mitad de camino.

– ?Que pasa? -se sonrio entre nerviosa y divertida mientras se arreglaba el pelo-. Que tengo un novio, eso pasa.

– Pero tambien lo tenias hace diez segundos -dije, sin entender del todo.

– Hace diez segundos… me olvide por un momento.

– ?Y ahora?

– Ahora volvi a acordarme. -?Que fue entonces? ?Un rapto de amnesia?

– No se -dijo, y alzo la mirada como si no valiera la pena darle tanta importancia-. Parecia algo que vos querias tanto.

– Ah -dije herido-. Solamente yo queria.

– No -dijo, confusa-. Yo tambien sentia… curiosidad. Y parecias tan celoso de Kloster.

– ?Que tiene que ver Kloster ahora? -dije, verdaderamente irritado. Competir contra dos hombres a la vez ya me parecia demasiado.

Ella parecio arrepentirse de haberlo mencionado. Me miro alarmada, supongo que porque era la primera vez que me escuchaba alzar la voz.

– No, no tiene nada que ver -dijo, como si pudiera retirarlo todo-. Creo que solo queria que ocurriera algo para que me recordaras.

Aquella clase de trucos, pense con decepcion, tambien ya los habia aprendido: me miraba con los ojos muy abiertos y apenados y parecia estar a la vez mintiendo y diciendome la verdad.

– No tengas dudas de que te voy a recordar -le dije humillado, y trate de recobrar algo de mi orgullo maltrecho-. Es la primera vez que me dan un beso por compasion.

– ?Podemos terminar, por favor? -suplico ella y volvio a aproximar la silla al escritorio con cautela, como si temiera alguna clase de represalia.

– Claro que si: terminemos -dije.

Le dicte las dos paginas que quedaban y cuando recogio su bolsito para irse le extendi en silencio los billetes con el pago de esa semana. Por primera vez los guardo sin mirarlos, como si quisiera huir lo mas rapido posible.

Esa habia sido, diez anos atras, la ultima vez que habia visto a Luciana, cuando no era mas que otra chica lindisima, resuelta y despreocupada, que ensayaba los primeros juegos de seduccion y nada de vida o muerte parecia amenazarla.

Y cuando sono, cinco minutos antes de las cuatro, el timbre del portero electrico, mientras miraba al bajar, en el espejo del ascensor, mi cara excavada por los anos, no podia evitar preguntarme que encontraria de ella al abrir la puerta.

DOS

Nada hubiera podido prepararme, sin embargo, para la impresion que recibi al verla. Era ella, si, todavia Luciana, tuve que reconocer, aunque por un instante senti que habia una terrible equivocacion. La terrible equivocacion del tiempo. La venganza mas cruel contra una mujer -lo habia escrito Kloster- era dejar pasar diez anos para volver a mirarla.

Podria decir que habia engordado, pero eso era apenas una parte. Quiza lo mas espantoso era ver como intentaba aflorar por los ojos la antigua cara que habia conocido, como si quisiera buscarme desde un pasado remoto, hundido en el sumidero de los anos. Me sonrio con algo de desesperacion, para poner a prueba si podia contar aunque mas no fuera con una parte de la atraccion que habia tenido sobre mi. Pero esa sonrisa equivoca duro apenas una fraccion de segundo, como si tambien ella fuera conciente de que en una serie de amputaciones implacables habia perdido todos sus encantos. Los peores presagios que yo habia imaginado para su cuerpo se habian cumplido. La linea del cuello, el cuello terso que habia llegado a obsesionarme, se habia engrosado, y debajo del menton tenia un abultamiento irremediable. Los ojos que antes eran chispeantes, ahora estaban empequenecidos y abotargados. La boca se curvaba hacia abajo en una linea de amargura, y parecia que en mucho tiempo nada la hubiera hecho sonreir. Pero lo mas atroz habia ocurrido sin duda en su pelo. Como si hubiera sufrido alguna enfermedad nerviosa, o se los hubiera arrancado en accesos de desesperacion, todo un sector habia desaparecido de su frente y sobre la oreja, donde estaba mas ralo, se dejaban ver, como horribles costurones, partes grisaceas del craneo. Creo que mi mirada se detuvo un instante mas de lo debido con incredulidad horrorizada en esos despojos lacios y ella se llevo una mano sobre la oreja para ocultarlos, pero la dejo caer a mitad de camino, como si el dano fuera demasiado grande para disimularlo.

– Esto tambien se lo debo a Kloster -dijo.

Se habia sentado en la silla giratoria de siempre y miro alrededor, creo que algo sorprendida de que aquel lugar hubiese cambiado tan poco.

– Es increible -dijo, como si constatara una injusticia, pero a la vez, como si hubiera encontrado un refugio intacto e inesperado del pasado-. Nada cambio aqui. Hasta conservaste esa horrible alfombrita gris. Y vos… -me miro casi acusadoramente-. Tambien estas igual que siempre. Apenas un par de canas. Ni siquiera engordaste: estoy segura de que si voy a la cocina, las alacenas estan vacias y solo encuentro cafe.

Supongo que era mi turno para decirle a mi vez algo amable, pero lo deje pasar, sin encontrar las palabras, y creo que ese silencio la lastimo mas que cualquier mentira.

– Entonces -me dijo, con una sonrisa ironica y desagradable-: ?no queres saber nada de mi? ?No queres preguntarme por mi novio? -dijo, como si me propusiera alguna clase de juego.

– ?Que paso con tu novio? -pregunte automaticamente.

– Esta muerto -dijo y antes de que yo pudiera contestar nada, me miro con fijeza, reteniendo mi mirada, como si le tocara mover a ella otra vez-. ?No queres preguntarme por mis padres?

No dije nada y ella volvio a pronunciar con el mismo acento casi desafiante.

– Estan muertos. ?No queres preguntarme por mi hermano mayor? Esta muerto.

Su labio inferior temblo un poco.

– Muertos, muertos, muertos. Uno tras otro. Y nadie se entera. Al principio ni siquiera yo me habia dado cuenta.

– ?Queres decir que alguien los mato?

– Kloster -pronuncio en un susurro aterrado, inclinando la cabeza hacia mi, como si alguien mas pudiera escucharnos-. Y no se detuvo todavia. Lo hace lentamente: ese es el secreto. Deja pasar los anos.

– Kloster esta matando a todos tus familiares… sin que nadie se entere -repeti con cautela, como quien sigue la corriente a una persona extraviada.

Ella asintio con seriedad, sin dejar de mirarme a los ojos, a la espera de mi proxima reaccion, como si lo mas importante ya estuviera dicho, y se hubiera puesto en mis manos. Pense, naturalmente, que habia sufrido alguna clase de trastorno mental por una sucesion de muertes desgraciadas. Kloster habia adquirido en los ultimos anos una fama casi obscena: era imposible abrir los diarios sin encontrar su nombre. No habia otro escritor mas requerido, mas omnipresente, mas celebrado. Kloster podia figurar a la vez como jurado de un concurso literario o a la cabeza de una solicitada, como representante en un congreso internacional o como invitado de honor de una embajada. En esos diez anos se habia convertido de autor secreto en un hombre publico, casi en una marca. Sus libros se vendian en toda clase de formatos, desde los Kloster de bolsillo hasta los de tapa dura en ediciones de lujo para regalos empresariales. Y aunque habia vuelto a tener una cara, que aparecia en fotos bien estudiadas, hacia tiempo que yo habia dejado de pensar en el como un hombre, como una persona de carne y hueso: se habia desvanecido para mi en un nombre abstracto que flotaba en librerias, en afiches, en titulares. Kloster tenia en todo caso la existencia inasible y febril de una celebridad: no parecia descansar un minuto entre las giras por sus libros y la serie incesante de sus otras actividades. Y esto sin contar las horas que debia dedicar a escribir, porque sus libros seguian apareciendo uno tras otro con una frecuencia imperturbable. La posibilidad de que Kloster tuviera algo que ver con crimenes reales me parecia tan extravagante como si se los hubiera atribuido al Papa.

– ?Pero Kloster? -solte sin querer, y aun sin salir de mi sorpresa-, ?le queda tiempo para planear asesinatos?

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