agacho y comenzo a arrancar ostras y a ponerlas en la red que llevaba al cinto. Su companero sostenia el otro cabo de la soga y, recostado sobre la borda del bote, miraba a traves del agua cristalina.

Vio, de subito, que el buzo se puso rapidamente en pie, se asio de la soga y dio tal tiron que falto muy poco para que el companero saliera por la borda. La sacudida zarandeo el bote. El indio apostado en la lancha se apuro a subir al companero y le ayudo a encaramarse en la embarcacion. La respiracion del hombre que acababa de salir del agua era tan dificultosa que le obligaba a abrir tremendamente la boca, y los ojos se le saltaban de las orbitas. Su bronceado rostro se torno gris, tal era su palidez.

— ?Un tiburon?

El buzo no acerto a responder y rodo al fondo del bote.

?Que le habra podido asustar tanto? El indio miro por la borda y comenzo a examinar el agua. Efectivamente, algo sucedia alli. Los pececitos, cual pajaritos al ver a un halcon, se apresuraban a buscar refugio en los frondosos matorrales submarinos.

De pronto, el indio vio como por detras de una roca aparecia algo semejante a humo rojizo. El humo se disipaba lentamente, tinendo el agua de color rosa. Seguidamente surgio algo oscuro. Ese algo viro lentamente y se perdio tras un saliente de la roca. El humo purpureo en el fondo del mar solo podia ser sangre. ?Que habra sucedido? El indio miro a su companero, pero este yacia supinado, inmovil, respirando ansioso con la boca y la mirada ausente clavada en el cielo. El indio comenzo a remar inmediatamente hacia el «Medusa», temeroso por la vida de su companero.

Al fin el buzo se recupero, pero parecia haber perdido el habito de hablar: solo mugia, sacudia la cabeza y resoplaba.

Los pescadores que se hallaban en ese momento en la goleta rodearon al buzo, esperando impacientes sus explicaciones.

— ?Habla de una vez! — le grito, al fin, un joven indio que sacudia vigorosamente al buzo —. Habla, o te arranco de cuajo esa alma de cobarde que anida en tu pecho.

El buzo meneo la cabeza y dijo con voz sorda:

— He visto… al «demonio marino».

— ?Al mismo…?

— ?Pero desembucha, pronto! — gritaban impacientes los pescadores.

— De pronto vi que se me venia encima un tiburon. Venia directo a mi. Ha llegado mi ultimo instante, pense. Era enorme, negro, y ya habia abierto la boca, disponiendose a devorarme. Pero en ese instante veo que se aproxima…

— ?Otro tiburon?

— ?El «demonio»!

— ?Como es? ?Tiene cabeza?

— ?Cabeza? Si, creo que si. Los ojos son como vasos.

— Si tiene ojos tiene que tener cabeza — manifesto con seguridad el joven indio —. Los ojos han de estar clavados a algo. Y zarpas, ?tiene?

— Como las ranas. Los dedos largos, verdes, con unas y unidos por membranas. El cuerpo le brilla como si estuviera cubierto de escamas. Se acerco al tiburon, le relucio la zarpa y ?zas! La panza del tiburon comenzo a chorrear sangre…

— Y ?como son sus piernas? — inquirio uno de los pescadores.

— ?Las piernas? — el buzo trato de hacer memoria —. No tiene piernas. Solo una gran cola con dos culebras al final.

— ?Cual de los dos te asusto mas, el tiburon o el monstruo?

— El monstruo — respondio sin vacilar —. Aunque me salvo la vida. Pero era el…

— Si, era el.

— El «demonio marino» — profirio el indio.

— El «Dios marino» — le corrigio un indigena anciano —, que acude en ayuda de los desposeidos.

La noticia llego con extraordinaria celeridad a los botes esparcidos por la bahia. Los pescadores se apresuraron a regresar a la goleta y a subir las lanchas a bordo.

Se agolparon en torno al buzo, salvado por el «demonio marino», quien les repetia una y otra vez el relato, siempre aderezado con nuevos detalles. Recordo, por ejemplo, que el monstruo despedia llamas rojas por las fosas nasales, y sus dientes eran afilados y largos como los dedos de las manos; que movia las orejas, tenia aletas laterales y larga cola a modo de remo.

Pedro Zurita — desnudo de medio cuerpo, en blanco calzon corto, calzando grandes zapatos a pie desnudo y cubierto con sombrero de paja —, se paseaba por la cubierta prestando oido a las conversaciones.

Cuanto mas se entusiasmaba el narrador, mas se persuadia Pedro de que todo aquello era fruto de la imaginacion del buzo, inspirado por el susto que se llevo al ver como se le venia encima el escualo.

«Aunque, no podia ser todo de su cosecha, pues alguien le tenia que haber rajado el vientre al tiburon: el agua se habia tornado, realmente, sanguinolenta. El indio miente, no cabe duda, pero en eso algo veridico hay. Que historia tan extrana, ?maldita sea!»

En ese preciso momento, las reflexiones de Zurita se vieron interrumpidas por el sonido de la trompa, salido inesperadamente de allende la roca.

Cual tremenda tronada, el sonido dejo atonita a la marineria del «Medusa». El murmullo ceso de inmediato, los rostros palidecieron. Aquellos hombres miraban, con supersticioso pavor, hacia donde se habia sentido el trompetazo.

Cerca del penasco retozaba a flor de agua un cardumen de delfines. Uno de ellos se separo de los demas, dio un fuerte resoplido — cual si respondiera a la senal de la trompeta —, se dirigio veloz hacia la roca y desaparecio tras los penascos. Transcurrieron varios instantes de angustiosa espera. De subito, desde la cubierta de la goleta vieron como por detras del penasco aparecio el delfin. Sobre su lomo iba a horcajadas, como en brioso corcel, un extrano ser: el «demonio» recien descrito por el buzo. El monstruo tenia cuerpo de hombre, enormes ojos — semejantes a antiguos relojes de bolsillo —, que relucian bajo los rayos solares cual faros de automovil; la piel era de delicado azul plateado, las manos, como las de las ranas: color verde oscuro, largos dedos y membranas entre ellos. De la rodilla para abajo las piernas iban hundidas en el agua, por lo que resultaba imposible apreciar si terminaban en forma de cola, o eran como las humanas. Aquel extrano ser sostenia en la mano una larga caracola que hizo sonar de nuevo a modo de trompa, solto una alegre carcajada como cualquier humano, y grito de subito en castellano puro: «?Apurate, Leading, adelante!» Golpeo carinosamente con su mano de rana el brillante lomo del cetaceo y le espoleo, golpeandole los costados con las piernas. El delfin, cual buen corcel, acelero la marcha.

A los pescadores se les escapo un grito.

El insolito jinete se volvio, y al ver a la gente se deslizo como una lagartija del delfin, ocultandose tras el cuerpo de este. Solo se vio una mano verde que asomo por encima del lomo y golpeo al animal. El delfin, obediente, se sumergio junto con el monstruo.

La extrana pareja describio un semicirculo bajo el agua y desaparecio tras un arrecife…

El insolito espectaculo no duro mas de un minuto, pero los espectadores tardaron en recuperarse del asombro.

Lo que se formo en cubierta fue una autentica barahunda, los pescadores gritaban, corrian con las manos a la cabeza. Los indios se hincaban de rodillas suplicando clemencia al Dios del mar. El joven mexicano subio, del susto, al palo de vela mayor y comenzo a gritar. Los negros bajaron a la bodega y se acurrucaron en un rincon.

Todo venia a indicar que la situacion no era la mas propicia para reanudar la faena. A Pedro y a Baltasar les costo un triunfo restablecer el orden. El «Medusa» levo anclas y puso proa hacia el Norte.

ZURITA SUFRE UN REVES

El capitan del «Medusa» bajo al camarote para reflexionar sobre lo sucedido.

— ?Es para volverse loco! — profirio Zurita, mientras se refrescaba la cabeza con un jarro de agua tibia —. ?El monstruo marino habla un castellano perfecto! ?Que significara esto? ?Una brujeria? ?Una locura? Pero, no puede ser que se vea afectada simultaneamente de locura toda la marineria. Es imposible, incluso, que dos personas tengan el mismo sueno. Pero todos hemos visto al «demonio marino». Eso es incuestionable. Y por inverosimil que pueda parecer, existe. — Zurita volvio a refrescarse la cabeza con agua y la asomo por la portilla, exponiendola a la brisa —. Sea como fuere — prosiguio algo mas tranquilo —, ese monstruoso ser esta dotado de razon y puede obrar con arreglo a la misma. Por lo visto, se siente tan bien bajo el agua, como en la superficie. Y, para colmo, habla castellano. Esto facilitara notablemente el entendimiento. Se le podria… quiero decir que se le podria cazar, domesticar y hacerle pescar ostras. Ese sapo, con su aptitud para vivir en el agua, podria reemplazar a todo un equipo de pescadores. ?Menudo negocio! A cada pescador, quierase o no, hay que darle la cuarta parte de la captura. Ese sapo, sin embargo, saldria gratis. Con el se podria hacer, en poco tiempo, un capitalazo; ganar centenares de miles, millones de pesetas.

Y Zurita dio rienda suelta a la imaginacion. Siempre habia sonado con hacerse rico, buscando madreperlas donde nadie las pescaba. Zonas perliferas tan famosas como el Golfo Persico, las costas occidentales de Ceilan, el Mar Rojo y las aguas australianas estaban demasiado lejos, ademas, se venian explotando desde hacia mucho tiempo. ?Probar suerte en el golfo de Mexico, el de California, la isla Margarita o…? La goleta de Zurita estaba demasiado tronada para realizar travesias hacia costas venezolanas, donde se criaban las mejores perlas americanas. Le faltaban pescadores. Total, el negocio requeria ser ampliado, y al patron le faltaba plata. Eso le obligo a limitarse a faenar en aguas argentinas. ?Pero ahora! Ahora podria enriquecerse en un ano. Solo necesitaba una cosa: cazar al «demonio marino».

Seria el hombre mas rico de Argentina, tal vez, de America. El dinero le desbrozara el camino al poder. El nombre de Pedro Zurita estaria en boca de todo el mundo. Pero hay que ser muy comedido. Lo principal es saber guardar el secreto.

Zurita subio al puente, reunio a la marineria — hasta al cocinero — y les dijo:

— ?Ustedes saben la suerte que corrieron quienes se aventuraron a difundir rumores sobre el «demonio marino»? Pues enterense: la policia los detuvo y estan en la carcel. Debo advertirles que lo mismo les sucedera a cuantos se les ocurra jactarse de haber visto al «demonio marino». Iran a dar con sus huesos en el presidio. ?Entendido? Pues, bien, si no les ha hastiado todavia la vida, olvidense del «demonio» y ni palabra.

«Lo mismo, no se lo va a creer nadie. Se parece demasiado a un cuento» penso Zurita, mientras

Вы читаете Ictiandro
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату
×