— Se equivoca usted — replico Tiurin—. O sea, no es muy exacto. En la Tierra ahora ven la Luna en cuarto creciente. Nosotros podemos recorrer este «cuarto» — el extremo oriental de la Luna— en cuarenta y cinco horas, si ponemos nuestro bolido a doscientos kilometros por hora. Vamos a parar unicamente en Clavius y Copernico. ?Ademas, quien es el jefe de la expedicion, usted o yo? — termino acalorandose.

El paseo por el «cuarto» me intereso.

— Verdaderamente, ?por que no admirar los mas grandiosos circos y crateres de la Luna? — dije—. Su estructura geologica tiene tambien un gran interes.

El geologo se encogio de hombros. Sokolovsky ya habia estado en la parte de la Luna que se ve desde la Tierra. Pero si la mayoria queria…

— Pero, ?usted no subio al crater, verdad? — pregunto Tiurin con temor.

— No, no — sonrio Sokolovsky—. El pie del hombre no ha pisado aun aquellos lugares. Usted sera el primero. Yo estuve en el «fondo» del Mar de la Abundancia. Y puedo confirmar que este nombre es justificado, hablando de materiales geologicos. Yo recogi alli una coleccion extraordinaria… Bien, no perdamos tiempo. ?Vamos entonces, vamos! Pero permitanme ir a gran velocidad. En nuestro coche podemos hacer mas de mil kilometros por hora. Sea, voy a llevarles a Clavius.

— Y a Copernico — anadio Tiurin—. Por el camino veremos los Carpatos. Se hallan un poco mas al norte de Copernico.

— ?De acuerdo! — respondio Sokolovsky, tirando de la palanca.

Nuestro cohete se estremecio, recorrio un trecho sobre sus ruedas y, dejando la superficie, fue tomando altura. Vi nuestro gran cohete posado en el valle, luego un vivo rayo de luz me cego: ?El Sol!

Estaba aun muy bajo en el horizonte. ?Era un sol de madrugada, pero no se parecia en nada al que nosotros vemos desde la Tierra! La atmosfera no lo enrojecia. Tenia un color azulado, como siempre en este cielo negro. A pesar de esto su luz era deslumbrante. A traves del cristal de la ventanilla senti en seguida su calor.

El cohete se habia elevado y volaba por encima de los altos picachos. Tiurin observaba con atencion el contorno de las montanas. Se habia olvidado de los embates que acompanaban los cambios de velocidades y tambien de su filosofia. Ahora era tan solo un astronomo.

— ?Clavius! ?Es el! Ya veo en su interior tres crateres no muy grandes.

— ?Lo llevo al mismo circo? — pregunto Sokolovsky sonriendo.

— Si, al circo. ?Bien cerca del crater! — exclamo Tiurin, y empezo a cantar de alegria.

Eso fue para mi tan inesperado como oir cantar una arana. Creo que ya habia dicho que Tiurin tenia una voz extremadamente fina, lo que desgraciadamente no se podia decir de su oido. En su canto no habia ni ritmo, ni melodia. Sokolovsky me miro malicioso y sonrio.

— ?Que? ?Que pasa? — le pregunto de pronto Tiurin.

— Estoy buscando un lugar para bajar — respondio el geologo.

— ?Un lugar para posarse! — exclamo Tiurin—. Creo que hay sitios de sobra. El diametro de Clavius tiene doscientos kilometros. ?Una tercera parte de la distancia que separa Moscu de Leningrado!

El circo de Clavius era una especie de valle rodeado por un alto terraplen. Tiurin dijo que la altura de este terraplen era de siete kilometros. Mas alto que los Alpes. Juzgando por la sombra dentada que proyecta en el valle, el terraplen tiene una cresta muy desigual. Las tres sombras de los crateres se alargaban ocupando casi todo el circo.

— Es el mejor tiempo para hacer excursiones por el circo — dijo Tiurin—. Cuando el Sol se encuentre encima, el calor sera insoportable. El suelo se pondra candente. Ahora solo empieza a calentarse.

— Es igual. Aguantaremos tambien el dia lunar. Nuestros trajes resguardan tan bien del calor como del frio — respondio Sokolovsky—. Bajamos. ?Sujetese fuerte, profesor!

Yo tambien me agarre a la butaca. Pero el cohete casi sin sacudida cayo sobre sus ruedas, dio un salto, volo unos veinte metros, cayo de nuevo, otra vez dio un salto ya mas pequeno y finalmente corrio por una superficie bastante lisa.

Tiurin pidio ir hasta el centro del triangulo formado por los tres crateres.

Rapidamente nos dirigimos hacia ellos. El suelo se hacia cada vez mas irregular, mas escabroso y empezamos a dar saltos en nuestros asientos.

— Sera mejor que lo pasemos de un salto — dijo el geologo—. O vamos a dejar las ruedas en esta «pista».

En ese mismo instante, sentimos un fuerte golpe. Algo se habia roto debajo y nuestro bolido, tumbado hacia un lado fue dando brincos lentamente por los terrones.

— ?Vaya, ya lo decia! — exclamo Sokolovsky con disgusto—. Una averia. Tendremos que salir fuera y repararla.

— Tenemos ruedas de recambio. Lo arreglaremos — dijo Tiurin—. En caso contrario iremos a pie. Hasta los crateres solo hay unos diez kilometros. ?Vistamonos!

Saco con prisa la pipa y empezo a fumar.

— Yo propongo comer un poco — dijo Sokolovsky—. Ya es hora de desayunar.

Pese a sus prisas, Tiurin tuvo que obedecer. Comimos frugalmente y salimos al exterior. Sokolovsky movio la cabeza: la rueda estaba deshecha. Fue necesario poner una nueva.

— Bueno, mientras ustedes lo hacen, yo me voy — dijo Tiurin.

Y el, en efecto, empezo a correr. ?Vaya con la gelatina! ?Lo que puede la curiosidad! Sokolovsky admirado, abrio los brazos con gesto de sorpresa. Tiurin saltaba con facilidad grietas de mas de dos metros y solo las mas anchas le obligaban a dar un rodeo. La mitad de su traje brillaba al sol y la otra casi se perdia en la sombra. Parecia como si en la superficie lunar se moviera un extrano monstruo, saltando sobre la pierna derecha y agitando el brazo tambien derecho. La pierna y brazo izquierdos centelleaban periodicamente con una estrecha franja luminosa. La «cuarta» parte de la figura de Tiurin iluminada se alejo rapidamente.

Estuvimos ocupados con la rueda algunos minutos. Cuando todo estuvo reparado, Sokolovsky me propuso ir a la plataforma superior abierta del cohete, donde habia un segundo mando de direccion del mismo. Renovamos nuestro camino siguiendo las huellas de Tiurin. Cabalgar en la plataforma superior era mas interesante aun. Desde alli podia verse todo a nuestro alrededor. A nuestra derecha cuatro sombras de montanas proyectaban en el valle vivamente iluminado por el Sol sus siluetas. A la izquierda «ardian» solo las cimas de las montanas y sus bases estaban sumergidas en el crepusculo lunar. Desde la Tierra esta parte de la Luna parece de color ceniza. Las cordilleras eran de declives mas suaves de lo que yo esperaba, ibamos por el mismo borde del «cuarto creciente», o sea por la linea «terminal», como dijo Tiurin, el limite de la luz y la sombra.

Subitamente Sokolovsky me dio un suave golpe con el codo y con la cabeza me senalo hacia delante. Ante nosotros habia una enorme grieta. Mas de una vez habiamos pasado de corrida grietas de esas dimensiones, y si era demasiado ancha, volabamos sobre ella. Seguramente, Sokolovsky me habia avisado antes del salto, para que yo no me cayera. Yo le mire interrogante. El geologo acerco su escafandra a la mia y dijo:

— Mire, nuestro profesor…

Eche una mirada y vi a Tiurin que acababa de salir de la franja de sombra. Corria agitando los brazos, a lo largo de una extensa grieta, en direccion a nosotros. Por lo visto no podia saltarla.

— Tiene miedo a que pasemos delante de el y seamos los primeros en llegar al centro del circo — dijo el geologo—. Tendremos que parar.

En cuanto paramos, Tiurin subio a la plataforma de un salto. Verdaderamente la Luna lo habia rejuvenecido.

Sin embargo, exagero un poco. Tiurin cayo sobre mi con todo su cuerpo y se veia como su vestido se levantaba convulsivamente en el pecho. El viejo estaba extraordinariamente cansado.

Sokolovsky «piso el pedal» ante la grieta. Se oyo una explosion y al mismo tiempo el cohete dio un tiron hacia arriba. En este instante vi ante mis ojos los pies de Tiurin. El cansancio se hizo sentir: no tuvo tiempo de aferrarse fuerte de la barandilla y fue derribado. Vi como su cuerpo describia un arco y empezaba a caer. Caia despacio, pero desde una altura considerable. Mi corazon dejo de latir ?Se ha matado…!

Y nosotros ya volabamos encima de la ancha grieta. Sokolovsky giro bruscamente el cohete, con lo cual por poco no salto tambien yo, y rapidamente descendimos a la superficie, no lejos de donde yacia Tiurin. Estaba tendido y no se movia. Sokolovsky, como persona entendida, reviso ante todo, el estado del traje. El mas pequeno agujero podria ser mortal: el frio convertiria en un momento el cuerpo del profesor en un pedazo de hielo. Por fortuna el vestido estaba entero, solo manchado en algunos sitios por el negro polvo, y tenia algunos rasgunos sin

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