Regresen pronto para otro descanso saludable en el sereno ambiente de «Cypress Point».

Baron y baronesa Von Schreiber

1

Ese dia amanecio claro y brillante. El tibio sol de la manana comenzo a evaporar la niebla. Las gaviotas y mirlos se elevaban alto en el cielo y volvian para posarse sobre las rocas.

En «Cypress Point», los huespedes que quedaban continuaban con sus programas. En la piscina olimpica tenia lugar una clase de gimnasia acuatica; las masajistas moldeaban musculos y aporreaban las capas de grasa; cuerpos mimados que se envolvian con sabanas con olor a hierbas; el trabajo de la belleza y el lujo seguia funcionando.

Scott les habia pedido a Min y Helmut, Syd y Cheryl, Elizabeth y Ted que se reunieran con el a las once. Lo hicieron en el salon de musica, a puerta cerrada, lejos de los ojos y oidos de algun huesped o empleado curioso.

Elizabeth recordaba fragmentos de la noche anterior: Ted abrazandola… Alguien que la envolvia en una bata… El doctor Whitley que le ordenaba irse a la cama.

Ted llamo a la puerta de Elizabeth a las once menos diez. Caminaron juntos, tomados de la mano, sin necesidad de decir lo que existia entre ellos.

Min se sento al lado del baron. Seguia teniendo una expresion de cansancio aunque, de alguna manera, mas tranquila. En la determinacion de su mirada quedaba algo de la vieja Min. El baron, siempre impecable, con una camisa deportiva, postura erguida y aire seguro. Para el tambien, la noche habia exorcizado ciertos demonios.

Cheryl miro a Ted y entrecerro los ojos. Con su lengua puntiaguda se lamio los labios como un gato a punto de comerse un manjar prohibido.

Junto a ella estaba Syd. Habia recuperado algo que le faltaba: esa confianza indiferente que otorga el exito.

Ted estaba junto a ella, con el brazo apoyado en el respaldo de su silla, con una actitud protectora y atenta, como si temiera que se le escapara de las manos.

– Creo que hemos llegado al final del camino. -El cansancio en la voz de Scott sugeria que no habia dormido en toda la noche-. Craig retuvo a Henry Bartlett, quien le pidio que no hiciera ningun comentario. Sin embargo, cuando le lei la carta de Elizabeth, lo admitio todo.

– Dejenme que se la lea. -Scott extrajo la carta del bolsillo.

Querido Scott:

Solo existe una forma de probar lo que sospecho y estoy a punto de hacerlo ahora. Puede salir mal, pero si algo llegara a sucederme, creo que sera porque Craig ha decidido que me estoy acercando demasiado a la verdad.

Esta noche, practicamente acuse a Syd y al baron de causar la muerte de Leila. Espero que eso sea suficiente como para que Craig se sienta seguro e intente hacerme dano. Creo que sucedera en la piscina. Pienso que estuvo alli la otra noche. Solo puedo confiar en el hecho de que nado mas rapido que cualquiera y, si trata de atacarme, se habra expuesto. Si lo logra, ve tras el; por mi y por Leila.

Ya debes de haber escuchado las cintas. ?Te diste cuenta de lo molesto que estaba cuando Alvirah Mechan comenzo a hacer tantas preguntas? Trato de interrumpir a Ted cuando este dijo que Craig podia enganar a cualquiera con su imitacion.

Yo crei haber escuchado a Ted que le gritaba a Leila que colgara el telefono. Pense que la habia oido decir: «Tu no eres un halcon.» Pero Leila estaba llorando. Y por eso me equivoque. Helmut estaba cerca. El la oyo decir: «Tu no eres Halcon.» El lo escucho bien. Y yo no.

La cinta de Alvirah Mechan en la sala de tratamientos. Escuchala con cuidado. Esa primera voz. Parece la del baron, pero hay algo que no funciona. Creo que era Craig imitando la voz del baron. Scott, no existe prueba de nada de esto. La unica prueba que se obtendra es si Craig me considera demasiado peligrosa.

Veremos que sucede. Se una cosa y, probablemente, siempre lo supe. Ted es incapaz de cometer un asesinato, y no me importa cuantos testigos sostengan que lo vieron matar a Leila.

Elizabeth

Scott dejo la carta y miro con seriedad a Elizabeth.

– Me hubiese gustado que confiaras en mi. Casi perdiste la vida.

– Era la unica manera -dijo Elizabeth-. ?Pero que le hizo a la senora Meehan?

– Una inyeccion de insulina. Como sabras, mientras estudiaba trabajaba en el hospital de Hannover durante las vacaciones de verano. En esos anos aprendio varias cosas. Pero en un principio, la insulina no estaba destinada a Alvirah Meehan. -Scott miro a Elizabeth-. Se habia convencido de que eras peligrosa. Habia planeado eliminarte en Nueva York, la semana antes del juicio. Pero cuando Ted decidio venir aqui, Craig convencio a Min para que te invitara tambien. La persuadio de que tal vez tu no declararias contra el si volvias a verlo. Lo que queria era una oportunidad para arreglar un accidente. Alvirah Meehan se habia convertido en una amenaza. Y ya tenia los medios para deshacerse de ella. -Scott se puso de pie-. Y ahora, me voy a casa.

Junto a la puerta, hizo una pausa.

– Me gustaria hacer un ultimo comentario. Usted, baron, y tu, Syd, obstruisteis a la justicia cuando creisteis que Ted era culpable. Al tomar la ley en vuestras manos, indirectamente sois responsables de la muerte de Sammy y del ataque que sufrio la senora Meehan.

Min se incorporo de un salto.

– De haber venido hace un ano, habrian convencido a Ted de declararse culpable y negociar la sentencia. Ted tendria que estarles agradecido.

– ?Tu estas agradecida, Min? -le pregunto Cheryl-. Entiendo que fue el baron quien escribio la obra. No solo estas casada con un noble, un medico, un decorador de interiores, sino tambien un escritor. Debes de estar emocionada y… arruinada.

– Me case con un hombre del Renacimiento -respondio Min-. El baron retomara sus operaciones en la clinica. Ted nos prometio un prestamo. Todo saldra bien.

Helmut le beso la mano. Y Elizabeth penso en la imagen de un nino pequeno dandole un beso a su madre. «Min ahora lo ve tal como es -penso-. Le costo un millon de dolares descubrirlo, pero tal vez para ella haya valido la pena.»

– A proposito -agrego Scott-, la senora Meehan se pondra bien. Y todo gracias al tratamiento de emergencia que le dio el doctor Von Schreiber. -Ted y Elizabeth lo acompanaron fuera-. Que todo esto quede atras -les aconsejo Scott-. Tengo el presentimiento de que las cosas mejoraran para vosotros de ahora en adelante.

– Ya han mejorado -replico Ted.

2

El sol del mediodia brillaba por encima de sus cabezas. Una brisa suave soplaba desde el Pacifico, llevandoles el aroma del mar. Hasta las azaleas destruidas por las ruedas del coche policial parecian estar reviviendo. Los cipreses, grotescos en la noche, parecian familiares y acogedores bajo los rayos del sol.

Juntos, Ted y Elizabeth observaron partir a Scott, y luego se miraron.

– Todo ha terminado -dijo Ted-. Elizabeth, apenas estoy empezando a darme cuenta. Puedo volver a respirar. No volvere a despertarme en medio de la noche para pensar como sera vivir en una celda y como sera perder todo lo que valoro en la vida. Quiero ponerme a trabajar otra vez. Quiero… -Y la rodeo con sus brazos-. Te quiero a

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