costa — respondio Cristo —. Me atreveria a proponerle llevarnos a mi hermano. Yo se lo adverti y nos espera en la orilla.

— ?Para que?

— A Ictiandro lo ha secuestrado el pescador de perlas Pedro Zurita.

— ?De que fuentes ha recibido usted esa informacion? — inquirio con suspicacia Salvador.

— Le describia mi hermano la goleta que capturo en la bahia a Ictiandro, y el reconocio a la embarcacion «Medusa», propiedad de Pedro Zurita. Es muy probable que el mencionado patron haya capturado a Ictiandro para obligarle a pescar perlas. Mi hermano conoce perfectamente los lugares perleros. Creo que nos podra ayudar.

Salvador reflexiono.

— ?Bien! Llevaremos a su hermano.

Baltasar esperaba a su hermano en el muelle. El submarino viro hacia el muelle. Baltasar miraba sombrio desde la costa a Salvador, quien le habia quitado y mutilado al hijo. No obstante, el indio le hizo una cortes reverencia a Salvador y llego a nado hasta el buque.

— ?A toda maquina! — ordeno Salvador. El doctor no abandonaba el puente, escudrinando la superficie del oceano.

PRISIONERO EXCEPCIONAL

Zurita serro las esposas que maniataban a Ictiandro, le dio un traje nuevo y le permitio recoger las gafas y los guantes escondidos en la arena. Pero tan pronto el joven puso el pie en el «Medusa», por orden de Zurita, los indios lo encerraron en la bodega. Zurita hizo un breve alto en Buenos Aires para proveerse de viveres. Fue a ver a Baltasar, se jacto de su buena fortuna y puso proa hacia Rio de Janeiro, a lo largo de la costa. Se proponia seguir las ondulaciones de la costa oriental sudamericana y comenzar la busqueda de perlas en el Caribe.

A Lucia la alojo en el camarote del capitan. Le aseveraba que a Ictiandro lo habia puesto en libertad en Rio de la Plata. Pero ese embuste se descubrio muy pronto. Por la tarde Lucia oyo gritos y lamentos que llegaban de la bodega. Ella reconocio la voz de Ictiandro. En ese momento Zurita se encontraba en el puente superior. La joven quiso salir del camarote, pero encontro la puerta cerrada con llave. Entonces comenzo a golpearla con los punos, pero nadie se hizo eco de sus gritos.

Al oir las voces de Ictiandro, Zurita bajo del puente, profiriendo improperios, y entro en la bodega junto con un marinero indio. La bodega estaba a oscuras y hacia en ella un calor sofocante.

— ?Por que vociferas? — le pregunto groseramente Zurita.

— Yo… yo me ahogo — oyo la voz de Ictiandro —. No puedo vivir sin agua. Aqui hace un calor tan sofocante. Dejeme ir al mar. En estas condiciones no llegare a la noche vivo…

Zurita cerro de un golpe la escotilla y subio al puente.

«No quiera Dios que se me ahogue de veras» penso preocupado Zurita. La muerte de Ictiandro no le convenia en ningun aspecto.

Por orden de Zurita, los marineros bajaron un tonel a la bodega y lo llenaron de agua.

— Ahi tienes tu bano — dijo Zurita refiriendose a Ictiandro —. ?Nada! Manana te soltare al mar.

Ictiandro se metio presuroso en el tonel. Los indios que presenciaron aquella escena quedaron perplejos. Ellos todavia no sabian que el prisionero del «Medusa» era el «demonio marino».

— ?Todos a cubierta! — les grito Zurita.

Eso de nadar en el tonel era una burla, claro. Ictiandro ha tenido que acurrucarse para que el agua lo cubriera. El tonel habia contenido cecina y el agua asumio en seguida ese olor, lo que impidio que pudiera aliviar sustancialmente la existencia del joven.

Un fresco viento impulsaba la goleta hacia el Norte.

Zurita se paso la noche en el puente y solo al amanecer se presento en el camarote, esperando encontrar a su esposa durmiendo a pierna suelta. Pero se equivoco, estaba sentada a una mesita, con la cabeza apoyada en los punos. Al sentir entrar al marido, Lucia se puso de pie y, a la escasa luz proyectada por la lampara de techo. Zurita pudo ver su palido y severo rostro.

— Usted me ha enganado — dijo con voz sorda.

Zurita no se sentia muy bien bajo la fiera mirada de su esposa y, tratando de ocultar su involuntaria turbacion, adopto un aire jocoso, enrosco el bigote y respondio:

— Ictiandro ha preferido quedarse en el «Medusa», para estar mas cerca de usted.

— ?Mentira! Es usted un mezquino y un indecente. ?Le odio! — con estas palabras echo mano de un gran cuchillo que colgaba de la pared, y se le fue encima.

— ?Oh! — exclamo Zurita, asiendo la muneca de Lucia con tal fuerza que la hizo soltar el arma.

Zurita saco de un puntapie el cuchillo del camarote, solto el brazo de la esposa y dijo:

— Esto ya es distinto. Esta usted muy excitada. Tome un trago de agua.

Salio del camarote, lo cerro por fuera con llave y subio al puente.

El oriente se tenia de rojo, unas sutiles nubes — iluminadas por el sol oculto todavia tras el horizonte — flameaban cual lenguas de fuego. El viento matutino, salado y fresco, hinchaba las velas. Una bandada de gaviotas revoloteaba, acechando a los peces que retozaban en la superficie.

Ya habia salido el sol, pero Zurita seguia caminando por la cubierta con las manos a la espalda.

— Quiera o no, la metere en cintura — dijo refiriendose a Lucia.

A los marineros les ordeno, a voz en cuello, arriar las velas. El «Medusa» quedaba anclado, meciendose en las olas.

Zurita dispuso: «Venga una cadena y traigan al hombre de la bodega». Estaba deseoso de probar a Ictiandro en la pesca de perlas. «Sera, a proposito, una magnifica ocasion para que se refresque en el mar» penso.

Ictiandro aparecio escoltado por dos indios. Se veia sumamente extenuado. Miro alrededor. Estaba al pie del palo mesana. Distaba tan solo unos pasos de la borda. De pronto el joven salio corriendo, y ya se disponia a saltar, cuando el pesado puno de Zurita cayo sobre su cabeza. Ictiandro rodo inconsciente por la cubierta.

— Para que apresurarse tanto — profirio Zurita con tono aleccionador.

Se oyo ruido de hierros, un marinero le entrego al patron una larga cadena con cinturon de hierro en el extremo.

El capitan le puso al joven, todavia inconsciente, el cinturon, le colgo un candado y, dirigiendose a los marineros, dijo:

— Ahora pueden echarle agua.

El joven recobro el conocimiento y observo perplejo la cadena que lo sujetaba.

— Asi no te escaparas — le aclaro Zurita —. Te permitire sumergirte en el mar. Buscaras ostras perliferas para mi. Cuantas mas perlas encuentras, mas permaneceras en el mar. Si te niegas a extraer ostras perleras para mi, te encerrare en la bodega y tendras que conformarte con el tonel. ?Entendido? ?Conforme?

Ictiandro asintio.

Estaba dispuesto a buscar para Zurita todos los tesoros del mundo, con tal que le permitiera sumergirse cuanto antes en la limpia agua marina.

A la borda de la goleta se acercaron Zurita, Ictiandro, encadenado, y los marineros. El camarote de Lucia se hallaba en la otra borda del barco: el capitan no queria que ella viera a Ictiandro encadenado.

Al joven le bajaron sujeto por la cadena al fondo. ?Si pudiera romper esta cadena! Pero era demasiado fuerte. Las circunstancias pudieron mas, Ictiandro se resigno. Comenzo a recoger ostras y a guardarlas en un gran saco que llevaba colgado del costado. El aro de hierro le apretaba los costados, haciendole dificultosa la respiracion. No obstante, Ictiandro se sentia casi dichoso despues del viciado ambiente de aquella carcel y del hediondo tonel.

La marineria presenciaba asombrada desde el barco aquel insolito espectaculo. Pasaban los minutos y aquel hombre, bajado al fondo del mar, ni pensaba subir. Al principio salian a la superficie algunas burbujas, pero despues cesaron.

— Que me devore un tiburon si en su pecho queda ya una particula de aire. Por lo visto se siente como pez en el agua — decia un viejo pescador con la vista clavada en el fondo. Se veia con toda nitidez como el joven gateaba por el fondo.

— Tal vez sea el mismo «demonio marino» — dijo bajito un marinero.

— Quienquiera que sea, el capitan Zurita ha hecho una gran adquisicion — replico el navegador —. Un pescador como ese puede reemplazar a una docena.

El sol se aproximaba al cenit cuando le dio un tiron a la cadena para que lo subieran. Su saco estaba repleto de ostras. Habia que vaciarlo, para poder continuar la pesca.

Los marineros subieron rapidamente al extraordinario pescador. Todos querian saber cual era su eficiencia.

Habitualmente a las ostras se las deja pudrirse varios dias, asi resulta mas facil sacar la perla, pero ahora la impaciencia general — desde la marineria hasta Zurita — era tal que todos se pusieron a abrir las ostras con el filo del cuchillo.

Cuando los marineros concluyeron la faena, comenzo un animado intercambio de impresiones. En la cubierta reinaba una insolita emocion. ?Habra descubierto Ictiandro una rica zona perlifera? Pero lo que subio de una vez rebasaba todas las esperanzas. Entre todas aquellas perlas habia unas dos decenas muy pesadas, de excelente forma y los mas finos colores. La primera prueba ya le habia proporcionado a Zurita toda una fortuna. Con una perla de las grandes bastaba para comprar una goleta nueva, de las mejores. Zurita estaba a punto de hacerse rico, acaudalado. Sus suenos se veian realizados.

Zurita advirtio la avidez con que los marineros miraban las perlas, y no le gusto. Se apresuro a recogerlas en su sombrero de paja y mascullo:

— A desayunar. Ictiandro, eres un gran pescador. Sabes, tengo un camarote libre. Quiero que sea el tuyo. Alli no te sofocaras. Encargare para ti un gran tanque de cinc. Aunque tal vez no lo necesites, pues vas a nadar todos los dias en el mar. Pero, con cadena. ?Que hacer? De lo contrario te iras con tus cangrejos y no volveras.

Ictiandro no tenia el minimo deseo de hablar con Zurita. Mas, si el destino se le antojaba hacerle cautivo de aquel codicioso, debia pensar en una vivienda decente.

— Un tanque siempre es preferible a un hediondo tonel — le repuso a Zurita —, ahora bien, si no se propone asfixiarme, tendra que cambiar el agua con frecuencia.

— ?Con que frecuencia? — se intereso Zurita.

— Cada media hora — respondio Ictiandro —. Lo ideal seria que el agua fuera corriente.

— ?Vaya! Veo que te estas inflando ya. Pronto te envaneces. Apenas te alaban, comienzas a exigir, a encapricharte.

— No son caprichos — se ofendio el joven —. Es que yo… usted sabra que si se pone un pez grande en un balde con

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