– Yo voy por ahi y solo veo mascaras mortuorias. Este, el otro, el de mas alla. Mi mujer ha empezado a hacerse pruebas. Le toman muestras de tejido de la axila. Mi hermano tambien esta ahi fuera, con sus llamadas de telefono. Estoy viendo visiones, Lyle.
– Pues no vayas a casa.
– Tengo entendido que la gente como tu teneis algo que ver ultimamente. -?De que se trata?
– El nuevo secreto de Zeltner. Tengo entendido que anda y que habla que no veas.
– Yo todavia no he ido por alli esta semana.
– El no va mas. De morirse, tengo entendido. Ojala pudieras verificarlo y asi me lo cuentas. Tengo que sobrevivir de alguna manera. No estoy de humor para lo que se cuece ahi fuera. Manana va a hacerse mas pruebas. Los putos medicos dicen que podria ser un cancer.
– A ver si comemos juntos un dia de estos.
Pammy consideraba los ascensores del World Trade Center como «sitios». No sin cierto desden morboso se preguntaba: «?Cuando llega este sitio a la planta 44?» O: «?No es solo cuestion de tiempo hasta el dia en que este sitio se quede atascado y yo me quede dentro?» Los ascensores en principio debian ser recintos. Aquellos eran demasiado grandes, la verdad, para encajar en tal descripcion. Tambien contaban con distintas puertas para entrar y salir, lo cual sin duda era rasgo propio mas de los sitios que de los ascensores.
Si los ascensores eran sitios, los vestibulos eran «espacios». Tenia la sensacion de que era necesario el empleo de terminos abstractos ante tan tiranica grandeza. Cuatro veces al dia se encontraba reducida, progresivamente jibarizada, al atravesar esa moqueta entre morada y azul. Espacios. Localizaciones indefinidas. Posiciones consideradas como si algo las ocupase.
Desde las oficinas de Gestion del Duelo contemplo la tierra ganada al mar, los muelles, las extremidades occidentales de las calles anonimas. Incluso desde tal altura detectaba la intensidad henchida, una fuerza lenta y sin rumbo fijo. Ascendia por el aire, las almas de los vivos.
2
Lyle se afeitaba simetricamente, procediendo con un segmento de la mitad izquierda de la cara, luego con el segmento correspondiente de la mitad derecha. Tras cada una de las series izquierda-derecha, la espuma que le quedase la distribuia por igual.
Al cruzar las calles por la manana, Pammy iba atenta a los coches que avanzaban a sus espaldas y que de pronto aparecian en su campo visual, obligandola a detenerse cuando giraban a uno u otro lado. La ciudad funcionaba segun principios intimidatorios. Ella lo sabia y procuraba estar alerta, procuraba que no le invadiera el miedo al cruzar por delante de un parachoques que avanzaba en medio del denso trafico peatonal.
El coche que doblaba hacia Liberty Street no la arrincono. Inesperadamente, freno cuando ella se disponia a cruzar. El conductor llevaba una mano en el volante, la izquierda, e iba sentado con gran parte de la espalda apoyada contra la puerta. Iba mirandola practicamente de frente; ella avanzaba directamente hacia el. Vio por la ventanilla que llevaba las piernas bien separadas, con el pie izquierdo aparentemente en el freno.
Habia posado la mano derecha en la entrepierna y se la frotaba. Ella tuvo una vaga conciencia de que otras dos o tres personas cruzaban la calle. El conductor la miro, luego se echo un vistazo a la mano. Tenia pinta de estar ajetreado, un tanto apresurado incluso. Ella se volvio y atraveso la calle por el centro, con la intencion de cruzarla bien por detras del coche. El hombre acelero con rumbo este, hacia Broadway.
Rondaban por las calles en coches, y eso era nuevo para ella. Sintio una aguda humillacion, un conocimiento inequivoco de haber visto reducida su valia. Comenzo a trazar una linea recta hacia la torre norte, pero sin tener verdadero sentido de la direccion emprendida. Repartia su colera alrededor. Avanzaba entre enormes manchurrones indiferenciados, campos de cosas sin concretarse. En cierto modo era imposible rechazar esa clase de ofrecimiento. Verlo ya era aceptarlo de una manera automatica. El la habia llevado en su coche a una terminal de carga, en la otra orilla del rio, donde aparco cerca de un edificio aislado, con las ventanas rotas. Alli le enseno su manera de hablar, sus creencias y costumbres, los nombres de su padre y de su madre. Hecho esto, ya no tuvo que ponerle las manos encima. Ya eran el uno parte del otro. Ella lo llevaba encima, como si fuese un escarabajo muerto en su bolso.
Cuando estaba en la universidad, las chicas de su pasillo, en el colegio mayor, llamaban «vertidos» a los pervertidos. A cualquier ruido en el bosque, mas alla de las ventanas, reaccionaban avisandose unas a otras: «Alerta de vertido, alerta de vertido.» Pammy enfilo la puerta de entrada y atraveso el inmenso vestibulo, el espacio norte, unida de pronto a miles de personas llegadas de todas las demas aberturas, en especial de las bocas de metro, donde los vendedores ambulantes vendian paraguas colgados de unos ganchos de las instalaciones todavia sin terminar de construir. Habian sido tan bobos como para anunciarse con una rima.
Lyle verifico que llevaba en los bolsillos las monedas, las llaves, la cartera, el tabaco, el boligrafo y la libreta de notas. Lo hacia unas seis o siete veces al dia y lo hacia distraido; sus manos solo rozaban la superficie de los pantalones y la chaqueta mientras caminaba, despues de almorzar, al bajarse de un taxi. Era una rutina que no le exigia una planificacion consciente, si bien le tranquilizaba, y eso tenia una importancia suprema, la presencia de sus objetos personales en sus lugares de costumbre. En la comoda, en su casa, apilaba las monedas. A veces trataba de verificar durante cuanto tiempo era capaz de utilizar una toalla de manos para secarse la cara antes de verse obligado a echarla al cesto de la ropa sucia. A veces se ponia una de las tres o cuatro corbatas cuyo estampado y color en realidad le desagradaba bastante. Las otras corbatas, las buenas, las usaba con tiento; preferia verlas colgadas en el armario. Le producia placer el saber que iban a durar mas que las corbatas de menor valia.
Tenia el cabello pajizo y era alto. Era el socio mas joven de la empresa. Aunque nunca habia usado gafas, siempre aparecia alguien que se empenaba en preguntarle que habia sido de sus gafas. Algo habia en su serenidad, quizas en su practicamente innegable amaneramiento, que daba a entender lo apropiado de que llevara gafas. Alguien, uno de los mismos que se empenaba en saber de sus gafas, al verle sacar un cigarrillo del paquete, sacudiendolo, le preguntaba cuando habia empezado a fumar. A Lyle le dolia en secreto esa falta de atencion o de memoria por parte de sus conocidos. Pero el creia que, de algun modo, el fallo era suyo.
En sus movimientos habia una cierta formalidad, una precision de cajero. Rara vez parecia ir con prisas, ni siquiera en el parque, aunque esa apariencia era enganosa, resultado de un andar comedido, de su modo de maniobrar a la deriva en una sala. Su cuerpo estaba despojado de todo exceso. No tenia vello pectoral, no tenia mas que una sedosa pilosidad en los brazos y las piernas, casi imperceptible. Tenia los ojos grisaceos y la mirada mansa, la conjetura de un cierto distanciamiento. Esa palida mirada, esa sobriedad de rasgos, su ausencia de lineas marcadas, sus gestos espaciados daban a entender que era una persona a la que resultaria muy dificil conocer a fondo.
El viejo estaba de nuevo delante del Federal Hall, con los ojos lagrimosos y la barba rala, una vez mas con el cartelon sobre la cabeza: bancos, tanques, corporaciones. El rotulo estaba hecho de estrechas lamas de madera, unidas unas a otras, con lo que resultaba relativamente firme incluso ante el viento cuando soplaba. Lyle cruzo la plaza en diagonal hacia la Bolsa. El aire ya estaba caldeado. A la hora del cierre de los negocios, todo el mundo buscaria a la desesperada lugares donde esconderse. En el distrito financiero todo tendia a desplazarse mas alla de los limites de lo aceptable. Los edificios altos y apinados contenian los objetos, reflectaban unos en otros el calor, canalizaban las rafagas de viento oceanico durante todo el invierno. Era un ambiente de prueba tambien para los estados de animo extremos, mujeres con carros de la compra llenos de basura, un hombre que arrastraba un colchon, borrachuzos de a pie que llegaban desde la zona portuaria, desde los crateres de los solares en construccion cerca del Hudson, gente que iba descalza por la calle, amputados, lisiados, friquis, hombres que se separaban de grupos de hombres que dormian sobre cajones de pescado, bajo los pasos elevados, y que cojeaban al deambular por delante de los terraplenes, el helipuerto, Broad Street, andrajos vivientes. Lyle pensaba en tales individuos como si fuesen infiltrados en el distrito. Elementos que se habian filtrado. Innominados despliegues de existencia. El recurso de la locura y la sordidez como textos para la denuncia del capitalismo no le parecia que encajase, y ello a pesar de las apariencias. Era otra cosa lo que habian terminado por significar tales hombres y mujeres que gritaban a voz en cuello y arrastraban el vomito pegado a los pies. EI que portaba el cartel a la entrada del Federal Hall no formaba parte de todo aquello. Estaba en su contexto, profesaba a las claras su