se deslizo de la cabeza al cuello, donde aun permanecia, porque cada vez que intentaban ponerla en su lugar, volvia a temblar. Las procesiones reunian innumerables frailes y monjas, beatas exangues de tanto ayuno, pueblo humilde rezando y cantando a grito herido, penitentes con burdos sayos y flagelantes azotandose las espaldas desnudas con disciplinas de cuero terminadas en filudas rosetas metalicas. Algunos caian desmayados y eran atendidos por mujeres que les limpiaban las carnes abiertas y les daban refrescos, pero apenas se recuperaban los empujaban de vuelta a la procesion. Pasaban filas de indios martirizandose con fervor demente y bandas de musicos tocando himnos religiosos. El rumor de rezos planideros parecia un torrente de agua brava y el aire humedo hedia a incienso y sudor. Habia procesiones de aristocratas vestidos con lujo, pero de oscuro y sin joyas, y otras de populacho descalzo y en harapos, que se cruzaban en la misma plaza sin tocarse ni confundirse. A medida que avanzaban aumentaba el clamor y las muestras de piedad se volvian mas intensas; los fieles aullaban clamando perdon por sus pecados, seguros que el mal tiempo era el castigo divino por sus faltas. Los arrepentidos acudian en masa, las iglesias no daban abasto y se instalaron hileras de sacerdotes bajo tenderetes y paraguas para atender las confesiones. Al ingles el espectaculo le resulto fascinante, en ninguno de sus viajes habia presenciado nada tan exotico ni tan tetrico. Acostumbrado a la sobriedad protestante, le parecia haber retrocedido a plena Edad Media; sus amigos en Londres jamas le creerian. Aun a prudente distancia podia percibir el temblor de bestia primitiva y sufriente que recorria en oleadas a la masa humana. Se encaramo con esfuerzo sobre la base de un monumento en la plazuela, frente a la Iglesia de la Matriz, donde podia obtener una vision panoramica de la muchedumbre. De pronto sintio que lo tironeaban de los pantalones, bajo la vista y vio a una nina asustada, con un manto sobre la cabeza y la cara manchada de sangre y lagrimas. Se aparto bruscamente, pero ya era tarde, le habia ensuciado los pantalones. Lanzo un juramento y trato de echarla con gestos, ya que no pudo recordar las palabras adecuadas para hacerlo en espanol, pero se llevo una sorpresa cuando ella replico en perfecto ingles que estaba perdida y acaso el podia llevarla a su casa. Entonces la miro mejor.

– Soy Eliza Sommers. ?Se acuerda de mi? -murmuro la nina.

Aprovechando que Miss Rose estaba en Santiago posando para el retrato y Jeremy Sommers escasamente aparecia por la casa en esos dias, porque se habian inundado las bodegas de su oficina, habia discurrido ir a la procesion y tanto molesto a Mama Fresia, que la mujer acabo por ceder. Sus patrones le habian prohibido mencionar ritos catolicos o de indios delante de la nina y mucho menos exponerla a que los viera, pero tambien ella moria de ganas de ver al Cristo de Mayo al menos una vez en su vida. Los hermanos Sommers no se enterarian nunca, concluyo. De modo que las dos salieron calladamente de la casa, bajaron el cerro a pie, se montaron en una carreta que las dejo cerca de la plaza y se unieron a una columna de indios penitentes. Todo habria resultado de acuerdo a lo planeado si en el tumulto y el fervor de ese dia, Eliza no se hubiera soltado de la mano de Mama Fresia, quien contagiada por la histeria colectiva no se dio cuenta. Empezo a gritar, pero su voz se perdio en el clamor de los rezos y de los tristes tambores de las cofradias. Echo a correr buscando a su nana, pero todas las mujeres parecian identicas bajo los mantos oscuros y sus pies resbalaban en el empedrado cubierto de lodo, de cera de velas y sangre. Pronto las diversas columnas se juntaron en una sola muchedumbre que se arrastraba como animal herido, mientras repicaban enloquecidas las campanas y sonaban las sirenas de los barcos en el puerto. No supo cuanto rato estuvo paralizada de terror, hasta que poco a poco las ideas empezaron a aclararse en su mente. Entretanto la procesion se habia calmado, todo el mundo estaba de rodillas y en un estrado frente a la iglesia el obispo en persona celebraba una misa cantada. Eliza penso encaminarse hacia Cerro Alegre, pero temio que la sorprendiera la oscuridad antes de dar con su casa, nunca habia salido sola y no sabia orientarse. Decidio no moverse hasta que se dispersara la turba, tal vez entonces Mama Fresia la encontraria. En eso sus ojos tropezaron con un pelirrojo alto colgado del monumento de la plaza y reconocio al enfermo que habia cuidado con su nana. Sin vacilar se abrio camino hasta el.

– ?Que haces aqui? ?Estas herida? -exclamo el hombre.

– Estoy perdida; ?puede llevarme a mi casa?

Jacob Todd le limpio la cara con su panuelo y la reviso brevemente, comprobando que no tenia dano visible. Concluyo que la sangre debia ser de los flagelantes.

– Te llevare a la oficina de Mr. Sommers.

Pero ella le rogo que no lo hiciera, porque si su protector se enteraba que habia estado en la procesion, despediria a Mama Fresia. Todd salio en busca de un coche de alquiler, nada facil de encontrar en esos momentos, mientras la nina caminaba callada y sin soltarle la mano. El ingles sintio por primera vez en su vida un estremecimiento de ternura ante esa mano pequena y tibia aferrada a la suya. De vez en cuando la miraba con disimulo, conmovido por ese rostro infantil de ojos negros almendrados. Por fin dieron con un carreton tirado por dos mulas y el conductor acepto llevarlos cerro arriba por el doble de la tarifa acostumbrada. Hicieron el viaje en silencio y una hora mas tarde Todd dejaba a Eliza frente a su casa. Ella se despidio dandole las gracias, pero sin invitarlo a entrar. La vio alejarse, pequena y fragil, cubierta hasta los pies por el manto negro. De pronto la nina dio media vuelta, corrio hacia el, le echo los brazos al cuello y le planto un beso en la mejilla. Gracias, dijo, una vez mas. Jacob Todd regreso a su hotel en el mismo carreton. De vez en cuando se tocaba la mejilla, sorprendido por ese sentimiento dulce y triste que la chica le inspiraba.

Las procesiones sirvieron para aumentar el arrepentimiento colectivo y tambien, como pudo comprobarlo el mismo Jacob Todd, para atajar las lluvias, justificando una vez mas la esplendida reputacion del Cristo de Mayo. En menos de cuarenta y ocho horas se despejo el cielo y asomo un sol timido, poniendo una nota optimista en el concierto de desdichas de esos dias. Por culpa de los temporales y las epidemias pasaron en total nueve semanas antes que se reanudaran las tertulias de los miercoles en casa de los Sommers y varias mas antes que Jacob Todd se atreviera a insinuar sus sentimientos romanticos a Miss Rose. Cuando por fin lo hizo, ella fingio no haberlo oido, pero ante su insistencia salio con una respuesta apabullante.

– Lo unico bueno de casarse es enviudar -dijo.

– Un marido, por tonto que sea, siempre viste -replico el, sin perder el buen humor.

– No es mi caso. Un marido seria un estorbo y no podria darme nada que ya no tenga.

– ?Hijos, tal vez?

– Pero ?cuantos anos cree usted que tengo, Mr. Todd?

– ?No mas de diecisiete?

– No se burle. Por suerte tengo a Eliza.

– Soy testarudo, Miss Rose, nunca me doy por vencido.

– Se lo agradezco, Mr. Todd. No es un marido lo que viste, sino muchos pretendientes.

En todo caso, Rose fue la razon por la cual Jacob Todd se quedo en Chile mucho mas de los tres meses designados para vender sus biblias. Los Sommers fueron el contacto social perfecto, gracias a ellos se le abrieron de par en par las puertas de la prospera colonia extranjera, dispuesta a ayudarlo en la supuesta mision religiosa en Tierra del Fuego. Se propuso aprender sobre los indios patagones, pero despues de echar una mirada somnolienta a unos libracos en la biblioteca, comprendio que daba lo mismo saber o no saber, porque la ignorancia al respecto era colectiva. Bastaba decir aquello que la gente deseaba oir y para eso el contaba con su lengua de oro. Para colocar el cargamento de biblias entre potenciales clientes chilenos debio mejorar su precario espanol. Con los dos meses vividos en Espana y su buen oido, logro aprender mas rapido y mejor que muchos britanicos llegados al pais veinte anos antes. Al comienzo disimulo sus ideas politicas demasiado liberales, pero noto que en cada reunion social lo acosaban a preguntas y siempre lo rodeaba un grupo de asombrados oyentes. Sus discursos abolicionistas, igualitarios y democraticos sacudian la modorra de aquellas buenas gentes, daban motivo para eternas discusiones entre los hombres y horrorizadas exclamaciones entre las damas maduras, pero atraian irremediablemente a las mas jovenes. La opinion general lo catalogaba de chiflado y sus incendiarias ideas resultaban divertidas, en cambio sus burlas a la familia real britanica cayeron pesimo entre los miembros de la colonia inglesa, para quienes la reina Victoria, como Dios y el Imperio, era intocable. Su renta modesta, pero no despreciable, le permitia vivir con cierta holgura sin haber trabajado jamas en serio, eso lo colocaba en la categoria de los caballeros. Apenas descubrieron que estaba libre de ataduras, no faltaron muchachas en edad de casarse esmeradas en atraparlo, pero despues de conocer a Rose Sommers, el no tenia ojos para otras. Se pregunto mil veces por que la joven permanecia soltera y la unica respuesta que se le ocurrio a aquel agnostico racionalista fue que el cielo se la tenia destinada.

– ?Hasta cuando me atormenta, Miss Rose? ?No teme que me burra de perseguirla? -bromeaba con ella.

– No se aburrira, Mr. Todd. Perseguir al gato es mucho mas divertido que atraparlo -replicaba ella.

La elocuencia del falso misionero fue una novedad en aquel ambiente y tan pronto se supo que habia

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