guarderia en la pared, los juegos de mesa y los animales de peluche. A pesar de que estaba desordenado, el cuarto resulto estar en mejores condiciones que el de Lillian. Este era la capital del desastre, el cuartel general de la catastrofe. Tomo nota de la cama sin hacer, los montones de ropa y lenceria tirados por todas partes, el televisor portatil coronado por dos tazas de cafe manchadas de lapiz de labios, las revistas y los libros esparcidos por el suelo. Sachs examino algunos de los titulos que habia a sus pies (una guia ilustrada de masajes orientales, un estudio sobre la reencarnacion, un par de novelas policiacas de bolsillo, una biografia de Louise Brooks) y se pregunto si se podia sacar alguna conclusion de aquel surtido. Luego, casi en un rapto, empezo a abrir los cajones de la comoda y a revisar la ropa de Lillian, examinando sus bragas, sus sostenes y sus medias, sosteniendo cada articulo en la mano un momento antes de pasar al siguiente. Despues de hacer lo mismo con lo que habia en el armario, volvio su atencion a las mesillas de noche, recordando repentinamente la amenaza que ella le habia hecho la noche anterior. Despues de mirar a ambos lados de la cama, sin embargo, concluyo que le habia mentido. No encontro ninguna pistola.
Lillian habia desconectado el telefono, y en el mismo instante en que el lo enchufo de nuevo, empezo a sonar. El ruido le hizo dar un salto, pero, en lugar de contestar, se sento en la cama y espero a que la persona que llamaba renunciase. El timbre sono dieciocho o veinte veces mas. En cuanto ceso, Sachs lo cogio y marco el numero de Maria Turner en Nueva York. Ahora que ella habia hablado con Lillian, no podia posponerlo por mas tiempo. No se trataba unicamente de aclarar malentendidos entre ellos, se trataba de limpiar su conciencia. Aunque solo fuera eso, le debia una explicacion, una disculpa por haberse marchado de su casa como lo hizo.
Se imaginaba que estaba enfadada, pero no se habia preparado para la andanada de insultos que siguio. En cuanto ella oyo su voz, empezo a llamarle de todo: idiota, hijoputa, traidor. Nunca la habia oido hablar asi -a nadie, en ninguna circunstancia-, y su furia se hizo tan grande, tan monumental, que pasaron varios minutos hasta que le permitio hablar. Sachs estaba mortificado. Mientras permanecia alli sentado escuchandola, comprendio finalmente algo que habia sido demasiado estupido para reconocer en Nueva York. Maria se habia enamorado de el y, aparte de todas las evidentes razones para su ataque (lo repentino de su marcha, la afrenta de su ingratitud), estaba hablando como una amante desdenada, como una mujer que ha sido abandonada por otra. Para empeorar las cosas, imaginaba que esa otra habia sido su mejor amiga. Sachs se esforzo por sacarla de su error. Habia ido a California por razones personales, le dijo. Lillian no significaba nada para el, aquello no era lo que ella pensaba, etcetera; pero lo hizo torpemente y Maria le acuso de mentir. La conversacion estaba a punto de volverse peligrosa, pero Sachs consiguio resistir la tentacion de contestarle y al final el orgullo de Maria vencio a su ira, lo cual significaba que ya no tenia ganas de continuar insultandole. Empezo a reirse de el, o tal vez de si misma, y luego, sin ninguna transicion perceptible, la risa se convirtio en llanto, un espantoso ataque de sollozos que le hizo sentirse tan desdichado como ella. La tormenta tardo en pasar, pero luego pudieron hablar. No es que la conversacion les llevara a ninguna parte, pero por lo menos el rencor habia desaparecido. Maria queria que llamase a Fanny -solo para que ella supiera que estaba vivo-, pero Sachs se nego. Llamarla seria arriesgado, dijo. Una vez que empezaran a hablar, seguramente le contaria lo de Dimaggio, y no queria implicaria en ninguno de sus problemas. Cuanto menos supiera, mas segura estaria, y ?por que meterla en aquello cuando no era necesario? Porque era lo correcto, dijo Maria. Sachs repitio su argumentacion de nuevo, y durante la siguiente media hora continuaron hablando en circulos, sin que ninguno de los dos lograra convencer al otro. Ya no habia bueno ni malo, solo opiniones, teorias e interpretaciones, una cienaga de palabras y conflictos. Para lo que sirvieron, lo mismo les habria dado callarse todas aquellas palabras.
– Es inutil -dijo Maria finalmente-. No estoy consiguiendo comunicarme contigo, ?verdad?
– Te escucho -contesto Sachs-. Lo que pasa es que no estoy de acuerdo con lo que dices.
– Solo vas a empeorar las cosas, Ben. Cuanto mas tiempo te lo guardes, mas dificil sera cuando tengas que hablar.
– Nunca tendre que hablar.
– Eso no puedes saberlo. Quiza te encuentren, y entonces no tendras eleccion.
– No me encontraran nunca. Eso solo podria ocurrir si alguien les diera el soplo, y tu no me haras eso. Por lo menos no lo creo. Puedo confiar en ti,?no es cierto?
– Puedes confiar en mi. Pero yo no soy la unica persona que lo sabe. Ahora tambien Lillian esta enterada, y no estoy segura de que sea tan capaz de cumplir una promesa como yo.
– No hablara. No tendria sentido que lo hiciera. Tiene demasiado que perder.
– No cuentes con el sentido comun cuando trates con Lillian. Ella no piensa igual que tu. No juega con tus mismas reglas. Si no has comprendido eso ya, estas buscando problemas.
– Problemas es lo unico que tengo. Unos pocos mas no me haran dano.
– Marchate, Ben. No me importa donde vayas o que hagas, pero metete en el coche y alejate de esa casa. Ahora mismo, antes de que Lillian vuelva.
– No puedo hacer eso. Ya he empezado esto y tengo que continuar hasta el final. No tengo otro remedio. Esta es mi oportunidad y no puedo desperdiciarla por miedo.
– Te hundiras hasta el fondo.
– Ya lo estoy. El proposito de esto es salir a la superficie.
– Hay maneras mas sencillas.
– No para mi.
Hubo una larga pausa al otro extremo de la linea, una inhalacion, otra pausa. Cuando Maria hablo de nuevo, le temblaba la voz.
– Estoy tratando de decidir si debo compadecerte o solo abrir la boca y gritar.
– No tienes por que hacer ni una cosa ni la otra.
– No, supongo que no. Puedo olvidarme de ti, ?no es eso? Siempre cabe esa opcion.
– Puedes hacer lo que quieras, Maria.
– Cierto. Y si quieres correr riesgos, alla tu. Pero recuerda que te lo dije, ?de acuerdo? Recuerda que trate de hablarte como amiga.
Estaba muy alterado cuando colgaron. Las ultimas palabras de Maria habian sido una especie de despedida, una declaracion de que ya no estaba con el. No importaba que les hubiera llevado al desacuerdo, que este hubiera sido provocado por los celos, por una declaracion sincera, o por una combinacion de las dos cosas. El resultado era que ya no podria recurrir a ella. Aunque Maria no pretendiera que el se lo tomase asi, aunque se alegrara de volver a tener noticias suyas, la conversacion habia dejado demasiadas nubes, demasiadas incertidumbres. ?Como podria acudir a ella en busca de ayuda cuando el mero hecho de hablar con el le causaria dolor? El no habia querido ir tan lejos, pero una vez las palabras habian sido pronunciadas, comprendia que habia perdido a su aliada, a la unica persona con la que podia contar para que le ayudase. Llevaba en California poco menos de un dia y sus naves ya estaban ardiendo.
Podria haber reparado el dano llamandola de nuevo, pero no lo hizo. En lugar de eso volvio al cuarto de bano, se vistio, se cepillo el pelo con el cepillo de Lillian y se paso las siguientes ocho horas y media limpiando la casa. De vez en cuando hacia una pausa para comer algo, rebuscando en la nevera y en los armarios de la cocina hasta encontrar algo comestible (sopa de lata, salchichas de higado, frutos secos), pero aparte de eso trabajo sin interrupcion hasta mas de las nueve. Su objetivo era dejar la casa impecable, convertida en un modelo de orden y tranquilidad domesticos. No podia hacer nada con los muebles deteriorados, naturalmente, ni con los techos agrietados de los dormitorios o el esmalte herrumbroso de los fregaderos, pero por lo menos podia dejar la casa limpia. Atacando las habitaciones una por una, restrego, quito el polvo, pulio y ordeno avanzando metodicamente de la parte de atras a la de delante, de la planta baja al primer piso, de la mayor suciedad a la menor. Frego los retretes, reorganizo los cubiertos, doblo y guardo ropa, recogio piezas de rompecabezas, utensilios de un juego de te en miniatura, los miembros amputados de munecas de plastico. Por ultimo, reparo las patas de la mesa del comedor, sujetandolas con un surtido de clavos y tornillos que encontro en el fondo de un cajon de la cocina. La unica habitacion que no toco fue el estudio de Dimaggio. No le apetecia volver a abrir la puerta, pero aunque hubiese deseado entrar alli, no habria sabido que hacer con todos los trastos. Le quedaba poco tiempo ya y no habria podido terminar el trabajo.
Sabia que debia marcharse. Lillian habia dejado claro que no queria que estuviera en la casa cuando ella volviese, pero en lugar de coger el coche e ir a buscar un motel, volvio al cuarto de estar, se quito los zapatos y se tumbo en el sofa. Solo queria descansar unos minutos, estaba cansado por todo el trabajo que habia hecho y le parecia que no habia nada de malo en quedarse un rato mas. A las diez, sin embargo, aun no se habia dirigido a la puerta. Sabia que contrariar a Lillian podia ser peligroso, pero la idea de salir por la noche le llenaba de temor. En la