolton, entrene a Starling cuando fue campeona de tiro con pistola de combate de todos los servicios tres anos seguidos, asi que no te preocupes por su arma. ?Como te llamaban los del equipo de rescate de rehenes, los vaqueros de velero, despues de que les dieras una paliza, Starling? ?Anni [3] Oakley?
– Oakley la Letal -dijo ella, y miro por la ventanilla.
Starling se sentia sola y deprimida compartiendo con aquellos hombres la maloliente furgoneta de vigilancia. Chaps, Brut, Old Spice, sudor y cuero. El miedo sabia como un penique bajo su lengua. Una imagen mental: su padre, que olia a tabaco y jabon fuerte, en la cocina, pelando una naranja con la navaja, que habia desmochado, y compartiendo los gajos con ella. Las luces traseras de la camioneta de su padre desapareciendo la noche que salio de patrulla para no volver nunca. Su ropa en el armario. La camisa que se ponia para ir al baile. Unas cuantas prendas buenas que ahora estaban en su propio armario y que ella nunca se habia puesto. Tristes ropas de fiesta en las perchas, como juguetes en el desvan.
– Llegaremos en unos diez minutos -dijo el conductor, volviendose.
Brigham echo un vistazo por el parabrisas y miro su reloj.
– Este es el plan -dijo. Tenia un diagrama dibujado a toda prisa con rotulador y un plano borroso que el Departamento de Inmuebles le habia enviado por fax-. El edificio del mercado de pescado esta en una manzana de almacenes y naves a lo largo del rio. La calle Parcell muere en la avenida Riverside formando una placita frente al mercado. La parte trasera del edificio da al rio. Hay un embarcadero que tiene la anchura del edificio, justo aqui. Ademas del mercado, que ocupa la planta baja, esta el laboratorio de Evelda. Se entra por esta puerta, al lado de la marquesina del mercado. Evelda tendra hombres vigilando mientras prepara la droga, por lo menos en las tres manzanas de alrededor. Ya le han avisado otras veces a tiempo para deshacerse del material. Asi que el equipo de la DEA que va en la tercera furgoneta llegara en una barca de pesca al muelle a las quince horas. Podemos acercarnos mas que nadie con esta furgoneta, hasta situarnos delante de la puerta, un par de minutos antes de la incursion. Si Evelda intenta escapar por delante, la atraparemos. Si se queda dentro, derribaremos esa puerta en cuanto los otros entren por detras. La segunda furgoneta es nuestro apoyo, siete agentes que entraran a las quince horas, a no ser que los llamemos antes.
– ?Y como nos las vamos a arreglar con la puerta? -pregunto Starling.
Burke hablo por primera vez.
– Si la cosa parece tranquila, con el ariete. Si oimos disparos, entonces «Avon llama a su puerta» -dijo, dando unas palmaditas a su escopeta.
Starling sabia de que hablaba; «Avon llama a su puerta» era un casquillo de escopeta Magnum de tres pulgadas, lleno de fino polvo de plomo, que reventaba la cerradura sin herir a quienes estuvieran en el interior.
– ?Y los hijos de Evelda? ?Sabemos donde estan?
– Nuestro informador la ha visto dejarlos en la guarderia -le explico Brigham-. Ese tio esta al tanto de la vida familiar de Evelda. Tan al tanto como se puede estar tirandosela con condon.
Los auriculares de la radio de Brigham produjeron un chirrido y el observo el trozo de cielo visible desde la ventanilla trasera.
– Puede que esten informando sobre el trafico -comunico a traves del microfono que llevaba al cuello. Luego se dirigio al conductor-: Fuerza Dos ha visto un helicoptero de noticias hace un minuto. ?Ves algo tu?
– No.
– Mas vale que este ahi por el trafico. Vamos a atarnos los machos.
Setenta kilos de nieve carbonica no mantienen frescas a cinco personas dentro de una furgoneta de metal un dia caluroso, especialmente cuando se estan poniendo chalecos antibalas. Cuando Bolton alzo los brazos, quedo claro que unas gotas de Canoe no son lo mismo que una ducha.
Clarice Starling se habia cosido hombreras en la camisa del traje de faena para soportar el peso del chaleco de kevlar, en teoria a prueba de balas. El chaleco, pesado por si mismo, llevaba una placa de ceramica en la parte de delante y otra en la espalda.
Tragicas experiencias habian demostrado la necesidad de la placa dorsal. Echar una puerta abajo y dirigir una batida con un equipo al que no conoces, compuesto por individuos con diferentes niveles de entrenamiento, es una empresa mas peligrosa de lo que cabria suponer. El fuego amigo te puede destrozar la columna mientras encabezas un grupo de asustados novatos.
A tres kilometros del rio, la tercera furgoneta se separo para llevar al equipo de la DEA a su cita con la barca pesquera, mientras que la segunda se mantuvo a discreta distancia del vehiculo blanco camuflado.
El barrio se deterioraba a ojos vista. Un tercio de los edificios estaban condenados con tablones, y coches calcinados descansaban sobre cajas junto al bordillo de la acera. Los jovenes holgazaneaban por las esquinas, delante de los bares y los pequenos supermercados. Un grupo de chicos jugaba alrededor de un colchon que ardia en la acera.
Si Evelda habia puesto vigias, era imposible distinguirlos entre los merodeadores habituales. Cerca de las licorerias y en el aparcamiento del supermercado habia hombres conversando en el interior de los coches.
Un Impala descapotable con cuatro jovenes afroamericanos aparecio en el escaso trafico y se coloco tras la furgoneta. Los amortiguadores hacian brincar la parte delantera del coche, como en homenaje a las chicas con las que se cruzaban, y el retumbar del estereo hacia vibrar las paredes de la furgoneta.
A traves de las ventanillas traseras, Starling comprobo que los chicos del descapotable no suponian ninguna amenaza. Los Tullidos solian utilizar un sedan grande o una ranchera lo bastante viejos como para pasar inadvertidos en el vecindario, con las ventanillas traseras completamente bajadas, y dentro, tres o a veces cuatro de ellos. Hasta un equipo de baloncesto en un Buick puede resultarle siniestro a cualquiera incapaz de mantener la sangre fria.
Mientras esperaban ante un semaforo, Brigham destapo el visor del periscopio y le dio una palmada en la rodilla a Bolton.
– Echa un vistazo, a ver si reconoces a alguna celebridad local en la acera -le ordeno.
El objetivo del periscopio estaba disimulado en el ventilador del techo, y solo permitia la vision lateral.
Bolton hizo girar el periscopio y se aparto frotandose los ojos.
– Esta cosa se mueve demasiado con el motor en marcha -dijo. Brigham se puso en contacto por radio con el equipo de la barca.
– Estan a cuatrocientos metros y siguen acercandose al muelle -informo a los demas.
La furgoneta se detuvo ante un semaforo en rojo en la calle Parcell, a una manzana del mercado, y permanecio frente a el lo que les parecio un buen rato. El conductor se inclino como para comprobar el retrovisor de la derecha y hablo a Brigham de medio lado.
– Parece que no hay mucha gente comprando pescado. Alla vamos.
El semaforo cambio y, a las dos cincuenta y siete, exactamente tres minutos antes de la hora cero, la destartalada furgoneta se detuvo frente al mercado de Feliciana, en un hueco perfecto junto al bordillo.