oposicion.
Lyle charlo de cualquier intrascendencia con los demas ocupantes de su cabina. Encima de un telefono, pegada a la pared con celo, se veia una hoja con la porra correspondiente a un partido de beisbol. El parque empezaba a llenarse. Por lo genera!, la gente estaba animada. Se respiraba una sensacion de cordura incluso en los momentos de maximo desatino. Todo estaba ensayado a fondo. Habia reglas, criterios, costumbres. En medio del ruido electronico era posible sentir que uno formaba parte de una sobrecogedora e intrincadisima busqueda de orden, de elucidacion, de identidad entre los elementos constitutivos de un sistema. Todo el mundo hacia un reconocimiento del terreno en pos de un cierto equilibrio. Tras los gritos de los
Momentos antes de mediodia algo sucedio cerca del puesto 12. A Lyle al principio le parecio un alabeo indistinto, un hundimiento del patron habitual. Percibio la prisa, una turbulencia desacostumbrada, gente que se apinaba y miraba en derredor. Reparo en el ruido agudo y seco que habia oido momentos antes: un disparo. Armas de pequeno calibre, penso. Hubo otra rafaga de actividad, esta vez mas deslavazada, en el puesto 4, mas cerca de donde se hallaba Lyle, no lejos de la entrada al anexo de la sala azul. Un griterio, unos cuantos individuos, incertidumbre, las voces atrapadas en un saludo ^de cortes sobresalto. Vio la primera accion clara, hombres que se desplazaban deprisa en medio de la masa, de costado, sorteando a la gente, tratando de abrirse paso a la fuerza. Iban persiguiendo a alguien. Quienquiera que fuese se aproximo a la entrada de la sala azul. Alli reinaba una total confusion. Un guarda jurado paso rozandolo. Era imposible correr en medio del gentio. Todo el que se desplazaba deprisa lo hacia de costado o de tres cuartos, pasito a paso. Sono el gong electronico. En el otro extremo de la sala vio algunas cabezas que subian y bajaban por encima de la muchedumbre, una fila entera: los perseguidores. Los que se hallaban en la sala azul no sabian adonde mirar. Una joven, una mensajera de traje de chaqueta azul, se tapo la boca con el papel que llevaba en ese momento a algun lugar. Lyie se volvio en redondo y se dirigio al puesto 12. Alli habia un cuerpo tendido. Alguien le practicaba el boca a boca. La sangre se extendia sobre el pecho de la victima. Lyle vio a un hombre apartarse de un reguero que se extendia por el suelo. Alli, todos parecian muy atentos. La quietud se habia aduenado del lugar. Era la zona mas calma de todo el parque.
Entrada esa misma tarde se tomo una copa con Frank McKechnie en un bar no lejano de la Bolsa. McKechnie empezaba a tener pinta de ser el chofer personal de algun zar del crimen organizado. Era bajo y fornido, estaba cada vez mas canoso, y sus prendas de vestir a duras penas soportaban el empuje de firmeza y de anchura que habia experimentado a lo largo de los ultimos anos. Fumaron en silencio unos momentos, mirando las filas de botellas. McKechnie habia pedido dos canas frias con ademan casi beligerante.
– ?Que sabemos de momento?
– George Sedbauer.
– No me suena -dijo Lyle.
– Yo conocia a George. Era un tipo interesante. Con encanto. Capaz de encandilar al mas pintado. Pero tenia casi un don especial para meterse en complicaciones. Era como si se desviviera por meterse en lios. Si no hallaba una manera de meterse en lios, se la inventaba. Con la Comision tuvo lios en bastantes ocasiones. George era un tipo que caia bien, aunque nunca se supiera de que pie cojeaba.
– Hasta ahora.
– Ahora lo sabes.
– He oido que pillaron al tipo en Bridge Street, ?no?
– Lo pillaron en la sala de las obligaciones del Estado. Nunca pudo llegar a la calle.
– Tengo entendido que fue en la calle.
– Solo llego a la sala de obligaciones -afirmo McKechnie-. Al que te haya hablado de Bridge Street dile que es un mentiroso y un sinverguenza.
– Tengo entendido que logro salir.
– Fantasias.
– Un rosario de falsedades, ?no?
– ?Que has sabido de su identidad?
– Nada -repuso Lyle.
– Me alegro, porque no hay nada que saber. Segun lo que se sabe, es como si no hubiera existido hasta hoy mismo. Por cierto, ?cuando cono vas a venir a cenar con nosotros, con tu senora esposa y toda la pesca?
– Ultimamente apenas salimos.
– MI mujer sigue haciendose las pruebas.
– Es como si nos costara salir. No nos organizamos nada bien. Si yo soy un desastre, ella ni te cuento. Pero descuida; ya nos organizaremos cualquier dia de estos.
– Lyle, ?tu estas seguro de que estas casado? Se cuenta por ahi que tienes alguna historia, solo que con tantas mujeres, y en tantos sitios a la vez, que es imposible que ademas estes casado. Eso se cuenta, vaya.
Lyle pestaneo mirando su cerveza y sonrio para sus adentros.
– Tengo entendido que llevaba una chapa de visitante.
– Correcto -dijo McKechnie.
– ?Y visitante de quien? Es obvio que de eso se trata.
– Fue a visitar a George Sandbauer.
– Eso no lo sabia.
– George se lo encontro en el parque.
– Pues no queda mas remedio que preguntarse por que, si se conocian, el tipo le pego un tiro alli mismo, en vez de hacerlo en alguna callejuela.
– A lo mejor no tenia planeado pegarle un tiro.
– Tuvieron una discusion -dijo Lyle.
– Tuvieron una discusion y el tipo saca el arma. Que, por cierto, se ha encontrado por ahi. Una pistola de juez de atletismo, pero con el canon ahuecado para disparar municion del calibre veintidos.
– ?Como es posible tener una discusion en pleno parque con un tipo de fuera? ?Quien tiene tiempo para ponerse a discutir con alguien que, ademas, resulta que es tu visitante?
– No todo el que entra con una chapa de visitante es tu cunada recien llegada de East Hartford. Es posible que George tuviera algunos amiguetes interesantes.
Con el dedo indice, McKechnie hizo un movimiento en zigzag sobre los vasos. El camarero se dirigio hacia ellos, aunque hablando con otro cliente por encima del hombro.
– Sabes bien lo que todo esto significa, ?si o no?
– Dimelo tu, Frank.
– Significa que instalaran uno de esos aparatos de deteccion de metales y todos tendremos que pasar por el aro al entrar en el parque. Odio esos malditos artilugios. Te pueden danar gravemente la medula osea, ?lo sabias? Bastante asquerosa es la vida que llevo ya.
3
Lyle estaba sentado en su casa junto a la ventana, en vaqueros y camiseta, descalzo, bebiendo una cerveza irlandesa.
Pammy compro fruta en un puesto callejero. Le encantaba la pinta de la fruta en las cajas, al aire libre, las ' hileras superpuestas de melocotones y de uvas. Comprar fruta fresca le hacia sentirse bien. Era un acto de excelencia moral. Estaba deseando llegar a casa con las uvas, colocarlas en un frutero y rociar los racimos con abundante agua fria. Le producia un gran placer sopesar los racimos con ambas manos, notar el agua que los enfriaba. Y luego, los melocotones. El tacto de los melocotones.
Lyle recordo haber visto algunas monedas sueltas en el dormitorio. Fue alli. Los encontro al cabo de diez minutos. Tres monedas de un centavo sobre una caja de Kleenex color cobre y castano. Oyo a Pam sacar las llaves del bolso. Apilo las monedas sobre la comoda. Las fichas de transporte en el lado derecho, las monedas en el