factura y cortinajes algo teatrales de terciopelo verde, recargada de adornos, sin un centimetro en blanco para descanso de la vista. Supuso que en Chile, como en Europa, una pared desnuda se consideraba signo de pobreza y salio del error mucho despues, cuando visito las sobrias casas de los chilenos. Los cuadros colgaban inclinados para apreciarlos desde abajo y la vista se perdia en la penumbra de los techos altos. La gran chimenea encendida con gruesos lenos y varios braceros con carbon repartian un calor disparejo que dejaba los pies helados y la cabeza afiebrada. Habia algo mas de una docena de personas vestidas a la moda europea y varias criadas de uniforme circulando bandejas. Jeremy y John Sommers se adelantaron a saludarlo.

– Le presento a mi hermana Rose -dijo Jeremy conduciendolo hacia el fondo del salon.

Y entonces Jacob Todd vio sentada a la derecha de la chimenea a la mujer que le arruinaria la paz del alma. Rose Sommers lo deslumbro al instante, no tanto por bonita como por segura de si misma y alegre. Nada tenia de la grosera exuberancia del capitan ni de la fastidiosa solemnidad de su hermano Jeremy, era una mujer de expresion chispeante como si estuviera siempre lista para estallar en una risa coqueta. Cuando lo hacia, una red de finas arrugas aparecia alrededor de sus ojos y por alguna razon eso fue lo que mas atrajo a Jacob Todd. No supo calcular su edad, entre veinte y treinta tal vez, pero supuso que dentro de diez anos se veria igual, porque tenia buenos huesos y porte de reina. Lucia un vestido de tafetan color durazno e iba sin adornos, salvo sencillos pendientes de coral en las orejas. La cortesia mas elemental indicaba que se limitara a sugerir el gesto de besar su mano, sin tocarla con los labios, pero se le turbo el entendimiento y sin saber como le planto un beso. Tan inapropiado resulto aquel saludo, que durante una pausa eterna se quedaron suspendidos en la incertidumbre, el sujetando su mano como quien agarra una espada y ella mirando el rastro de saliva sin atreverse a limpiarlo para no ofender a la visita, hasta que interrumpio una chica vestida como una princesa. Entonces Todd desperto de la zozobra y al enderezarse alcanzo a percibir cierto gesto de burla que intercambiaron los hermanos Sommers. Procurando disimular, se volvio hacia la nina con una atencion exagerada, dispuesto a conquistarla.

– Esta es Eliza, nuestra protegida -dijo Jeremy Sommers.

Jacob Todd cometio la segunda torpeza.

– ?Como es eso, protegida? -pregunto.

– Quiere decir que no soy de esta familia -explico Eliza pacientemente, en el tono de quien le habla a un tonto.

– ?No?

– Si me porto mal me mandan donde las monjas papistas.

– ?Que dices, Eliza? No le haga caso, Mr. Todd. A los ninos se les ocurren cosas raras. Por supuesto que Eliza es de nuestra familia -interrumpio Miss Rose, poniendose de pie.

Eliza habia pasado el dia con Mama Fresia preparando la cena. La cocina quedaba en el patio, pero Miss Rose la hizo unir a la casa mediante un cobertizo para evitar el bochorno de servir los platos frios o salpicados de paloma. Ese cuarto renegrido por la grasa y el hollin del fogon era el reino indiscutible de Mama Fresia Gatos, perros, gansos y gallinas paseaban a su antojo por el piso de ladrillos rusticos sin encerar; alli rumiaba todo el invierno la cabra que amamanto a Eliza, ya muy anciana, que nadie se atrevio a sacrificar, porque habria sido como asesinar a una madre. A la nina le gustaba el aroma del pan crudo en los moldes cuando la levadura realizaba entre suspiros el misterioso proceso de esponjar la masa; el del azucar de caramelo batida para decorar tortas; el del chocolate en penascos deshaciendose en la leche. Los miercoles de tertulia las mucamas -dos adolescentes indigenas, que vivian en la casa y trabajaban por la comida- pulian la plata, planchaban los manteles y sacaban brillo a los cristales. A mediodia mandaban al cochero a la pasteleria a comprar dulces preparados con recetas celosamente guardadas desde los tiempos de la Colonia. Mama Fresia aprovechaba para colgar de un arnes de los caballos una bolsa de cuero con leche fresca, que en el trote de ida y vuelta se convertia en mantequilla.

A las tres de la tarde Miss Rose llamaba a Eliza a su aposento, donde el cochero y el valet instalaban una banera de bronce con patas de leon, que las mucamas forraban con una sabana y llenaban de agua caliente perfumada con hojas de menta y romero. Rose y Eliza chapoteaban en el bano como criaturas hasta que se enfriaba el agua y regresaban las criadas con los brazos cargados de ropa para ayudarlas a ponerse medias y botines, calzones hasta media pierna, camisa de batista, luego un refajo con relleno en las caderas para acentuar la esbeltez de la cintura, enseguida tres enaguas almidonadas y por fin el vestido, que las cubria entera I mente, dejando al aire solo la cabeza y las manos. Miss Rose usaba ademas un corse tieso mediante huesos ballena y tan apretado que no podia respirar a fondo ni levantar los brazos por encima de los hombros; tampoco podia vestirse sola ni doblarse porque se quebraban las ballenas y se le clavaban como agujas en el cuerpo. Ese era el unico bano de la semana, una ceremonia solo comparable a la de lavarse los cabellos el sabado, que cualquier pretexto podia cancelar, porque se consideraba peligroso para la salud. Durante la semana Miss Rose usaba jabon con cautela, preferia friccionarse con una esponja empapada en leche y refrescarse con 'eau de toilette' perfumada a la vainilla, como habia oido que estaba de moda en Francia desde los tiempos de Madame Pompadour; Eliza podia reconocerla a ojos cerrados en medio de una multitud por su peculiar fragancia a postre. Pasados los treinta anos mantenia esa piel transparente y fragil de algunas jovenes inglesas antes de que la luz del mundo y la propia arrogancia la vuelvan pergamino. Cuidaba su apariencia con agua de rosas y limon para aclarar la piel, miel de hamamelis para suavizarla, camomila para dar luz al cabello y una coleccion de exoticos balsamos y lociones traidos por su hermano John del Lejano Oriente, donde estaban las mujeres mas hermosas del universo, segun decia. Inventaba vestidos inspirados en las revistas de Londres y los hacia ella misma en su salita de costura; a punta de intuicion e ingenio modificaba su vestuario con las mismas cintas, flores y plumas que servian por anos sin verse anejas. No usaba, como las chilenas, un manto negro para cubrirse cuando salia, costumbre que le parecia una aberracion, preferia sus capas cortas y su coleccion de sombreros, a pesar de que en la calle solian mirarla como si fuera una cortesana.

Encantada de ver un rostro nuevo en la reunion semanal, Miss Rose perdono el beso impertinente de Jacob Todd y tomandolo del brazo, lo condujo a una mesa redonda situada en un rincon de la sala. Le dio a escoger entre varios licores, insistiendo que probara su 'mistela', un extrano brebaje de canela, aguardiente y azucar que el fue incapaz de tragar y lo vacio disimuladamente en un macetero. Luego le presento a la concurrencia: Mr. Appelgren, fabricante de muebles, acompanado por su hija, una joven descolorida y timida; Madame Colbert, directora de un colegio ingles para ninas; Mr. Ebeling dueno de la mejor tienda de sombreros para caballeros y su esposa, quien se abalanzo sobre Todd pidiendole noticias de la familia real inglesa como si se tratara de sus parientes. Tambien conocio a los cirujanos Page y Poett.

– Los doctores operan con cloroformo -aclaro admirada Miss Rose.

– Aqui todavia es una novedad, pero en Europa ha revolucionado la practica de la medicina -explico uno de los cirujanos.

– Entiendo que en Inglaterra se emplea regularmente en obstetricia. ?No lo uso la reina Victoria? -anadio Todd por decir algo, puesto que nada sabia del tema.

– Aqui hay mucha oposicion de los catolicos para eso. La maldicion biblica sobre la mujer es parir con dolor, Mr. Todd.

– ?No les parece injusto, senores? La maldicion del hombre es trabajar con el sudor de su frente, pero en este salon, sin ir mas lejos, los caballeros se ganan la vida con el sudor ajeno -replico Miss Rose sonrojandose violentamente.

Los cirujanos sonrieron incomodos, pero Todd la observo cautivado. Hubiera permanecido a su lado la noche entera, a pesar de que lo correcto en una tertulia de Londres, segun recordaba Jacob Todd era partir a la media hora. Se dio cuenta que en esa reunion la gente parecia dispuesta a quedarse y supuso que el circulo social debia ser muy limitado y tal vez la unica reunion semanal era la de los Sommers. Estaba en esas dudas cuando Miss Rose anuncio la entretencion musical. Las criadas trajeron mas candelabros, iluminando la sala de dia claro, colocaron sillas en torno a un piano, una vihuela y un arpa, las mujeres se sentaron en semicirculo y los hombres se colocaron atras de pie. Un caballero mofletudo se instalo al piano y de sus manos de matarife broto una melodia encantadora, mientras la hija del fabricante de muebles interpretaba una antigua balada escocesa con una voz tan exquisita, que Todd olvido por completo su aspecto de raton asustado. La directora de la escuela para ninas recito un heroico poema, innecesariamente largo; Rose canto un par de canciones picaras a duo con su hermano John, a pesar de la evidente desaprobacion de Jeremy Sommers, y luego exigio a Jacob Todd que los regalara con algo de su repertorio. Eso dio oportunidad al visitante de lucir su buena voz.

– ?Usted es un verdadero hallazgo, Mr. Todd? No lo soltaremos. ?Esta usted condenado a venir todos los miercoles? -exclamo ella cuando ceso el aplauso, sin hacer caso de la expresion embobada con que la observaba

Вы читаете Hija de la fortuna
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату
×