seria estropearlo todo. Eso es lo ultimo que se debe hacer.

— ?Cual es tu propuesta? — inquirio Baltasar.

— Primero — Larra doblo el pulgar —, le enviaremos una misiva a Salvador, redactada con primoroso estilo, comunicandole que conocemos todos sus ilicitos experimentos y operaciones. Y si no quiere que lo hagamos del dominio publico debera pagar un subido rescate. Cien mil. Si, cien mil, eso como minimo. — Larra clavo en Baltasar una inquisitiva mirada.

Pero el otro no hacia mas que poner cara de malos amigos y callar.

— Segundo — prosiguio Larra —. Cuando recibamos la cantidad indicada — y la recibiremos —, le enviaremos al profesor Salvador otra misiva, redactada con expresiones mas delicadas y finas aun. Le comunicaremos que aparecio el autentico padre de Ictiandro, sobre lo que obran en nuestro poder pruebas irrefutables. Le diremos que el padre legitimo de Ictiandro quiere que su hijo retorne al hogar paterno, para lo que esta dispuesto a presentar una querella en la que expondra, logicamente, como Salvador mutilo a Ictiandro. Si el doctor quisiera obviar la presentacion de dicha querella y quedarse con el muchacho, le bastaria transmitir a las personas por nosotros indicadas, en lugar y tiempo asignados, un millon de dolares.

Pero Baltasar no oia. Agarro una botella y estuvo a punto de tirarsela a la cabeza del abogado. Larra nunca habia visto a Baltasar tan iracundo.

— Vamos, no te pongas de esa forma. Ha sido una broma, viejo, ?Deja esa botella! — exclamo Larra, tapando con la mano la brillante calva.

— ?Tu…! ?Tu…! — gritaba Baltasar enfurecido en extremo —. Tu me propones vender a mi propio hijo, renunciar a Ictiandro. ?Tu no tienes corazon! ?Tu no eres un hombre, eres un alacran, una tarantula, o desconoces por completo los sentimientos paternales!

— ?Que no tengo sentimientos, yo? ?Cinco! ?Cinco! ?Cinco! — grito, a su vez, el abogado como un energumeno —. ?Cinco sentimientos paternales! ?Cinco varones tengo! ?De todos los tamanos! ?Cinco bocas! ?Conozco y entiendo ese sentimiento! Conseguiras que vuelva el tuyo. Pero armate de paciencia y escuchame hasta el fin.

Baltasar se tranquilizo. Puso la botella en la mesa, bajo la cabeza y miro a Larra.

— ?Bueno, habla!

— ?Eso ya es harina de otro costal! Salvador nos pagara un millon. Eso sera la «dote» de tu Ictiandro. Y espero que algo me toque a mi. Como recompensa por mis diligencias y por el derecho de autor: unos cien mil. Tu y yo nos entenderemos. Salvador pagara ese millon. Te lo aseguro. Y tan pronto lo pague…

— Presentaremos la querella.

— Un poquito mas de paciencia. Propondremos informacion sobre tan sensacional delito al mayor consorcio periodistico, y que pague, digamos, unos veinte o treinta mil dolares, para gastos corrientes. Puede que nos toque algo tambien de lo asignado para la policia secreta. Pues en un asunto como este los agentes pueden hacer carrera. Cuando hayamos exprimido el asunto del Salvador, entonces, con mil amores, recurre al tribunal, expon alli tus sentimientos paternales y que la Temis te ayude a demostrar tus derechos y a recibir en brazos a tu hijo.

Larra apuro el vaso de vino, golpeo con el la mesa, y miro a Baltasar con aire triunfal.

— ?Que te parece?

— Yo me paso los dias sin comer, las noches en vela, y tu me propones demorar, dar largas al asunto — comenzo diciendo Baltasar.

— ?Pero en aras de que…? — le interrumpio con vehemencia el abogado —. ?Para que? ?Para obtener millones! ?Mi-llo-nes! ?Acaso te flojean las entendederas? Has vivido veinte anos sin Ictiandro.

— Si, vivi. Pero ahora… Total, ponte a escribir la instancia.

— ?Este hombre ha perdido, realmente, el habito de razonar! — exclamo Larra —. Baltasar, reflexiona, despabilate, entra en razones. Ten presente: ?Millones! ?Oro! Podras tener cuanto se te antoje. El mejor tabaco, automovil, veinte goletas, esta pulqueria…

— Mira, o me escribes la instancia, o recurro a otro abogado — manifesto resueltamente Baltasar.

Larra comprendio que era inutil seguir oponiendo resistencia. Meneo la cabeza, suspiro desalentado, saco unas cuartillas de la rojiza cartera y desprendio la estilografica del bolsillo lateral.

Al cabo de varios minutos estaba lista la queja contra Salvador, en la que se le acusaba de haberse atribuido ilicitamente la paternidad respecto al hijo de Baltasar, asi como de haberle mutilado.

— Te lo advierto la ultima vez: piensalo bien — le dijo Larra.

— Venga, largamela — dijo el indio tendiendo la mano para recoger la instancia.

— Entregasela al fiscal principal. ?Me oyes? — aconsejaba al cliente Larra, mascullando para su coleto-: «?Ojala tropieces en la escalera y te quiebres una pierna!»

Al salir de la oficina del fiscal, Baltasar tropezo con Zurita en la escalera principal.

— ?Que te traes tu por aqui? — indago Zurita, mirando con suspicacia al indio —. ?No habras venido a quejarte de mi?

— Habria que quejarse de todos ustedes — repuso Baltasar, teniendo en cuenta a los espanoles —, pero no hay quien lo haga. ?Donde escondes a mi hija?

— ?Como te atreves a tutearme! — se excito Zurita —. Si no fueras el padre de mi esposa te daria una buena leccion de cortesia.

Zurita aparto groseramente a Baltasar, subio por la escalera y desaparecio tras una gran puerta de caoba.

CASUS JURIDICO

El fiscal de Buenos Aires recibio una insolita visita: el superior de la catedral local, obispo Juan de Garcilaso.

El fiscal — hombrecito regordete, bajito, muy vivaracho, con los ojos hinchados, el cabello corto y el bigote tenido — se levanto de su sillon para acudir a saludar al obispo. El anfitrion ofrecio, cortesmente, al distinguido visitante asiento en un macizo sillon de cuero situado ante el escritorio.

El obispo y el fiscal eran totalmente distintos. El rostro del fiscal era mofletudo y rojo, labios gruesos, nariz ancha y muy parecida a una pera. Los dedos de las manos eran gruesos y cortos, y los botones en el abultado vientre estaban a punto de reventar, al no estar en condiciones de controlar la agitacion de la grasa.

El rostro del obispo, por el contrario, llamaba la atencion por su flaqueza y palidez. La nariz aguilena y afilada, el menton sobresaliente y agudo y los labios finos, casi azules le concedian la imagen tipica del jesuita. El obispo jamas miraba a su interlocutor a los ojos, no obstante, lo observaba vigilante. La influencia del obispo era enorme, y, sin abandonar sus quehaceres espirituales, el manipulaba gustoso el complicado juego politico. Tras el saludo de rigor, el obispo paso de inmediato al objetivo de su visita.

— Yo quisiera saber — pregunto muy quedo el obispo — en que estado se encuentra el caso del profesor Salvador.

— ?Ah! llustrisima, a usted tambien le interesa ese caso — exclamo con mucha amabilidad el fiscal —. Si, claro, es un proceso extraordinario. — Y tomando del escritorio una abultada carpeta y pasando las hojas del expediente, el fiscal prosiguio-: Basandonos en la denuncia de Pedro Zurita hemos efectuado un registro en el predio del profesor Salvador. La declaracion de Zurita acerca de que Salvador efectuaba insolitas operaciones en animales se ha confirmado plenamente. Los jardines de Salvador eran una autentica fabrica de monstruos. ?Era algo extraordinario! Salvador, por ejemplo…

— Los resultados del registro los conozco por la prensa — le interrumpio el obispo —. ?Que medidas han tomado con respecto al propio Salvador? ?Le han arrestado?

— Si, esta arrestado. Ademas, hemos traido, en calidad de prueba material y como testigo de la acusacion, a un joven que responde al nombre de Ictiandro, alias el «demonio marino». Quien iba a pensar que el celebre «demonio marino» — que durante tanto tiempo nos ha venido ocupando — fuera uno de los monstruos del zoo de Salvador. Ahora expertos profesores de la Universidad estan enfrascados en el estudio de todos esos animales. No hemos podido traer, naturalmente, todas esas pruebas materiales vivas. Pero a Ictiandro si, y esta en el sotano del juzgado. Nos crea muchos problemas. Imaginese, le hemos tenido que construir un gran tanque, pues no puede vivir sin agua. Y se sentia, realmente, muy mal. Es evidente que Salvador efectuo insolitos cambios en su organismo, que convirtieron al joven en hombre anfibio. Nuestros cientificos estan aclarando esa cuestion.

— Considero de mayor interes la suerte que pueda correr Salvador — profirio con la misma candidez el obispo —. ?A que articulo corresponde su responsabilidad? Y que opina usted: ?sera condenado?

— La causa de Salvador es un rarisimo caso juridico — respondio el fiscal —. Debo confesarle que no he decidido todavia a que articulo atenerme para calificar su delito. Lo mas sencillo seria, naturalmente, acusar al doctor de practicar vivisecciones y mutilaciones ilicitas a ese joven…

El desazon se reflejo en el rostro del obispo:

— ?Usted estima que en todas esas acciones de Salvador no hay cuerpo de delito?

— Hay o habra, ?pero cual? — prosiguio el fiscal —. Me han pasado la solicitud de un tal Baltasar. El querellante afirma que Ictiandro es su hijo. Las pruebas son muy flojas, pero tal vez podamos utilizar a este indio como testigo de la acusacion, si los expertos establecen que Ictiandro es su hijo legitimo.

— ?Eso significa que, en el mejor de los casos, Salvador sera acusado solamente de transgredir la Carta Magna medica y solo le juzgaran por practicar operaciones a un nino sin el consentimiento del padre?

— Posiblemente, tambien, por mutilacion. Esto ya es mas grave. Pero hay en esto una circunstancia que complica el asunto. Los expertos — cierto, este no es su juicio definitivo — se inclinan a pensar que a una persona que este en sus cabales no se le puede ocurrir mutilar a los animales de esa forma y realizar una operacion tan atrevida. Salvador puede ser considerado por los expertos inconsciente, enfermo mental.

El obispo permanecia en silencio, los finos labios apretados y la mirada fija en la esquina del escritorio. Al fin profirio muy, muy quedo:

— No esperaba eso de usted.

— ?Que, llustrisima? — inquirio desconcertado el fiscal.

— Hasta usted, administrador de justicia, parece querer justificar el modo de obrar de Salvador al considerar sus operaciones no carentes de utilidad.

— ?Que puede haber de malo en eso?

— Es mas, encuentra dificultades para determinar el cuerpo del delito. Sin embargo, el juicio de la iglesia — el juicio del

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