adelante con mi libro. Al cabo de un par de dias, me encontre cayendo en las mismas pautas que se establecen siempre que Iris y yo estamos separados: demasiado trabajo; poca comida; noches insomnes y desasosegadas. Cuando Iris esta en la cama conmigo siempre duermo, pero en el mismo instante en que se va temo cerrar los ojos. Cada noche se hace un poco mas dura que la anterior y en muy poco tiempo estoy levantado y con la luz encendida hasta la una, las dos o las tres de la manana. Nada de esto es importante, pero debido a que tenia estos problemas durante la ausencia de Iris el verano pasado, me encontraba despierto cuando Sachs hizo su subita e inesperada aparicion en Vermont. Eran casi las dos y yo estaba tumbado en la cama del piso de arriba leyendo una mala novela policiaca, una historia de misterio que algun invitado se habia dejado anos antes, cuando oi el ruido de un coche que subia por el camino de tierra. Levante los ojos del libro, esperando que el coche pasara de largo, pero entonces, inconfundiblemente, el motor se ralentizo, la luz de los faros barrio mi ventana y el coche giro, rozando contra los arbustos de espino al detenerse en el patio. Me meti unos pantalones, baje las escaleras corriendo y llegue a la cocina justo unos segundos despues de que el motor se hubiese apagado. No tenia tiempo de pensar. Me fui derecho a los utensilios que habia sobre la encimera, agarre el cuchillo mas largo que pude encontrar y me quede alli en la oscuridad, esperando a la persona que entraba. Me figure que seria un ladron o un maniaco, y durante los siguientes diez o veinte segundos estuve mas asustado de lo que lo habia estado en mi vida.

La luz se encendio antes de que pudiese atacarle. Fue un gesto automatico -entrar en la cocina y encender la luz- y un instante despues de que mi emboscada hubiese fracasado, me di cuenta de que era Sachs quien lo habia hecho. Hubo un minimo intervalo entre estas dos percepciones, sin embargo, y en ese tiempo me di por muerto. Dio tres o cuatro pasos dentro de la habitacion y luego se quedo paralizado. Fue cuando me vio de pie en el rincon, el cuchillo aun levantado en el aire, mi cuerpo aun listo para saltar.

– Dios santo -dijo-. Eres tu.

Trate de decir algo, pero las palabras no me salieron.

– He visto la luz -dijo Sachs, todavia mirandome con incredulidad-. Pense que probablemente era Fanny.

– No -dije-. No es Fanny.

– No, no parece que lo sea.

– Pero tu tampoco eres tu. No puedes ser tu, ?verdad? Tu estas muerto. Todo el mundo lo sabe ya. Estas tirado en una cuneta en alguna parte al borde de la carretera, pudriendote bajo una capa de hojas.

Tarde algun tiempo en recuperarme del susto, pero no mucho, no tanto como habria pensado. Me parecio que tenia buen aspecto, la mirada tan penetrante y el cuerpo tan en forma como antes y, exceptuando las canas que se hablan extendido por su pelo, era esencialmente la misma persona de siempre. Eso debio de tranquilizarme. No era un espectro el que habia vuelto, era el viejo Sachs, tan vibrante y locuaz corno siempre. Quince minutos despues de que entrase en la casa, yo ya estaba acostumbrado a el nuevamente, ya estaba dispuesto a aceptar que estaba vivo.

No esperaba encontrarte aqui, dijo, y antes de que nos sentasemos y nos pusiesemos a hablar, se disculpo varias veces por haberse quedado tan aturdido. Dadas las circunstancias, dude de que las disculpas fuesen necesarias.

– Ha sido el cuchillo -dije-. Si yo hubiese entrado aqui y me hubiese encontrado a alguien a punto de acuchillarme, creo que tambien me habria quedado aturdido.

– No es que no me alegre de verte. Es solo que no contaba con ello.

– No tienes por que alegrarte. Despues de todo este tiempo, no hay razon para ello.

– No te culpo por estar furioso.

– No lo estoy. Por lo menos ya no. Reconozco que al principio estuve muy enfadado, pero se me fue pasando al cabo de unos meses.

– ?Y luego?

– Luego empece a sentir miedo por ti. Supongo que he estado asustado desde entonces.

– ?Y Fanny? ?Tambien ella ha estado asustada?

– Fanny es mas valiente que yo. Nunca ha dejado de creer que estabas vivo.

Sachs sonrio, visiblemente complacido por lo que le habia dicho. Hasta ese momento, yo no estaba seguro de si pensaba quedarse o marcharse, pero entonces, de repente, aparto una silla de la mesa de la cocina y se sento, actuando como si acabara de tomar una importante decision.

– ?Que fumas ultimamente? -pregunto, mirandome con la sonrisa aun en los labios.

– Schimmelpennincks. Lo mismo que he fumado siempre.

– Estupendo. Vamos a fumarnos un par de tus puritos y luego tal vez podriamos bebernos una botella de algo.

– Debes estar cansado.

– Por supuesto que estoy cansado. He conducido seiscientos kilometros y son las dos de la madrugada. Pero tu querras que te cuente,?no?

– Puedo esperar hasta manana.

– Es posible que manana haya perdido el valor.

– ?Y ahora estas dispuesto a hablar?

– Si, estoy dispuesto a hablar. Hasta que he venido aqui y te he visto sujetando ese cuchillo, no iba a decir una palabra. Ese era el plan: no decir nada, callarmelo todo. Pero creo que he cambiado de opinion. No es que no pueda vivir con ello, pero de pronto se me ha ocurrido que alguien deberia saberlo. Por si me sucede algo.

– ?Por que iba a sucederte algo?

– Porque estoy en un lugar peligroso, por eso, y mi suerte puede acabarse.

– Pero ?por que contarmelo a mi?

– Porque eres mi mejor amigo y se que puedes guardar un secreto. -Se callo un momento y me miro directamente a los ojos-. Puedes guardar un secreto, ?no?

– Creo que si. A decir verdad; no estoy seguro de haber oido ninguno. No estoy seguro de haber tenido un secreto que guardar.

Asi fue como empezo: con estos enigmaticos comentarios e insinuaciones de un desastre inminente. Encontre una botella de bourbon en la despensa, cogi dos vasos limpios del escurreplatos y lleve a Sachs al estudio. Era alli donde guardaba mis puros, y durante las siguientes cinco horas fumo y bebio, luchando contra el agotamiento mientras me relataba su historia. Ambos estabamos sentados en sillones, uno frente al otro con mi abarrotada mesa de trabajo en medio, y en todo ese tiempo ninguno de los dos se movio. A nuestro alrededor habia velas encendidas que parpadeaban y chisporroteaban mientras la habitacion se llenaba de su voz. El hablaba y yo escuchaba, y poco a poco me fui enterando de todo lo que he contado hasta ahora.

Incluso antes de que empezara, yo sabia que le habia ocurrido algo extraordinario. De lo contrario, no habria permanecido escondido tanto tiempo; no se habria tomado tantas molestias para hacernos creer que habia muerto. Eso estaba claro y, ahora que Sachs habia vuelto, yo estaba dispuesto a aceptar las revelaciones mas rebuscadas y disparatadas, dispuesto a escuchar una historia que nunca habria podido imaginar. No es que esperase que me contara esta historia concreta, pero sabia que seria algo asi, y cuando Sachs finalmente empezo (recostandose en su butaca dijo: “Habras oido hablar del Fantasma de la Libertad, ?no?”) yo apenas parpadee.

– Asi que es eso lo que has estado haciendo -dije, interrumpiendole antes de que pudiese terminar-. Eres el tipo raro que ha volado todas esas estatuas. Una bonita profesion si puedes meterte en ella, pero ?quien diablos te ha elegido como conciencia del mundo? La ultima vez que te vi estabas escribiendo una novela.

Tardo el resto de la noche en contestar esa pregunta. Aun asi habia lagunas, huecos en el relato que no he podido llenar. Resumiendo, parece que la idea se le ocurrio por etapas, empezando con la bofetada que presencio aquel domingo por la tarde en Berkeley y acabando con la desintegracion de su relacion con Lillian. En medio hubo una gradual rendicion a Dimaggio, una creciente obsesion por la vida del hombre que habia matado.

– Finalmente encontre el valor necesario para entrar en su habitacion -dijo Sachs-. Ese fue el punto de partida, creo, ese fue el primer paso hacia una especie de accion legitima. Hasta entonces ni siquiera habia abierto la puerta. Estaba demasiado asustado, supongo, demasiado temeroso de lo que podria encontrar si empezaba a mirar. Pero Lillian habia salido otra vez, Maria estaba en el colegio y yo estaba solo en casa, empezando lentamente a perder la razon. Como era previsible, la mayor parte de las pertenencias de Dimaggio habian sido retiradas de la habitacion. No quedaba nada personal: ni cartas, ni documentos, ni diarios, ni numeros de telefono. Ninguna pista acerca de su vida con Lillian. Pero tropece con algunos libros. Tres o cuatro volumenes de Marx, una biografia de

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