hacia pasar a Baltasar a su camarote para confiarle el plan, y hacerle su unico confidente.

Baltasar escucho atentamente al patron y, tras breve pausa, repuso:

— Si, seria fenomeno. El «demonio marino» valdria por centenares de buzos. No estaria mal tener a nuestro servicio a ese «demonio». Pero, ?como cazarlo?

— Con red — respondio Zurita.

— La cortara, igual que le rajo el vientre al tiburon.

— Podemos encargar una metalica.

— ?Y quien lo va a cazar? A nuestros buzos les entra tembleque en cuanto les mencionas al «demonio». No se atreverian ni por un saco de oro.

— Baltasar, y tu, ?te atreverias?

El indio se encogio de hombros:

— Jamas he cazado «demonios marinos». Se le podria acechar y, si es de carne y hueso, matarlo; eso no seria dificil. Pero usted lo necesita vivo.

— Baltasar, ?no le tienes miedo? ?Que opinas del «demonio marino»?

— ?Que puedo opinar del jaguar que sobrevuela los mares, o del tiburon que trepa a los arboles? A la fiera desconocida siempre se la teme mas. Pero me encanta cazar animales fieros.

— Te aseguro que la recompensa sera generosa. — Zurita le estrecho la mano y continuo desarrollando su plan-: Cuantos menos participen, mejor. Trata este asunto con los araucanos. Es gente valiente, ingeniosa. Si los nuestros no accedieran, busca entre otros. El «demonio» se mantiene junto a la orilla. Hay que localizar su guarida. Asi caera en la red con mas facilidad.

Zurita y Baltasar se enfrascaron de lleno en el asunto. Por encargo del patron se elaboro una red de alambre, semejante a un enorme tonel sin fondo. En el interior del retel se colocaron redes de canamo para que el «demonio» se enredara en ellas como en una telarana. La tripulacion fue despedida. De toda la marineria del «Medusa» Baltasar solo consiguio persuadir a dos araucanos para que participaran en la caceria del «demonio». A los otros tres los recluto en Buenos Aires.

Decidieron acechar al «demonio» en la bahia donde la tripulacion del «Medusa» lo vio por primera vez. Para no despertar sospechas del monstruo, la goleta anclo a varios kilometros del lugar previsto. Zurita y sus acompanantes se dedicaban a pescar, de vez en cuando, como si eso fuera el objetivo de su presencia. Simultaneamente, tres de ellos se turnaban atalayando desde la orilla lo que sucedia en la bahia.

Tocaba su fin la segunda semana, pero el «demonio» no aparecia por parte alguna.

Baltasar trabo amistad con la gente costanera, rancheros indios a quienes vendia pescado a bajo precio y, conversando con ellos sobre los avatares de la vida, les sonsacaba informacion acerca del «demonio marino». De esa forma el viejo indio se entero de que el lugar elegido para el acecho era el mas adecuado: muchos indios, de los que residian mas cerca de la costa, habian oido los trompetazos y detectado sus pisadas en la arena. Aseveraban que los talones del «demonio» eran como los humanos, pero los dedos, mucho mas largos. En ocasiones los indios advertian en la arena la impronta de su espalda, solia acostarse en la playa.

El «demonio» no causaba dano alguno a los lugarenos, y estos dejaron de prestar atencion a las huellas que el, de vez en vez, solia dejar, patentizando asi su presencia. Pero nadie afirmaba haberlo visto.

El «Medusa» permanecio en la bahia dos semanas haciendo ver que pescaba. Durante esas dos semanas Zurita, Baltasar y los indios contratados no le quitaron ojo a la superficie del mar, pero el «demonio marino» no aparecia. Zurita comenzo a inquietarse. Era impaciente y avaro. Cada dia costaba dinero y ese «demonio» se estaba haciendo esperar. Pedro comenzo a vacilar. Si ese monstruo resulta ser sobrenatural, no se le va a poder cazar con ningun tipo de red. Y no solo eso, resultaria riesgoso enfrentarse a un diablo como ese: Zurita era supersticioso. ?Que hacer? ?Traer al «Medusa», por si acaso, un sacerdote con cruz y custodias? Pero eso supondria mayores gastos. O, ?tal vez, el «demonio marino» no sea demonio alguno sino un bromista, buen nadador, disfrazado de diablo para asustar a la gente? ?El delfin? ?Bah! Eso no significa nada, se le puede domar y adiestrar como a cualquier animal. ?No seria preferible abandonar esta empresa?

Zurita prometio recompensar al primero que descubriera al «demonio», y decidio esperar varios dias mas.

Cual seria su alegria cuando, por fin, al comienzo de la tercera semana el monstruo aparecio.

Tras concluir la pesca diurna, Baltasar dejo en la orilla una lancha llena de pescado y fue a visitar a un indio amigo que vivia en un rancho cercano. A la manana siguiente la vecindad debia acudir a comprar el pescado. Pero al regresar vio que la lancha estaba vacia. Baltasar comprendio de inmediato que era una fechoria del «demonio».

«?Sera posible que se haya zampado tanto pescado?» — exclamo sorprendido Baltasar.

Aquella misma noche uno de los vigias indios oyo el sonido de la trompa en la parte sur de la bahia. Dos dias despues, bien de manana, un joven araucano comunicaba que, al fin, habia conseguido localizar el «demonio». Este habia llegado con el delfin, pero no montado — como la vez anterior —, sino remolcado, asido de un ancho collar de cuero. Una vez en la bahia, el «demonio» le quito el collar, golpeo carinosamente al animal y se sumergio al pie de un acantilado. El delfin emergio y desaparecio.

Zurita escucho el relato del araucano, le agradecio el informe y, tras prometerle recompensa, profirio:

— Hoy, por el dia, dudosamente salga el «demonio» de su madriguera. Debemos aprovecharlo para efectuar el reconocimiento del fondo. ?Quien se ofrece?

Nadie queria descender al fondo y arriesgarse a verse cara a cara con el monstruo.

Baltasar se adelanto.

— ?Yo lo hare! — dijo tajante. Baltasar cumplio lo prometido.

El «Medusa» seguia anclado. Excepto los marineros de guardia, los demas desembarcaron y se dirigieron al acantilado de la bahia.

Baltasar se amarro una soga — para que pudieran sacarlo si resultara herido —, tomo un cuchillo, sujeto entre las piernas una piedra, y descendio al fondo.

Los araucanos esperaban impacientes su retorno con la mirada clavada en la mancha que se divisaba en las azuladas tinieblas del fondo, sobre el que proyectaban sus sombras las rocas. Transcurrieron cuarenta, cincuenta segundos, un minuto, pero Baltasar no retornaba. Al fin, le dio un tiron a la soga y lo sacaron a la superficie. Cuando cobro aliento, dijo:

— Un angosto paso conduce a una gruta. Esta tan oscuro como en la panza de un tiburon. El «demonio marino» solo podra ocultarse en esa caverna. En torno a dicha entrada la roca es absolutamente lisa.

— ?Magnifico! — exclamo Zurita —. Esta oscuro, tanto mejor. Tenderemos nuestras redes y el pececito caera.

Tan pronto se puso el sol, los indios bajaron las redes de alambre, sujetas con fuertes sogas, y las colocaron a la entrada de la gruta. Los cabos fueron amarrados a la orilla. Baltasar colgo de las sogas unas campanillas cuyo sonido debia anunciar el minimo contacto con las redes.

Zurita, Baltasar y los cinco araucanos se sentaron en la orilla a la expectativa.

En la goleta no habia quedado nadie.

Oscurecia rapidamente. Salio la Luna y su luz se reflejo en la superficie del oceano. Imperaba la quietud y el silencio. La probabilidad de que, de un momento a otro, pudieran ver al extrano ser que infundia pavor a pescadores y buscadores de perlas, suscitaba insolita emocion en los presentes.

El tiempo transcurria con extraordinaria lentitud. Los hombres comenzaban a dormitar.

De pronto, sonaron las campanillas. Los agazapados se pusieron en pie de un salto, corrieron hacia las sogas y empezaron a jalar la red. Se sentia evidentemente pesada. Algo se estremecia en ella, haciendo trepidar las cuerdas.

El aparejo emergio, al fin, en la superficie. En el se retorcia el cuerpo de un ser semihumano-semibestia. Bajo la palida luz lunar relucian unos enormes ojos y plateadas escamas. El «demonio» realizaba extraordinarios esfuerzos, tratando de liberar una mano que se le habia enredado. Habiendolo conseguido, comenzo a cortar vigorosamente la red con un cuchillo que llevaba colgado de una fina correa a la cintura.

— ?Inutiles esfuerzos, no lo conseguiras! — dijo bajito Baltasar, entusiasmado con la caza.

Pero, quedo pasmado al ver como el cuchillo superaba, con relativa facilidad, el obstaculo que suponia el alambre. El «demonio» ensanchaba con diestros golpes la abertura, mientras los pescadores se apuraban a sacar la red a la orilla.

— ?Mas fuerte! ?Arriba! ?Arriba! — gritaba Baltasar.

Pero en el mismo momento en que la presa parecia estar ya en sus manos, el «demonio» se deslizo por la abertura y cayo al agua, levantando un surtidor de relucientes salpicaduras, y desapareciendo en la profundidad.

Los pescadores, desesperados, soltaron la red.

— ?Excelente cuchillo! ?Hasta el alambre corta! — dijo Baltasar con evidente admiracion en la voz —. Los herreros submarinos son mas expertos que los nuestros.

Con la cabeza gacha, Zurita miraba el agua cual si se hubiera tragado todo su patrimonio.

Alzo luego la cabeza, dio un tiron al mostacho y pateo el suelo con rabia.

— ?No, te equivocas! — grito —. Antes te pudriras en tu gruta, que yo ceda. ?No escatimare dinero, traere buzos con escafandras, cubrire la bahia de redes y trampas, pero no te escaparas!

Era valiente, perseverante y obstinado. No en vano corria por las venas de Pedro Zurita sangre de conquistadores espanoles. Ademas, valia la pena.

El «demonio marino» no resulto ser sobrenatural ni todopoderoso. Era, obviamente, de carne y hueso, como decia Baltasar. Eso significaba que podia ser cazado, encadenado y obligado a extraer, para Zurita, riquezas submarinas. Baltasar lo conseguira aunque el mismo Neptuno salga en defensa del «demonio marino» con su tridente.

DON SALVADOR

Zurita comenzo a poner en practica su amenaza. Coloco en el fondo de la bahia numerosas alambradas, tendio redes en todas las direcciones y puso trampas. Pero no caian mas que peces, el «demonio marino» parecia haberse esfumado. No volvio a aparecer, ni a dar senales de vida. En vano el delfin amaestrado se presentaba todos los dias en la bahia, buceaba y resoplaba, invitando a su insolito amigo a pasear. Su compadre no aparecia y el delfin resoplaba

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