despampanante, dos hijos y medio, aspiraciones politicas, supuesto heredero de la fortuna familiar de los Scope. Y ademas, resultaba que Scope no habia pedido solo una pelicula. O dos.
En el curso de un mes, Randall Scope habia pedido veintitres peliculas porno.
Casi nada.
Vic dedico dos noches a hacer un borrador de sus exigencias, pero acabo cinendose a lo basico y se limito a ser breve, frio y muy especifico. Pidio a Scope cincuenta de los grandes. Y le pidio, ademas, que se los enviase a su apartado de correos aquel dia. A menos que Vic se equivocara, aquellos cincuenta de los grandes estaban quemandole el bolsillo de la cazadora.
Vic se moria de ganas de ver los billetes. Habria querido verlos en aquel mismisimo momento. Pero si alguna cualidad tenia Vic era la disciplina. Esperaria a llegar a casa. Abriria la puerta, se sentaria en el suelo, desenvolveria el paquete y desparramaria a su alrededor todos los billetes verdes.
Vaya golpe magnifico.
Vic dejo el coche aparcado en la calle y emprendio a pie el camino de entrada hasta su casa. La vision de su vivienda -un piso sobre un asqueroso garaje- era deprimente. No viviria alli mucho mas. Cogeria los cincuenta grandes y los anadiria a los casi cuarenta grandes que tenia escondidos en casa, mas los diez grandes que tenia ahorrados…
Al percatarse de la cantidad de dinero que habia reunido, no pudo por menos de quedarse boquiabierto. Tenia cien mil dolares en dinero contante y sonante. ?Seria posible?
Ahuecaria el ala rapidamente. Cogeria el dinero y se iria directo a Arizona. Alli tenia un amigo, Sammy Viola. El y Sammy emprenderian un negocio propio, a lo mejor abrian un restaurante o un club nocturno. Vic estaba hasta las narices de Nueva Jersey.
Habia llegado el momento de emprender el vuelo. Y de empezar a partir de cero.
Vic se dirigio a la escalera que conducia a su piso. Dicho sea de paso, Vic no habia cumplido nunca sus amenazas. No habia enviado cartas a nadie. Si el aludido no pagaba, la cosa terminaba alli. De nada habria servido insistir en perjudicarlo. Vic era un artista del chanchullo. Vivia de su cerebro. Amenazaba, eso si, pero no llevaba adelante sus amenazas. No solo habria enfurecido al interesado sino que habria corrido el riesgo de ponerse en evidencia.
De hecho, nunca habia hecho dano a nadie. ?Para que?
Llego al rellano y se paro ante la puerta de su casa. La noche era oscura como boca de lobo. La maldita bombilla que tenia junto a la puerta se habia vuelto a fundir. Suspiro y saco la cadena de las llaves. Entrecerro los ojos intentando distinguir la llave en la oscuridad. La identifico por el tacto. Busco a tientas la cerradura hasta que la llave dio con ella. Abrio la puerta de par en par y, en cuanto entro, noto alguna cosa extrana.
Algo se arrugo bajo sus pies.
Vic fruncio el ceno. «?Plastico?», dijo para si. Lo que pisaba era plastico. Uno de esos plasticos que los pintores colocan en el suelo para protegerlo. Acciono el interruptor y entonces vio al hombre. Iba armado.
– Hola, Vic.
Vic solto un bufido y retrocedio un paso. El hombre que tenia ante el debia de tener unos cuarenta anos. Era alto y gordo, con una barriga prominente enzarzada en una lucha con los botones de la camisa, de la cual, por lo menos en un sitio, habia salido victoriosa. Llevaba aflojada la corbata e iba peinado de la peor manera que pueda imaginarse: ocho mechones entrelazados de oreja a oreja, grasientos y pegados a la calva. Sus facciones eran blandas, la barbilla se le desmoronaba en pliegues adiposos. Descansaba los pies en el baul que Vic utilizaba como mesilla para el cafe. De haber sustituido en su mano el arma por el mando a distancia del televisor, se habria tomado facilmente al hombre por un padre de familia cansado despues de una jornada de trabajo.
El otro, el que bloqueaba la puerta, era el reverso de la moneda: un muchacho de veintitantos anos, asiatico, achaparrado, con musculos de granito y una estructura corporal cubica, cabello rubio tenido, uno o dos aros en la nariz y los auriculares amarillos de un
Vic trato de pensar. Queria descubrir cuales eran sus intenciones, razonar con ellos. «Eres un artista del chanchullo -se recordo a si mismo-. Un tipo listo. Saldras de esta.» Vic irguio el cuerpo.
– ?Que quereis? -les pregunto.
El hombre corpulento peinado de manera extrana apreto el gatillo.
Vic oyo un estampido y a continuacion su rodilla derecha estallo. Abrio mucho los ojos. Grito y cayo desplomado en el suelo, las manos agarradas a la rodilla. La sangre se le iba escurriendo entre los dedos.
– Es una veintidos -dijo el hombre fornido senalando la pistola-. Un calibre pequeno. Lo que mas me gusta de ella, como podras comprobar, es que permite hacer muchos disparos y no llega a matarte.
Sin sacar los pies de encima de la mesilla, el hombreton volvio a disparar. Esta vez el tiro penetro en el hombro de Vic. Vic noto como se le astillaba el hueso. El brazo quedo como desarticulado, parecia la puerta de un establo con la bisagra rota. Vic se derrumbo boca arriba y su respiracion se transformo en un jadeo. Estaba poseido por un espantoso coctel de miedo y dolor. Seguia con los ojos desencajados, sin parpadear y, a traves de la niebla en que ahora estaba sumido, ato cabos.
El plastico del suelo.
Habia caido sobre el. Es mas, sangraba sobre el. Para eso estaba el plastico donde estaba. Aquellos dos hombres lo habian puesto en el suelo para ensuciar menos.
– ?Quieres hacer el favor de decirme lo que quiero oir o prefieres que siga disparando? -pregunto el hombreton.
Vic comenzo a hablar. Lo conto todo. Les dijo donde tenia el dinero restante. Les dijo donde tenia las pruebas. El hombreton le pregunto si tenia algun complice. Les dijo que no. El hombre corpulento disparo a Vic en la otra rodilla. Volvio a preguntarle si tenia complices. Vic volvio a decir que no. El hombre entonces le disparo en el tobillo derecho.
Pasada una hora, Vic le suplico al hombreton que le disparara en la cabeza.
Dos horas mas tarde, le complacio.
5
Estaba con la mirada fija, sin parpadear, ante la pantalla del ordenador.
No podia moverme. Mis sentidos habian sobrepasado el limite de carga soportable. Tenia entumecidas todas las partes del cuerpo.
Era imposible. Lo sabia. Elizabeth no se habia caido de un yate y se la habia dado por ahogada al no descubrir el cadaver. Elizabeth no habia muerto abrasada y su cuerpo habia quedado irreconocible. Encontraron su cuerpo en una cuneta de la carretera 80. Magullado, tal vez, pero habia sido identificado.
«Tu no lo identificaste…»
Lo admito, pero lo identificaron dos familiares proximos: su padre y su tio. En realidad, fue mi suegro, Hoyt Parker, quien me notifico la muerte de Elizabeth. Fue a verme a la habitacion del hospital donde yo estaba ingresado, acompanado de su hermano Ken, poco despues de que yo recuperara la conciencia. Hoyt y Ken eran hombres fornidos, tenian el cabello entrecano y una cara que parecia esculpida en piedra. Uno era policia de Nueva York; el otro, agente federal; los dos, veteranos de guerra, hombres fornidos con los musculos grandes y poco definidos. Se quitaron el sombrero y, con esa compasion algo distante de los profesionales, intentaron darme la noticia pero, como no quise darles credito, no insistieron demasiado.
?Que era lo que acababa de ver?
En la pantalla seguian desfilando oleadas de viandantes. Yo los escudrinaba, deseoso de volver a verla. Pero no habia manera. ?Que sitio era aquel, ademas? Una ciudad muy bulliciosa, no podia decir mas. Quiza fuera Nueva York.
?Busca indicios, idiota!
Trate de concentrarme. Vamos a ver, la ropa. Si, habia que fijarse en la indumentaria. La mayoria llevaban abrigos o chaquetas. En conclusion, seguramente era algun sitio del norte o por lo menos no particularmente