ventana enrejada.

De todos los lugubres rincones de Wapping, ninguno lo era tanto como el Muelle del Ahorcado. Hacia tiempo que ya no se utilizaba como muelle, pero aun conservaba el nombre. Ahora era una especie de laberinto atestado de casas y tiendas, cuyas trastiendas y habitaciones posteriores iban a parar directamente al rio. Habia un suministrador de material para barcos, una casa de empenos, una pasteleria, un pub llamado El Marques de Granby y una pension. Pension, en el East End, es una palabra que abarca una multitud de horrores. En el peor de los casos significa una habitacion insoportablemente humeda, con pestilencias venenosas, y una especie de catre de tijera situado justo en medio. Sus clientes habituales son los borrachos o los pobres que pueden permitirse el lujo de pagar un penique por el privilegio de desplomarse sobre ese catre y evitar asi tener que dormir tirados en el suelo.

En el mejor de los casos, significa un lugar decente, limpio, donde cambian las sabanas cuando se acuerdan.

Entre un tipo de pension y otro se encuentra la Pension Holland. Alli, una cama compartida para pasar la noche puede costar tres peniques; si la cama es para una sola persona, cuatro peniques; una habitacion individual, seis peniques, y el desayuno, un penique. Es imposible estar solo en la Pension Holland. Cuando las pulgas no se dignan comerte vivo, los chinches te acogen con los brazos abiertos.

A esa casa llego el senor Jeremiah Blyth, un fornido y misterioso abogado de Hoxton. El ultimo negocio con el propietario de la pension se habia gestionado fuera de alli y esa era la primera vez que visitaba el Muelle del Ahorcado.

Llamo a la puerta y le abrio una nina, cuyos ojos, obscuros y enormes, destacaban entre sus otras facciones. La nina solo entreabrio la puerta y dijo en voz baja:

– ?Si, senor?

– Soy el senor Jeremiah Blyth -dijo el visitante-. La senora Holland me esta esperando.

La chiquilla abrio la puerta lo justo para dejarle entrar y luego parecio desaparecer en la penumbra del vestibulo.

El senor Blyth entro y tamborileo sobre su sombrero de copa, observo detenidamente un grabado polvoriento de la Muerte de Nelson e intento no adivinar el origen de las manchas del techo.

En esos momentos aparecio arrastrando los pies, precedida de un olor a col hervida y a gato viejo, la propietaria de la casa. Era una senora mayor de mejillas hundidas, labios fruncidos y ojos brillantes. Alargo una mano, que mas parecia una garra, a su visitante y se puso a hablar, pero debia de hablar en turco porque no logro entender ni una sola palabra de lo que decia.

– Disculpe, senora, no he acabado de entender lo que… La senora murmuro algo y le indico el camino hacia un diminuto salon, donde el olor a gato viejo se hacia mas intenso y alcanzaba limites insospechados. Despues de cerrar la puerta, abrio una cajita que estaba sobre la repisa de la chimenea y saco de ella una dentadura postiza; enseguida se la ajusto a presion en su arrugada boca y cerro los labios. La dentadura era demasiado grande para su boca y tenia un aspecto absolutamente espantoso.

– Asi esta mejor -dijo-. Siempre me olvido la dentadura dentro. Era de mi pobre y querido marido, si, lo era. Marfil autentico. Fabricado para el en Oriente ya hace veinticinco anos. ?Fijese que maravilla!

Le mostro los mismos colmillos marrones y encias grises que ensenan los animales cuando grunen. El senor Blyth dio un paso hacia atras. -Y cuando murio, pobrecito -prosiguio la mujer-, iban a enterrar la dentadura con el, porque murio de repente, ?sabe? Fue el colera. Se fue en tan solo una semana, mi pobre patito. Pero se la saque de la boca de un golpe justo antes de que cerraran la tapa del ataud. Porque pense que se podia utilizar durante muchos mas anos.

El senor Blyth trago saliva.

– Sientese alli -dijo-. Como si estuviera en su casa. ?Adelaide!

La nina aparecio. No debia de tener mas de nueve anos, penso el senor Blyth, y por lo tanto, segun la ley, deberia estar en el colegio, ya que el nuevo sistema educativo, que habia entrado en vigor hacia solo dos anos, obligaba a que los menores de trece anos fueran escolarizados. Sin embargo, la conciencia del senor Blyth era tan fantasmagorica como aquella nina, demasiado insustancial para empezar a preguntar, y olvido cualquier posible reprension al respecto. Asi pues, tanto su conciencia como la nina permanecieron en silencio mientras la senora Holland le daba instrucciones para servir el te; y luego ambas desaparecieron de nuevo.

Al volver con su visitante, la senora Holland se inclino hacia delante, le dio un golpecito en la pierna y dijo:

– ?Y bien? Ha hecho los deberes, ?verdad? No sea reservado, senor Blyth. Abra su maleta y haga a esta vieja participe del secreto.

– Claro, claro -dijo el abogado-. Aunque estrictamente hablando no existe ningun secreto como tal, ya que nuestro acuerdo se efectuara en terminos perfectamente legales…

La voz del senor Blyth acostumbraba disminuir de intensidad gradualmente en vez de pararse al final del discurso que emitia; parecia sugerir que estaba abierto a cualquier propuesta alternativa que pudiera surgir en ultimo momento. La senora Holland asentia energicamente.

– De acuerdo -dijo la mujer-. Todo en orden y legal. Nada de juego sucio. Justo lo que queria. Adelante pues, senor Blyth.

El senor Blyth abrio su maletin de piel y saco algunos documentos.

– El miercoles pasado fui a Swaleness -dijo- y cerre el trato con ese caballero segun las condiciones de las que ya hablamos en nuestra ultima reunion…

Hizo una leve pausa para dejar que Adelaide entrara en la habitacion con la bandeja del te. La puso sobre la mesita, cubierta de polvo, hizo una reverencia a la senora Holland y se fue sin decir palabra. Mientras la senora Holland servia el te, el senor Blyth reanudo la conversacion:

– Las… condiciones… para estar seguros. El objeto en cuestion debe depositarse en el banco de los senores Hammond y Whitgrove, en Winchester Street…

– ?El objeto en cuestion? No sea reservado, senor Blyth. Hable sin tapujos.

Se sentia extremadamente molesto por tener que mencionar algo claramente. Bajo el tono de voz, inclino su cuerpo hacia delante y miro a su alrededor antes de empezar a hablar. -El… rubi sera depositado en el Banco Hammond & Whitgrove para que permanezca alli hasta la muerte del caballero; despues, segun las condiciones de su testamento, debidamente firmado como testigo por mi mismo y… por una tal senora Thorpe…

– ?Quien es esa senora? ?Una vecina?

– Una sirvienta, senora. En quien no se puede confiar del todo… La bebida…, ya se sabe; pero su firma es por supuesto valida. ?Ejem! El rubi permanecera, como le he dicho, en Hammond & Whitgrove, hasta la muerte del caballero; despues de lo cual sera de su propiedad…

– Y esto es legal, ?verdad?

– Totalmente, senora Holland…

– ?Sin pequenos y desagradables contratiempos? ?No habra sorpresas de ultima hora?

– Nada de eso, senora. Aqui tengo una copia del documento, firmado por el mismo caballero. Preve, como puede observar, cualquier eventualidad…

La mujer le arrebato el papel de las manos y lo examino con impaciencia.

– Me parece correcto -dijo la senora Holland-. Muy bien, senor Blyth. Soy una mujer justa. Ha hecho un buen trabajo y le pagare sus honorarios. La dolorosa, por favor.

– ?La dolorosa? Ah, si…, por su puesto. Mi contable esta preparando la cuenta en este momento, senora Holland. Me ocupare de que sea debidamente enviada…

Se quedo aun unos quince minutos mas antes de irse. Despues de que Adelaide le mostrara el camino de salida, silenciosa como una sombra, la senora Holland se sento por unos instantes en el salon, leyendo una vez mas el documento que el abogado le habia traido. Entonces guardo los dientes postizos, no sin antes limpiarlos en la tetera, se puso la capa y se marcho con la intencion de ver el edificio del Banco Hammond & Whitgrove, en Winchester Street.

El tercero de nuestros nuevos amigos se llamaba Matthew Bedwell. Habia sido el segundo de a bordo de un carguero en el Extremo Oriente, pero de eso ya hacia un ano o mas. En ese momento no tenia ni trabajo ni dinero.

Vagaba por el laberinto de obscuras calles detras del Muelle de las indias Occidentales, con un petate colgado de un hombro y una delgada chaqueta bien cenida para protegerse del frio, aunque de hecho estaba helado y no

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