agua se duerme en seguida. El pez respira el oxigeno que se encuentra en el agua, y yo… soy un pez muy grande — anadio, con una leve sonrisa, Ictiandro.

— En cuanto al oxigeno no se, no entiendo de eso, pero me consta que si a los peces no se les cambia el agua la espichan. Tal vez tengas razon. Mas, como comprenderas, poner especialmente a gente que se ocupe de bombearte agua fresca va a resultar muy caro, mas caro que tus perlas. ?Asi me arruinas!

Ictiandro desconocia el precio de las perlas, asi como que Zurita pagaba a buzos y marineros una miseria. Por eso, el joven dio credito a las palabras del patron y exclamo:

— ?Si no le convengo suelteme al mar! — Ictiandro miro con tristeza al oceano.

— ?Menudo elemento! — dijo Zurita soltando una risotada.

— Yo mismo le traere perlas. ?Se lo juro! Hace mucho he reunido ya un monton asi — Ictiandro muestra con la mano hasta la rodilla —, y todas parejas, lisas, del tamano de una haba… Se las regalare todas, pero suelteme.

A Zurita se le corto la respiracion.

— ?No seas mentiroso! — le objeto el patron, tratando de mantenerse sereno.

— Jamas he mentido a nadie — exclamo Ictiandro enojado.

— ?Donde esta tu tesoro? — indago el capitan sin ocultar ya su emocion.

— En una gruta submarina. Nadie sabe donde esta, solo Leading.

— ?Leading? ?Quien es ese?

— Mi delfin.

— ?Ya, ya!

«Parece una alucinacion — penso Zurita —. Si es cierto (y no hay motivos para no darle credito), esto rebasa cuanto me he atrevido a sonar hasta ahora.

Sere incalculablemente rico. Los Rothschild y los Rockefeller seran unos indigentes a mi lado. Supongo que al joven se le puede creer. Podria soltarlo, ?y por que no? bajo palabra de honor.»

Pero Zurita era un hombre de negocios. No acostumbraba a creer en la palabra de nadie. Comenzo a cavilar, como apoderarse del tesoro de Ictiandro. «Si Lucia se lo pide, lo traera con gusto.»

— Posiblemente te deje libre — manifesto Zurita —, pero tendras que quedarte conmigo cierto tiempo. Si. Tengo motivos para ello. Pienso que no te arrepentiras de haberlo hecho. Mientras tanto, tu eres mi invitado y quiero crearte mayores comodidades. En vez del tanque, que resultara demasiado caro, podriamos hacerte una gran jaula de hierro en la que te sumergiriamos en el mar y, al mismo tiempo, te protegeria contra los tiburones.

— Si, pero es que necesito permanecer al aire tambien.

— Bueno, y que, te sacaremos de vez en cuando. Esto resultara mas barato que bombear agua al tanque. Total, todo se arreglara, quedaras contento.

Zurita estaba de excelente humor. Tan euforico estaba que hizo algo inaudito: ordeno servir a los marineros un vaso de aguardiente al desayuno.

A Ictiandro se lo volvieron a llevar a la bodega: el tanque no estaba hecho todavia. Zurita abrio la puerta de su camarote con cierto reconcomio y, desde la puerta, le mostro a Lucia el sombrero lleno de perlas.

— Yo recuerdo mis promesas — comenzo sonriente —, a mi esposa le encantan las perlas, le gustan los regalos. Para extraer muchas perlas hay que tener buen pescador. Por eso he secuestrado a Ictiandro. Mira, esta es la pesca de una sola manana.

Lucia lanzo una fugaz mirada a las perlas, y tuvo que hacer un esfuerzo enorme para reprimir la involuntaria exclamacion de asombro. Pero a Zurita eso no se le escapo y rio jactancioso:

— Vas a ser la mujer mas rica de Argentina o, tal vez, de las Americas. Tendras cuanto se te antoje. Te construire un palacio, objeto de envidia para soberanos. Y ahora, como garantia del futuro recibe la mitad de estas perlas.

— ?No! No necesito ni una sola de esas perlas conseguidas mediante acciones delictivas — le repuso Lucia —. Y, por favor, no me importune mas.

Zurita quedo turbado y enojado: no esperaba ser recibido de esa forma.

— Solo dos palabras. ?Quisiera usted — para concederle mayor importancia al asunto paso a tratarla de «usted» — ver a Ictiandro libre?

Lucia lo miro con suspicacia, como tratando de averiguar la nueva estratagema que se proponia tramar.

— ?Que mas? — inquirio ella con frialdad.

— La suerte de Ictiandro esta en sus manos. Usted le ordena al joven que traiga al «Medusa» las perlas que guarda en el fondo, y yo le concedo plena libertad.

— Apuntese lo que voy a decirle. No creo nada de lo que usted dice. Tan pronto reciba las perlas volvera a encadenar a Ictiandro. Eso es tan cierto, como que yo soy la esposa del hombre mas falso y perfido. Tenga esto bien presente y jamas trate de involucrarme en sus asuntos sucios. Y quiero repetirle: por favor, dejeme usted tranquila.

El tema se habia agotado y Zurita se retiro. En su camarote paso las perlas a un saquito, lo coloco cuidadosamente en un baul, lo cerro y salio a cubierta. Las desavenencias con la mujer no le preocupaban. Ya se veia rico, rodeado de atenciones y respetos.

Subio al puente de mando, prendio un cigarro. Los pensamientos sobre las futuras riquezas le causaban agradable emocion. Siempre vigilante, esta vez no advirtio que los marineros, reunidos en grupos, algo tramaban en silencio.

EL «MEDUSA» ABANDONADO

Zurita estaba junto a la borda, frente al palo de trinquete, cuando, obedeciendo una senal del navegador, varios marineros se lanzaron sobre Pedro. No estaban armados pero eran muchos. Dominar a Zurita no resulto ser una empresa facil. Dos marineros le saltaron por detras y se engancharon a su espalda. Zurita se las ingenio para zafarse del tumulto y, habiendose alejado unos pasos corrio, volviose de espalda y estrellose con fuerza contra la borda.

Los marineros agarrados a su espalda soltaron su presa con fuertes alaridos y rodaron por la cubierta. Zurita se irguio y comenzo a repeler a punetazos los ataques de nuevos adversarios. Siempre llevaba el revolver encima, pero el ataque fue tan inesperado que no tuvo tiempo para sacar el arma. Iba replegandose lentamente hacia el palo de trinquete y subitamente, con la agilidad del mono, comenzo a trepar los obenques.

Un marinero lo agarro de un pie, pero Zurita le golpeo la cabeza con el libre, haciendole desplomarse a la cubierta. Zurita consiguio subir a la cofa, en la que se sento profiriendo improperios. Alli podia sentirse relativamente seguro. Saco el revolver y grito:

— ?A quien intente subir le parto la crisma!

Los marineros alborotaban sin saber que hacer.

— ?En el camarote del capitan hay armas! — gritaba el navegador, tratando de imponerse a los demas —. ?Siganme, forzaremos la puerta!

Varios marineros se dirigieron a la escotilla.

«Se acabo — penso Zurita —, me mataran como a un vulgar pajarraco.»

Miro hacia el mar, buscando la ultima eventualidad. Y, sin poder creerlo, vio como hacia el «Medusa», surcando el espejo del oceano, se dirigia a extraordinaria velocidad un submarino.

«Ahora lo principal es que no se sumerja — penso Zurita —. En el puente hay gente. ?Sera posible que no me vean y pasen de largo?»

— ?Socorro! ?Pronto, me matan! — gritaba Zurita a pleno pulmon.

Desde el submarino, por lo visto, ya lo habian notado. Sin reducir la velocidad el navio seguia hacia el «Medusa».

Por la escotilla de la goleta aparecieron marineros armados. Se esparcieron por la cubierta, pero al ver que al «Medusa» se aproximaba un submarino artillado se mostraron indecisos. No era posible matar a Zurita en presencia de testigos tan indeseables.

Zurita cantaba victoria. Pero su regocijo era prematuro. En el puente del submarino estaban Baltasar y Cristo; junto a ellos un hombre alto de nariz aguilena y penetrante mirada, gritaba:

— Pedro Zurita, usted debe entregar inmediatamente al joven Ictiandro. Si no lo hace en el plazo de cinco minutos, hundire su goleta.

«?Traidores!» penso Zurita, mirando con odio a Cristo y a Baltasar. «Es preferible perder a Ictiandro que la propia cabeza.»

— Ahora mismo lo traigo — prometio Zurita, mientras se deslizaba por los obenques.

Los marineros comprendieron que debian escabullirse. Unos lanzaron los botes de salvamento, otros prefirieron alcanzar la orilla a nado. A cada uno le preocupaba su pellejo.

Zurita bajo a su camarote, recogio rapidamente el saquito de perlas, se lo echo al enfaldo de la camisa, se llevo unas correas y un panuelo. Acto seguido abrio la puerta del camarote donde se hallaba Lucia, la tomo en brazos y salio a cubierta.

— Ictiandro no se siente muy bien. Lo encontraran en el camarote — dijo Zurita sin soltara la esposa. Llego corriendo a la borda, subio a la joven a un bote que lanzo seguidamente al agua y salto a el.

Ahora el submarino ya no podia perseguir al bote: no habia suficiente calado. Pero Lucia ya habia visto a Baltasar en el puente del submarino.

— ?Padre, salva a Ictiandro! Esta… — no pudo terminar la frase, Zurita le tapo la boca con el panuelo y se apresuro a amarrarle las manos con la correa.

— ?Deje a esa mujer! — grito Salvador, indignado por el mal trato que le estaba dando.

— ?Esta mujer es mi esposa y nadie tiene derecho a inmiscuirse en mis asuntos! — replico Zurita, remando mas fuerte todavia.

— ?Nadie tiene derecho a tratar de esa forma a una mujer! — grito irritado Salvador —. ?O se detiene, o disparo!

Pero Zurita seguia remando.

Salvador disparo su revolver. La bala acerto en la borda del bote.

Zurita levanto a Lucia y, escudandose en ella, grito:

— ?Continue!

Lucia se retorcia en sus brazos.

— Es un canalla redomado — profirio Salvador, bajando el arma.

Baltasar se lanzo al agua, tratando de alcanzara nado al bote. Pero Zurita estaba ya muy cerca de la orilla. Remo con mas fuerza aun, y muy pronto una ola lanzo el bote a la playa. Pedro agarro a Lucia y desaparecio entre las rocas de la costa.

Convencido de que ya no podria darle alcance a Zurita, Baltasar nado hacia la goleta y la abordo por la cadena del ancla. Bajo por la escalerilla y busco a Ictiandro por todos los rincones. Baltasar recorrio todo el barco, hasta la bodega. La goleta estaba abandonada, no habia ni un alma.

— ?Ictiandro no esta en la goleta! — comunico a gritos Baltasar.

— ?Pero esta vivo y tiene que estar por aqui! Lucia dijo: «Ictiandro esta…» Si ese bandido no le hubiera tapado la boca sabriamos donde buscarlo — articulo Cristo.

Oteando la superficie del mar, Cristo advirtio que sobresalian

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