– Disculpe mi curiosidad, Mr. Todd pero lo vi entrar al hotel y no pude dejar de notar su equipaje. Me parecio que habia varias cajas marcadas como biblias… ?me equivoco? -pregunto Jeremy Sommers.
– Efectivamente, son biblias.
– Nadie nos aviso que nos mandaban otro pastor…
– ?Navegamos durante tres meses juntos y no me entere que era usted pastor, Mr. Todd -exclamo el capitan.
– En realidad no lo soy -replico Jacob Todd disimulando el bochorno tras una bocanada del humo de su cigarro.
– Misionero, entonces. Piensa ir a Tierra del Fuego, supongo. Los indios patagones estan listos para la evangelizacion. De los araucanos olvidese, hombre, ya los atraparon los catolicos -comento Jeremy Sommers.
– Debe quedar un punado de araucanos. Esa gente tiene la mania de dejarse masacrar -anoto su hermano.
– Eran los indios mas salvajes de America, Mr. Todd. La mayoria murio peleando contra los espanoles. Eran canibales.
– Cortaban pedazos de los prisioneros vivos: preferian su cena fresca. -Anadio el capitan-. Lo mismo hariamos usted y yo si alguien nos mata a la familia, nos quema la aldea y nos roba la tierra.
– Excelente, John, ?ahora defiendes el canibalismo? -replico su hermano, disgustado-. En todo caso, Mr. Todd, debo advertirle que no interfiera con los catolicos. No debemos provocar a los nativos. Esta gente es muy supersticiosa.
– Las creencias ajenas son supersticiones, Mr. Todd. Las nuestras se llaman religion. Los indios de Tierra del Fuego, los patagones, son muy diferentes a los araucanos.
– Igualmente salvajes. Viven desnudos en un clima horrible -dijo Jeremy.
– Lleveles su religion, Mr. Todd, a ver si al menos aprenden a usar calzones -anoto el capitan.
Todd no habia oido mentar a aquellos indios y lo ultimo que deseaba era predicar algo en lo cual el mismo no creia, pero no se atrevio a confesarles que su viaje era el resultado de una apuesta de borrachos. Respondio vagamente que pensaba armar una expedicion misionera, pero aun debia decidir como financiarla.
– Si hubiera sabido que venia a predicar los designios de un dios tiranico entre esas buenas gentes, lo lanzo por la borda en la mitad del Atlantico, Mr. Todd.
Los interrumpio la criada con el whisky y el te. Era una adolescente frutal enfundada en un vestido negro con cofia y delantal almidonados. Al inclinarse con la bandeja dejo en el aire una fragancia perturbadora de flores machacadas y plancha a carbon. Jacob Todd no habia visto mujeres en las ultimas semanas y se quedo mirandola con un retorcijon de soledad. John Sommers espero que la muchacha se retirara.
– Tenga cuidado, hombre, las chilenas son fatales -dijo.
– No me lo parecen. Son bajas, anchas de caderas y tienen una voz desagradable -dijo Jeremy Sommers equilibrando su taza de te.
– ?Los marineros desertan de los barcos por ellas? -exclamo el capitan!.
– Lo admito, no soy una autoridad en materia de mujeres. No tengo tiempo para eso. Debo ocuparme de mis negocios y de nuestra hermana, ?lo has olvidado?
– Ni por un momento, siempre me lo recuerdas. Ve usted. Mr. Todd yo soy la oveja negra de la familia, un tarambana. Si no fuera por el bueno de Jeremy…
– Esa muchacha parece espanola -interrumpio Jacob Todd siguiendo con la vista a la criada, quien en ese momento atendia otra mesa-. Vivi dos meses en Madrid y vi muchas como ella.
– Aqui todos son mestizos, incluso en las clases altas. No lo admiten, por supuesto. La sangre indigena se esconde como la plaga. No los culpo, los indios tienen fama de sucios, ebrios y perezosos. El gobierno trata de mejorar la raza trayendo inmigrantes europeos. En el sur regalan tierras a los colonos.
– Su deporte favorito es matar indios para quitarles las tierras.
– Exageras, John.
– No siempre es necesario eliminarlos a bala, basta con alcoholizarlos. Pero matarlos es mucho mas divertido, claro. En todo caso, los britanicos no participamos en ese pasatiempo, Mr. Todd. No nos interesa la tierra. ?Para que plantar papas si podemos hacer fortuna sin quitarnos los guantes?
– Aqui no faltan oportunidades para un hombre emprendedor. Todo esta por hacerse en este pais. Si desea prosperar vaya al norte. Hay plata, cobre, salitre, guano…
– ?Guano?
– Mierda de pajaro -aclaro el marino.
– No entiendo nada de eso, Mr. Sommers.
– Hacer fortuna no le interesa a Mr. Todd, Jeremy. Lo suyo es la fe cristiana, ?verdad?
– La colonia protestante es numerosa y prospera, lo ayudara. Venga manana a mi casa. Los miercoles mi hermana Rose organiza una tertulia musical y sera buena ocasion de hacer amigos. Mandare mi coche a recogerlo a las cinco de la tarde. Se divertira -dijo Jeremy Sommers, despidiendose.
Al dia siguiente, refrescado por una noche sin suenos y un largo bano para quitarse la remora de sal que llevaba pegada en el alma, pero todavia con el paso vacilante por la costumbre de navegar, Jacob Todd salio a pasear por el puerto. Recorrio sin prisa la calle principal, paralela al mar y a tan corta distancia de la orilla que lo salpicaban las olas, bebio unas copas en un cafe y comio en una fonda del mercado. Habia salido de Inglaterra en un gelido invierno de febrero y despues de cruzar un eterno desierto de agua y estrellas, donde se le embrollo hasta la cuenta de sus pasados amores, llego al hemisferio sur a comienzos de otro invierno inmisericorde. Antes de partir no se le ocurrio averiguar sobre el clima. Imagino a Chile caliente y humedo como la India, porque asi creia que eran los paises de los pobres, pero se encontro a merced de un viento helado que le raspaba los huesos y levantaba remolinos de arena y basura. Se perdio varias veces en calles torcidas, daba vueltas y mas vueltas para quedar donde mismo habia comenzado. Subia por callejones torturados por infinitas escaleras y orillados de casas absurdas colgadas de ninguna parte, procurando discretamente no mirar la intimidad ajena por las ventanas. Tropezo con plazas romanticas de aspecto europeo coronadas por glorietas, donde bandas militares tocaban musica para enamorados, y recorrio timidos jardines pisoteados por burros. Soberbios arboles crecian a la orilla de las calles principales alimentados por aguas fetidas que bajaban de los cerros a tajo abierto. En la zona comercial era tan evidente la presencia de los britanicos, que se respiraba un aire ilusorio de otras latitudes. Los letreros de varias tiendas estaban en ingles y pasaban sus compatriotas vestidos como en Londres, con los mismos paraguas negros de sepultureros. Apenas se alejo de las calles centrales, la pobreza se le vino encima con el impacto de un bofeton; la gente se veia desnutrida, somnolienta, vio soldados con uniformes raidos y pordioseros en las puertas de los templos. A las doce del dia se echaron a volar al unisono las campanas de las iglesias y al instante ceso el barullo, los transeuntes se detuvieron, los hombres se quitaron el sombrero, las pocas mujeres a la vista se arrodillaron y todos se persignaron. La vision duro doce campanas y enseguida se reanudo la actividad en la calle como si nada hubiera ocurrido.
Los ingleses
El coche enviado por Sommers llego al hotel con media hora de atraso. El conductor llevaba bastante alcohol entre pecho y espalda, pera Jacob Todd no estaba en situacion de elegir. El hombre lo condujo en direccion al sur. Habia llovido durante un par de horas y las calles se habian vuelto intransitables en algunos trechos, donde los charcos de agua y lodo disimulaban las trampas fatales de agujeros capaces de tragarse un caballo distraido. A los costados de la calle aguardaban ninos con parejas de bueyes, preparados para rescatar los coches empantanados a cambio de una moneda, pero a pesar de su miopia de ebrio el conductor consiguio eludir los baches y pronto comenzaron a ascender una colina. Al llegar a Cerro Alegre, donde vivia la mayor parte de la colonia extranjera, el aspecto de la ciudad daba un vuelco y desaparecian las casuchas y conventillos de mas abajo. El coche se detuvo ante una quinta de amplias proporciones, pero de atormentado aspecto, un engendro de torreones pretenciosos y escaleras inutiles, plantada entre los desniveles del terreno y alumbrada con tantas antorchas, que la noche habia retrocedido. Salio a abrir la puerta un criado indigena con un traje de librea que le quedaba grande, recibio su abrigo y sombrero y lo condujo a una sala espaciosa, decorada con muebles de buena