El primer lunes alquilo un apartado de correos en la estafeta de Berkeley para tener una direccion, devolvio el Plymouth a la sucursal mas proxima de la agencia de coches y se compro un Buick Skylark de nueve anos por menos de mil dolares. El martes y el miercoles abrio once cuentas de ahorros en distintos bancos de la ciudad. Temia depositar todo el dinero en el mismo sitio, y abrir multiples cuentas parecia mas prudente que entrar en alguna parte con ciento cincuenta mil dolares en billetes. Ademas, llamaria menos la atencion cuando sacara el dinero para sus pagos diarios a Lillian. Mantendria su negocio en permanente rotacion y eso evitaria que alguno de los cajeros o directores de banco llegase a conocerle bastante bien. Al principio penso en visitar un banco distinto cada once dias, pero cuando descubrio que para retirar mil dolares se necesitaba una firma especial del director, empezo a ir a dos bancos diferentes cada manana y a utilizar los cajeros automaticos, que desembolsaban un maximo de quinientos dolares por operacion. Eso ascendia a retiradas semanales de quinientos dolares en cada banco, una suma insignificante de acuerdo con cualquier criterio. Era una solucion eficaz y ademas preferia introducir su tarjeta de plastico en la ranura y apretar unos botones que tener que hablar con una persona.
De todos modos, los primeros dias fueron duros para el. Sospechaba que el dinero que habia encontrado en el coche de Dimaggio era robado; lo cual podia significar que los numeros de serie de los billetes habian sido transmitidos por ordenador a los bancos de todo el pais. Pero, obligado a elegir entre correr ese riesgo o guardar el dinero en la casa, habia decidido lo primero. Era demasiado pronto para saber si se podia fiar de Lillian, y dejar el dinero debajo de sus narices no seria la forma mas inteligente de averiguarlo. En cada banco al que iba esperaba que el director mirase el dinero, se excusase un momento y regresase al despacho con un policia detras, pero nada de eso sucedio. Los hombres y las mujeres que abrieron sus cuentas fueron sumamente corteses. Contaron su dinero con una veloz destreza de robot, sonrieron, le dieron la mano y le dijeron que estaban encantados de tenerle como cliente. Como bonificacion por empezar con depositos iniciales superiores a los diez mil dolares, recibio cinco tostadores, cuatro radio-relojes, un televisor portatil y una bandera americana.
Al principio de la segunda semana sus dias seguian ya una pauta regular. Despues de llevar a Maria al colegio volvia andando a casa, fregaba los platos del desayuno y a continuacion se dirigia en coche a dos bancos de su lista. Una vez realizadas las retiradas (con alguna ocasional visita a un tercer banco con el fin de sacar dinero para el), se iba a uno de los cafes de Telegraph Avenue, se instalaba en un rincon tranquilo y pasaba una hora bebiendo cappuccinos mientras lela el
El resto de la manana y las primeras horas de la tarde las dedicaba a tareas practicas. Como cualquier otra ama de casa americana, hacia la compra, limpiaba, llevaba la ropa sucia a la lavanderia, se preocupaba de comprar la marca adecuada de mantequilla de cacahuete para el almuerzo que la nina se llevaba al colegio. Los dias que le sobraba tiempo se detenia en la jugueteria del barrio antes de recoger a Maria. Se presentaba en el colegio con munecas y cintas para el pelo, con cuentos y lapices de colores, con yoyos, chicle y pendientes adhesivos. No lo hacia para sobornarla. Era una simple muestra de afecto, y cuanto mas la conocia mas en serio se tomaba el trabajo de hacerla feliz. Sachs nunca habia pasado mucho tiempo con ninos, y le asombro descubrir cuanto esfuerzo implicaba cuidarlos. Fue preciso un enorme ajuste interior, pero una vez que se adapto al ritmo de las demandas de Maria, empezo a recibirlas con alegria, a disfrutar del esfuerzo en si mismo. Incluso cuando ella no estaba le mantenia ocupado. Era un remedio contra la soledad, una forma de aliviar la pesada carga de tener que pensar siempre en si mismo. Cada dia ponia mil dolares en el congelador. Los billetes estaban guardados en una bolsa de plastico para protegerlos de la humedad, y cada vez que Sachs anadia un nuevo plazo, comprobaba si ella habia retirado parte del dinero. No habla tocado ni un solo billete. Pasaron dos semanas y la suma continuaba incrementandose mil dolares al dia. Sachs no tenia ni idea de como interpretar ese desapego, ese extrano desinteres por lo que le habia dado. ?Significaba que no queria participar de ello, que se negaba a aceptar sus condiciones? ?O le estaba diciendo que el dinero no era importante, que no tenia nada que ver con su decision de permitirle vivir en la casa? Ambas interpretaciones tenian sentido, y por lo tanto se anulaban la una a la otra y el no tenia forma de entender lo que estaba sucediendo en la mente de Lillian, de descifrar los hechos con los que se enfrentaba.
Ni siquiera su creciente intimidad con Maria parecia afectar a Lillian. No provocaba ataques de celos ni sonrisas de aliento. Ninguna respuesta que el pudiera medir. Entraba en casa mientras el y la nina estaban acurrucados en el sofa leyendo un libro, o tirados en el suelo dibujando, o preparando una fiesta para las munecas, y lo unico que hacia era decir hola, darle un beso mecanico a su hija en la mejilla y luego subir a su cuarto, donde se cambiaba de ropa para volver a salir. No era mas que un espectro, una hermosa aparicion que entraba y salia de casa a intervalos irregulares sin dejar rastro. Sachs pensaba que ella tenia que saber lo que estaba haciendo, que tenia que haber una razon para aquel enigmatico comportamiento, pero ninguna de las razones que se le ocurrian le satisfacia. Como maximo, llego a la conclusion de que ella le estaba poniendo a prueba, provocandole con aquel juego del escondite para ver cuanto tiempo podria soportarlo, queria saber si el se derrumbaria, queria saber si su voluntad era tan fuerte como la de ella.
Luego, sin ninguna causa aparente, todo cambio de repente. Una tarde a mediados de la tercera semana, Lillian entro en casa con una bolsa de comestibles y anuncio que se iba a hacer cargo de la cena aquella noche. Estaba de excelente humor, gastaba bromas y parloteaba de una forma agil y divertida, y la diferencia en su actitud era tan grande, tan desconcertante, que la unica explicacion que Sachs pudo encontrar era que habia tomado alguna droga. Hasta entonces nunca se habian sentado los tres juntos a comer, pero Lillian no parecia darse cuenta del extraordinario adelanto que aquella cena representaba. Saco a Sachs de la cocina a empujones y trabajo sin cesar durante las siguientes dos horas preparando lo que resulto ser un delicioso guiso de verduras y cordero. Sachs estaba impresionado, pero dado todo lo que habia precedido a aquella actuacion, no estaba dispuesto a aceptarla sin mas. Podia ser una trampa, un truco para hacerle bajar la guardia, y aunque lo que mas deseaba era seguirle la corriente, dejarse llevar por el flujo de la alegria de Lillian, no conseguia hacerlo. Estaba rigido y torpe, le faltaban las palabras, y el aire despreocupado que tanto se habia esforzado en adoptar con ella le abandono de repente. Lillian y Maria mantuvieron la conversacion, y al cabo de un rato el era poco mas que un observador, una presencia agria que acechaba en los margenes de la fiesta. Se odio por actuar de aquella manera y cuando rechazo un segundo vaso de vino que Lillian estaba a punto de servirle, empezo a pensar en si mismo con asco, como en un estupido total.
– No te preocupes -dijo ella mientras le servia el vino de todas formas-. No voy a morderte.
– Eso ya lo se -contesto Sachs-. Es solo que pensaba…
Antes de que pudiera terminar la frase Lillian le interrumpio:
– No pienses tanto -dijo-. Bebete el vino y disfrutalo. Te sentara bien.
Al dia siguiente, sin embargo, fue como si nada de esto hubiese sucedido. Lillian se marcho de casa temprano, no regreso hasta la manana siguiente y durante el resto de la semana continuo brillando por su ausencia casi siempre. Sachs se sentia aturdido por la confusion. Incluso sus dudas eran ahora motivo de duda, y poco a poco sintio que se hundia bajo el peso de la terrible aventura. Quiza deberia haber escuchado a Maria Turner. Quiza no tenia derecho a estar alli y deberia hacer sus maletas y marcharse. Una noche, durante varias horas, incluso jugo con la idea de entregarse a la policia. Asi, por lo menos terminaria la agonia. En lugar de tirar el dinero en una persona que no lo queria, quiza deberia emplearlo en contratar a un abogado, quiza deberia empezar a pensar en como evitar ir a la carcel.
Luego, menos de una hora despues de pensar esto, todo se altero de nuevo. Era entre las doce y la una de la noche y Sachs se estaba quedando dormido en el sofa del cuarto de estar. Oyo pasos en el piso de arriba. Se figuro que Maria iba al cuarto de bano, pero justo cuando estaba a punto de dormirse otra vez, oyo que alguien bajaba por la escalera. Antes de que se pudiera apartar la manta y ponerse de pie, encendieron la lampara del cuarto de estar y su cama improvisada quedo inundada por la luz. Automaticamente se tapo los ojos y cuando se obligo a abrirlos un segundo despues vio a Lillian sentada en la butaca en frente del sofa, tapada con su albornoz.