desanimante, y aunque cien veces yo habia tratado de «ver» el mecanismo, solo habia llegado a la conclusion de que detras del escritorio debia haber una mente obsesiva, magnificamente enferma, que impartia la vida y la muerte, un megalomano apenas sujetado. No es de extranar que diez anos atras yo estuviera absolutamente intrigado por ver quien podia ser la secretaria «perfecta en todo sentido» de este perfeccionista maniatico.
La llame apenas regrese a mi departamento -una voz serena, alegre, educada- y acordamos por telefono un primer encuentro. Cuando baje a abrir la puerta me encontre con una chica alta, delgada, seria y aun asi sonriente, de frente despejada y pelo castano estirado hacia atras con una cola de caballo. ?Atractiva? Muy atractiva. Y terriblemente joven, con aspecto de estudiante universitaria en su primer ano, recien salida de la ducha. Jeans y blusa suelta. Cintas de colores en una de las munecas. Zapatillas con estrellas. Nos sonreimos en silencio dentro del espacio reducido del ascensor: dientes parejos, muy blancos, pelo todavia algo mojado en las puntas, perfume… Ya dentro de mi departamento, nos pusimos enseguida de acuerdo sobre dinero y horarios. Se habia sentado con naturalidad en la silla giratoria delante de la computadora, habia dejado a un lado su bolsito y hacia oscilar un poco la silla con sus largas piernas mientras hablabamos. Ojos castanos, una mirada inteligente, rapida, a veces risuena. Seria y aun asi, sonriente.
Le dicte ese primer dia durante dos horas seguidas.
Era atenta, segura, y por alguna clase de milagro adicional, no tenia faltas de ortografia. Sus manos, sobre el teclado, apenas parecian moverse; se habia adaptado de inmediato a mi voz y a mi velocidad y nunca perdia el hilo. ?Perfecta entonces en todo sentido? Yo, que estaba por llegar a los treinta, empezaba a mirar con una crueldad melancolica a las mujeres «hacia adelante» y no habia podido evitar seguir tomando otros apuntes mentales. Habia advertido que su pelo, que huia de la frente, era muy fino y quebradizo y que al mirar desde arriba su cabeza (porque le dictaba de pie), la raya en que se partia era algo demasiado ancha. Habia advertido tambien que la linea bajo el menton no era todo lo firme que podia esperarse y que la leve ondulacion bajo la garganta amenazaba convertirse con los anos en una papada. Y antes de que se sentara habia notado que de la cintura hacia abajo sufria la tipica asimetria argentina, la desproporcion apenas insinuada, pero acechante, de unas caderas excesivas. Pero esto, de cualquier modo, ocurriria muchisimo mas adelante, y su juventud por ahora se imponia y dominaba. Cuando abri el primero de los cuadernos para dictarle enderezo la espalda contra el respaldo, y corrobore, con algo de desaliento, lo que habia intuido en la primera ojeada: la blusa caia recta sobre un pecho liso, liso por completo, como una tabula rasa. ?Pero no habria sido esto, acaso, un argumento conveniente para Kloster, quiza el decisivo? Kloster, acababa de saberlo, era casado, y dificilmente podria haber presentado a su mujer una ninfula de dieciocho anos que tuviera ademas curvas rampantes. Pero sobre todo, si el escritor queria trabajar, sin distraerse, ?no era el mejor arreglo posible asegurarse la gracia juvenil de esa cara, que podia admirar de perfil con serenidad todo el tiempo, y quitar de en medio la nota de inquietud sexual que significaria tener a la vista, tambien todo el tiempo, otro perfil mas lleno de peligros? Me pregunte si Kloster habria hecho esta clase de calculos, de secretas deliberaciones, me pregunte -como Pessoa- si solamente yo seria tan vil, vil en el sentido literal de la palabra, pero en todo caso, aprobaba su eleccion.
Sugeri en algun momento que hicieramos cafe y se levanto de la silla con esa desenvoltura con que ya se habia instalado en mi casa y dijo, senalando mi yeso, que lo prepararia ella, si le indicaba donde estaba cada cosa. Comento que Kloster no hacia otra cosa que tomar cafe (en realidad, no dijo Kloster, sino que lo llamo por su primer nombre, y yo me pregunte cuanta intimidad habria entre ellos) y que la primera instruccion que habia recibido de el fue una leccion sobre como prepararlo. No quise preguntar aquel primer dia nada mas sobre Kloster, porque me intrigaba lo suficiente como para dejar pasar algun tiempo, hasta que entraramos en confianza, pero si me entere, mientras ella buscaba tazas y platitos en la cocina, casi todo lo que sabria de Luciana. Estaba en efecto en la Universidad, en el primer ano. Se habia inscripto en Biologia, pero quiza se cambiara a otra carrera al terminar el Ciclo Basico. Papa, mama, un hermano mayor, en el ultimo ano de Medicina, una hermanita mucho menor, de siete anos, que menciono con una sonrisa ambigua, como si fuera una simpatica molestia. Una abuela internada desde hacia un tiempo en un geriatrico. Un novio discretamente deslizado en la conversacion, sin nombre, con el que salia desde hacia un ano. ?Habria llegado con este novio a todo? Hice un par de chistes algo cinicos y la escuche reir. Decidi que si, sin ninguna duda. Habia estudiado danzas, pero ya no, desde que estaba en la Universidad. Le habia quedado en todo caso la postura erguida y algo de la posicion de primera al enderezarse. Habia viajado una vez a Inglaterra, por un intercambio estudiantil: una beca de su colegio bilingue. En definitiva, pense en aquel momento, una hija orgullosa y cara, una muestra acabada, perfectamente educada y pulida, de la clase media argentina, que salia a buscar trabajo bastante mas temprano que sus amigas. Me preguntaba, pero no se lo preguntaria, por que tan pronto, aunque quiza fuera solo un signo de la madurez y de la independencia que aparentaba haber alcanzado. No parecia en ningun sentido necesitar la pequena suma que habiamos acordado: estaba todavia bronceada por el sol de un largo verano en la casa junto al mar que sus padres tenian en Villa Gesell y solamente su bolsito, sin duda, costaba mas que la vieja computadora mia que tenia delante. Le dicte durante un par de horas mas y solo en un momento la vi hacer un gesto de cansancio: durante una de mis pausas inclino la cabeza a un lado y despues al otro y su cuello, su bonito cuello, sono con un crujido seco. Cuando se cumplio su horario se puso de pie, recogio las tazas, las dejo lavadas sobre la pileta, y me dio un beso rapido en la mejilla al despedirse.
Esa fue en adelante nuestra rutina: beso al llegar, su bolsito dejado, casi lanzado, a un costado del sofa, dos horas de dictado, un cafe y una breve conversacion sonriente en el espacio estrecho de la cocina, dos horas mas de dictado y en algun momento, infaltable, la oscilacion, a medias dolorida, a medias seductora, a ambos costados de su cabeza y ese ruido seco y crujiente de vertebras. Empece a conocer su ropa, las variantes de su cara, algun dia mas adormilada, los vaivenes de su pelo y sus hebillas, los signos cifrados del maquillaje. En una de estas mananas iguales le pregunte por Kloster, cuando ya me interesaba mucho mas ella que el, cuando empezo a parecerme tambien perfecta en todo sentido para mi, e imaginaba variantes improbables para quedarmela. Pero Kloster, hasta donde pude ver, tambien era el jefe perfecto en todo sentido. Era muy considerado con sus dias de examenes, y me dejo saber, con delicadeza, que le pagaba casi el doble de lo que habia acordado conmigo. ?Pero como era el, el hombre, el misterioso Mr. K?, insisti. ?Que queria saber yo?, me pregunto desconcertada. Queria saber
Habia elegido con cuidado unas pocas palabras al describirlo, como si quisiera asegurar un tono neutro y yo me pregunte si lo encontraria interesante en algun sentido. Asi que alto, delgado, gran espalda de nadador, recapitule: ?atractivo?, dispare. Ella rio, como si ya lo hubiera pensado y desestimado: no, no para mi, por lo menos, y agrego algo escandalizada: podria ser mi padre. Ademas, me dijo, era
Al cabo de la primera semana, al pagarle, adverti en su forma de mirar los billetes, en la atencion