esta mas limpia. Ictiandro fue a dar a una corriente submarina fria, que va paralela a la costa de sur a norte hasta la desembocadura del Parana, que desvia dicha corriente fria hacia el este. La mencionada corriente pasa a gran profundidad, pero su limite superior se halla a quince metros de la superficie. Ahora Ictiandro puede volver a dejarse a merced del flujo, pues lo sacara bien lejos, al oceano abierto.

Ahora se puede dormitar un rato. No hay peligro: aun esta oscuro y los peces voraces no han despertado todavia. Antes de la salida del sol siempre es agradable descabezar el sueno. La piel siente como varia la temperatura del agua, las corrientes submarinas.

El oido capta un ruido sordo, estruendoso, tras el primero otro, un tercero. Son las cadenas de las anclas: en el golfo, a varios kilometros del lugar donde se encuentra Ictiandro, las goletas de pescadores levaban anclas. Se aproxima el amanecer. Ese lejano, lejano zumbido uniforme pertenece a la helice y a los motores del «Horrocks» — gran trasatlantico ingles, que cubre la travesia Buenos Aires-Liverpool. El «Horrocks» esta todavia a unos cuarenta kilometros, pero ?como se oye! En el agua de mar el sonido se difunde a mil quinientos metros por segundo. Que hermoso es el «Horrocks» por la noche — una autentica ciudad flotante —, todo iluminado. Pero para verlo asi hay que salir a alta mar por la noche, pues a Buenos Aires el trasatlantico llega con el alba, por eso ya trae las luces apagadas. No, ya no podra dormitar mas: las helices, los timones y los motores del «Horrocks», las oscilaciones de su casco, la luz de las portillas y de los reflectores despertaran a la poblacion del oceano. Seguramente fueron los delfines los primeros en oir que se aproximaba el buque y, zambullendose, levantaron hace unos minutos el oleaje que hizo inquietarse a Ictiandro. Y, lo mas probable, es que hayan ido ya al encuentro del vapor.

El ruido de motores de barcos ya llega de distintas partes: se despiertan el puerto y el golfo. Ictiandro abre los ojos, sacude la cabeza, como si quisiera deshacerse de la modorra, y con un impulso simultaneo de piernas y brazos, emerge a la superficie.

Saco con cautela la cabeza del agua, miro alrededor. Cerca no se veian lanchas ni goletas. Emergio hasta la cintura, manteniendose en esa posicion, mediante el movimiento de piernas.

Bajito, sobre la misma cabeza, pasan volando mergos y gaviotas, a veces hasta tocan con el pecho o con el extremo del ala la superficie, dejando en ella ondas. Los gritos de las gaviotas blancas son muy similares al llanto de ninos. Agitando sus enormes alas y produciendo una fuerte corriente de aire, sobrevolo la cabeza de Ictiandro un niveo albatros. Las alas de la hermosa ave eran negras, el pico rojo con la punta amarilla y las patas anaranjadas. Se dirige al golfo. Ictiandro lo mira con envidia, siguiendo su majestuoso vuelo. Las enlutadas alas del ave tienen unos cuatro metros de envergadura. ?Cuanto quisiera tener alas como esas!

En occidente la noche se escondia tras lejanas montanas cuando la purpura tenia ya el horizonte en oriente. El espejo oceanico rizabase casi imperceptiblemente, apareciendo en el pinceladas doradas. Las gaviotas blancas, al remontarse, tornabanse rosadas.

Estelas abigarradas y azules serpentearon el palido espejo del mar: eran los primeros golpes de viento, que iban evidentemente en aumento. El viento cobraba fuerza. En la arenosa orilla surgian blancas crestas, sintoma premonitorio de la incipiente marejada. Las aguas costaneras se volvian esmeralda.

Se aproximaba toda una flotilla de goletas pesqueras. El padre ordeno no dejarse ver por la gente. Ictiandro se sumerge a gran profundidad y da con una corriente fria que se lo lleva hacia el oriente, hacia el oceano abierto. Se hallaba en la oscura profundidad marina, caracterizada por la gama cromatica azul-lila. Los peces alli parecen de color verde claro, con manchas oscuras y franjas. Peces rojos, amarillos, color canela «revolotean» cual bandadas de policromas mariposas.

Desde arriba llega el ruido de un motor, el agua oscurece. Es un hidroavion militar que pasa a vuelo rasante.

Con ese tipo de aparatos Ictiandro tuvo una experiencia que estuvo a punto de tener tragico fin. En cierta ocasion un hidroavion se poso en el mar. Ictiandro se aproximo a el sigilosamente, se asio del brazo metalico que sujeta los flotadores y… por poco le cuesta la vida: el hidro despego inesperadamente, viendose obligado Ictiandro a saltar de unos diez metros de altura.

Ictiandro alzo la vista. El sol se encontraba casi en el cenit. Se aproximaba el mediodia. La superficie del agua ya no parecia un espejo en el que se reflejaban los guijarros de los bajios, grandes peces y el mismo Ictiandro. Ahora el espejo se desfiguraba, se doblaba, estaba en constante movimiento.

Ictiandro emerge. Las olas le mecen. Saco la cabeza del agua. Subio a la cresta de una ola, bajo, volvio a subir. ?Anda, mira como se esta poniendo! En la orilla el oleaje ya rugia, arrastraba piedras. Junto a la costa el agua se habia vuelto ya amarillenta. Las olas seguian creciendo. En las crestas aparecian rizos blancos. Las salpicaduras caian sobre Ictiandro como una lluvia agradable.

«Por que pasara esto — pensaba Ictiandro —, cuando nadas de cara a las olas parecen ser de color azul oscuro, pero vuelves la cabeza y por detras son palidas.»

Desde la cresta de las olas saltan bandadas de peces voladores. Ora subiendo, ora bajando, burlan las crestas, vuelan un centenar de metros y se posan. Pasados unos o dos minutos reemprenden el vuelo. Las gaviotas blancas revolotean y lloran. Cortan el aire con sus amplias alas las aves mas veloces, las fragatas. Enorme pico corvo, afiladas unas, plumas castano oscuro con verdoso matiz metalico y buche anaranjado. Este es el macho. Y cerca de el, el otro ejemplar, mas claro, de pecho blanco, es la hembra. Menuda habilidad, se lanzo desde la altura al agua y al instante salio con un pez coleando en el pico. Vuelan los albatros. Habra tormenta.

Seguramente Palamedea ira ya al encuentro del nubarron. Maravillosa y valiente ave, recibe a la tormenta con su canto. Los barcos pesqueros y los yates de lujo pusieron proa hacia la costa y, a todo trapo, fueron a buscar abrigo al puerto.

El crepusculo era verde oscuro, pero a traves del espesor de agua podia distinguirse aun la posicion del sol por la gran mancha clara. Esto bastaba para determinar el rumbo. Hay que llegar al bajio antes de que las nubes tapen el sol, de lo contrario, adios desayuno. Y hacia rato que la gazuza le estaba acosando. En la oscuridad seria imposible hallar el banco de arena y los escollos. Ictiandro comenzo a nadar intensamente, lo hacia como las ranas.

De vez en cuando se ponia de espaldas y comprobaba el rumbo mirando al trasluz. A veces miraba hacia adelante tratando de descubrir el bajio. Sus branquias y su piel registraban cambios en el agua: cerca del banco el agua no era tan densa, contenia mas sal y mas oxigeno, era agradable al contacto. Probo el agua al gusto. Se orientaba como los lobos de mar que, sin ver tierra, determinan la proximidad de esta por sintomas que solo ellos conocen.

Comenzaba a clarear paulatinamente. A derecha e izquierda aparecieron las familiares siluetas de dos penascos submarinos. Entre ellos hay una pequena meseta y tras ella un gran muro. Ictiandro le dice a este lugar la caleta submarina. Aqui impera la tranquilidad hasta durante las mas fuertes tormentas.

?Cuantos peces acudieron a aquella apacible cala submarina! Aquello parecia una gigantesca caldereta en ebullicion. La diversidad de peces era enorme: pequenos, oscuros, con una linea amarilla transversal y cola amarilla, con franjas negras sesgadas, rojos, azules, celestes. Pero tienen una particularidad: suelen desaparecer y volver a aparecer en el mismo lugar de forma enigmatica. Emerges, miras alrededor, los peces pululan; pero miras hacia abajo y, como si se los hubiera tragado la tierra, ni uno. Ictiandro no alcanzaba a entender ese fenomeno, hasta que una vez atrapo con las manos un pez. Su cuerpo era del tamano de la mano, pero completamente plano. Ese era el motivo de que desde arriba practicamente fueran invisibles.

Ahi esta el desayuno. En un lugar plano, al pie de un acantilado, pululaban las ostras. Ictiandro acude nadando, se acuesta en el mismo fondo junto a las ostras y se pone a comer. Abre las valvas, saca el contenido comestible y se lo lleva a la boca. Se habia habituado a comer sumergido: se ponia el pedazo en la boca y evacuaba el agua de ella con habilidad, entre los labios apretados. Claro que, con la comida, siempre se tragaba algo de agua, pero estaba avezado al agua de mar.

En torno a el se agitan algas: las verdes hojas de agar-agar e infinidad de otras vistosas plantas, pero que en ese preciso momento todas parecian grises; en el agua la luz era crepuscular: la tormenta proseguia. Algunas veces se oye el sordo ruido del trueno. Ictiandro alza la vista.

?Por que habra oscurecido de subito? Sobre la misma cabeza de Ictiandro aparecio una mancha oscura. ?Que podra ser eso? El desayuno ha concluido. Ahora ya puede asomarse a la superficie. Ictiandro emerge con suma prudencia hacia la mancha negra, deslizandose a lo largo del acantilado. Resulto que se habia posado un albatros. Sus anaranjadas patas se encontraban muy cerca de Ictiandro, quien estiro las manos y agarro al ave por las patas. El ave, asustada, abrio sus poderosas alas y se elevo, sacando del agua a Ictiandro. Pero el cuerpo del hombre en el aire aumento considerablemente de peso, y el albatros junto con el cayo al agua, cubriendo con su plumado y blando pecho la cabeza del joven. Ictiandro, sin esperar a que el ave le machacara la cabeza con el pico encarnado, se sumerge para volver a salir a la superficie en otro lugar. El albatros remonta el vuelo hacia oriente y se pierde tras las montanas de agua del temporal en apogeo.

Ictiandro yace supinado. La tempestad paso. Los truenos se oyen en la lejania, hacia oriente. Pero sigue lloviendo a raudales. Cierra los ojos y expone gustoso el rostro a la lluvia. Al fin abre los ojos, se incorpora, permaneciendo hasta la cintura en el agua, y mira alrededor. Esta en la cresta de una gran ola. Se ve envuelto en cielo, oceano, viento, nubes, aguacero, olas; todo se fundio en una voragine diabolica que ruge y produce un estrepito infernal. Se riza la espuma en las crestas de las olas y serpentea enojosamente al desvanecerse estas. Corren con impetu hacia arriba las montanas de agua, para precipitarse seguidamente cual aludes, repiquetea el aguacero, rugen los desenfrenados vientos.

Todo cuanto atemoriza al hombre, alegra a Ictiandro. Claro, debe ser prudente,

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