aparecio un hombre de bigote y perilla, con sombrero de ala ancha. El hombre dijo en espanol sin alzar la voz: «Ahi esta, gracias a Dios y a la Virgen»; acelero el paso casi hasta la carrera, pero paro en seco, viro hacia el oceano y se dio un chapuzon en las olas. Chorreando agua corrio hacia la joven y comenzo a hacerle la respiracion artificial (?que necesidad tiene ahora?), luego se inclino sobre el rostro de la chica… La beso. Algo le dijo atropellada y efusivamente. Ictiandro captaba solo palabras aisladas: «Yo se lo adverti… Fue una locura… Menos mal que se me ocurrio amarrarla al tablon…»
La joven abre los ojos, levanta la cabeza. Su rostro refleja miedo, que va trocandose en asombro, en ira, en desagrado. El hombre de la barbilla sigue hablando acaloradamente, ayuda a levantarse a la chica. Pero la debilidad la devuelve a la arena. Solo media hora despues partieron ambos. Ellos pasaron cerca de las rocas tras las que se escondia Ictiandro. La joven profirio cenuda, dirigiendose al hombre del sombrero:
— ?Como, es usted mi salvador? Se lo agradezco. Que Dios se lo pague.
— No, solo usted podra hacerlo — respondio el hombre del bigote.
La joven parecio no haber oido esas palabras. Callo un rato y dijo:
— Que cosa tan extrana. Me parecio haber visto a mi lado a un monstruo.
— Ha sido una vision — respondio su acompanante —. O tal vez haya sido el demonio que, creyendola muerta, quiso llevarse el alma de usted. Rece, rece un Padrenuestro y apoyese en mi. Conmigo no hay demonio que se atreva a tocarla.
Y pasaron de largo ambos: aquella maravillosa joven y aquel impudente hombre de bigote, quien queria hacerle creer a la chica que era su salvador. Pero Ictiandro no podia desenmascarar al mentiroso. Que hagan lo que quieran: Ictiandro ha hecho lo que debia.
La chica y su acompanante habian desaparecido ya tras las dunas, y el joven seguia sin poder apartar la vista. Luego se volvio de cara al oceano. ?Que enorme es y que desierto esta…!
La marejada lanzo a la arena un pez azul con panza plateada. Ictiandro miro alrededor: no habia nadie. Salio de su escondite, cogio el pez y lo lanzo al agua. El animalito se fue coleando, pero Ictiandro se sintio triste. Caminaba solitario por la desierta orilla, recogiendo peces y estrellas de mar y llevandolos al agua. Paulatinamente fue entusiasmandose con ese trabajo. Iba recuperando su buen humor habitual. Asi paso el tiempo hasta el crepusculo, sumergiendose solo alguna vez que otra en el agua, cuando el viento que soplaba de la orilla quemaba demasiado y le secaba las branquias.
EL CRIADO DE ICTIANDRO
Salvador decidio partir para la cordillera sin Cristo, quien habia progresado notablemente en la asistencia a Ictiandro. Esta noticia alegro en sumo grado al indio: durante la ausencia de Salvador podria verse mas a menudo con Baltasar. Cristo ya le habia comunicado a este que habia localizado al «demonio marino». Solo quedaba planear el secuestro de Ictiandro.
Ahora Cristo vivia en la casita blanca cubierta de hiedra y se veia frecuentemente con Ictiandro. Ellos trabaron muy pronto amistad. Ictiandro, privado de contactos con la gente, se sintio atraido por aquel anciano que le hacia relatos sobre la vida en la tierra. Ictiandro conocia la vida en el mar mejor que los cientificos mas ilustres, y le confiaba a Cristo los secretos de la vida submarina. Conocia bastante bien la geografia: oceanos, mares, rios principales; poseia ciertos conocimientos en astronomia, navegacion, fisica, botanica, zoologia. Sus conocimientos sobre el hombre eran sumamente pobres: algo sobre las razas que pueblan la tierra; sobre la historia de los pueblos tenia una nocion muy vaga, sobre las relaciones politicas y economicas sus conocimientos no superaban los de un nino de cinco anos.
Por el dia, cuando comenzaba el calor, Ictiandro bajaba a la gruta subterranea y desaparecia. A la casa blanca regresaba cuando atenuaba el calor, quedandose hasta por la manana. Pero si llovia o en el mar habia tormenta, se pasaba todo el dia en casa. Cuando el tiempo era humedo se sentia bastante bien en la tierra.
La casita era pequena, constaba tan solo de cuatro piezas. Una de ellas, la ubicada junto a la cocina, era de Cristo. La contigua era el comedor, la tercera era una gran biblioteca. Cabe senalar que Ictiandro dominaba el espanol y el ingles. La ultima pieza, la mas grande de todas, era la alcoba de Ictiandro. En medio del dormitorio habia una banera. Junto a la pared, una cama. Ictiandro solia dormir algunas veces en la cama, pero preferia la banera. No obstante, cuando Salvador se ausento le dejo prescrito a Cristo que se ocupara de que Ictiandro durmiera, por lo menos, tres noches a la semana en cama. Por las noches Cristo se presentaba en la alcoba de Ictiandro y rezongaba como una vieja ninera si el joven no accedia a dormir en la cama.
— Pero si para mi es mucho mas agradable y comodo dormir en el agua — protestaba Ictiandro.
— El doctor te ha prescrito dormir en la cama, hay que obedecer al padre.
Ictiandro le decia a Salvador padre, pero Cristo dudaba de esos lazos carnales. La tez y la piel de las manos de Ictiandro eran bastante claras, pero eso podia ser consecuencia de la larga permanencia bajo el agua. El ovalo de la cara, la recta nariz, los finos labios y grandes ojos de Ictiandro guardaban demasiada afinidad con las facciones que caracterizan la tribu de los araucanos, a la que pertenecia el mismo Cristo.
Cristo sentia una curiosidad extraordinaria por ver el color del cuerpo de Ictiandro, oculto bajo el cenido traje de material desconocido, confeccionado a modo de escamas.
— ?No te quitas la camisa para dormir? — le pregunto al joven.
— ?Para que? Mis escamas no me molestan, son muy comodas. No impiden la respiracion de las branquias ni de la piel y, al mismo tiempo, me protegen; ni los dientes del tiburon, ni el punal mas afilado pueden cortar esta coraza — respondia Ictiandro mientras se acostaba en la cama.
— ?Para que te pones gafas y guantes? — inquirio Cristo, examinando los extranos guantes, dejados por su dueno junto a la cama. Estaban hechos de caucho verde, los dedos alargados con bambu articulado e introducido en la goma, y unidos por membranas. Para los pies esos dedos eran mas alargados todavia.
— Los guantes me ayudan a nadar mas rapido. Las gafas me protegen los ojos contra la arena levantada por las tormentas del fondo. No siempre me las pongo, pero con ellas veo mejor. Sin las gafas bajo el agua todo se ve como si estuviera envuelto en niebla. — Y sonriente, cual si evocara un grato recuerdo, Ictiandro prosiguio-: Cuando era nino, el padre solia permitirme jugar con los ninos del otro jardin. Recuerdo que me asombro enormemente verlos nadar en el estanque sin guantes: «?Acaso se puede nadar sin guantes?», les pregunte. Pero no entendieron de que guantes se trataba, en su presencia yo no nadaba.
— ?Sigues saliendo a la bahia? — se intereso Cristo.
— Claro. Pero lo hago por un tunel lateral submarino. Gente de mala calana por poco me pesca, y ahora ando con mucha cautela.
— ?O sea que hay otro tunel submarino que conduce a la bahia?
— Hay varios. ?Lastima que no puedas nadar conmigo bajo el agua! Te mostraria tantas cosas admirables. ?Por que no todos los hombres pueden vivir bajo el agua? Andariamos en mi corcel marino.
— ?Corcel marino? ?Que quieres decir?
— Un delfin. Lo he domesticado. ?Pobre! Una vez la tormenta lo lanzo a la orilla y se lastimo una aleta. Yo lo arrastre al agua. Debo decirte que no fue nada facil. Los delfines en la tierra son mas pesados que en el agua. En general, aqui todo es mas pesado. Hasta el propio cuerpo. En el agua resulta mas facil vivir. Pero, volvamos al relato del delfin. Me lo lleve al agua, quiso nadar y no pudo. Eso significaba que no podria alimentarse. Entonces decidi alimentarlo yo. Estuve alimentandolo mucho tiempo, todo un mes. Durante ese tiempo no solo se acostumbro a mi, yo diria que se encarino conmigo. Total, nos hicimos amigos. Hay otros delfines que me conocen. ?En el mar paso el tiempo maravillosamente con ellos! ?Olas, salpicaduras, sol, viento, alboroto! En el fondo tambien se pasa bien. Es como si se nadara en un denso aire azul. Absoluto silencio. No se siente el propio cuerpo. Se torna desembarazado, ligero, obediente a cada movimiento… Tengo muchos amigos en el mar. Alimento a los pececitos, como ustedes a los pajaros, y me siguen por todas partes en bandadas.
— ?Y enemigos?
— Enemigos tambien. Los tiburones, los pulpos. Pero no les tengo miedo. Llevo mi punal al cinto.
— ?Y si se aproximan furtivamente, sin que puedas advertirlos?
A Ictiandro esa pregunta le asombro.
— Eso esta excluido, los oigo venir desde lejos.
— ?Los oyes bajo el agua? — esta vez le toco asombrarse a Cristo —. ?Hasta cuando se aproximan silenciosamente?
— Si, que pasa. ?Que tiene eso de extrano? Oigo con los oidos y con todo el cuerpo. Ellos al avanzar hacen vibrar el agua, y las ondas de esas oscilaciones llegan antes que ellos. Al sentir esas oscilaciones yo me pongo en guardia.
— ?Incluso estando dormido?
— Naturalmente.
— Pero los peces…
— Los peces perecen no por ser sorprendidos, sino por no poder defenderse de un enemigo mas fuerte. Mi caso es distinto, soy mas fuerte que todos ellos. Y los peces mas agresivos y voraces lo saben. No se atreven a acercarse a mi.
«Zurita tiene razon: por conseguir un muchacho marino como este vale la pena trabajar — penso Cristo —. Pero atraparlo en el agua no va a ser una empresa facil. 'Oigo con todo mi cuerpo. Como no caiga en una trampa. Hay que advertirselo a Zurita.»
— ?Que hermoso es el mundo submarino! — no cesaba de admirarse Ictiandro —. No, jamas cambiare el mar por esa polvorienta tierra de ustedes.
— ?Por que dices de ustedes? Tu tambien eres hijo de la tierra — dijo Cristo —. ?Quien era tu madre?
— No se… — profirio indeciso Ictiandro —. Mi padre me dijo que murio cuando yo naci.
— Pero era una mujer, naturalmente, una persona y no un pez.
— Tal vez — accedio Ictiandro.
Cristo solto una risotada.
— Ahora dime, ?por que hacias esas travesuras, agraviabas a los pescadores, les cortabas las redes y les volcabas el pescado de las lanchas?
— Porque pescaban mas de lo que podian comer.
— Pero pescaban para vender.
Ictiandro no entendio.
— Para que otra gente