lo decia en serio.
– Estupendo. Porque yo tambien te he echado de menos.
Ella se detuvo delante de la mesita baja, solto una risita y luego dio una vuelta completa con los brazos extendidos como una modelo, girando habilmente sobre la punta de sus pies.
– ?Que te parece mi vestido? -pregunto-. Seiscientos dolares en una rebaja. Un autentico chollo,?no crees?
– Valia hasta el ultimo centavo. Y es justo el tamano adecuado. Si fuera un poco mas pequeno, la imaginacion no tendria nada que hacer. Casi no lo llevarias cuando te lo pusieras.
– Esa es la idea. Sencillo y seductor.
– No estoy seguro de que sea sencillo. Lo otro si, pero decididamente no es sencillo.
– Pero tampoco ordinario.
– No, en absoluto. Esta demasiado bien hecho para serlo.
– Estupendo. Alguien me dijo que era ordinario y queria conocer tu opinion antes de quitarmelo.
– ?Quieres decir que el desfile de modelos se ha terminado?
– Por completo. Se esta haciendo tarde y no puedes esperar que una mujer de mi edad se pase toda la noche de pie.
– Mala suerte. Justo cuando estaba empezando a disfrutarlo.
– Eres un poco lerdo a veces, ?no?
– Probablemente. En general se me dan bien las cosas complicadas, pero las cosas sencillas tienden a confundirme.
– Como quitar un vestido, supongo. Si tardas un poco mas, voy a tener que quitarmelo yo misma. Y eso no tendria tanta gracia, ?verdad?
– No, no la tendria. Sobre todo porque no parece muy dificil. No hay botones ni corchetes con los que aturullarse, ni cremalleras que se enganchen. Basta con tirar desde abajo y sacarlo.
– O empezar por arriba e irlo bajando. La eleccion es suya, Mr. Sachs.
Al momento se sento a su lado en el sofa y un instante despues el vestido cayo al suelo. Lillian le acometio con una mezcla de furia y picardia, atacando su cuerpo en breves y jadeantes arranques, y el no hizo nada para detenerla. Sachs sabia que estaba borracha, pero aunque solo fuera un accidente, aunque solo fuese el alcohol y el aburrimiento lo que la habia empujado a sus brazos, estaba dispuesto a aceptarlo. Tal vez nunca tuviera otra oportunidad, se dijo, y despues de cuatro semanas de esperar que ocurriera precisamente aquello, habria sido inimaginable que la rechazara.
Hicieron el amor en el sofa y luego hicieron el amor en la cama de Lillian, e incluso despues de que se le pasara el efecto del alcohol, ella siguio mostrandose tan ardiente como lo habla estado en los primeros momentos, ofreciendose a el con un abandono y una concentracion que anulaban cualquier resto de duda que el pudiera tener. Le arrastro, le vacio, le destrozo. Y lo mas notable fue que por la manana temprano, cuando se despertaron y se encontraron en la cama, la emprendieron de nuevo, y esta vez, con la palida luz extendiendose por los rincones de la pequena habitacion, ella le dijo que le queria, y Sachs, que en ese momento la miraba a los ojos, no vio nada en ellos que le impidiera creerla.
Era imposible saber que habia sucedido, y el nunca encontro el valor necesario para preguntarlo. Simplemente se dejo llevar, flotando en una ola de inexplicable felicidad, sin desear nada mas que estar exactamente donde estaba. De la noche a la manana el y Lillian se habian convertido en una pareja. Ella se quedaba en casa con el durante el dia, compartiendo las tareas domesticas, asumiendo de nuevo sus responsabilidades de madre de Maria, y cada vez que el la miraba era como si ella repitiese lo que le habia dicho aquella primera manana en la cama. Paso una semana y, cuando menos probable parecia que ella se retractara, mas llego el a aceptar lo que estaba sucediendo. Durante varios dias seguidos llevo a Lillian de compras, colmandola de vestidos y de zapatos, ropa interior de seda, pendientes de rubies y un hilo de perlas. Disfrutaron de buenos restaurantes y vinos caros, charlaron, hicieron planes, follaron interminablemente. Era demasiado bueno para ser cierto, tal vez, pero entonces el ya no era capaz de distinguir que era bueno y que era cierto. En realidad, ya no era capaz de pensar en nada.
No hay forma de saber cuanto tiempo podria haber durado aquello. Si hubiesen estado los dos solos, tal vez habrian conseguido hacer algo con aquella explosion sexual, aquella historia de amor disparatada y absolutamente increible. A pesar de sus implicaciones demoniacas, es posible que Sachs y Lillian hubiesen podido instalarse en alguna parte y tener una vida real juntos. Pero tropezaron con otras realidades, y menos de dos semanas despues de que empezase esta nueva vida, ya estaba siendo cuestionada. Se habian enamorado, quiza, pero tambien habian alterado el equilibrio de la casa, y a la pequena Maria no la hacia nada feliz el cambio. Habia recuperado a su madre, pero tambien habia perdido algo, y desde su punto de vista esta perdida debia de parecer el derrumbamiento de un mundo. Durante casi un mes, ella y Sachs habian vivido juntos en una especie de paraiso. Habia sido el unico objeto de su afecto y el la habia mimado y contemplado como nadie lo habia hecho nunca. Ahora, sin una sola palabra de advertencia, el la habia abandonado. Se habia trasladado a la cama de su madre y en lugar de quedarse en casa y hacerle compania, la dejaba con nineras y salia todas las noches. Se sentia agraviada por todo ello. Le guardaba rencor a su madre por haberse interpuesto entre ellos y le guardaba rencor a Sachs por abandonarla, y despues de soportarlo durante tres o cuatro dias, la obediente y afectuosa Maria se convirtio en un horror, en una pequena maquina de malos humores, pataletas y lagrimas de rabia.
El segundo domingo Sachs propuso una excursion familiar a la Rosaleda de Berkeley Hills. Por una vez, Maria parecia de buen humor y, despues de que Lillian cogiese un edredon viejo del armario de arriba, los tres se metieron en el Buick y se fueron al otro extremo de la ciudad. Todo fue bien durante la primera hora. Sachs y Lillian se tumbaron sobre el edredon, Maria jugo en los columpios y el sol desvanecio las ultimas nieblas de la manana. Ni siquiera cuando Maria se golpeo la cabeza en una barra de las estructuras metalicas un poco mas tarde, parecia haber algun motivo de alarma. Acudio corriendo hacia ellos llorando, igual que hubiera hecho cualquier otro nino, y Lillian la abrazo y la calmo, besandole la marca roja en la sien con especial cuidado y ternura. Era una buena medicina, penso Sachs, el tratamiento tradicional, pero en este caso surtio poco o ningun efecto. Maria siguio llorando, negandose a dejarse consolar por su madre y, aunque la herida no era mas que un aranazo, se quejaba vehementemente, sollozando con tanta fuerza que casi se ahogaba. Imperterrita, Lillian la abrazo de nuevo, pero esta vez Maria la rechazo, acusandola de apretarla demasiado fuerte. Sachs vio el agravio en los ojos de Lillian cuando sucedio esto. Y luego, cuando Maria la aparto de un empujon, tambien un relampago de colera. De repente parecian estar al borde de una crisis total. Un vendedor de helados habia detenido su carrito a unos quince metros del edredon, y Sachs, pensando que esto podia ser una distraccion util, le ofrecio a Maria comprarle un cucurucho. Hara que te sientas mejor, le dijo, sonriendo lo mas comprensivamente que pudo, y luego corrio hacia la sombrilla multicolor aparcada en el sendero un poco mas abajo de donde estaban ellos. Resulto que se podia elegir entre dieciseis sabores diferentes. No sabiendo cual escoger, se decidio por una combinacion de pistacho y tutifruti. Aunque no fuera mas que eso, penso, el sonido de las palabras le haria gracia. Aunque sus lagrimas habian disminuido cuando regreso Maria miro las bolas de helado verde con desconfianza, y cuando el le alargo el cucurucho y ella lo probo, armo un escandalo espantoso. Hizo una mueca terrible, escupio el helado como si fuera veneno y afirmo que era “asqueroso”. Esto llevo a otro ataque de sollozos y luego, cuando su furia fue en aumento, cogio el helado en la mano derecha y se lo arrojo a Sachs. Le dio de lleno en el estomago, manchandole toda la camisa. Mientras el miraba el desaguisado, Lillian corrio hacia donde estaba Maria y la abofeteo.
– ?Estupida mocosa! -chillo-. ?Miserable y desagradecida mocosa! ?Te matare! ?Te enteras? ?Te matare aqui mismo delante de toda esta gente!
Y luego, antes de que Maria tuviese tiempo de levantar las manos y protegerse la cara, volvio a abofetearla.
– ?Basta! -dijo Sachs. Su voz era dura, traslucia espanto y colera, y durante un momento estuvo tentado de tirar a Lillian al suelo de un empujon-. No te atrevas a ponerle una mano encima a la nina.
– Vete a la mierda -dijo ella, tan enfadada como el-. Es mi hija y hare con ella lo que me de la real gana.
– Nada de pegarle, no lo consentire.
– Si se lo merece, le pegare. Y nadie va a impedirmelo. Ni siquiera tu, listillo.
La cosa empeoro antes de mejorar. Sachs y Lillian se insultaron durante los siguientes diez minutos, y si no hubiesen estado en un lugar publico, discutiendo delante de varias docenas de espectadores, Dios sabe hasta donde habrian llegado. Dadas las circunstancias, finalmente se controlaron y frenaron su mal humor. Cada uno pidio disculpas al otro, se besaron e hicieron las paces, y no se volvio a hablar del asunto durante el resto de la tarde.