– Tenemos que hablar -dijo.
El estudio su cara en silencio mientras ella sacaba un cigarrillo del bolsillo del albornoz y lo encendia con una cerilla. La seguridad en si misma y la ostentosa pose de las ultimas semanas habian desaparecido, e incluso su voz sonaba vacilante, mas vulnerable de lo que lo habia sido nunca. Dejo las cerillas en la mesita baja que habia entre ellos. Sachs siguio el movimiento de su mano, luego echo una ojeada a las palabras escritas en el sobre de cerillas, momentaneamente distraido por las letras verde chillon impresas sobre un fondo rosa. Resulto ser el anuncio de un telefono erotico y justo entonces, en uno de esos espontaneos relampagos de intuicion, se le ocurrio que nada carecia de significado, que todo en el mundo estaba relacionado con todo.
– He decidido que no quiero que sigas considerandome un monstruo -dijo Lillian.
Esas fueron las palabras con las que inicio la conversacion, y durante las siguientes dos horas le conto mas acerca de si misma que durante todas las semanas anteriores, hablandole de un modo que erosiono gradualmente los sentimientos que habia albergado contra ella. No era que ella se disculpase por nada, no era que el se apresurase a creer lo que decia, pero poco a poco, a pesar de su cautela y suspicacia, Sachs comprendio que ella no estaba en mejor situacion que el, que la habia hecho tan desgraciada como ella a el.
Tardo un rato, sin embargo. Al principio supuso que solo era un numero, otra estratagema para mantenerle con los nervios de punta. En el torbellino de insensateces que le asalto, incluso consiguio convencerse de que ella sabia que el estaba planeando huir; como si pudiese leer sus pensamientos, como si hubiese entrado en su cerebro y le hubiese oido pensar. No habia bajado para hacer las paces con el. Habia bajado para ablandarle, para asegurarse de que no levantara el campo antes de haberle dado todo el dinero. Para entonces Sachs estaba al borde del delirio, y si Lillian no hubiese mencionado el dinero, el nunca hubiese sabido hasta que punto la habia juzgado mal. Ese fue el momento en que la conversacion dio un giro. Ella empezo a hablar del dinero, y lo que dijo se parecia tan poco a lo que el esperaba, que de repente se sintio avergonzado, lo bastante avergonzado como para empezar a escucharla de verdad.
– Me has dado ya cerca de treinta mil dolares -dijo ella-. Continua entrando, mas y mas cada dia, y cuanto mas dinero hay, mas me asusta. No se cuanto tiempo piensas continuar con esto, pero treinta mil dolares es suficiente. Es mas que suficiente, y creo que deberiamos parar antes de que las cosas se nos vayan de las manos.
– No podemos parar -se encontro Sachs diciendole-. No hemos hecho mas que empezar.
– No estoy segura de que pueda soportarlo mas.
– Puedes soportarlo. Eres la persona mas dura que he visto en mi vida, Lillian. Con tal que no te preocupes, puedes soportarlo perfectamente.
– No soy dura. No soy dura ni soy buena, y cuando llegues a conocerme, desearas no haber puesto nunca los pies en esta casa.
– El dinero no tiene nada que ver con la bondad. Tiene que ver con la justicia, y si la justicia significa algo, tiene que ser igual para todos, tanto si son buenos como si no.
Entonces ella empezo a llorar, mirandole fijamente y dejando que las lagrimas corriesen por sus mejillas, sin tocarlas, como si no quisiese reconocer que estaban alli. Era una forma orgullosa de llorar, penso Sachs, a la vez una revelacion de congoja y una negativa a someterse a ella, y la respeto por dominarse tan bien. Mientras las ignorase, mientras no se las secara, esas lagrimas no la humillarian.
A partir de ese momento, Lillian hablo casi todo el tiempo, fumando sin parar mientras sostenia un largo monologo de arrepentimientos y autorrecriminaciones. A Sachs le resulto dificil seguir buena parte del mismo, pero no se atrevia a interrumpirla, temiendo que una palabra equivocada o una pregunta inoportuna la hicieran detenerse. Ella divago durante un rato sobre un hombre que se llamaba Frank, luego hablo de otro que se llamaba Terry y luego, un momento mas tarde, estaba repasando los ultimos anos de su matrimonio con Dimaggio. Eso la llevo a una historia acerca de la policia (la cual al parecer la habia interrogado despues de que el cadaver de Dimaggio fuese descubierto), pero antes de haber terminado eso, le estaba contando su plan de mudarse, de marcharse de California y empezar de nuevo en algun otro sitio. Estaba bastante decidida a hacerlo cuando el aparecio en su puerta y todo se vino abajo. Ya no era capaz de pensar, no sabia si iba o venia. El espero que continuara un poco mas con eso, pero entonces paso al tema del trabajo, alardeando de como se habia defendido sin Dimaggio. Tenia permiso para ejercer como masajista, le conto, y tambien trabajaba como modelo para los catalogos de los grandes almacenes, y en conjunto habia conseguido mantener la cabeza fuera del agua. Pero entonces, muy bruscamente, desecho el tema con un ademan como si careciese de importancia y empezo a llorar otra vez.
– Todo saldra bien -dijo Sachs-, ya lo veras. Todo lo malo ha quedado atras. Lo que pasa es que todavia no te has dado cuenta.
Fue el comentario indicado y puso fin a la conversacion con una nota positiva. No se habia resuelto nada, pero Lillian parecio aliviada por su comentario, conmovida por su intento de animarla. Cuando le dio un rapido abrazo de agradecimiento antes de irse a la cama, el resistio la tentacion de estrecharla con mas fuerza de la que debiera. No obstante, fue un momento exquisito para el, un momento de verdadero e innegable contacto. Sintio su cuerpo desnudo bajo el albornoz, la beso suavemente en la mejilla y comprendio que estaban de nuevo en el punto de partida, que todo lo que habia ocurrido hasta aquel momento habia quedado borrado.
A la manana siguiente, Lillian salio de casa a la misma hora de siempre, desapareciendo mientras Sachs y Maria iban camino del colegio. Pero esta vez habia una nota en la cocina cuando regreso, un breve mensaje que parecia alentar sus mas locas e improbables esperanzas. “Gracias por lo de anoche”, decia. “XXX.” Le gusto que hubiese usado el simbolo de los besos en lugar de firmar. Aunque la hubiese puesto alli con la mas inocente de las intenciones -como un acto reflejo, como una variante del saludo tradicional-, la triple X tambien sugeria otras cosas. Era el mismo codigo para el sexo que habia visto en el sobrecito de cerillas la noche anterior, y le excito imaginar que ella lo hubiese hecho a proposito, que hubiese utilizado esos simbolos en lugar de su nombre con el fin de introducir esa asociacion en su mente.
Fortalecido por esta nota, hizo algo que sabia que no deberia haber hecho. Ya en el momento en que lo hacia comprendio que era un error, que estaba empezando a perder la cabeza, pero ya no era capaz de detenerse. Despues de terminar sus rondas de la manana, busco la direccion del centro de masajes donde Lillian le habia dicho que trabajaba. Estaba en Shattuck Avenue, en la zona norte de Berkeley, y sin siquiera molestarse en pedir una cita se metio en el coche y se dirigio alli. Queria sorprenderia, entrar sin haber sido anunciado y saludarla muy despreocupadamente, como si fueran viejos amigos. Si ella estaba libre en ese momento, le pediria un masaje. Eso le proporcionaria una excusa legitima para que ella le tocara de nuevo, e incluso mientras saboreaba el contacto de sus manos sobre su piel podria calmar su conciencia diciendose que la estaba ayudando a ganarse la vida. Nunca me han dado un masaje profesional, le diria, y queria saber como era. Encontro el lugar sin dificultad, pero cuando entro y le pregunto por Lillian Stern a la mujer del mostrador recibio una respuesta glacial.
– Lillian Stern me dejo plantada la primavera pasada -dijo la mujer- y no ha vuelto a aparecer por aqui.
Era lo ultimo que esperaba y salio de alli sintiendose traicionado, abrasado por la mentira que ella le habia dicho. Lillian no acudio a casa aquella noche, y el casi se alegro de quedarse solo, de ahorrarse la incomodidad de tener que verla. No habia nada que decir, despues de todo. Si le mencionaba donde habia estado aquella tarde, su secreto seria descubierto y eso destruiria cualquier posibilidad que aun tuviera con ella. A la larga, tal vez habia sido una suerte pasar por aquello entonces y no mas tarde. Tendria que ser mas cuidadoso con sus sentimientos, se dijo. Se acabaron los gestos impulsivos, se acabaron los arranques de entusiasmo. Era una leccion que necesitaba aprender, y esperaba no olvidarla.
Pero la olvido. Y no solo con el tiempo, sino al dia siguiente. Una vez mas, habia ya anochecido. Una vez mas, el ya habia acostado a Maria y estaba acampado en el sofa de la sala, aun despierto esta vez, leyendo uno de los libros de Lillian sobre la reencarnacion. Le horrorizo que a ella pudiera interesarle semejante charlataneria y continuo leyendolo con una especie de sarcasmo vengativo, estudiando cada pagina como si fuera un testamento de la estupidez de ella, de la asombrosa superficialidad de su mente. Era una ignorante, una descerebrada mezcla de manias e ideas incompletas. ?Como podia esperar que una persona asi le entendiera, que asimilara la decima parte de lo que el estaba haciendo? Pero luego, justo cuando estaba a punto de cerrar el libro y apagar la luz, Lillian entro por la puerta principal, la cara arrebolada por el alcohol, con el vestido negro mas ajustado y escueto que el habia visto nunca, y no pudo evitar sonreir al verla. Era asi de arrebatadora. Era asi de guapa y, ahora que estaba de pie en la habitacion con el, Sachs no podia apartar los ojos de ella.
– Hola, chico -dijo ella-. ?Me has echado de menos?
– Sin cesar -dijo el-. Desde el ultimo minuto que te vi hasta ahora mismo.
Pronuncio la frase con suficiente arrojo como para que sonara a broma, a burla jocosa, pero la verdad era que