– ?La senorita Lockhart? ?La hija del difunto Matthew Lockhart?
– Si -dijo Sally.
Extendio sus manos.
– Mi querida senorita Lockhart -dijo-, solo puedo decirle lo mucho, lo muchisimo que lo sentimos todos nosotros cuando nos enteramos de su triste perdida. Era un buen hombre; un empresario generoso; un caballero cristiano; un soldado valiente…, un…, hum…, una enorme perdida, una triste y tragica perdida.
Sally inclino la cabeza con un gesto de agradecimiento. -Es usted muy amable -dijo la chica-. Pero me gustaria saber si le podria preguntar algo.
– ?Mi querida chica! -Se habia transformado en un ser afectuoso y simpatico. Le acerco una silla y puso su amplio trasero encarado hacia el fuego, sonriendo alegremente como si se conocieran de toda la vida-. ?Hare por usted cualquier cosa que este a mi alcance, se lo aseguro!
– Bueno, no es que quiera que haga algo, es mas sencillo que eso… Solo… Bueno, ?alguna vez mi padre menciono a un tal senor Marchbanks? ?Conoce a alguien con ese nombre?
Higgs parecio pensarlo muy detenidamente. -Marchbanks -dijo-. Marchbanks… Hay un suministrador de material para barcos en Rotherhithe que se llama asi; deletreado Mar-jo-ri-banks, ?sabe? ?Podria tratarse de ese? Aunque no recuerdo que su pobre padre hubiera tenido nunca tratos con el.
– Puede ser -dijo Sally-. ?Sabe su direccion?
– En el Muelle de Tasmania, creo -dijo el senor Higgs.
– Gracias. Pero hay algo mas. Quiza le parezca una tonteria… No quisiera importunarle, de verdad, pero…
– ?Mi querida senorita Lockhart! Todo lo que se pueda hacer, se hara. Solo debe decirme como puedo ayudarla.
– Bueno, ?alguna vez ha oido la frase «Las Siete Bendiciones»?
Entonces sucedio algo inesperado.
El senor Higgs era un hombre gordinflon, bien alimentado; pero quiza no fueron tanto las palabras de Sally como los anos de oporto, los puros habanos y las suculentas comidas que los precedian, lo que provoco un colapso en su corazon.
Dio un paso hacia delante; su cara se puso cada vez mas morada, sus manos agarraron su chaleco y se desplomo con gran estrepito sobre la alfombra turca. Uno de sus pies dio hasta cinco patadas, debido a los movimientos espasmodicos de su cuerpo; era horrible. Su ojo abierto estaba pegado a la pata de la silla, labrada en forma de garra, donde Sally estaba sentada.
Ella no se movio. Ni grito ni tampoco se desmayo; lo unico que hizo fue cogerse el dobladillo de su vestido, por donde rozaba con la boveda brillante del craneo de ese hombre, y respirar profundamente, varias veces, con los ojos cerrados. Su padre le habia ensenado esta tecnica para superar situaciones de panico. Y habia hecho bien, porque funcionaba.
Ya calmada, se levanto con mucho cuidado y se alejo del cuerpo. Se sentia muy aturdida, pero sus manos -se dio cuenta de ello- no le temblaban en absoluto. «Bien -penso-. Cuando estoy asustada, puedo fiarme de mis manos.» Este descubrimiento la complacio absurdamente; y entonces oyo que alguien vociferaba en el pasillo.
– Samuel Selby, agente maritimo. ?Lo entiendes? -dijo la voz.
– ?No tengo que poner Lockhart? -dijo otra voz timidamente.
– El senor Lockhart ya no existe. El senor Lockhart descansa a casi doscientos metros de profundidad bajo el agua en los mares del sur de China, maldito sea. Quiero decir que su alma descanse en paz. Dale una buena capa de pintura encima, ?me oyes? ?Tapalo con pintura! Y no me gusta el verde. Yo prefiero un color vistoso, bonito y alegre, con lineas onduladas alrededor. Con estilo, ?me entiendes?
– Si, senor Selby -fue la respuesta.
Se abrio la puerta, y el propietario de la primera voz entro. Era un hombre achaparrado, con un tupe que parecia paja, por el color del pelo, y unas patillas pelirrojas que desentonaban desagradablemente con el color subido de sus pomulos. Miro a su alrededor y no vio el cuerpo del senor Higgs, que estaba oculto tras el ancho escritorio de caoba. En cambio, clavo sus ojillos feroces en Sally.
– ?Quien eres tu? -le pidio-. ?Quien te ha dejado entrar?
– El conserje -respondio la chica.
– ?Como te llamas? ?Que quieres?
– Soy Sally Lockhart. Pero. Pero…
– ?Lockhart?
El profirio un silbido casi inaudible.
– Senor Selby, yo…
– ?Donde esta Higgs? El te podra atender.
– Senor Selby…,
El hombre se quedo mudo y miro hacia donde la chica estaba senalando. Entonces rodeo el escritorio.
– ?Que ha pasado? ?Cuando ha sucedido?
– Hace un momento. Estabamos hablando y de repente… se desplomo. Quiza su corazon…, senor Selby.
– Oh, vaya. ?Sera idiota! No tu: el. ?Por que no ha tenido ni la decencia de morir en su propio despacho? Supongo que esta muerto. ?Lo has comprobado?
– No creo que aun este vivo.
Selby arrastro el cuerpo hacia un lado y escruto los ojos del muerto, que estaba mirando fijamente hacia el techo de un modo ciertamente desagradable. Sally no dijo nada.
– Mas muerto que una momia -dijo Selby-. Ahora supongo que debemos llamar a la policia. Maldita sea. ?Que hacias tu aqui, de todas formas? Han empaquetado todas las cosas de tu padre y se las han enviado al abogado. Aqui no hay nada para ti.
Sally intuyo que debia ir con cuidado. Saco un panuelo y se enjugo ligeramente los ojos.
– Yo… Yo solo queria ver el despacho de mi padre -dijo la chica.
Selby gruno, mostrando desconfianza, abrio la puerta y llamo a gritos al conserje, escaleras abajo, para que avisase a la policia.
Un administrativo paso por delante de la puerta, que estaba abierta, cargado hasta las cejas de libros de contabilidad y miro hacia dentro, estirando el cuello como si fuera una grua. Sally se levanto.
– ?Puedo irme ya?
– Sera mejor que no -dijo Selby-. Eres un testigo presencial, deberias saberlo. Tendras que dejar tu nombre y direccion, y te llamaran en su momento para interrogarte. Pero… ?y tu por que querias ver el despacho de tu padre?
Sally inspiro profundamente por la nariz y se toco suavemente pero de forma exagerada los ojos. Se preguntaba si podria intentar producir algun sollozo. Queria irse y pensar; y estaba empezando a tener miedo de la curiosidad de ese pequeno hombre violento. Si el hecho de mencionar Las Siete Bendiciones realmente habia matado al senor Higgs, no queria de ningun modo arriesgarse a experimentar cual seria la reaccion de Selby.
Pero ponerse a llorar era una buena idea. Selby no era lo suficientemente sutil para sospechar que se trataba de una treta y, con un cierto aire de repugnancia, le indico con la mano que saliera.
– Oh, ve y sientate en la conserjeria -dijo el con impaciencia-. La poli querra hablar contigo, pero no hay razon para que te quedes aqui lloriqueando. Anda, ve abajo.
Se fue. En el rellano se habian congregado dos o tres empleados y la miraron fijamente con curiosidad.
En la conserjeria encontro al chico de los recados, reclamando su
– Tu tranquila -dijo-. No te delatare. He oido que has matado a Higgsy, pero no se lo voy a decir a nadie.
– ?Yo no lo hice! -dijo la chica.
– Pues claro que lo hiciste. Estaba al otro lado de la puerta.
– ?Estabas escuchando! Eso es horrible.
– No quise hacerlo. Me senti cansado de golpe, y claro, me apoye en la puerta y, no se como, las palabras parecia que me entraban por las orejas -dijo con una sonrisa burlona-.
Murio de terror, Higgsy. Muerto de miedo. No se que deben de ser Las Siete Bendiciones, pero el sabia muy bien de que se trataba. Sera mejor que pienses bien a quien preguntas sobre eso.
Sally se sento en la silla del conserje.
– Ya no se que hacer -dijo la chica.