saber de que se trataba esa amenaza que se cernia sobre ella…
Se fijo en los limites grises de la ciudad que daban paso a los limites tambien grises del campo, y contemplo el mar a su izquierda. En ningun momento se divisaban menos de cinco o seis barcos deslizandose por el estuario del Tamesis, algunos aprovechando el fuerte viento del este, mientras otros bajaban a toda maquina con el viento en contra.
El pueblo de Swaleness no era muy grande. Prefirio ir caminando y no coger ningun taxi desde la estacion para ahorrar dinero, ya que el mozo de la estacion de Foreland House le habia dicho que no estaba muy lejos: a menos de dos kilometros; «Tomando el camino que bordea el mar y despues el del rio», le dijo el chico. Se puso en marcha enseguida. El pueblo era triste y frio, y el rio, un turbio riachuelo que serpenteaba entre las salinas antes de llegar a una lejana linea grisacea: el mar. Habia marea baja; y en todo aquel panorama desolador solo pudo ver a un ser humano.
Era un fotografo. Habia preparado la camara, junto con una tienda de campana, una especie de laboratorio portatil que le servia para revelar las fotografias y que era necesaria para cualquier fotografo en esa epoca, justo en el centro de un estrecho camino al lado del rio. Parecia un joven simpatico, y como nada le indicaba el final del camino y no podia ver ninguna casa, decidio preguntarle que direccion debia seguir.
– Es la segunda persona que ha pasado por aqui preguntandome lo mismo -dijo el-. La casa esta alli; es una casa baja y alargada.
Le indico el camino, senalando hacia un bosquecillo de arboles esmirriados a menos de un kilometro mas alla.
– ?Quien era la otra persona? -pregunto Sally.
– Una senora mayor que tenia el mismo aspecto que una de las brujas de
– Ah, ya entiendo -contesto la chica.
– Mi tarjeta -dijo el joven.
Saco una especie de papel de la nada, como si fuera un mago. Decia: «Frederick Garland, Artista Fotografico», y le dio su direccion de Londres. Lo volvio a mirar; le gustaba ese chico; su rostro era divertido, tenia el pelo espeso, rubio, y estaba despeinado; su expresion era despierta e inteligente.
– Perdone que le pregunte -dijo ella-, pero ?que esta fotografiando?
– El paisaje -respondio el-. No es gran cosa, ?verdad? Queria algo tetrico, ?sabe? Estoy probando una nueva combinacion de productos quimicos. Creo que sera mas sensible para captar este tipo de luz que los productos habituales.
– ?Colodion? -dijo ella.
– Exacto. ?Es fotografa?
– No, pero a mi padre le interesaba la fotografia… Bueno, debo seguir. Gracias, senor Garland.
El chico sonrio alegremente y volvio con su camara.
El sendero describia una curva, siguiendo la orilla fangosa del rio, y finalmente la condujo hacia la arboleda. Alli, tal como el fotografo le habia indicado, estaba la casa, revestida de estuco desconchado y con algunas tejas del techo esparcidas por el suelo; el jardin estaba cubierto de maleza, totalmente descuidado.
Era el lugar mas triste que habia visto nunca. Sintio un leve escalofrio.
Se dirigio a la entrada y, justo cuando iba a llamar al timbre, se abrio la puerta y salio un hombre.
Se puso el dedo en los labios, pidiendole que permaneciera en silencio, y cerro la puerta, esmerandose en no hacer ningun ruido.
– Por favor -dijo en voz baja-. No hable. Venga por aqui, rapido.
Sally le siguio, asombrada, mientras el hombre la conducia con rapidez hacia uno de los extremos de la casa, hasta llegar a una pequena galeria de cristal. Cerro la puerta despues de que ella entrara, escucho con atencion y entonces alargo la mano.
– Senorita Lockhart -dijo el-. Soy el comandante Marchbanks.
Ella le dio la mano para saludarle. Ya era mayor, penso, debia de tener unos sesenta anos; tenia la tez amarillenta y la piel le colgaba por todas partes. Sus ojos eran obscuros y bonitos, aunque los tenia muy hundidos. Su voz le parecia curiosamente familiar y habia una intensidad tan grande en su expresion que sintio cierto miedo, hasta que se dio cuenta de que el mismo tambien estaba asustado, mucho mas que ella.
– He recibido su carta esta manana -dijo Sally-. ?Le escribio mi padre pidiendole que me viera?
– No… -El hombre parecia sorprendido.
– Entonces… ?le dice algo la frase «Las Siete Bendiciones»?
No tuvo ningun efecto. El comandante Marchbanks permanecio impasible.
– Lo siento -dijo el-. ?Ha venido aqui para preguntarme eso? Lo siento muchisimo. El, su padre…
Ella le conto rapidamente el ultimo viaje de su padre, y la carta que habia recibido de Oriente, y la muerte del senor Higgs. Marchbanks se puso una mano en la cabeza en senal de preocupacion; parecia terriblemente desconcertado y confundido.
Habia una pequena mesa de pino en la galeria y una silla de madera junto a la puerta. Le ofrecio la silla, y entonces hablo en voz baja:
– Tengo un enemigo, senorita Lockhart, y ahora es tambien su enemigo. Ella (es una mujer) es muy, muy malvada. Esta en esta casa ahora, por eso nos hemos tenido que esconder aqui fuera, y debe marcharse usted enseguida. Su padre…
– Pero ?por que?… ?Que le he hecho yo a esa mujer? ?Quien es?
– Por favor…, ahora no se lo puedo explicar. Lo hare, creame. No se nada sobre las causas de la muerte de su padre, nada de Las Siete Bendiciones, nada de los mares del sur de China, nada del comercio maritimo. Y quiza el no sabia nada de la desgracia que me ha caido encima y que ahora… No puedo ayudarla. No puedo hacer nada. Su padre se equivoco al confiar en mi…, una vez mas…
– ?Una vez mas?
Vio una mirada de profunda amargura atravesando su rostro. Era la mirada de un hombre desesperado, y eso la asustaba.
Sally no podia dejar de pensar en la carta procedente de Oriente.
– ?Ha vivido alguna vez en Chatham? -dijo ella.
– Si. Hace mucho. Pero, por favor…, no tenemos mas tiempo. Llevese esto…
Abrio un cajon de la mesa y saco un paquete envuelto con un papel de color marron. Media unos quince centimetros de largo y estaba atado con una cuerda y sellado con lacre.
– Aqui podra encontrar las respuestas que busca. Quiza, si el no le dijo nada sobre esto, yo tampoco deberia… Se llevara una sorpresa cuando lo lea. Le ruego que este preparada. Su vida corre peligro tanto si lo sabe como si no, asi que al menos descubrira el porque.
La chica cogio el paquete. Sus manos temblaban exageradamente; el lo vio y durante un instante que resulto extrano las cogio entre las suyas e inclino la cabeza hacia ellas.
Entonces una puerta se abrio.
El hombre se separo de un salto de la puerta, con la cara palida, y una mujer de mediana edad los miro.
– Comandante…, esta aqui, senor -dijo-. En el jardin.
La mujer tenia el mismo aspecto desdichado que el, y emanaba un fuerte olor a alcohol. El comandante Marchbanks hizo senas a Sally.
– Por la puerta -dijo el-. Gracias, senora Thorpe. Deprisa, ahora…
La mujer se aparto con cierta torpeza e intento sonreir, mientras Sally pasaba no sin dificultades por delante de ella. El Comandante y Sally recorrieron con rapidez la casa; la chica quedo impregnada del triste sentimiento que surgia de las habitaciones vacias, de los suelos sin alfombras, de los ecos del pasado, la humedad y la desolacion. El miedo del Comandante se contagiaba.
– Por favor -dijo Sally cuando llegaban a la puerta principal-, ?quien es ese enemigo? ?No se nada! Tiene que decirme su nombre, al menos…
– La senora Holland -dijo susurrando mientras abria la puerta, que hizo un chasquido. El hombre miro afuera.
– Por favor, se lo ruego, ahora vayase. ?Ha venido andando? Es joven, fuerte, rapida…, no se entretenga. Vaya directamente a la ciudad. Oh, lo siento tanto… Perdoneme. Perdoneme.