pacificamente y se peleaban con ellos igual que los mismos ninos entre si.

Habia momentos en que Cristo no podia distinguir si eran monos autenticos o personas.

Cuando recorrio el jardin. Cristo advirtio que era menor que el superior, tenia el declive mas aspero y terminaba en el mismo acantilado de la bahia.

El mar debia estar muy cerca de este muro, pues se oia el rumor de la marejada.

Varios dias despues Cristo examino la roca y se persuadio de que era artificial. Otro muro mas, el cuarto. Entre la espesura de glicinia Cristo descubrio una puerta de hierro gris, pintada del color de la roca, haciendola esto totalmente imperceptible.

Cristo presto oido. De detras de la roca no llegaba un solo ruido, excepto el producido por la marejada. ?Adonde conduciria tan angosta puerta? ?A la orilla del mar?

De subito se oyo tremenda algarabia. Los chiquillos gritaban mirando al cielo. Cristo alzo la vista y vio un pequeno globo rojo, de los que usan los ninos para jugar, que sobrevolaba lentamente el jardin. El viento se lo llevaba hacia el mar.

El globo de nino que paso sobre el jardin inquieto en sumo grado a Cristo. No hallaba sosiego. Tan pronto el criado enfermo se repuso. Cristo fue a ver a Salvador y le dijo:

— Doctor, pronto partiremos para los Andes, lo mas seguro, para mucho tiempo. Permitame ir a ver a mi hija y a mi nieta.

A Salvador no le gustaba cuando los criados salian del patio, por eso preferia a la gente sin familia. Cristo aguardo en silencio, mirando a los ojos de Salvador.

Este le espeto una gelida mirada y le recordo:

— Ten presente mi condicion. ?Cuidate la lengua! Vete. No tardes mas de tres dias. ?Esperate!

Salvador se retiro a otra pieza y regreso con un saquito de gamuza, en el que sonaban monedas de oro.

— Es para tu nieta. Y para ti por guardar silencio.

EL ASALTO

— Baltasar, si esta vez no aparece renunciare a tus servicios y contratare a gente mas despierta y segura — dijo Zurita, tirando impaciente del mostacho. El capitan llevaba traje blanco y sombrero. Se habia dado cita con Baltasar en las afueras de Buenos Aires, donde terminaba la vega cultivada y comenzaba la pampa.

Baltasar usaba blusa blanca y pantalon azul a rayas. Estaba sentado a la vera del camino sin decir palabra, tal era su turbacion.

El mismo comenzaba a arrepentirse de haber enviado a su hermano Cristo a espiar la hacienda de Salvador.

Cristo le llevaba a Baltasar diez anos y seguia, no obstante, tan fuerte y agil. Su astucia era comparable con la del gato pampero. Sin embargo, no se le podia considerar confiable. Quiso dedicarse a la agricultura, pero se le antojo tedioso. Luego abrio una taberna en el puerto y se arruino, el vino lo perdio. A partir de entonces se dedico a los negocios mas sucios, poniendo en juego su excepcional astucia y, a veces, hasta la perfidia. Era el tipo de hombre mas idoneo para el espionaje, pero no ofrecia confianza. Por conveniencia podia traicionar hasta a su propio hermano. Y Baltasar, consciente de eso, se preocupaba tanto como Zurita.

— ?Estas seguro de que Cristo vio el globo que le soltaste?

Baltasar se encogio vagamente de hombros. Su deseo era acabar cuanto antes esta empresa, irse a casa, mojarse el gaznate con sangria fria y acostarse temprano a dormir.

Los ultimos rayos del sol poniente iluminaron nubes de polvo levantadas tras una lomita. Simultaneamente se oyo un agudo silbido muy prolongado.

Baltasar se sobresalto.

— ?Ahi viene!

— ?Por fin!

Cristo se dirigia a ellos con paso ligero. Ya no era aquel indio viejo y extenuado. Volvio a repetir el silbido con bizarria, se acerco y saludo a Baltasar y a Zurita.

— Bueno, que, ?has visto al «demonio marino»? — inquirio Zurita.

— Todavia no, pero esta alli. Salvador guarda a ese «demonio» tras cuatro muros. Lo principal esta hecho: yo sirvo en casa de Salvador y gozo de su absoluta confianza. El truco de la nieta enferma me salio a pedir de boca — Cristo se echo a reir, entornando los ojos con picardia —. Cuando sano estuvo a punto de estropearme el asunto. Yo, como buen abuelo, la abrazaba y besaba y ella, la bobita, comenzo a desasirse y por poco rompe a llorar. — Cristo volvio a reir satisfecho.

— ?Donde has encontrado esa nieta? — inquirio Zurita.

— Buscar dinero es dificil, ninas no tanto — repuso Cristo —. La madre quedo contenta. Yo recibi cinco pesos, y ella la hija sana.

El hecho de haber recibido de Salvador un buen saquito de monedas de oro prefirio callarselo. Darle ese dinero a la madre de la nina, ni pensaba.

— La hacienda de Salvador es una maravilla. Un autentico zoo. — Y Cristo comenzo a explayarse sobre lo visto.

— Todo eso es muy interesante — profirio Zurita prendiendo un puro —, pero no has visto lo principal: el «demonio». ?Que piensas hacer ahora. Cristo?

— ?Ahora? Emprender una pequena excursion a los Andes. — Y Cristo conto que Salvador se proponia organizar una caceria.

— ?Excelente! — exclamo Zurita —. La hacienda de Salvador se halla alejada de los poblados. Durante la ausencia del doctor la asaltaremos y nos llevaremos al «demonio marino».

Cristo movio renuente la cabeza.

— Los jaguares les arrancarian la cabeza antes de que pudieran encontrar al «demonio». Aunque ni con cabeza lo habrian encontrado, si yo mismo no he podido dar con el.

— Entonces, atiende aqui — tras una breve reflexion, profirio Zurita-: cuando Salvador salga de caza le tenderemos una emboscada; lo secuestraremos y le exigiremos como rescate la entrega del «demonio marino».

Haciendo alarde de habilidad, Cristo le saco a Zurita el puro del bolsillo lateral.

— Muchas gracias. Una emboscada, eso ya esta mejor. Pero Salvador los enganara: prometera el rescate y no lo entregara. Esos espanoles… — a Cristo le entro un ataque de tos.

— Bien, ?que propones tu? — inquirio, sin poder contener la irritacion, Zurita…

— Paciencia, Zurita. Salvador confia en mi, pero solo hasta el cuarto muro. Hay que conseguir que confie como en si mismo, y entonces me mostrara al «demonio».

— Bien, ?que mas?

— Paciencia. Salvador es asaltado por bandidos — Cristo puso el dedo en el pecho de Zurita —, y yo — se golpeo el pecho —, como araucano honrado, le salvo la vida. Entonces para Cristo no habra secretos en casa de Salvador. («Y mi faltriquera severa repleta de pesos de oro» — concluyo para su coleto.)

— ?Vaya! No esta mal.

Y determinaron el camino por el que Cristo deberia llevar a Salvador.

— La vispera de la partida les lanzare una piedra roja por encima del muro. Esten atentos.

Pese a la minuciosidad con que habia sido elaborado el plan del asalto, una circunstancia imprevista estuvo a punto de hacer fracasar la empresa.

Zurita, Baltasar y diez matones, contratados en el puerto — vestidos de gaucho y bien armados —, esperaban a caballo su victima lejos de los poblados. Era una noche oscura. Los jinetes permanecian expectantes, esperando oir trapala de caballos. Pero Cristo no sabia que Salvador no iba de caza a la antigua, como se estilaba anos atras.

Los malhechores oyeron de subito el ruido de un motor que se aproximaba veloz. Por detras de un cerrillo aparecieron las deslumbrantes luces de dos faros. Un enorme automovil negro paso como una exhalacion por delante de los jinetes, sin que estos llegaran a comprender lo que habia sucedido. Zurita, desesperado, proferia blasfemias. A Baltasar, por el contrario, le causo risa.

— No se desespere, Pedro — dijo el indio —. Buscando salvacion del calor que hace por el dia, gracias a los dos soles que Salvador tiene en el vehiculo, viajaran por la noche. Por el dia descansaran. En el primer alto que hagan los alcanzaremos. — Baltasar espoleo el caballo y galopo tras el automovil. Los demas le siguieron.

Llevaban unas dos horas de camino, cuando los jinetes divisaron una fogata en la lejania.

— Son ellos. Algo les ha sucedido. Quedense aqui, yo me acercare a rastras y me enterare de lo que pasa. Esperenme.

Baltasar desmonto y repto como una culebra. Al cabo de una hora ya estaba de vuelta.

— La maquina no tira. Se estropeo. La estan arreglando. El vigilante es Cristo. Hay que apurarse.

Todo lo demas se produjo en un santiamen. Los asaltantes sorprendieron a los hombres de Salvador y, antes de que pudieran reaccionar, los amarraron a todos de pies y manos: a Salvador, a Cristo y a tres negros mas.

Uno de los sicarios, el jefe de la banda — Zurita preferia mantenerse inadvertido —, le exigio a Salvador un rescate subido.

— Pagare. Suelteme — respondio Salvador.

— Eso por ti. ?Pero vas a tener que pagar otro tanto por tus tres acompanantes! — anadio el astuto malhechor.

— Esa cantidad no podre entregarsela de inmediato — repuso Salvador tras reflexionar.

— ?Matemoslo entonces! — gritaron los bandidos.

— Si no accedes a nuestras condiciones, al amanecer te mataremos — dijo el asaltador.

Salvador se encogio de hombros y respondio:

— No tengo disponible esa cantidad.

La tranquilidad de Salvador asombro al bandido.

Dejando tirados tras el automovil a los hombres maniatados, los malhechores comenzaron a registrar el vehiculo y hallaron el alcohol que el doctor llevaba para las colecciones. Se lo tomaron y la borrachera que cogieron fue mayuscula.

Momentos antes de que amaneciera alguien llego arrastrandose hasta Salvador.

— Soy yo — dijo bajito Cristo —. He conseguido soltar las ligaduras y matar al bandido del fusil. Los demas estan borrachos. El chofer ya arreglo el coche. Apresuremonos.

Subieron de prisa al auto, el chofer manipulo el encendido y arrancaron a todo trapo.

Se oyeron gritos y disparos sin orden ni concierto. Le estrecho fuertemente la mano a Cristo.

Despues de la escapada de Salvador se entero Zurita — por boca de sus secuaces — de que el doctor habia accedido a pagar el rescate. «Habria sido preferible — penso el capitan — quedarnos con el rescate y abandonar la idea de secuestrar al 'demonio marino', cuya feliz utilizacion se presenta incierta a todas luces.» Pero la ocasion se habia perdido y solo quedaba esperar noticias de Cristo.

EL HOMBRE ANFIBIO

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