— ?Hemos llegado! — dijo Sokolovsky—. Todo ha resultado bien.

— No hemos cerrado las ventanillas al caer — refunfuno Tiurin—. Esto ha sido una imprudencia. El cohete podia haber caido de lado y romper el cristal.

— Bueno, no es la primera vez que nuestro capitan «aluniza» — replico Sokolovsky—. Bien, queridos camaradas, ponganse los trajes interplanetarios y trasladense al «automovil lunar.»

Nos vestimos rapidamente y salimos del cohete.

Respire profundamente. Y a pesar que respiraba el oxigeno de mi aparato, me parecio como si el gas tuviera aqui otro «gusto». Esto, claro esta, era todo imaginario. Mi segunda impresion, ya real por completo, fue la sensacion de ligereza. Ya antes, durante los vuelos en los cohetes y en la Estrella Ketz, donde habia una completa ingravidez, habia experimentado esta ligereza, pero aqui, en la Luna, la gravedad se sentia como una «magnitud constante», solo que bastante menor que en la Tierra. ?No era broma! ?Yo ahora pesaba seis veces menos que mi peso terrestre!

Mire a mi alrededor. Encima de nosotros se hallaba el mismo cielo lugubre con sus estrellas sin centelleo. El Sol no se veia y tampoco la Tierra. Oscuridad completa, atenuada tan solo por los rayos de luz de las ventanillas de nuestro cohete. Todo esto se hacia extrano por la idea terrestre que tenemos de nuestro satelite reluciente. Luego adivine: el cohete cayo mas al sur de Clavius, en el lado de la Luna invisible desde la Tierra. Y aqui ahora era de noche.

Todo alrededor era silencio y desierto sin vida. No sentia frio dentro de mi traje electrificado. Pero el aspecto de este negro desierto inhospito me helaba el alma.

Salieron tambien del cohete el capitan y el mecanico para ayudar a sacar el automovil. El geologo me invito con un gesto a tomar parte en el trabajo. Miro el cohete-auto. Tiene forma de vagon-huevo. A pesar de ser pequeno debe pesar lo suyo. Pero no veo ni cuerdas, ni cables, ni gruas, en una palabra ningun aparato para bajarlo. El mecanico trabaja alla arriba destornillando las tuercas. El capitan, Sokolovsky, Tiurin y yo estamos debajo preparados para recibir el cohete. Nos va a aplastar… Pero bueno, estamos en la Luna. No es facil acostumbrarse tan pronto. La parte trasera del «huevo» esta destornillada. Empieza a deslizarse por este lado. Sokolovsky tira de el. El capitan esta a la mitad y yo en la parte delantera. Ahora el cohete se vendra abajo… Yo estoy preparado para sujetarlo y al mismo tiempo pienso en como y donde saltar, si el peso resulta demasiado para mis fuerzas. Sin embargo, mis temores son vanos. Seis brazos, deteniendo el deslizante automovil, sin grandes esfuerzos lo ponen sobre sus ruedas.

El capitan y el mecanico se despiden agitando la mano y vuelven al gran cohete. Tiurin nos invita a subir a nuestro automovil.

En el se estaba bastante estrecho. Pero en compensacion podiamos liberarnos de nuestros trajes y hablar.

Al mando se puso Sokolovsky, que ya conocia la construccion del pequeno cohete. Encendio la luz, acciono al aparato de oxigeno y conecto la calefaccion electrica.

El interior del cohete recordaba un automovil ordinario de pequenas dimensiones. Sus cuatro asientos ocupaban la parte delantera del mismo. Dos terceras partes de la cabina estaban ocupadas por el combustible, las provisiones y mecanismos. Esta parte del vehiculo llevaba una estrecha puertecilla, por la cual era dificil penetrar.

Al desvestirnos de nuestros trajes y escafandras sentimos frio a pesar que la calefaccion electrica estaba ya conectada. Yo tenia escalofrios. Tiurin se echo encima un abrigo de pieles.

— Nuestro cohete se enfrio mucho. Tengan un poco de paciencia, pronto se calentara — dijo Sokolovsky.

— Ya empieza el alba — dijo Tiurin, mirando por la pequena ventanilla de nuestro vehiculo.

— ?El alba? — pregunte yo extranado—. ?Como puede verse en la Luna el resplandor del amanecer si no hay atmosfera?

— Pues resulta que puede ser — contesto Tiurin. No habia estado nunca en la Luna, pero como astronomo sabia tanto de las condiciones lunares como de las terrestres.

Mire por la ventanilla y vi a lo lejos algunos puntos luminosos, como si fueran trozos de metal en fusion.

Eran los picos de las montanas iluminadas por los rayos del sol naciente. Su vivo reflejo iluminaba a otras cumbres. Su luz iba transmitiendose mas; y mas alla debilitandose poco a poco. Esto era lo que creaba el original efecto de alba lunar. A su luz, empece a distinguir las cordilleras que se hallaban a la sombra, las cavidades de los «mares» y los picos conicos. Montanas invisibles se destacaban en el fondo del cielo estrellado, mostrando hendiduras con negros trazos de caprichos contornos dentados.

— Pronto va a salir el sol — dije.

— No tan pronto — replico Tiurin—. En el ecuador de la Tierra sale en dos minutos, pero aqui sera necesario esperar mas de una hora hasta que todo el disco solar no se eleve sobre el horizonte. Pues los dias en la Luna son treinta veces mas largos que en la Tierra.

Quede pegado a la ventanilla sin poderme separar ?El espectaculo era magnifico! Las cumbres de las montanas se encendian con luz cegadora una tras otra, como si en ellas seres desconocidos estuvieran encendiendo bengalas de gran potencia. ?Cuantos picos hay en la Luna! Los rayos del sol aun invisibles «cortaron» todas las cumbres de las montanas a una misma distancia de la superficie. Y parecia como si de pronto aparecieran en el «aire» montanas de extranos contornos, pero con iguales bases planas. Fueron aumentando mas y mas la cantidad de estas montanas en llamas hasta que, al fin, se divisaron sus «proyecciones» y ellas cesaron de parecer flotantes en el fondo negro.

Sus partes bajas eran de color ceniza plateada, y mas arriba, de un blanco deslumbrante. Gradualmente fueron iluminandose, por los reflejos de la luz, las bases de las montanas. El «alba lunar» se hizo aun mas luminosa.

Completamente encantado por este espectaculo, no podia retirar mis ojos de la ventana. Queria ver las particularidades y el trazado de las montanas lunares. Pero me di cuenta que eran casi como en la Tierra. En algunos puntos, las rocas colgaban de manera inverosimil sobre el abismo, como enormes cornisas, y no caian. Aqui ellas pesaban menos, la gravedad era menor.

En las llanuras lunares, como grandes campos de pasadas batallas, habian agujeros en forma de embudo de diversas medidas. Algunos pequenos, no mas grandes de las que deja al explotar una granada de tres pulgadas, otros se acercaban a las medidas de un verdadero crater. ?Podra ser que esto sean huellas de meteoritos caidos en la Luna? Quiza. En la Luna no hay atmosfera y, por lo tanto, no tiene la cubierta protectora que pueda evitar, como en la Tierra, que caigan enteras estas bombas celestes. Pero bueno, entonces aqui no estamos exentos de peligro. ?Que va a pasar si nos cae encima una de estas bombas-meteoro?

Comunique a Tiurin mis inquietudes. El me miro, sonriendo.

— Parte de los crateres son de origen volcanico pero otros son, sin duda, hechos por meteoritos al caer — dijo el—. ?Usted teme que uno de ellos caiga sobre su cabeza? Esta posibilidad existe, pero el calculo de probabilidades nos demuestra que el peligro es un poco mayor que en la Tierra.

— ?Un poco mayor! — exclame—. ?Caen muchos meteoros grandes en la Tierra? Se buscan como una gran rareza. Por el contrario aqui toda la superficie esta cubierta de ellos.

— Eso es verdad — dijo tranquilamente Tiurin—. Pero usted se olvida de algo: La Luna hace ya mucho que no tiene atmosfera. Y existe desde hace millones de anos; ademas del hecho que al no existir aqui ni vientos ni lluvias, las huellas quedaron intactas. Estos crateres son los anales de muchos millones de anos de vida. Si en la Luna cae un meteoro de grandes dimensiones cada cien anos, ya es mucho. ?Vamos a tener tanta mala suerte que precisamente ahora, cuando estamos aqui, va a caer este meteoro? Yo no tendria nada en contra, claro esta, siempre que no nos cayera precisamente sobre nuestras cabezas, sino cerca de nosotros para poderlo ver.

— Vamos a discutir sobre el plan de nuestras operaciones — dijo Sokolovsky.

Tiurin propuso empezar con un examen general de la superficie lunar.

— ?Cuantas veces he admirado con mi telescopio el circo de Clavius y el crater de Copernico! — dijo—. Quiero ser el primer astronomo que pise estos lugares.

— Yo propongo empezar con el examen geologico del suelo — anadio Sokolovsky—. Sobre todo porque la parte invisible desde la Tierra, aun no esta iluminada por el sol y aqui empieza a «amanecer».

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