recortado.
La lente de largo alcance enfoca a un hombre y una mujer de pie sobre una pequena colina. Mas acordes graves. Acumulacion de la fatalidad. A esa distancia parecen recortados en el cielo, inmoviles, los dos con sus rifles. Otra mujer, en un plano mucho mas corto, se encuentra sola en uno de los bunkeres de arena que jalonan la calle, descalza, con una camiseta de tirantes y unos pantalones de gamuza. Tiene una pierna doblada y carga todo el peso en la otra, la izquierda. Sostiene un machete apoyado en el hombro derecho.
El pianista se desplaza sobre la banqueta y se encarama un poco para ver mejor la pantalla, sin que se le extravien los dedos del teclado. El primero de los terroristas comienza su larga carrera por la calle.
La mayor parte de lo que sucede a continuacion ocurre a camara lenta. Se ve correr uno por uno a los terroristas, que salen a campo abierto y avanzan hacia los golfistas. Por su juventud, por su atuendo desalinado, de vaqueros y cuero, por sus carreras, no dejan de representar una especie de lirico interludio. La anormal velocidad a que se mueven sus cuerpos los hace parecer seres ingravidos, casi animales que avanzan a duras penas hacia una transicion fundamental, la belleza incomparablemente tosca como resultado de una tensa actividad fisica y detallada con esmero. En el cerro queda una sola figura, el hombre, con las manos en los bolsillos y el arma bajo un brazo.
El primero de los corredores abre fuego al aproximarse al grupo. Cae un hombre vestido con un jersey, se le caen de los bolsillos varias pelotas de golf. Los terroristas tratan de aislar a sus victimas de una en una, a lo sumo de dos en dos, han matado a tres hombres casi de inmediato. Los cuerpos caen al suelo a camara lenta. Hay sangre en las bolsas de los palos de golf, en los zapatos blancos, en los pantalones de cuadros escoceses. Varios hombres tratan de huir a la carrera. Uno enarbola el palo y es alcanzado en la entrepierna por el hombre que dispara el Enfield. Cae en una charca cuya superficie nubla la sangre. La azafata sirve combinados a la pareja de hombres, y un
Hasta ahora ?a musica de pelicula muda no revela el extremo al que llega su verdadera relacion con los sucesos que se despliegan en la pantalla. Al
Aqui se nos incita a recordar algo, aunque este acto memoristico podria ser mas mitico que subjetivo, un carrete de suenos de Biografia. Flota a traves de nosotros. Pianos de pared en un millar de maquinas de discos. Romance palpitante, comedia desternillante, suspense del que nos tiene en vilo. La historia, si asi de ingravida es, se lo suele pasar en grande, segun nos enteramos, en lucha con la carga que lastra el presente.
En el bar del piano rie el reducido publico que se ha congregado, salvo la mujer que bebe
No es inconcebible que lo que de mas comicidad a todo esto (para algunos) sea la naturaleza del juego. El golf. Una ronda anal de precauciones escrupulosas y mezquinos pesares. Ver masacrar a unos golfistas, con un trino de arpegios y otros ornamentos, parece provocar a los del bar del piano, como minimo, una risa sardonica.
Los cuerpos reciben los balazos en la arena o entre la hierba alta que flanquea las calles. Si todo resulta un poco como una de indios y vaqueros, pues tanto mejor. Uno de los golfistas trata de escapar al volante de su carrito, introduciendose en el bosque. La joven del machete emprende la persecucion balanceando los brazos a camara lenta, con la melena al viento.
El pianista introduce un tema de caza. Su cara de adolescente burlon modula con gran cuidado cada sonrisa: una mueca por aqui, un estremecimiento por alla. A fin de cuentas, la violencia es experta y es intensa. Sus companeros de vuelo rien cuando el carrito de golf vuelca por una cuesta y la mujer resbala al perseguirlo, alzando despacio el brazo para asestar un machetazo de reves. El hombre trata de huir a gatas. Ella camina con aplomo junto a el, y le clava el arma en la espalda y el cuello. Ahi, la musica de caza deja paso a un lamento ligero. La mujer deja el machete en el cuerpo y vuelve donde estan los otros.
El hombre que habia permanecido en lo alto del cerro echa a caminar ahora hacia el escenario de las recientes muertes. Es el luminico angel de la liberacion, con gorra de visera e impermeable negro, proveniente del sol. Lleva manchas de betun bajo los ojos, y una gruesa capa de pigmento blanco en la frente y las mejillas. Los otros se plantan en derredor y respiran hondo, conscientemente atentos a nada mas que su propia y exaltada fatiga. El aparta de si la recortada, tan en paralelo a su cuerpo como le resulta humanamente posible, con el canon hacia arriba. Los golfistas estan tirados por todas partes. Los vemos de encuadre en encuadre, rajados de parte a parte, paquetillos de laca. El cabecilla de los terroristas,
Y ahora la azafata sirve bebidas a quienes las necesitan y todo el mundo paulatinamente se desplaza a distintos puntos del bar del piano, manifiesta la perdida de interes por la pelicula en su intranquilidad poco menos que sistematica. Asi trastornada la configuracion, calla el piano, se hace caso omiso de la pelicula, se tiene la impresion de que los sentimientos se han vuelto hacia dentro. Recuerdan que estan en un avion: son viajeros.
Sus verdaderas vidas siguen estando alla abajo, e incluso ahora mismo vuelven a ensamblarse las piezas, invocando esta misma carne del aire, en el correo que espera a que se abra, en los telefonos que suenan, en el papeleo sobre las mesas de las oficinas, en la ocasional pronunciacion de un nombre.
UNO
1
El hombre a menudo estaba alli, delante del Federal Hall, en la esquina de Wall con Nassau. Enteco, con una sombra de barba gris, de unos setenta anos de edad, sudoroso de un modo llamativo, con una camisa deshilachada y un traje un tanto raido por el uso excesivo, sostenia un rotulo improvisado por encima de la cabeza, a veces durante toda la tarde, bajando los brazos solo el tiempo necesario para que la sangre volviera a circular con normalidad. El cartelon tenia un metro de largo por medio de alto, escrito a mano por ambos lados, con mensajes de corte politico. Los que a esa hora holgazaneaban, la mayoria sentados en la escalinata del Hall, estaban demasiado absortos en los transeuntes para prestar al hombre y su rotulo -a fin de cuentas, una imagen conocida- mas que un somero vistazo. Ahi, en el distrito, los hombres aun se congregaban con solemnidad para mirar boquiabiertos a las hembras. Trabajar en medio del rugir del dinero, creian, les daba ese derecho.
Lyle se encontraba ante la puerta de un restaurante, limpiandose las unas con un mondadientes que habia tomado de un platillo cuando pago la cuenta. Por grato que fuera, ya no almorzaba en el club de la Bolsa, restringido a los miembros y a sus invitados, bien gestionado, aseado, comodamente situado como estaba, con camareros tan capaces que a uno lo conocian por el nombre, tan amables las atenciones del personal de los lavabos que no parecia exigirle el menor esfuerzo, prestos con las toallas, eficaces en su imperceptible forma de cepillarle a uno el traje, negros de verdad, pese a quedar tan a mano con un acceso directo en ascensor desde el parque. Vio al anciano del rotulo de pie a pleno sol, con los brazos en alto, una mano temblorosa. Luego se concentro en la muchedumbre que salia a almorzar o volvia a trabajar tras el almuerzo, preguntandose si de algun modo que se le escapaba se habia convertido en un ser demasiada complejo para disfrutar de un almuerzo decente en un entorno acogedor y atractivo, servido, a un minuto del parque, por camareros tan razonablemente simpaticos.
Al otro lado de Broadway, algunas manzanas al norte, Pammy estaba en el vestibulo del lucernario de la torre sur del World Trade Center, luchando contra el gentio que la alejaba de las puertas de uno de los ascensores rapidos. Queria bajar, aunque trabajaba en la planta 83, porque se habia equivocado de edificio. Era la segunda vez que volvia de almorzar y entraba en la torre sur en vez de la torre norte. Tendria que abrirse camino entre el gentio de la hora del almuerzo en el vestibulo del lucernario, bajar a la planta principal, caminar hasta la torre norte, tomar