arriesgaba una hipotesis: estaria contratado por la mafia china para incendiar mueblerias que no tuvieran seguro. Buscaban asi arruinar a los duenos y lograr que vendieran sus locales a precios mas bajos, para cadenas de supermercados asiaticos. Aparte el diario con una mezcla de estupor e incredulidad. Otra vez, pense, el color local me habia derrotado: ?como podia competir mi grupo de artistas incendiarios contra un chino en pedales? Pense en un reflejo de resistencia que no debia dejarme intimidar por la realidad argentina, que debia tomar la leccion del maestro y sobreponerme a ella, pero misteriosamente algo se habia abatido en mi al leer esta noticia y tambien la novela que habia imaginado me parecia ahora ridicula e insostenible. Me pregunte si no seria mejor abandonar toda la idea.

Pase el resto de la tarde en un desanimo letargico y pense en J con mas frecuencia de lo que hubiera imaginado. Las alacenas y la heladera habian quedado vacias y al caer la noche me force a salir para resolver mi provision de la semana. Al regresar volvi a encender el televisor y busque los noticieros. Ahora si los incendios habian llegado a la television y el misterioso chino se habia transformado en el personaje del dia. En uno de los canales mostraban un tosco identikit y en placas sucesivas los frentes de los locales incendiados. En otro entrevistaban a los duenos, que mostraban los muebles reducidos a cenizas, las paredes negras de humo y movian la cabeza apesadumbrados. Todo esto me parecia ahora indiferente, ajeno, como si ya no se tratara de mis incendios, como si la realidad hubiera sido habilmente falseada para adecuarla a las camaras. Pase de a uno los canales hasta dar con una pelicula pero me quede dormido antes de la mitad. En medio del sueno, como una punzada insistente y dolorosa, me desperto poco antes de medianoche el sonido del telefono. Era Luciana, que me gritaba algo que tarde un instante en comprender. ?Que vas a decirme ahora?, repetia, entrecortada por el llanto: Esto era lo que estaba planeando. Entendi, despues de un instante, que me pedia que encendiera el televisor y busque el control remoto con el telefono en la mano. Todos los canales estaban transmitiendo la misma noticia: un incendio pavoroso habia alcanzado la planta alta de un geriatrico. El fuego se habia iniciado en una tienda de muebles antiguos que ocupaba la planta baja. La tienda de muebles antiguos, me gritaba Luciana, incendio la tienda bajo el geriatrico. La vidriera habia estallado y las llamas envolvian a un arbol enorme de la vereda. El tronco se habia convertido en una tea por donde subia el fuego a lo alto. Todavia algunas ramas ardian arriba contra los balcones. Los bomberos habian logrado entrar pero solo habian sacado hasta ahora cadaveres: muchos de los ancianos ni siquiera podian bajarse por si mismos de las camas y el humo los habia asfixiado.

– Me llamaron desde el hospital: mi abuela esta en la primera lista de muertos. Tengo que ir a reconocerla yo, porque Valentina todavia es menor de edad. Pero yo no puedo. ?No puedo! -grito desesperada-. No resistiria otra vez la morgue, la funeraria, el desfile de cajones. No quiero ver mas cajones. No quiero tener que elegir otra vez.

Volvio a llorar, un llanto arrasado que por un momento me parecio que se transformaria en un aullido.

– Yo te voy a acompanar -le dije-. Esto es lo que vamos a hacer -y trate de que mi voz tuviera el tono imperativo y practico con el que los padres tratan de calmar a los ninos angustiados-. El reconocimiento no es tan urgente, lo principal es que te tranquilices. Tomate ahora una pastilla. ?Tenes algo en tu casa?

– Tengo, si -me dijo, aspirando entre llantos-. Ya tome una, antes de llamarte.

– Muy bien: toma entonces una mas. Solo una mas, y espera a que yo llegue. No hagas ninguna otra cosa entretanto. Apaga el televisor y quedate en la cama. Voy a estar ahi cuanto antes.

Le pregunte si estaba con su hermana y su voz bajo a un susurro.

– Le conte. El mismo dia que nos encontramos, cuando salio de la casa de el. Le conte todo y no me creyo. Le dije que Bruno tampoco me habia creido y ahora estaba muerto. Acaba de ver el incendio, estaba conmigo cuando llamaron, vimos juntas como bajaban los cuerpos en las camillas, pero tampoco ahora me cree. No se da cuenta -y su voz se quebro, aterrada-. No se da cuenta de que ella es la proxima.

– No pienses en eso ahora. Prometeme que no vas a pensar en nada mas ahora, hasta que yo llegue. Solo en tratar de dormir.

Colgue y me quede por unos segundos con la vista clavada en el televisor. Habian sacado ya catorce cadaveres del geriatrico y la cuenta todavia no se habia detenido. Yo tampoco podia creerlo. Era, simplemente, demasiado monstruoso. Pero por otro lado, ?no era esta multiplicacion de cuerpos el enmascaramiento perfecto? El nombre de la abuela de Luciana a la vez mezclado y oculto en esa lista creciente de muertos. Nadie lo investigaria como un caso particular: su muerte quedaria para siempre disuelta, desvanecida, en la tragedia general. Ni siquiera se tomaria como un incendio deliberado, sino como un accidente, una consecuencia tragica de la quema de mueblerias. Quiza incluso se lo harian pagar al chino, si es que de verdad existia y lo encontraban. ?Era Kloster capaz de planear y ejecutar algo asi? Si por lo menos en sus novelas. Casi podia imaginar la replica despectiva de Kloster: ?quiere usted mandarme a la carcel por mis novelas? Tuve entonces un impulso fatal, equivocado, del que me arrepiento cada dia. El impulso de actuar. De interponerme. Marque el numero de Kloster. No contestaba nadie y tampoco se accionaba en la repeticion lenta del ring ningun contestador automatico. Me vesti lo mas rapido posible y tome un taxi en la puerta de mi edificio. Atravesamos la noche en un silencio que solo interrumpia el ulular de los carros de bomberos a lo lejos. La radio dentro del auto transmitia las noticias de los incendios que se sucedian como un contagio febril en toda la ciudad y cada tanto volvia a repasar morbosamente la lista de muertos en el geriatrico. Me baje frente a la puerta de la casa de Kloster. Las ventanas de arriba estaban cerradas, y no se filtraba por las rendijas ninguna linea de luz. Toque el timbre, inutilmente, dos o tres veces. Recorde entonces lo que me habia dicho una vez Luciana sobre los habitos de Kloster y sus practicas nocturnas de natacion. Fui hasta el bar donde me habia reunido con ella y pregunte a uno de los mozos por un club cercano que tuviera pileta de natacion. Solo tenia que rodear la manzana. Camine lo mas rapido posible hasta dar con la fachada. El club tenia una escalinata de marmol y una puerta giratoria con una placa de bronce a un costado. Toque un timbre en la mesa de entradas y del interior de un cuartito salio un ordenanza de aspecto cansado. Le pregunte por el natatorio y me senalo un cartel con los horarios: cerraba a medianoche. En un ultimo intento le describi a Kloster y le pregunte si lo habia visto.

Asintio con la cabeza y me indico la escalera que conducia al bar y a las mesas de pool. Subi los dos tramos de escalones y me encontre en un gran salon con forma de U, con una muchedumbre silenciosa y concentrada de jugadores de poker distribuidos en torno a las mesas redondas y llenas de humo. Me miraron en un relampago de recelo cuando me asome desde la escalera, pero cuando se aseguraron de que no habia nada que temer volvieron a sus naipes. Recien entonces comprendi por que aquel club permanecia abierto a medianoche: era un garito apenas disimulado. En la barra un televisor sin sonido permanecia clavado en un canal de deportes. Habia una mesa de ping pong, de la que ya habian sacado las redes, y detras dos o tres mesas de pool. En la ultima, contra un ventanal que daba a la calle, vi a Kloster, que jugaba solo, con un vaso apoyado en el borde de la mesa. Me acerque a el. Tenia el pelo echado hacia atras y todavia mojado, como si no hiciera mucho que hubiera salido del vestuario, y los rasgos de su cara bajo la lampara de la mesa se veian limpidos, tajantes. Estaba ensimismado en el calculo de una trayectoria, con el taco apoyado en el menton y recien cuando se movio hacia una esquina y lo levanto para preparar el golpe reparo en mi.

– ?Que hace usted por aqui? ?Un trabajo de campo sobre los juegos de azar? ?O vino a jugar con los muchachos?

Me miraba de una manera serena y apenas intrigada mientras repasaba con la tiza la punta del taco.

– En realidad lo estaba buscando a usted. Crei que lo encontraria en la pileta, pero me dijeron que estaba aqui.

– Siempre subo un rato despues de nadar. Sobre todo desde que descubri este juego. Yo lo despreciaba bastante en mi juventud, lo consideraba, ya sabe, un juego de fanfarrones de bar. Pero tiene sin embargo sus metaforas interesantes, su pequena filosofia. ?Intento jugarlo seriamente alguna vez?

Negue con la cabeza.

– Es geometria en principio, por supuesto. Y de la mas clasica: accion y reaccion. El reino de la causalidad, podria decir usted. Cualquiera puede senalar desde afuera de la mesa una trayectoria obvia para cada jugada. Y asi juegan los principiantes: eligen la trayectoria mas directa, solo se fijan en hundir la proxima bola. Pero apenas usted empieza a entender el juego se da cuenta de que lo que verdaderamente importa es controlar la trayectoria de la blanca despues del impacto. Y

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