aquellas aguas, infundiendo pavor a pescadores y costeros.

Nadie habia visto todavia al monstruo, pero el ya se habia hecho sentir en diversas ocasiones. Sobre su existencia corrian fabulas, contadas por los marineros a media voz, tal era el miedo que tenian de ser oidos por el.

Unos decian ser perjudicados por su presencia; otros, inesperadamente, beneficiados. «Es el Dios del mar — decian los indios mas viejos —, que emerge cada milenio de las profundidades oceanicas para restablecer la justicia en la tierra.»

Para los supersticiosos espanoles — persuadidos por los sacerdotes catolicos — era el demonio marino, que se le aparecia a la gente olvidadiza e irrespetuosa para con la sagrada iglesia catolica.

Esos rumores llegaron de boca en boca hasta Buenos Aires. El «demonio marino» devino, durante varias semanas, pasto de cronistas y panfletistas en la prensa menos prestigiosa. Todo naufragio de goletas o pesqueros en circunstancias imprecisas, ruptura de redes o desaparicion de peces capturados se le atribuia al «demonio marino». No obstante, habia quien contaba que se dieron casos cuando echo grandes peces a botes de pescadores y, en cierta ocasion, hasta salvo a un naufrago.

Hubo incluso un hombre que aseveraba: cuando el comenzo a hundirse, alguien le sostuvo por la espalda y, manteniendole a flote, le llevo hasta la orilla, desapareciendo en las olas tan pronto el salvado piso la arena.

Lo mas asombroso era que nadie habia logrado ver al «diablo», ni podia describir al enigmatico ser. No faltaron, naturalmente, «testigos oculares». Estos pintaban al monstruo con cornamenta, barba de chivo, zarpas de leon y cola de pez, o en forma de gigantesco sapo con cuernos, y piernas de hombre.

Las autoridades de Buenos Aires, al principio, no prestaron atencion a ese genero de rumores y publicaciones, considerandolos mera fantasia.

Pero la inquietud cundia — fundamentalmente en los medios pesqueros — en grado tal que muchos pescadores decidieron no hacerse a la mar. La captura se vio reducida de inmediato, y, como consecuencia, la oferta en el mercado. Esto obligo a las autoridades a investigar el caso, y a enviar con ese fin varios vapores y lanchas motoras de la guardia costera con la mision de «detener al sujeto que sembraba el panico entre la poblacion del litoral».

La policia se paso dos semanas surcando la bahia de La Plata y recorriendo sus costas, pero solo pudo arrestar a varios indios como difusores de falsos rumores, con lo que contribuian a propagar y exacerbar la inquietud. El «diablo» seguia imperceptible.

El jefe de la policia hizo publico un bando especial, en el que patentizaba la inexistencia de «diablo» alguno y afirmaba que los rumores al respecto no eran mas que vanas imaginaciones de gente ignorante, ya arrestada, y que llevara el merecido castigo. Persuadia a los pescadores a preterir esos rumores y reanudar la pesca.

Esto contribuyo a que la gente se tranquilizara por cierto tiempo. Pero las bromas del «demonio» no cesaban.

Cierta noche, unos pescadores que se hallaban lejos de la orilla se despertaron al oir los balidos de un corderito, aparecido milagrosamente en la cubierta del barco. Otros hallaron sus redes rotas y haladas.

Contentos por la reaparicion del «diablo», los periodistas esperaban ahora la explicacion cientifica del fenomeno.

Y esta no se hizo esperar.

Los cientificos opinaban que en el oceano no podia existir monstruo marino alguno ignorado por la ciencia y, sobre todo, capaz de realizar hechos propios exclusivamente del hombre. «Otro asunto seria — decian los doctos en la materia — si ese ser apareciera en las profundidades oceanicas, escasamente estudiadas aun.» Pero no podian admitir que el supuesto ser pudiera obrar de modo razonable. Al igual que el jefe de los carabineros, los cientificos consideraban que todo eso parecia, mas bien, travesuras de algun gamberro.

Pero no todos los eruditos eran de esa misma opinion.

Hubo quienes alegaron al celebre naturalista suizo Konrad von Gesner, a quien se le debe la descripcion de la virgen, el diablo, el monje y el obispo, todos ellos marinos.

«En ultima instancia, mucho de lo previsto por los sabios de la antiguedad y del Medioevo se ha venido a justificar pese a la evidente hostilidad mostrada por la nueva ciencia respecto a las doctrinas antiguas. La creacion del Senor es inagotable, y a nosotros, los cientificos, nos corresponde ser mas modestos y prudentes que nadie a la hora de hacer conclusiones», decian algunos sabios formados a la antigua.

Lo cierto es que no resultaba facil considerar sabios a aquellos modestos y prudentes senores, pues tenian mas fe en los milagros que en la misma ciencia, y sus conferencias eran, mas bien, predicas.

En definitiva, para dirimir la controversia se decidio enviar una expedicion cientifica.

Los integrantes del grupo no tuvieron la suerte de encontrarse con el «diablo», pero si reunieron copiosa informacion sobre la forma de obrar del «anonimo sujeto» (los cientificos mas entrados anos insistian en que el vocablo «sujeto» fuera substituido por el de «ser», a su modo de ver, mas idoneo).

El informe publicado en la prensa por los integrantes de la expedicion, decia:

«1o. En algunos bancos de arena se observaron huellas de estrechos pies humanos que salian del mar y volvian a entrar. Pero podrian pertenecer a un hombre que hubiera arribado en lancha.

2o. Las redes examinadas presentan cortes practicados con objeto cortante. Podrian haberse roto al engancharse en rocas submarinas, o en restos metalicos de barcos hundidos.

3o. Segun relatos de testigos oculares, un delfin lanzado por la tormenta a la orilla, a considerable distancia del agua, fue devuelto por la noche al mar. Es mas, el autor del hecho dejo las improntas de sus pies con largas unas en la arena. Seguramente se habra compadecido del delfin algun caritativo pescador.

Es notorio que cuando los delfines se disponen a cazar arrinconan previamente peces en lugares de escasa profundidad, ayudando asi a los pescadores. Estos, a su vez, corresponden sacando con frecuencia de apuros a los delfines. Las huellas de las unas podrian pertenecer perfectamente a dedos de pies humanos; encargandose la imaginacion de concederles la forma de una.

4o. El corderito pudo haber sido llevado en lancha y lanzado al barco por algun gracioso.»

Los cientificos hallaron varias causas mas, no menos sencillas, que, a su modo de ver, debian explicar el origen de las huellas dejadas por el «demonio».

Total, el veredicto de los eruditos fue el siguiente: no existe monstruo marino capaz de realizar tan complicadas operaciones.

Sin embargo, esas explicaciones dejaron insatisfechos a muchos. Semejantes dilucidaciones han sido consideradas problematicas hasta en los medios cientificos. Ni el gracioso mas ocurrente, habil y astuto habria podido hacer todo eso sin ser advertido. Pero los eruditos habian omitido en su informe algo muy importante. Ese algo consistia en que el «demonio», segun se habia establecido, realizaba sus hazanas en lugares muy distantes uno del otro y en lapsos brevisimos. Resultaba que el «demonio» o era un nadador fantastico, o utilizaba dispositivos especiales, o eran varios. Pero entonces todas esas diabluras se tornaban mas incomprensibles y amenazadoras.

Pedro Zurita evocaba esa enigmatica historia sin cesar un instante de ir y venir por el camarote.

Sumido en esas meditaciones, le sorprendio la aurora; por la portilla entraba un rayo de rosada luz. Pedro apago la lampara y se puso a lavarse.

Refrescabase la cabeza con agua tibia cuando oyo temerosos gritos procedentes de cubierta. Sin terminar de lavarse. Zurita subio presuroso por la escalera.

Desnudos, llevando como unica prenda el taparrabo, los pescadores se agolpaban junto a la borda, agitando los brazos y gritando sin concierto. Pedro miro hacia abajo y vio que los botes, dejados por la noche en el agua, estaban desamarrados. La brisa nocturna se los habia llevado hacia el oceano, bastante lejos. Y ahora, la brisa matinal los iba arrimando lentamente a la orilla. Los remos flotaban dispersos por la bahia.

Zurita ordeno a los buzos reunir los botes. Pero ninguno de ellos se atrevio a abandonar el puente. Zurita repitio la orden.

Alguien dijo con imprudencia:

— Si tan valiente eres, echate tu en las garras del «demonio».

Zurita llevo la mano al revolver. Los hombres se replegaron hacia el mastil mirando con hostilidad al capitan. La colision parecia irremediable. Pero, como siempre en situaciones por el estilo, fue Baltasar quien contribuyo a relajar la tension.

— El araucano no teme a nadie — exclamo —, el tiburon no pudo devorarme del todo, el «demonio» tampoco podra con mi osamenta, se atragantara.

Tras decir esto, junto las manos sobre la cabeza y se lanzo al agua, dirigiendose a nado al bote mas proximo. Los buzos volvieron a la borda y miraban atemorizados a Baltasar quien, pese a su avanzada edad y a la pierna destrozada, nadaba maravillosamente. En varias brazadas el indio alcanzo el bote, recogio un remo que flotaba cerca, y subio a la embarcacion.

— ?La soga esta cortada con cuchillo — grito desde el bote —, y bien cortada que esta! Se ve que tenia el filo como el de una navaja de afeitar.

Al ver que a Baltasar no le habia pasado nada varios buzos siguieron su ejemplo.

MONTADO SOBRE UN DELFIN

El sol acababa de salir, pero achicharraba ya sin piedad. El cielo, de argentado azul, estaba absolutamente despejado, y el oceano, como una balsa de aceite. El «Medusa» se hallaba a veinte kilometros al sur de Buenos Aires. Obedeciendo el consejo de Baltasar, fondeo en una pequena bahia cerca de una acantilada costa que emergia del agua en forma de dos enormes terrazas.

Los botes se esparcieron por la bahia. Cada uno llevaba, como era costumbre, dos buzos que se alternaban en sus funciones: uno buceaba y el otro le sacaba. Luego, viceversa.

Una de las lanchas se aproximo considerablemente a la orilla. El buzo abrazo con los pies una gran piedra de coral, sujeta al extremo de la soga, y bajo rapidamente al fondo.

El agua estaba tibia y transparente, se veian con nitidez las piedras del fondo. Mas hacia la orilla parecian estar arraigados corales: inmoviles arbustos de los jardines submarinos. Pequenos peces, dorados y plateados, se paseaban por los paradisiacos vergeles.

Tan pronto toco fondo, el buzo se

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